!Qué bonito el verano!. ¡Qué bonitas las noches al atardecer con una cerveza, los pies descalzos, el buen rollito, los cuerpos turgentes, el moreno incipiente y las conversaciones locas sobre cualquier tema!. Pero, joder, ¡qué bonito!.
Qué buenos estamos todos, cómo nos brilla la cara, cuánto nos queremos y lo que nos molamos. Si fuéramos una manada de perros retozaríamos continuamente con la lengua fuera y cara de felicidad, porque los perros tienen caras de felicidad y los gatos, de complacencia.
Es una escena de anuncio: una cala, el sol cayendo a lo lejos, la amistad, la exaltación de la amistad y alguien que pregunta que quien era el que cantaba aquella canción de la infancia, ese recuerdo reconfortante que es la excusa para ir a las anécdotas de aquella época más feliz. Entonces, como si fuera una hostia en la cara, el gilipollas de turno saca el teléfono y busca en la wikpedia, en youtube, en twitter o donde cojones le apetezca y te estropea tres horas de charla. Baja la cabeza al teléfono, lo toca como si fuera un hacker de mierda, sonríe, lo pone en la cara de todos como una biblia de un testigo de jehova en la puerta de casa y da al play. Y es esa canción, si. A todo el puto volumen. A la mierda el atardecer.
¿Quién metió más de tres goles con la espinilla en el mundial del 78?. Y lo busca. Si hablas de una china con tres tetas, saca la foto. Si toses te graba y saca una aplicación que dice que tienes un enfisema. ¿Te puedes estar quieto con el puto móvil, cabronazo?. Es trader, médico, informático, mecánico de coches, rey del bricolaje, hacker, visionario, analista, politólogo. Es directamente del pueblo de Tolosa, donde, a golpe de buscador Tólosabe.
Es el imbécil que va buscando precios más baratos en otras webs cuando salimos a comprar, el que usa una aplicación que te habla de la cantidad de grasas transgénicas de las patatas fritas que te estas comiendo, el que monitoriza los kilómetros que hemos andado o el tiempo que llevamos en esta terraza. Es el que juega a traducir al polaco los carteles de las playas haciéndoles una foto. El que te cuenta que el viento, a partir de las 20:16 cambiará a nor noroeste. El mismo tipo que para decirte que ha llegado manda una foto de satélite con un punto rojo encima y la localización gps. El que saca parte de una conversación de hace dos años para recordarte lo que dijiste, como si lo supiera de memoria. El que se ve los tutoriales en latino de cómo hacerse una gastroscopia de una forma barata y eficaz.
El que vive socialmente con un apéndice llamado móvil su vida social y el apéndice, cuando se pone malo, se quita. O apagas el teléfono, o dejas de fastidiar con él o te vas a tu puta casa a buscar pokemon.
Era esa sociedad llena de recompensas y de bondades. Un mundo lleno de atardeceres y de amaneceres con amabilidad, con tostadas que tienen la cantidad justa de mantequilla y una sonrisa antes de ir a un trabajo digno donde se hacían las cosas bien y, a ser posible, mejor. Un día llegaba un cliente o un jefe y se alegraba por ti. Te premiaba y al mirar atrás se tenía esa sensación reconfortante de haber conseguido crear algo como si fuera un legado. A veces grandes legados y a veces legados pequeñitos.
Pero no.
Y no fuimos educados para esto. No fuimos educados para los fracasos ni para las noches vacías. Porque esa sensación de haber perdido al final de la película sólo la tenían los malos que incluso, algunas veces, se arrepentían mientras una bala en el pecho les iba quitando la vida. Y luego venía el final feliz. Siempre había un final feliz. En Falcon Crest todo se lo quedaba el mayordomo pero, joder, era el único libre de pecado.
¿Qué sabemos hacer bien?. ¿Qué nos hace ser medianamente felices?. ¿Dónde están los lugares en los que quedarse? Las personas van y vienen, es cierto, pero no se quedan. Empieza a dar igual lo que hayamos hecho. Dicen que no hay trabajos para toda la vida en el futuro que es presente pero no nos dijeron que tampoco hay nada para toda la vida. Quizá sí. Quizá ese dolor de hombro ha llegado para quedarse pero no puedo hablar con él y no me va a recoger si me caigo hacia atrás. Tampoco, he de admitirlo, estoy pendiente de nadie que se caiga aunque alguna vez haya jurado querer estar ahí, porque sé que no llamará. No es una novia, ni un colega, ni un compañero. Es una demostración que afirma claramente que alguien se equivocó al educarnos de alguna manera. Asimilamos los conceptos de bondad y de esfuerzo, de solidaridad y de trabajo. También los de recompensa. Leímos un par de veces el Lazarillo de Tormes y en algún momento alguien descubrió que no hacía falta ser bueno, esforzarse, ser solidario o trabajar si podía convertirse en el puto Lazarillo para sentirse más listo robando el queso.
En ese momento, cuando la televisión era en blanco y negro, nuestra madre nos aseguró que el tiempo pone a cada uno en su lugar. Nos lo creímos. Entonces algunos nos quedamos esperando día tras día como si fuera la fábula de Alfredo y no pasaba nada. Pedimos perdón. Apretamos los dientes. Cerramos los ojos para coger aire y seguir un paso más. Yo fui un asmático que siempre quedó segundo en las carreras de fondo del colegio y estoy convencido que fué esa sensación de tener que seguir adelante sin aire lo que me enseñó a sufrir más que la media. Pero quedaba segundo detrás de un primer puesto que cambiaba. Sucedió entre los 14 y los 18 años de una forma sistemática. Ya llegaría el momento. Me lo había dicho mi madre y , coño, las madres dicen verdades porque son más sabias. También pasó con las chicas. A unas las perdí por tonto, a otras porque, en un alarde de egocentrismo infinito, creí firmemente que merecía algo mejor. Siempre es algo mejor, algo que está a la vuelta de esquina, algo que llegará.
Y nadie te demuestra matemáticamente que no llega.
El un libro absurdo que compre en una librería que ya no existe un supuesto psicólogo decía que si aceptamos como cierto el peor de los escenarios entonces cualquier opción será mejor y nos dará gotas de felicidad que nos harán ir hacia arriba. Eso es como cortarse las piernas y alegrarse de ver que los muñones se mueven. Una estupidez. También lo es afirmar que se puede todo y quedarse a mitad de algún camino. Vivo rodeado de personas que desconocen su camino porque llega un momento en el que se acepta como una verdad que no se alcanzan los sueños.
Pero nos educaron con la premisa falsa de poder alcanzarlos o con la sensación tan moderna de que todo , absolutamente todo, se puede ir a tomar viento sin ningún control sobre ello. Un crack de la bolsa, un conductor borracho, un seguro que no asegura, un terrorista loco o una maceta que se deja llevar por la gravedad. Una mariposa que bate sus alas en Kuala Lumpur (que todos saben que es el país de los Kualas) y termina creando un tornado sobre nuestras cabezas. También sucede al revés y un tipo hace una app de teléfono que te jura que cura el cáncer con sonidos del mar egeo (aunque sea su mano azotando el lavabo lleno de una gasolinera) se compra el coche que te gusta y se liga a la chica a la que quieres. El caos es muy miserable.
-Hace una tarde preciosa, tio- me dijo mientras mirábamos hacia los barcos esperando a atracar en el puerto- Me jode mucho haberla perdido- siguió mientras hablaba de su antigua novia, de esa chica que se parecía demasiado a otra que paseaba por la playa pero no era la misma y que me dí cuenta de cómo la miraba por si acaso el azar la convertía en aquella. -Mañana vuelve- le dije. -¿Lo crees?- . -El atardecer. De lo otro no puedo decirte nada porque estoy aprendiendo a asumir que todo, de una manera u otra, siempre se pierde-
Lo siento, mamá. Hasta ahora el tiempo no te da la razón. No creo que éste sea el lugar en el que debo de estar. Me gusta quien soy. Aborrezco este sitio. Empiezo a sentirme muy tonto esperando, cogiendo aire, y apretando los dientes. No aprendí a rendirme pero soy un púgil dando golpes al aire. Por eso me duele el hombro. Si me caigo creo que sólo hay lona.
Hay días que retumba una cuenta hasta 10. El cuatro es mi número de la suerte. 400 golpes, una película.
Un chaval de 17 años con un hacha se planta en el metro cortando cabezas. Un conductor se lleva por delante a los que ven los fuegos artificiales en Niza. Un tipo, supuestamente cansado de la impunidad de la policía americana, coge su fusil y se parapeta desde una ventana con pinturas de camuflaje para hacer algo más teatral su ajusticiamiento. Y revienta uno tras otros a los agentes blancos y alguno negro porque estaba muy oscuro. Cuatro tipos se meten en la redacción de un tebeo y gritan mientras aprietan los gatillos de sus kalasnikov. Los franceses mandan aviones por un lado, los rusos por el otro. Las fuerzas del gobierno saliente y la de los radicales revolucionarios están a tortas bajo las bombas. La población, como si fuera un grupo de alemanes en la puerta del McDonald, cae entre chacos de sangre como hicieron los españoles en Atocha o quienes vinieron a Madrid para buscar una vida mejor. Alguno hace negocio vendiendo armas y otro vendiendo zodiacs en las costas sirias. La rabia, encerrada como una canción heavy, se hace latente en medio de un concierto de rock de Paris o en un autobús reventado en el centro de Londres. Muertos en Turquia. Muertos en el Mediterráneo. Muertos en Siria, en Kenia, en Crimea y en Alabama.
Muertos por Ala, por la supremacía blanca, por la venganza negra, por machismo, por feminismo, por una Alemania libre de inmigrantes, por el racismo occidental. Mataron 80 jóvenes en un islote noruego para no contaminar a la juventud co la globalización y el asesino, orgulloso, se presentó en el juzgado como una estrella del rock.
Todos los muertos valen lo mismo. Todos son irracionales y todos a manos de supuestos héroes que creen estar haciendo justicia en su propia película paranoide de malos y buenos. A alguien le interesará que nos requebrajemos en una guerra infinita donde somos objetivo y ejecutores.
Y nos acostumbramos a todo esto sin llegar al mismo grado de escándalo, como si fuera algo normal.
Y es anormal. Familias sesgadas a manos de justicieros en cualquier sitio, en cualquier lugar y por cualquier motivo.
Y volverá a pasar mañana.
Y hablaremos de las olimpiadas, de los egos de los políticos y de una plaga de medusas.
-A mi una vez me tocó la lotería- me dijo al volver del baño mientras estábamos en publicidad, que es cuando los que salen por la tele van a mear, a fumar o a meterse una raya- Me lo gasté, ¿sabes?. Lo volvería a hacer. No te puedes imaginar- y jugaba con la entonación cómplice de un niño travieso- todo lo que viví hasta que se acabó el dinero. Viajé, follé, me drogué... Es muy bueno tener dinero.- Y luego, haciendo gala de una cojera importante que le caracteriza, volvió a su asiento.
Como siempre que se trata de rellenar debates volvimos a las ayudas sociales. Él defendía su derecho, como minusválido, a ser ayudado más aún por un sistema racista, insolidario y cruel. Visto así y valorando los términos de igualdad de oportunidades, es lógico. Yo, sin embargo, no era capaz de dejar de imaginarlo en una playa lejana rodeado de mujeres económicamente menos afortunadas que él acercándole la caipirinha. -Pero tú- le dije saltando la norma de la intimidad y el directo- has tenido dinero- . -Sí- respondió- pero ahora no y me tienen que ayudar. Cumplo los requisitos, no tengo propiedades, no tengo ingresos y es mi derecho. Me- insistiendo en el ME- corresponde.
-Entonces- dijo otro participante- si un tipo se emborracha por la calle y se queda tirado en el suelo con la cartera apareciendo por un costado casi inconsciente. ¿Le robarías la cartera?.- Respondió que "por supuesto" ya que la culpa de quedarse sin cartera es de él. Lo mismo que si se estafa al gobierno. Ellos, y se refería a los burócratas incompetentes, ponen los medios y aprovecharse de ello es lo que debemos hacer como ciudadanos. -En ese caso eres un ladrón- le dijeron. -No- insistió- yo no fuerzo a nadie para que me lo den.
A veces es extraña la manera que tiene nuestro cerebro de buscar justificaciones sin pensar en cuando no hay para los demás, en si acaso las ayudas son para cuando después de mucho esfuerzo no se tiene la fortuna o aprovechar cierto buenismo social es de ser un tipo listo o un hijo de perra. Eso sí, un hijo de perra que no da un palo al agua cuando, en realidad, puede perfectamente porque si no pudiera la ayuda debe ser inmediata pero el problema es que puede y que alguien que no puede, quizá, se está quedando sin ello.
Frases resumen de hoy:
Cómo no voy a robar con lo que roban los políticos.
En mi lado o contra mi. No se puede estar indiferente porque eso parece que está asociado a un grado inferior en la escala evolutiva. Se tiene que ser de un lado, de otro. Me tienes que odiar o reventarme contra la pared. Hay que gritar a favor de un equipo y no ver las faltas del contrario en el campo de fútbol. Jugar a indios y vaqueros. Cortar cabelleras. Vender el piso, dejar la vida, comprar una caravana y salir corriendo hacia las carreteras más lejanas. Jamás reconocer los aciertos ajenos. A los americanos, que son las quinta esencia la vida real que lleva el mundo occidental más allá de los culturetas que nos creemos algunos europeos, no les gustan los deportes que pueden terminar en empate y se inventaron más de uno en el que se pegan de mentira, pero con mucha rabia.
Hay que vivir de manera sobrealimentada.
No se debe dudar en dar el siguiente paso. Dejarme para siempre. No volver a llamarte nunca. Pedir perdón es rebajarse. Agitar las caderas hasta que las gotas de sudor resbalen por la nariz y caigan sobre tu pecho. Si no hay resaca es como si no se ha pasado bien. "¿Qué haces?"- dijo cuando él lo estaba dando todo- "Follar"- respondió parando. "Pero es que no sé si lo estas haciendo por mi o por ti"- y no supo qué responder. Debe de existir un manual escrito por el enemigo en el que se ha de pasar de un exceso a otro porque no valen las medias y, mientras tanto, mientras nos empeñamos en ir cumpliendo cada uno de los apartados, vamos dejando de ser nosotros.
He visto a alguna mujer enamorarse para siempre tres o cuatro veces al trimestre, jurar que nunca más le llamaría, aborrecer el vino los martes y emborracharse a tintos los sábados. He conocido a un fan de Coldplay que ya no les soporta pero se pone en la intimidad el primer disco. Yo he pasado noches enteras llevando la contraria con seriedad absoluta sin saber , en realidad, a lo que me estaba oponiendo. Algunos de mis conocidos más veganos chupaban el plato tras comerse chuletones de dos dedos de grosor en mi salón y son tan corporativos antes, ahora y cuando llevaban hombreras en 1985. Siempre han tenido la razón furibundamente.
Cuando no estamos seguros de lo que hay que hacer no pensamos sino que consultamos el manual. Para ser moderno y respetado hay que tener criterio, aunque sea equivocado. Estar convencido de todo, opinar sin reconocer que no se sabe nada, ser un tronista y un contertulio. Aparecer bajo su casa con mil docenas de rosas o no coger el teléfono nunca, aunque fuera una emergencia o una emergencia de las de acurrucarse, que son las peores emergencias.
Vivo en mil pozas de dudas, perdones y de movimientos inconexos desde hace año y medio. Justo el mismo tiempo en el que me voy difuminando socialmente como un niño que vuelve al pasado y descubre que sus padres quizá no se quieran.
Y es que no hay sitio para las dudas en el manual de sobrealimentación social.
La llamé y el sonido, a veces asociado con la desidia y otras muchas con el desprecio, sonó y sonó hasta que el teléfono se rindió. Luego mandé un mensaje de texto sin entonación ni pausas y respondió en cuanto dejé el terminal sobre la mesa. No importa que fuera la nimiedad infinita de que su pedido estuviera listo porque también sucede en los días que añoro un abrazo, las noches en las que la otra persona puede estar ocupada en ojos extraños o en esas ocasiones en las que el metacarpiano se queja y es preferible la voz pero parece, si es que pasamos a palabras, casi como pasar a la desnudez. Hablamos más que nunca y sólo nos duelen los dedos. He recibido y dado confesiones sin ser capaz de reconocer el olor o el tono de voz de la otra persona pero sí el tiempo de respuesta de los mensajes. Hubo un tiempo que era una modernidad y ahora parece un escondite.
Por la calle caminarán nuestro lado entes desconocidos a los que escribimos mensajes por las noches, incapaces de atreverse a tener un hueco en nuestro recuerdo auditivo, menos en nuestro recuerdo táctil y nunca entre el corazón que hay en la pituitaria.
Explican que es una nueva forma de comunicarse pero en realidad es una manera de estar sin estar, de dejar la respuesta para más tarde, de poder copiar una frase ocurrente o de permitir que el egoísmo nos permita pasar a esa persona al momento en el que nos viene bien. Podemos vernos, oírnos, casi hasta hacer que la persona con la que nos comunicamos vea lo que vemos nosotros y, sin embargo, seguimos escribiendo mensajes para aprovechar las pausas.
Conocí a alguien que me confesó haber descubierto un patrón: siempre tenía relaciones con personas que no estaban cerca. Miles de kilómetros e incluso idiomas distintos hacían que aquellos o aquel fuera algo parecido a un príncipe. Siempre perfecto, siempre sonriendo, siempre en contacto y , en realidad, siempre distante. Pasados los años y los príncipes lejanos es capaz de reconocer que hay algo en el día a día que le aterra. Puede ser un miedo a fracasar cara a cara o a no ser tan perfecta como quisiera ser porque cuando se apaga la pantalla puede tener sus ojeras, rascarse haciendo ruido o tirarse un pedo que no va a oler su caballero. Hay un miedo a no ser querido, amado, apreciado o valorado cuando se es uno mismo y para eso la tecnología ha creado cavernas con forma de doble check.
Por eso no se llama y, sin embargo, cada vez hay más mensajes. Las diez últimas llamadas de mi teléfono llegan hasta hace una semana. Los diez últimos mensajes son de la última hora. Me cuesta reconocer los olores.
Ella vuelve a la ciudad, de niña quiso escapar a ver el mundo. Pretendía atrapar el alma de la humanidad en un segundo. Con su vestido oriental y sus zapatos de cristal en la maleta. Demasiados hombres rudos la dejaron olvidada en la cuneta.
Ella quería mejorar, dejar atrás la cobardía y los temores. No sabía empezar, demasiado tiempo andando entre las flores. Una vida imaginaria adaptada para cada situación. Sin verdad, sin novedad, sin sobresaltos, sin dolor, sin corazón.
Todavía hoy detrás del espejo intuimos alguno bueno y fiel. No más decepciones ni desilusiones, sólo calma y claridad. Y mirar a los barcos pasar.
Ella por fin maduró. Dejó las drogas y el alcohol y ahora es artista. Pero nada de novelas de autor ni canciones de folk o de rock, que va, tiene un cachorro de león y es una perfecta equilibrista. Un hombre bueno la observa desde abajo, la mima y la protege, y hace todo el trabajo. Cada día cocina para ella con amor, le cuenta historias de terror...y toca el contrabajo.
Según mi psiquiatra y todas las mujeres que me han dejado en la cuneta tengo una excesivamente radical posición moral. Eso, precisamente, me lleva a vivir enojado con el mundo y su estupidez. Me lleva a llenarme de ira, a imaginarme con un subfusil en la puerta de un centro comercial disparando a todos los que dicen amar el pequeño comercio, a lanzar descargas eléctricas a quienes se creen más listos que nadie comprando en webs chinas o de luxemburgo a través del teclado y así quemarles las falanges. Me hace verme, como si fuera un superhéroe cabrón, repartiendo alguna venérea no contagiable pero que escueza mucho entre aquellos que hablan de amor pero pasan las horas en los mercados de carne con forma de apps que juran que hay un algoritmo para encontrar la persona de tu vida y tu media naranja exprimida y con taras.
Llevo muy mal oír un mensaje y ver cómo, alegremente, muchas personas hacen lo contrario.
Llevo fatal ver a los jubilados cruzar fuera de los pasos de cebra y gritar a los coches agitando sus bastones al aire como si fueran Iñigo Montoya. Aborrezco a quienes dicen que les apasiona la música y el cine cuando han ido a un concierto de Melendi, tienen un disco de Bisbal y pagaron por ver "ocho apellidos vascos". No puedo soportar a los que escriben "kiero", "x favor" o "xica". Tengo ganas de gritar al teléfono de todos los que están hablando con el volumen activado en el metro porque no les da el cerebro para ponérselo en la oreja y hacer de una conversación privada lo que indica el término. Tengo una amiga con la que he llegado a un acuerdo tácito: si conocemos a quien no sabe lo que es "dipsomanía" o decir dos títulos de canciones de van morrison, no nos vale. Si es capaz de usar "dispomanía" en una frase prometemos sexo, si ademas da el año y título de dos álbunes de Morrison, compromiso de al menos un mes y si nos dice que La Cabra Mecánica se refería a su familia cuando decía sentir dipsomanía de cariño, entonces, amor. Si usa frases de "amanece que no es poco" en sus anécdotas de cada día, amor eterno. Es una exageración pero no se aleja mucho de la verdad. "¿Que le parecen los casos de prevaricación de la diputación?"- pregunta el periodista por la calle y la inmensa mayoría se escandaliza mucho. "¿Podría definir qué es prevaricación?"- y mis enemigos, aquellos de los que hablo, no tienen ni idea.
Es muy moderno opinar de todo, no leer nada, no saber apenas y gritar mucho más alto. Votar a un partido político sin leer el programa, exigir derechos sin cumplir obligaciones, esforzarse lo mínimo y tumbarse en la cama para que nos adoren sin dar a cambio ni una caricia durante el momento del sexo oral.
El domingo me decían, frente a una cerveza con mucha gaseosa: "soy plenamente consciente de lo que dices pero he dado por perdida a esta sociedad y no puedo irritarme cada vez que veo algo así porque me explotaría la cabeza". Entonces he visto la cara de mi psiquiatra detrás de su mesa pidéndome, de una forma terapeútica, que no luche contra los molinos de la modernidad y la hipocresía porque me volvería a tener que medicar.
Se puede ser un hijo de perra y eso no es precisamente malo. Se puede ser un inculto, un imbécil, un mamarracho, una tarada, un egoísta o un gilipollas. Eso no es tan flagrante ni tan cuestionable. . El problema es que si se es alguna de esas cosas y no se sabe o se admite, entonces se es todas.
No es un problema ser tonto. El problema es ser estúpido.
Mi problema es que a lo largo del día sería capaz de ahogar en el vómito de su estupidez a diez o doce personas, ponersela en medio de la cara y decirles, con mi cara de Harry, eso de "anda, alégrame el día". No he empezado todavía pero se me empieza a notar. Me queda escitalopram en la mesilla.
Pd: (Y de eso va el libro, aunque reconozco que estoy proyectando)