Mal dia para buscar

28 de octubre de 2024

Vivir en un arquetipo

El 14 de Octubre falleció Philip Zimbardo, psicólogo e investigador mundialmente conocido por el experimento de Standford. ( Ya hemos hablado de ello hace varios años)

Lo curioso es que aunque tenemos certificación clara desde 1971 que algunos necesitan convertise en arquetipos, vamos a peor. Una de las cosas que tiene la polarización es la urgente necesidad de pertenecer a un grupo y, sobre todo, comportarse como se supone que debe comportarse. Quizá por eso a algunos les sorprende que se corrompa alguien de izquierdas casi tanto como descubrir que uno de derechas es buena persona. Es más: si alguien es condenadamente malvado en un aspecto de su vida, entonces, es impensable que haya hecho alguna buena obra. "La Madre Teresa de Calcuta jamás se comportó como una hija de perra con nadie"- es una afirmación estadísticamente falsa igual que decir que Ted Bundy nunca ayudó a una ciega guapa a cruzar la calle sin violarla.

Desconozco si alguno de mis lectores ha intentado ligar en las cientos de aplicaciones que existen. Se entabla conversación con alguien y se comienza desde cero con el runrún intrínseco que tiene la plataforma en la que se conversa. No es lo mismo iniciar una charla en misa que en una local de intercambio de parejas tailandés, obviamente. El caso es que se empieza a hablar. Esa conversación te puede pillar ardiente y activo con mucho tiempo libre y concentración extrema o te puede pillar cagando. Eso es algo que la otra persona desconoce. Obviamente tu manera de interactuar es diferente pero no vas a ser descortés. Entonces descubres, al menos desde el punto de vista del varón, que solamente puedes estar en dos sacos: puedes ser un mono con el órgano reproductor fuera o un caballero con una limpia armadura, cargado de flores sobre su caballo blanco, dispuesto al rescate de una princesa a la que seducir con frases que bien podrían ser sacadas de una canción de Pablo Alborán. No es viable pasar de un sitio a otro. No es correcto ser amable por la mañana y travieso cuando anochece. No es válido poder hablar de cine, de actualidad o de psicología conductual para después preguntar si acaso duerme con una camiseta larga de tirantes de esas que despiertan con un pecho fuera. La obligación es la de elegir bando porque si no estás claramente en un bando, no eres apto. Y si adoptas un bando has de hacerlo con todas las consecuencias y demostrar tu militancia en todo momento.

Curiosamente la vida real cada vez se parece más a lo que acabo de describir. Cuando la gente del equipo nos íbamos a cenar y en vez de estar en pantalón corto correteando por el campo nos veíamos vestidos de personas normales, una punzada de extrañeza nos recorría.

Actualmente, basándonos en un relato absurdo pero eficiente, parece que si alguien es de izquierdas tiene que ser eco resiliente, vegano, animalista, ecologista, feminista, aliado, socialmente comprometido y viste ropa casual. Por el contrario si es de derechas tiene que ser homofobo, capitalista, rentista, machista, rico, explotador, racista y llevar ropa de mis abuelos. Se han de cumplir todos esos requisitos. ¿Cómo va a ser machista si es de izquierdas?- se preguntaban algunos la semana pasada, sin dar crédito a las noticias. Son los mismos que decían que si el portavoz de un partido de derechas se había casado con su novio, era una estrategia de blanqueamiento fascista. También existen, por supuesto, aquellos que se empeñan en convertirse en lo que creen que deben ser y adoptan como propios los comportamientos arquetípicos del bando al que deciden pertenecer.

Entonces aparece alguien socialmente comprometido, micromachista, capitalista, vegano y que lleva ropa casual. Alguien con errores y aciertos que unos días, como los italianos, va en bici y otros huele bien. Eso no puede ser. No es comprensible. Es un fallo del sistema. Hay que convertirlo en algún arquetipo. Será un depredador o un santo porque no puede ser ambas cosas. No puede. No debe. No. En la necesidad periodística, literaria y social está llamar a algún psicólogo que lo meta en un saco, que lo convierta en uno de los participantes del experimento de Standford. Imagina que alguien de izquierdas se compra un chalet que lo flipas, vive, sin haber trabajado privadamente jamás, del cuento político,  acosa a las becarias y admiradoras, apoya a dictadores o te intenta ordenar cuando has de poner la lavadora. Es algo imposible y, si acaso lo hace, es culpa del neoliberalismo y del patiarcado.

Si alguien de derechas es gay, no puede ser. Tampoco se puede ser pobre de derechas. O proletario. 

Así que ahora, que pasa todo eso y que hay que ser de Apple o de Android, de Telefonica o de Vodafone, del Barcelona o del Madrid, de combustión o eléctrico, de Broncano o de Motos... ahora Philip Zimbardo, desde su tumba, se ríe al descubrir que su experimento se hace por las calles, entre tus vecinos, por las editoriales y en las tertulias.

Porque si no eres alguien que vive en un arquetipo, ni ligas, ni eres, ni existes.


Pd: Arnaldo llamando "MONSTRUO" a Iñigo. Cuando menos, curioso.

27 de octubre de 2024

90 de cien. Insuficiente.

Nunca me importó que alguien pasara por casa. No he tenido ningún problema en las visitas y, es más, creo que soy un anfitrión generoso. Sin embargo siempre fue un problema que mis padres vinieran a hacerme una visita porque en mi cerebro predictivo sufría una crítica salvaje sobre la ubicación de los elementos, los colores del salón o porque me dejé un vaso sin fregar. Quizá por eso, y no porque mis padres fueran menos importantes que mis visitas, esa posibilidad de ser fiscalizado por alguien cuya opinión me importa en demasía siempre puso trabas a esas visitas. Es más, prefería que se quedaran en un hotel antes de que descubrieran que me sale aguado el café de las mañanas.

A veces, llevando ese conflicto personal a otras facetas, me he vuelto a casa porque no quería que ella pudiera certificar que ronco como un motor diesel mal ajustado cuando me duermo profundamente. En mi cerebro yo aparecía dormido y ella, incorporada en su lado de la cama, me miraba con cara de "valiente saco de mierda he metido entre mis sábanas". Con esa fijación infinita en no decepcionar a alguien que me importa, optaba por la escapada aún perdiendo el regusto de despertar junto a su mesilla.

Alguna vez fui invitado a alguna cena entre extraños y terminó siendo una reunión de amigos. Fue tan buena aquella noche de risas y anécdotas entre los vinos de una bodega riojana que decidí no volver jamás porque no me veía capaz de ser tan ocurrente como en aquella ocasión. Lo recuerdo cuando paso por el desvío de la autopista que marca aquella población.

Dejé de competir el día que no me vi capaz de ganar, aunque tampoco gané muchas veces antes.

No quedé contigo esa noche en la que estaba apagado ni el día en el que era incapaz de pensar en un lugar nuevo con el que sorprenderte.

Si me voy atrás en el tiempo vuelvo a tener siete años. Nos daban las notas en papel con unas estrellitas al fondo y cada sobresaliente eran diez. Como teníamos diez asignaturas el máximo eran cien estrellas. Yo llegué a casa con 98. Mi señor padre, creyendo que de esa forma podría apostar por la excelencia de su hijo, hizo un tremendo hincapié en las dos estrellas faltantes. Yo me acosté con la firme determinación de llegar a cien en la siguiente evaluación pero me quedé en 99 porque nunca se me dió bien el euskera. Sentí una punzada de fracaso y presentar 90 era casi un sinónimo de vergüenza. Con 16 años, más o menos, estaba entrenando tiros en una canasta debajo de casa. Para ganar partidos nunca está de más entrenar. Carmelo, un hombre eternamente jubilado amigo de la familia, pasó por delante. "Ya me ha dicho tu padre lo orgulloso que está de ti"- me dijo. Yo le agradecí el cumplido. Cuando se marchó subí enfurecido a casa. "¿Me tengo que enterar por los demás que estás orgulloso de mi?"- le dije. "Si te lo digo"-explicó- "dejarías de esforzarte". Ahora sé que era su forma de ver las cosas pero también el poso que me había dejado y que sigo luchando contra él.

Intentar hacer las cosas bien no es malo. Esforzarse es hasta sano. Tener la firme convicción de que siempre se puede hacer mejor consigue revisar las cosas varias veces y pulir errores. Creerse un mierda es un asco. A veces lo llaman síndrome del impostor pero ese habla de la sensación de ser descubierto como un fraude ante un éxito y , aunque se parece, a mi me sucede con la gente que me importa. No me afecta un crítica de jose Ramon, el del tercero. Si que me afecta cuando escojo un bar para ir contigo y no nos atienden bien. Entre el estómago y los pulmones siento una presión intermitente. Cojo un palé de culpabilidad y responsabilidad, me lo cargo a las espaldas y voy con él, cojeando y encorvado, analizando en qué fallé. Mi parte racional sabe que la intención, la elección y la decisión no era mala pero al valorar el resultado final, como un entrenador de un equipo de malos futbolistas, tiendo a desear presentar mi dimisión. No me vale que no la admitas porque es irrevocable. Absurda, destructiva, infantil, dañina pero una y otra vez repitiéndome que podría hacerlo mejor y que debería haber adivinado lo que iba a suceder.

90 es vergüenza, 99 insuficiente. Aspiro a ser excepcional pero no lo soy nunca. Es tremendamente complicado vivir con ello porque, además, alimenta la sensación de fallar a todos los que me importan. Entonces es cuando se convierte en un circulo vicioso. Cuando voy a ver a mi madre estoy menos de 24 horas. Lo tengo calculado como el tiempo máximo en que puedo actuar perfectamente y sé que cuando me marcho le duele, y me duele ver esa cara de niña pequeña que se queda sola en el colegio cuando la dejan en la puerta.

Supongo que si fuera yo me iba a querer igual, y lo sé. Soy yo el que no se quiere, probablemente. A veces es solamente estar y no consigo quitarme de encima la necesidad de estar mejor, elegir mejor, querer mejor y reconocer que más de 90 es muy buena nota. Pero siempre he querido ser 100 contigo, con mis padres, en el trabajo, escribiendo, contando anécdotas y jugando al trivial. Y eso no se puede.

Sentir que no soy quien he pensado que se espera que soy, aunque no sea verdad, me cuesta demasiado. Al menos lo sé. Es un principio.


25 de octubre de 2024

De abusos y que te guste hacer el pino puente desnudo cantando la traviata

"A mi, cuando estoy salido, me gusta tirarme a tios de derechas porque son más cerdos que los de izquierdas. Será que lo tienen escondido"- me confesaban hace unas semanas.

El sexo es algo que tiene bastante que ver con el cine, y lo voy a explicar. Hay días en los que te apetece una película de tiros, o de risa, o un drama británico gris como aquel país. Hay momentos en los que el cuerpo te pide una cinta cargada de adrenalina y otros en los que fantaseas con sumergirte en la ternura de una romántica. Después, como todos, hay géneros que te gustan más que otros. También hay veces en las que públicamente aceptas que te gustan clásicos y estilos que , además, te hacen quedar como buena y culta persona. Eso no quita que te hayas reído con "ocho apellidos vascos" o te alegres cuando Clint mata a los malos para alegrarse el día.

A veces, en el mundo de las relaciones, uno se encuentra con propuestas, deseos o situaciones inesperadas. Es más, resulta hasta habitual encontrar a personas con cierta inestabilidad que creen que si no hacen nada "excepcional" no es divertido.

Recuerdo una anécdota que me contaron. Ella, la protagonista de la historia, se acababa de separar y aquella era la primera vez que salía a la calle con la firme determinación de no volver sola. En un bar y a altas horas de la madrugada, un fornido caballero se enredó en una conversación que acabó con ambos en el mismo taxi. El día siguiente, como si fuera una tertulia programada, todas las amigas quedaron para el café. "¿Qué tal?"- le preguntaron pícaramente. Ella titubeaba con una sonrisa y entornando los ojos, casi como una mujer traviesa. Entonces alguien se percató de marcas en su cuerpo. Estaba como si viniera de la guerra del golfo. "Es que me dijo que le gustaba el sexo duro". Obviamente le dijeron que ese tipo de violencia era algo que debía denunciar. Asintió. Hizo una pausa. "Vale, pero lo hago el lunes". "¿Por qué el lunes?". Respondió: "Es que hoy hemos vuelto a quedar".

En la primera temporada de Californication una joven le revienta de un puñetazo la cara a Hank Moody y, sin embargo, en los cien polvos Hank no pega absolutamente a nadie.

Entiendo que a alguien le pueda resultar excitante lo que a otros les repugne. Es tan fácil como decir que no y marcharse, siempre y cuando se sea libre porque si no es así se llama violación ( en ambas direcciones). Si me piden que cante la traviata desnudo agarrándome el rabo y haciendo el pino puente no me están acosando sino haciendo una propuesta, por muy loca que sea. En mi libertad está decir que no. Si después de haberlo hecho libremente me quejo muy fuerte lo que sucede es que tengo un saco de mierda metido en mi cabeza. Otra cosa es que me aten los pies a la pata de la cama, me rompan los tobillos con un mazo y me obliguen a hacer algo que no quiero y que he dicho expresamente que no.


La expresión de la libertad personal, imprescindible para unas relaciones sanas, nunca debería de ser un delito por muy loco que sea siempre que la libertad sea bidireccional y uno, como sucede en las relaciones sadomasoquistas, pueda parar en el momento que quiera.

Si en el siglo XXI vamos a juzgar a alguien porque no quiere hacer únicamente el misionero quizá estamos haciendo lo mismo que juzgar a alguien porque se va a los estrenos de las películas de S. Segura y no le gustan las de Kubrick. Sobre todo porque es más que probable que todos nosotros, en algún momento, hemos pensado que quizá nos apetece ver Torrente vestidos con un calzoncillo de abanderado en el sofá, comiendo torreznos y disfrutando de unas pajillas.

Es de mal gusto, si. Pero no es un abuso. Solamente es desagradable pero a alguien le gustará.

23 de octubre de 2024

Tontirock

En respuesta al tontipop nacional, cada vez hay más grupos de tontirock nacional. Que suena como una reivindicación pero tampoco mucha. Es como gritar muy fuerte y dramáticamente porque te llega lenta la wifi.

Eso sí. No suenan mal.

Vamos con ejemplos menos conocidos:

Biznaga


Alavedra



Meeki


Karavana



Peligro!



La Paloma



Camellos


Otras cositas que oigo ultimamente en bucle nacional:

La MIlagrosa- POnzano.
Prehistoricos- Que suba el momento
Carolina Durante- Kasa Kira
Y de vez en cuando miro de reojo a Niña Polaca, Kitai y similares por si las multinacionales les han devuelto su mojo.



Reconozco que estoy en una época de exploracion sin brújula

Tres formas de solucionar un problema ( política moderna aplicada)

Hay varias formas de ganar una competición deportiva ( estoy jugando al juego de las metáforas). Una es siendo mejor deportista, otra es cambiando las reglas para que jueguen a tu favor y la tercera es comprando al árbitro.

Cuando alguien se planta frente a un reto tiene en cuenta la forma de superarlo y, obviamente, busca reducir las posibilidades de fracaso ante esa circunstancia. Los niños aprenden rápido a hacer trampa porque su punto de vista está en la recompensa de la victoria. Los niños grandes, quizá por lo mismo, responden grácilmente a estímulos del tipo "oferta express. Sólo hoy" porque eso les hace alcanzar objetivos que no conocían antes que los demás. Sentirse más listo, más capaz o más resolutivo activa dopamina en el cerebro que engancha como la metanfetamina.

En cierta ocasión el ayuntamiento abordó una obra de gran calado en mi barrio. Se encontró con el problema que la policía, en invierno y de noche, no es muy proclive a patrullar a pie. Es lógico deducir que si no reciben la orden expresa los señores agentes no se bajan de sus coches con calefacción para mancharse los pies de barro una noche de diciembre lluvioso y frío. Como los ladrones, que no son tontos, son conscientes de dicha circunstancia, se multiplicaron los robos. Cuando se le instó al ayuntamiento a solucionar dicho problema resolvió que no había robos porque se hizo una encuesta y salió que los vecinos estaban contentos. Fue sencillo: se preguntó a quien ya se sabía que estaba contento. Es lo mismo que comprar al árbitro. Entonces un grupo de comerciantes nos reunimos y sacamos a colación dicha trampa. En un programa de televisión nos juntaron con el responsable de la policía municipal y nos entregó las actas de robos de la zona. Nosotros sumábamos aproximadamente 21 robos y, sin embargo, las actas daban la minúscula cantidad de 8. La excusa fue que las denuncias las habíamos puesto en la policia (que recoge denuncias por la noche) pero no la policía municipal ( que no) y, claro está, no les figuraba ningún incremento de la delincuencia.  Eso es jugar con las reglas.

De la misma forma que entrenar mucho es agotador, las dos siguientes opciones son más sencillas. Quizá por eso los niños grandes que se han convertido en políticos y gestores, son más propensos a las variaciones B y C. Las grandes guerras políticas ya no son por la subsanación de los problemas sino por la forma de medirlos o determinar quien es el responsable de señalar el triunfo. Por eso se pelean por los jueces, los directivos de los entes públicos, los organismos estadísticos, los relatos o las terceras disposiciones de las leyes. 

Y, mientras tanto, los problemas simplemente perduran hasta que los ladrones se enteran que un grupo de vecinos con palos patrullan las calles convirtiéndolo todo en el lejano oeste. O pasa el tiempo y, como cuando hay una herida no mortal, las cosas cicatrizan solas.


Pd: otra opción es buscar problemas que no existan y decir que se han solucionado. La transexualidad de los loros africanos, por ejemplo. Gracias a la firme actuación de los mecanismos del estado del bienestar ya no son disciminados por los macacos asiáticos.

16 de octubre de 2024

Quiet mediocre y feliz ambición ( y herencia)

Cuando Javi acabó sus estudios de fisioterapeuta tenía muy claro lo que le deparaba el futuro. Su juventud había estado marcada por una gran actividad deportiva y sabía que sus compañeros de equipo, así como los de los equipos rivales, tenían la necesidad de un buen terapeuta que les hiciera recuperar en tiempo récord. "También"- me decía con cara de pícaro pero profesional- "estoy a disposición de todas esas mujeres que van al gimnasio o compiten y necesitan a un buen fisio". A nadie le amarga un dulce, por supuesto. No nos vamos a poner moralistas por admitir que si hay que tocar a alguien tenemos cierta predilección por los cuerpos firmes, jóvenes y atractivos. Está muy bien eso de decir que hay que poner a gordas en los anuncios de lencería pero a mi me gustan más las de Victoria Secret. Eso no es gordofobia sino gustos personales y en esos gustos Javi y yo somos coincidentes.

Un tiempo después de poner en marcha su consulta y dados los signos de mi futura vejez, fui a visitarle con una lesión en el hombro. "¿Qué tal va la consulta?"-pregunté. Me dijo: "¿Te acuerdas que iba a masajear a mujeres turgentes y firmes, con glúteos modelados y olor a flores?". "Si, claro"- respondí. "Pues te diré que la primera persona a la que atendí fue una señora mayor, destrozada por la edad, gorda que se me caía de la camilla por los dos lados, de un fuerte olor corporal y muscularmente casi irrecuperable".

La consulta sigue abierta, veinte años después. Maria de los Angeles deja su muleta al llegar y Javi, con más canas que yo, la atiende con una sonrisa. Lo excepcional, y de eso estoy seguro, es cuando una atleta profesional se tumba en su camilla. 

Yo, por mi parte, hago ordenadores como obras de arte. Pero sé que haré quince al año y el resto serán equipos fiables y duraderos de precio contenido y justo.

Como siempre, la realidad y los sueños viven en universos diferenciados. Se venden más KIA que Porsche 911 GT3. Si no soy capaz de gestionar mi frustración porque mi primer coche no es un superdeportivo, soy un infante, un niño inadaptado. Una persona incapaz de vivir en el espectro de la realidad que se queja muy fuerte buscando culpables ajenos a que la verdad no se parezca a nuestros mundos de ilusión.

El otro día me encontré varios artículos. Uno hablaba de la moda de la "Quiet Ambition" y cómo se refiere a la tendencia, disfrazada de cambio de valores, en la que hay que renunciar a trabajos que no te gustan porque para cobrar un sueldo de mierda en una labor incómoda, que la haga otro. Tiene un párrafo brillante: "Los boomers que se abstuvieron de todo lujo y ahorraron pacientemente para comprarse un piso, por pequeño que fuera, también hicieron mal pensando en el bienestar de sus descendientes. Porque para que tú puedas elegir no trabajar tiene que haber otro que lo haga y, si no estás dispuesto a limpiar baños porque no es una tarea que te haga sentir realizado, es que te parece bien que sean otros los que se ocupen del asunto. No creo que haya ejemplo de egocentrismo más narcisista que el de quienes son capaces de despreciar de un modo tan insultante el esfuerzo de sus mayores. Creerán que están aquí por generación espontánea y que ellos, a diferencia de los tontos y demás idiotas que nos dejamos esclavizar, merecen ganarse la vida como marqueses. ¿Cómo van a saber que son clase trabajadora y que todos y cada uno de los derechos que tienen se ganaron con sudor, lucha, sangre y cadáveres? ¿Cómo van a sentirse reflejados en esa memoria si su espejo son influencers ecopijas que les enseñan mindfulness y ricos que les hablan de estoicismo?"

El otro artículo, al que me referenciaron por la facilidad en la que me hierve la sangre a veces, se refería a los beneficios psicológicos de vivir en la mediocridad. No te esfuerces, no te dejes la piel y acepta que no vayas a brillar. Ojo, que no es porque no puedas (ya que puedes alcanzar todo lo que te propongas), sino que quizá el aprendizaje de vivir mediocremente resulte mejor y, al fin y al cabo, estamos aquí para ser felices. Es lo mismo que asegurarte que si no tienes a tu lado a Linda Evangelista ( la de 1989) haciendo unas croquetas de jamón riquísimas en la casa de diseño del centro comprada sin hipoteca a la que llegas en un Porsche 911 GT3 negro, no es en absoluto porque no puedas sino que has de saber que vivir con Mari Carmen, de Burriana, en un piso de 35 metros alquilado en las afueras, también te puede hacer feliz. Y para eso, además y sintiéndolo por Mari Carmen, no tienes que esforzarte.

No soy capaz de descubrir ese punto en el que pasamos de admirar a ídolos distitntos. Un ídolo lee mucho, escucha los discos completos, dispone de opinión formada, tolera al que no piensa como él y acumula méritos para un futuro mejor. Otro se enorgullece de no tener televisión, no ser manipulado por la comunicación, no lee, sólo escucha los quince primeros segundos de spotify y cacarea discursos que son, a la vez, buenistas, victimistas y egoistas. Ahora hacemos chistes del tonto que madruga para ir a trabajar mientras los estupendos llegan del after. Hay miles de fábulas sobre ello pero no salen en TikTok.

La segunda generación del estado del bienestar se caracteriza por despreciar la meritocracia que les hizo disfrutar de lo que les sostiene. Supongo o espero que la única diferencia es que Javi se percató de la realidad con 23 años y su primera clienta. Mi sobrina lo hará el día que se quede sin trabajo y el dinero que herede, a los 50. Me canso de leer que la generación Z tiene muy claro que su pensión será la herencia que les dejen los boomers y mientras tanto solamente esperan que se mueran con algo de patrimonio.

Eso si no nos han comido los chinos antes.

10 de octubre de 2024

Vivir al borde del apocalipsis

Para la prensa todos los días son la víspera del fin de los tiempos.

Para Maria del Carmen todos los hombres que la miran por la calle son, en potencia, la relación estable definitiva y feliz que durará siempre.

Ni una cosa ni la otra son estadísticamente viables pero es bastante entretenido considerarlo. A unos les da lectores y a la otra un sonrojo en la mejillas muy agradable.

Tampoco es cierto, y lo admito, que esa última decisión sea la que termine conmigo hecho un ovillo en el pozo del fracaso absoluto tras una vida esforzada y sin ningún resultado tangible. Mi madre dice que siempre que llueve, escampa. Mi padre afirmaba que siempre se puede hacer mejor y mi abuela que no hace falta buscar mucho para encontrar a alguien por encima y alguien por debajo en cualquier asunto en el que tengamos a mal compararnos.

Una de las pocas ventajas que tiene vivir creyendo firmemente en el borde del acantilado del desastre es la capacidad de estar atento. El problema de estar atento es que no se puede todo el tiempo. Al final, acostumbrados al riesgo, los funambulistas son capaces de pensar en que se están quedando sin leche en la nevera mientras van de un lado al otro por el fino cable de la vida. La siguiente vez en que estemos seguros que llega la debacle tendremos una vocecita en la cabeza asegurando que lo más probable es que no suceda. Hay un disco que se titula "Existen moscas que se relajan durante el vuelo".

Es después, unas semanas después, cuando podemos ser conscientes que ya no va a volver a llamar o que lo que parecía ser un punto de inflexión, lo era. La última conversación, el último día que disfrutaste en un partido, la vez que ya no volviste a usar messenger o el final del concierto de tu grupo favorito no eras consciente que era definitivo. Normalmente las circunstancias no van acompañadas de alarmas metereológicas mientras los huracanes del destino te arrasan poquito a poco. Quizá, como las guerras, son dramáticos ajustes que hacen sitio a nuevos tiempos e incluso nuevas gentes. Podría compartimentar mi vida basándome en los tipos de personas que me rodeaban en cada momento: el grupo con el que compartía los recreos del colegio, los que estuvieron a mi lado en los azarosos tiempos de la adolescencia, quien compartía los apuntes de la universidad, la gente del trabajo, los amigos de mi pareja. Es raro que alguien pase todos esos filtros y dicen que no llegan nunca a cinco personas. Nadie sabe nunca el motivo por el que perduran. El resto de la gente, seguramente, no encajaría. A ese tipo tan listo con el que pasas tiempo charlando delante de un vino bueno jamás le hubieses elegido para el equipo de baloncesto del recreo. 


Si algo tiene vivir al borde del apocalipsis es que es la excusa perfecta para vivir en el cortoplazo. Emborracharse rápido, follar vigorosamente, gritar por la ventanilla del coche, ponerse dramático, exaltar la amistad, arrasar con los ahorros, dejar que la ansiedad conduzca el vehículo de las decisiones y justificarlo todo porque es la última vez.

También es la estrategia perfecta de los vendedores. "Solo por tiempo limitado". En esos casos no depende de la calidad o utilidad del producto. 

A ver si al final ese ametrallamiento excesivo con las más horribles tormentas, las olas de calor definitorias, las enfermedades epidémicas, el caos social, la fractura económica y la posibilidad de guerra termonuclear mundial van a ser solamente estrategias para que vivamos sin pensar en pasado mañana porque ayer ya fue el fin de los tiempos.

4 de octubre de 2024

No te deseo lo peor.

En cierta ocasión me llamó una amiga de Logroño y me dijo: "Ayer conocí a un tipo y al final, cosas que pasan, terminé en su casa. Por la mañana me dice que si me puede pedir algo y yo le preguntó qué. Entonces me dice que si le puedo regalar mis bragas.". Obviamente yo pregunté: "¿Qué hiciste?". Noté un soplido de desdén al otro lado de la llamada. "Se las dí y le pedí que jamás, en su puta vida, se pusiera en contacto conmigo. Al fin y al cabo, eran de las feas".

La primera sensación de ese tipo de anécdota es que el muchacho en cuestión es un chalado. Me puedo imaginar un cajón repleto de bragas ( usadas, por supuesto) que se pone sistemáticamente en la cara, presionando con su mano izquierda mientras se masturba con la derecha. Visto así, descalzo, con un montón de pelos en el culo y la espalda arqueada como un mono onanista, resulta muy poco agradable. También hay que pensar que hace uso de su libertad y eso es cosa de cada uno. Que nadie es sensual a todas horas y que reconocer lo que nos disgusta y nos gusta es un avance dentro de la introspección necesaria en todo ser consciente de si mismo. Quizá es más confiable alguien capaz de verbalizar, en un entorno de confianza como es un despertar post coital, sus propias filias que quien lo niega en todo momento. Si a tu marido le gusta vestir liguero sería preferible que no tenga pudor a ponérselo contigo  a que te lo encuentres encima de una carroza del orgullo con tacones a juego y una tanga muy pequeña.

El autoconocimiento, como punto de partida, es un "must" que dicen los modernos. Pero no me vale un autoconocimiento verbal, sino empíricamente demostrable. Si yo quiero una relación adulta y estable, basada en la confianza y en el respeto mutuo lo que no puedo hacer es llevarme a casa a un argentino de 25 años que conocí en los baños de un after jurando que es muy maduro para su edad porque recorre el mundo con su hatillo a la espalda. Tampoco me vale cuando Maria José, heredera de un divorcio traumático y que aseguraba estar harta de hombres inmaduros, pone doscientas veinte fotos con Ramón  esperando que el mundo le felicite por encontrar, en veinte minutos, el amor verdadero retransmitido casi como un directo de Twich. Sus fotos aftersex, sus montajes horrorosamente enfocados correteando por la playa y todo el proceso de elaboración de las cenas del amor. Cuando yo estaba convencido que nada era capaz de superar a una adolescente haciéndose fotos en todos los espejos de los baños que visita, junto con las fiestas a las que va y las comidas ultraprocesadas que consume, llegó Maria José subida en lo alto de la montaña rusa del amor publicitado.

No te deseo lo peor pero si no estás preparado, desde arriba, solamente hay un veloz camino hacia abajo. Con susto.

Las personas excepcionalmente felices en sus proyecciones públicas, tengo la teoría, están podridos por dentro. La pareja, sonriente, que lleva a sus hijos al colegio todas las mañanas en sus bicicletas eléctricas, ella con la niña en blanco y él con el niño en negro, ambos con sus cascos de ciclista a juego, deben de ser una familia infernal en la intimidad. Unos traficantes de órganos asociados a la mafia calabresa. Defraudadores de impuestos. Especialistas en trata de blancas. Vendedores de productos mágicos en Internet. Son los mismos que, cuando eres capaz de reconocer que no estas pasando por un buen momento, se empeñan en torpedearte con consejos de la tercera división de autoayuda. No lo hacen por empatía sino porque disfrutan y necesitan ratificarse en que están mucho, muchísimo mejor que tú. La diferencia entre la gente aparentemente feliz y el tipo que se acostó con mi amiga de Logroño es que ellos huelen bragas en la intimidad y si les cuentas la anécdota del principio, ponen cara de asco.