Santo, santo Haz milagros Mueve el mundo Cambia el rumbo
Llévate los gritos de los hombres sin espíritu, Mi corazón Llévate los grandes titulares, los desatres y la superstición Llévate también las sonrisas congeladas y el abrazo del traidor Llévate las torres infinitas con antenas Lleva todo lo que puedas Deja sólo cosas buenas
Santo, santo Haz milagros Mueve el mundo Cambia el rumbo
Deja en el altar los regalos de los dioses que pedimos sin cesar Rompe las barreras, las fronteras, el silencio y los palacios de cristal Toca nuestra frente y devuélvele a la gente el instinto animal Dinos nuestro nombre verdadero, enséñanos el fuego Líbranos del tiempo, líbranos del miedo
Santo, santo Haz milagros Mueve el mundo Cambia el rumbo No te escondas No te rindas Santo, santo oye el llanto
Santo, santo, Santo, santo...
Llévate los gritos, llévate los golpes Llévate la furia, llévate los ruidos Lleva las promesas incumplidas, las heridas Déjanos lo bueno, déjanos la vida Haz que pare el tiempo y que sople fuerte el viento Llévanos al mar y haz q se abra el cielo Santo, santo Haz milagros
Santo, santo Haz milagros Cambia el rumbo Cambia el mundo ya
Si algo aprendí del 2016 es que por mucho que se desee algo no se consigue. También que hay pocas personas infinitas, y con eso me refiero a que son de esas que suceda lo que suceda van a estar ahí para que la espalda no toque el suelo al caer. En un libro decían que hay cinco, solamente cinco personas en la vida de cada uno que están de esa manera y que ni siquiera son de esas que aparecen todos los días pero que por alguna razón mágica, permanecen. Se cuentan con los dedos de las manos y no son quien queremos que sean porque no se controla, no se sabe que esa persona se quedará siempre. Ni siquiera que está ahí. Nos encanta confundirnos y nos sorprende, en lugares insospechados, la sensación de no querer que se vaya nunca.
Si algo aprendí del 2016 es que esa sospecha de que la democracia es el nuevo postureo era cierta, que ganó Trump, se hizo real el Brexit, se votó no a la paz en Colombia, se castró renovar la política italiana o se decidió, democráticamente, joder al inmigrante en algunos lugares de Europa, cuna de las libertades. También que la ceguera es absoluta y que el descuento hiperbólico es una verdad que empieza en la cola del Primark y acaba en la barra de los bares pasando por las urnas. Idiocracia en estado puro.
Si aprendí es que ganan los simples y los vendedores de humo. Que Samsung, Apple o Volkswagen pueden mentir sin ningún rubor y seguirán teniendo ventas pero que las jubiladas gritan al pescadero porque le salieron mal tres percebes mientras a sus nietas les llegan piedras desde AliExpress y vuelven a comprar la oferta que no es. Aprendí que nadie está a favor del trabajo infantil pero se hace cola, con la izquierdosa conciencia social, en Zara para la oferta de mentira mientras las hilanderas se mueren de hambre en Porriño.
Aprendí que las chicas no quieren ser damas pero ansían sentirse princesas (y también que dispongo de una gran mujer dentro de mi). Recordé que, teniendo algo menos de 10 años, intenté ser un niño amable con esa chica que me gustaba pero que a mediados de verano se fue con Benito, a quien su padre le había comprado una moto. Si cambiamos moto por promesas que no valen nada estamos en lo mismo una y otra vez.
Aprendí, incluso, que si alguien se va poniendo zancadillas no es mi culpa y que la culpa es la gran pelota que nos lanzamos en los juegos psicológicos que jugamos sin aceptar que la única manera de ganar es no jugar.
Será, quizá, que ha sido un año de aprendizaje. Tengo ganas de que sea un año de esos en los que al mirar atrás uno se siente orgulloso.
Yo desperté pasada la mitad del 2016 y eso me hace ser agradecido para mi reloj despertador con mejor mirada que barbilla. Pero también para quien ha estado siempre, aunque yo fuera sea un gilipollas. Pero no soy el único, ni el más. No sólo pierdo yo, a veces me pierden. Estamos empate. Empecé el año perdiendo. Es un paso.
Extra, personajes IMAGINARIOS, que vienen a joderte el 2017:
-"Soy una persona tan estupenda, tan cojonuda, que por estar aquí me debes admiración, por quedarme quieta me has de adorar, por existir tengo derecho a un salario digno, un piso con calefacción, a placer oral de calidad y gratuíto. Debe de ser mi manera de ver el mundo, mi ideología, mi acceso gratis a la wifi, mi patrón de desbloqueo. Mi música, mi orgasmo, mis bragas de mr wonderful. Mi sistema operativo, mi libertad identitaria, mi tribu urbana excluyente y mis días festivos. Si no lo aceptas, eres un machista, racista y cabrón. No me mereces".
Madrid se despertó frío. Dos palmos de nieve cubrían las aceras. A las seis de la mañana sólo había humo de los tubos de escape y esas luces de las farolas que están rodeadas de una neblina que lo cubre todo. Con el paso del tiempo van cambiando los significados y, sin embargo, siempre es lo mismo. Hace unas semanas me preguntaba mi psiquiatra sobre las expectativas. Lo hacía sin usar esa palabra. Yo hacía gala de mi libertad, de haber conseguido con mucho esfuerzo y mucho sacrificio, matando partes de mi vida a las que no di importancia cuando la tienen, ser libre. -Puedo hacer lo que quiera. Soy el único dueño de mis actos- decía. Entonces tomaba aire. -Pero tengo la sensación de estar preso- Él me miraba y me volvió a preguntar -¿Cree que podría trabajar para alguien?-. -Lo ansío- respondí. -Calmar la responsabilidad de que todo lo que suceda es por mis actos, buenos y malos. Aunque tampoco estoy muy seguro de ser capaz pero sí que echo de menos que cuando esté dudando o parado haya un empujón o un cartel con la dirección que tomar, aunque sea para decir que no-
-¿Por qué de esa decisión?
-¿Cual?
-La de tener que demostrar que usted es capaz. Porque está claro que lo es.
-Yo no lo veo así.
-Porque está usted ocupado en compadecerse.
-No lo creo. Es la eterna búsqueda de la recompensa.
-¿Qué recompensa?
-Se lo voy a preguntar de otra forma. ¿Por qué se embarcó en su negocio?
-Para demostrar en casa que yo no era una carga y que me valía perfectamente.
-¿Para demostrarlo a quien?
-A mi padre
-¿Y qué es lo que me ha dicho que ansía?
Dudé mientras buscaba lo que había dicho tres minutos antes-Un empujón o una dirección-
- ... aunque sea para decir que no- terminó él.
Mierda. En realidad le sigo echando de menos cada dia desde aquel que era tal día como hoy pero en 2009. Una capa de nieve y hielo llenaba el camino al hospital.
Teniendo en cuenta lo poco que valen los votos lo que nos queda como sociedad es nuestro consumo.
Así que como se acerca una semana de gastos os pido que, antes de comprar, penseis tres segundos si Amazon, Ikea, Apple... repercuten los impuestos en vuestra sociedad en vez de en luxemburgo. Si detrás de esa camisa de Zara hay un niño cosiendo o si acaso tras Marimar hay un entramado de empresas que desvían los impuestos a Balonia y así pagan a los profesores alemanes para educar a más alemanes en vez de a vuestros hijos o pagar al médico que os curará el día que os duela algo.
También os pido que penséis que quien os atiende es una persona.
Muchas veces comprar no es un acto de gasto sino un acto social que engrasa los engranajes de nuestra propia cultura y nuestro beneficio futuro. Y de ese futuro los responsables somos nosotros mismos.
1- ¿Quieres más servicios sociales?: paga en empresas que tributan en tu hacienda.
2- ¿Quieres que los bancos no ganen más?: paga en metálico
3- ¿Quieres más vida en tu barrio?: compra en tu barrio
4- ¿Quieres que te traten bien?: compra a un autónomo (y respétale)
5- ¿Quieres un mundo más justo?: pregunta o lee el origen del producto.
Dime qué significa esa mirada. No queda tiempo y descifrarla puede llevarme algunas vidas que ya no tengo; se fueron entre mis dedos. Así que dime si es cierto que quieres venir conmigo, aunque no sepamos dónde, y aunque no haya futuro... futuro que siempre llega demasiado tarde. Se muere la madrugada. Nosotros estamos vivos. Acabo de resolverlo: vienes conmigo.
Una vez, intentando analizar la dirección que está tomando el mundo de la tecnología (del que yo como) alguien afirmaba que el dispositivo pasará a un segundo plano porque lo que va a importar es el contenido. En ese sentido y probablemente con esa misma idea muchas de las grandes plataformas tecnológicas se han lanzado al cuello de los clientes con sus exclusividades, sus HBO´s y sus Netflix. Su Formula 1 y esa manera casi mística de vivir los penúltimos partidos del siglo. Más o menos hay un mensaje encubierto, ratificado por mil millones de freaks sin criterio, en el que sin determinadas series alguien es un jodido paria, un mierda y lo que es peor, un inculto, un apestado.
-Si no te gusta juego de tronos no tienes criterio.
-¿Has visto juego de tronos?
-No, pero es muy buena.
En realidad el dispositivo, y con eso me da lo mismo que sea una televisión mejor o peor, un ordenador de calidad o alguno de los que venden por ahí (modo publicitario: on) o un telefonito con más o menos ram, hace tiempo que, desafortunadamente, pasó a un segundo plano. En realidad no se busca la calidad sino lo masivo del consumo. Eso lo dice alguien que veía el porno codificado pero aquellos eran otros siglos y la necesidad, la misma. Lo cierto es que la calidad del sonido y de la imagen parece que ya no importa y los screeners son una plaga tan abundante como el sexo de baja calidad (y sin ningún amor). Los anuncios de vehículos hablan de lo que sale en la pantalla de la consola central pero nunca del motor.
Lo que es triste, y ahí es donde tenía la intención de llegar, es que los criterios masivos han devorado a los criterios de calidad. Yo sólo veo series que terminan y será porque todas mis historias tienen un final, aunque sea abierto. Tengo la fea costumbre de escuchar los discos enteros y de esperar a los títulos de crédito. Nunca, jamás, hago una crítica sin haber oído el disco y eso me lleva a afirmar, con una pudorosa vergüenza, que hace dos semanas vi en directo a La Oreja de Van Gogh, la tremenda basura de los Gemeliers y al señor Funambulista, que ganó en mi valoración previa. Sin embargo hay una preocupante tendencia, casi parecida a aquella época en la que los juguetes que no salían en la tele no existían, en la que la cultura se ve monopolizada por imposiciones sociales de otros.
Tenemos más cultura que nunca, más libros que nuestros padres y, como cerdos sometidos a las sobras que nos lanzan, parece que si no comemos del cubo que nos ponen no pertenecemos a la manada. Es muy duro ser Juan Salvador Gaviota y no querer comer pescado. Es triste asombrarse con un grupo de músicos que mendigan el porcentaje de las copas en un bar y ver grabaciones en directo de mangarranes que hacen gorgoritos en pabellones repletos de gruppies. Hay tantos pabellones llenos como mierda en los últimos discos de Coldplay. Es una vergüenza sentirse apartado por no conocer ninguno de los diez discos más vendidos o las seis series más vistas. Es crítico creer que solamente existe la cultura de los tuiteros más seguidos o los youtubers más caranchoas. No es una cuestión de edad sino de criterio y de esa manera de vivir en la que parece ser necesario sentirse identificado en un grupo. Los grupos los hacen los publicistas.
Después de matar al dispositivo quedaba matar la cultura y convencer a la masa que la cultura es "lo que hay que ver", a ser posible bajo subscripción. No me fío de los consejos de los hipsters de abono premium. Sin embargo cada día encuentro grandes obras desconocidas sin escarbar demasiado.
Extra: Vale para las relaciones personales.
Conocí a alguien. Fuimos a ver el mar. La quise a mi manera, que es sin hacer ruido. Soñé con hacerle el desayuno, con leer en voz alta alguno de mis textos o hacer a medias un autodefinido. Me esforcé por conseguir que mañana fuera algo diferente y más sorprendente que hoy. No fui capaz de prometer magníficas tardes de complicidad, intimidad y pasión. Soñé con ellas mientras viví en este poso dramático que me arrastra. No hice publicidad de mis intenciones y eso fue un error. No regalé las flores porque supuse que con mi cariño era suficiente. Siempre me educaron creyendo que las bondades vuelven en forma de bondad, que el amor vuelve como amor, que la fidelidad implica que alguien que es perfectamente capaz de ir con cualquiera ha decidido estar contigo. Y se fue, da igual cómo y contra quien, con un edulcorado, luminoso y embaucador vendedor de humo. Después, a nuestra forma, los tres nos quedamos solos. Ella sin realidades. Yo sin publicidad. Él se sumergió en otra campaña publicitaria pero cree de si mismo que es mejor amante porque folla más. Tiene más visitas. Le hacen retuit en todas y cada una de sus gracias. Nunca eso fue sinónimo de calidad pero parece que ahora sí. Es de esos que se miran en el espejo mientras se masturban y, además, ponen caras.
Es sorprendente. Cuando una estrella futbolística de un equipo es perseguida por hacienda los fanáticos de su club afirman, con gran indignación, que todo responde a un ejercicio de desconcentración por parte de los poderes fácticos para que su delantero deje de meter goles. Si la misma acusación se realiza sobre la estrella rival es, obviamente, un ejercicio de persecución democrática del fraude.
Cuando, tras el informe sobre la educación española donde se ha resaltado la diferencia entre algunas comunidades, los responsables de las peor paradas han explicado que es culpa de Franco o que los examinadores han ido expresamente a preguntar a los niños más tontos pero jamás han reflexionado con que quizá algo no les esté saliendo bien. Jamás.
En cierta ocasión me preguntaron sobre aquella idea peregrina de cierto gurú político de poner un salario de 1300€ a cualquier persona por existir y mantuve que la naturaleza humana es tan miserable que una pareja en paro con un hijo mayor de edad sin trabajo jamás se preocuparía de aportar nada a la sociedad si les ingresan 3900€ al mes. Entonces me acusaron de ser un derechón fascista. Sin embargo cuando afirmo, lleno de convencimiento, que nuestro sistema debe de cuidar y apoyar a quienes han tenido menos suerte que otros hay alguno que me acusa de ser un rojo cabrón. Hay, incluso, quien me ha acusado de ambas supuestas traiciones. Parece ser que quien mira necesita sentir que el otro es malo de los del otro extremo siempre. Por alguna razón tranquiliza.
Desconozco si quien lee estas líneas ha jugado alguna vez a buenos y malos, a indios y vaqueros. Ni siquiera dispongo del dato de saber si ha visto las buenas películas de la guerra de las galaxias pero sabrá quienes son los stormtroopers, los indios, los vietnamitas o los árabes en las películas más modernas. Tienen algo en común: se mueren. También tienen en común carecer de vida anterior. Les vemos caer sin saber sus nombres, sus inquietudes o si tienen aficiones, amores, hijos o mascotas. Los cadáveres están cosificados y eso nos calma porque solamente sabemos que están ahí para morir a manos de héroe (defensor de la verdad, la justicia y asesino). Y que son muy malos porque son el enemigo.
Así que en este mundo moderno existe una necesidad imperiosa de estratificar a quien no piensa como nosotros, de convertirlo en un arquetipo, de retirarlo de la ecuación y ubicarlo en un lugar antagónico, carente de corazón, moralmente disfuncional donde su eliminación resulte la mejor de las soluciones.
Deseemos que Messi se parta una pierna, si somos del Madrid. Que Cristiano se empotre con alguno de sus Ferrari contra una farola puesta a traición por el equipo de gobierno de Manuela Carmena. Fantaseemos con que a Mariano se lo coma un oso que esté despistado por El Pardo mientras va braceando en su entrenamiento matinal, que a Pablemos se le salgan los ojos después de estirar demasiado la coleta, que Puigdemont esté muy calvo debajo de ese pelazo o que una bacteria en bebidas energizantes reviente a mil doscientos aspirantes a tronistas. Yo también he pensado en voz alta cuando un atasco me para y un listo adelanta por el arcén que ojalá se metiera una buena hostia. En todos esos casos deseamos el mal para nuestros nuevos enemigos pero lo que nos jode es que meten goles a nuestro equipo, disponen de un poder que creemos que nos castiga o viven una vida que deberíamos de disfrutarla nosotros. "Suum Cuique" significa "a cada uno lo suyo" y cuando pensamos en "los otros" podríamos estar completamente de acuerdo excepto si nos damos cuenta que eso mismo ponía en la entrada del campo de concentración de Buchenwald y entonces no, nosotros no somos unos nazis.
Pero el que no piense como nosotros es un hijo de puta y merece todos los males. Bueno, tampoco. Sólo el enemigo, el del equipo contrario, el del otro partido, el stormtrooper, Darth Vader y el vecino del hijo del diseñador de la estrella de la muerte.
!Qué bien nos iría siendo un poco más empáticos y algo menos gilipollas!
La posición correcta suele estar en el medio pero el medio es mucho menos divertido porque a veces los malos son el 50% de nosotros y para aceptar eso, reconocer un error, pedir perdón o estar contento tras un partido en empate, hay que pensar.
Es una cualidad en proceso de extinción devorada por zombies con entrañas fanáticas saliendo por sus bocas ensangrentadas, votando a mesías escorados a derecha o izquierda, al brexit, en contra de la paz en Colombia, a Trump, a la ultraderecha austriaca o francesa. Quemando contenedores "por la democracia" griega, aclamando a dictadores muertos de Cuba o de España, tirando piedras a diputados de otros partidos en la carrera de San Jerónimo o brindando porque se ha muerto alguna cabrona mientras desean ganar partiendo la pierna del contrincante.
No va a menos. Al contrario. Dales tiempo. Es más fácil invadir un país que buscar una solución, partir la cara del contrario que hablar con él. Es la "enemización del mundo"
El psicólogo Robert Sternberg definió, una vez, el amor como una relación entre tres parámetros principales: intimidad, pasión y compromiso. Los puso en una pirámide y empezó a describir las diferentes combinaciones que le aparecían (amor fatuo, sociable, romántico, vacío, cariño, encaprichamiento...). Lo llamó, casi como un título de película de esas dramáticas que dan después de comer, La Teoría Triangular del Amor.
¡Qué fácil!, ¡Que obvio!, ¡Qué sencillo!
Entregarse, comprometerse y apasionarse. Casi como si fuera una máxima y aplicable a todas las relaciones. En realidad no hay grandes diferencias entre lo amistoso y lo sentimental, si es que obviamos la pasión entendida como un pasillo que se queda antes de llegar a alguna habitación. Tampoco hay grandes diferencias en todo aquello que implica a humanos porque, en el fondo, nuestra vida se compone de relaciones humanas. Nos relacionamos con los amigos, las parejas y los clientes. Nos relacionamos con la familia y con quien nos mira en bicicleta. Nos apasionamos en esas conversaciones que surgen en la tercera copa o incluso cuando debemos o nos deben dinero o favores. La pasión sorprende en lugares insospechados pero es mucho más interesante si aparece en espaldas suaves acompañadas de aquella mirada que se entorna y se estremece con unos ojos que observan de soslayo.
Pero hay algo que se nos olvida casi siempre. Nosotros. Se nos olvida el motivo por el que actuamos y que va mucho más allá de lo que decimos o de lo que somos capaces de describir con palabras. Tenemos un duende dentro que nos sodomiza y nos sabotea. Hay veces que, como los niños que se dan cabezazos contra la pared porque no les dan los dulces, necesitamos vivir en algunas telenovelas, escondernos dentro de mil y un dramas, ir a los lados del triángulo para no quedarnos nunca en el centro.
-En un tornado no hay aire en el centro- me dijeron una vez como si fuera una enseñanza -pero en el momento en que se sale de ese centro, el aire huracanado arrastra- y aquí hay que hacer un gesto en espiral con la mano- Lo difícil es mantenerse en el punto de equilibro de fuerzas.
El ser humano es curioso y cobarde, es un perro al que alguna vez han querido pero que también recuerda lo que le dolieron los palos cuando se acercó, moviendo el rabo, a por lo que parecía un hueso. Entonces se pone digno y desea, como todos, sentirse importante, querido y que apuesten por él. Al final siempre es un pequeño pulso y en los pulsos, como en las peleas, quedan dolores en todas partes. Hay lesiones musculares que no se llegan a recuperar nunca y hay veces que nos descubrimos caminando con miedo porque una vez nos hicimos daño.
Entonces, aunque todos somos teóricos infalibles, se nos olvida la verdad. Se nos olvidan todas las memorias, todos los miedos, toda la culpa donada y acumulada. Se nos olvida la memoria de los músculos. Se aparta a un lado, pero sigue ahí, la caja que contiene los sinsabores y las idealizaciones de las experiencias pasadas. Se espera, porque si algo hemos aprendido es la dignidad propia, que vengan a rescatarnos, que sea el rescate a una hora que nos venga bien, en un caballo adecuado y la persona indicada. A ser posible que no pregunte mucho y si acaso descubre alguna de nuestras debilidades, que no haga sangre con ellas. Hay quien tiene miedo a rescatar y quien tiene pavor a ser rescatado. A partir de una edad todos somos princesas en nuestros torreones. Creemos enamorarnos, fingimos intimidad, follamos como leones y hacemos las confesiones justas pero nunca concedemos todo a la vez porque eso es como jugar enseñando las cartas y alguien nos convenció que de esa manera lo único posible es perder por mucho que la teoría diga lo contrario.
Estar caminando por los extremos del triángulo resulta hasta sencillo y en cada vértice hay una extraña añoranza de los otros dos. Es culpa tuya, es culpa mía, es responsabilidad del pasado y del miedo a un futuro con un clima demasiado frío. Nos fuimos a rescatar a la vez y cuando tú estabas en mi torreón yo estaba en el tuyo, con un caballo cojo y una lanza oxidada. Es un triangulo escaleno o isósceles pero nunca equilátero. -¿Por qué estamos haciendo esto?- , -¿Qué?, -Hablar- Es el diálogo más rudo sobre la necesidad de amor y la imposibilidad de lograrlo como quisimos descubrirlo. Que sea verdad y no haya una sensación de conformismo ni un silencio incómodo o heridas mal cicatrizadas. Que no nos aterre ver que puede ser, que puede cambiarnos por dentro, que nos encontremos junto a la parada de autobús y seis horas después haya una luz que ilumine desde los vértices.Y deslumbra como la sensación de calma al ver la espalda con la luz que entra por los agujeros de la persiana.
"Pídeme" es una forma egoísta pero lícita de solicitar valor. Esperar esa palabra y no oírla. Quizá no decirla. Después del silencio triangular lo que queda es un esguince muscular con forma de desAmparo.
Tu pelo ardiendo, vi tu pelo ardiendo y, entre el humo, una ciudad. "Este es mi sitio". "Tú debes recorrerte el mundo entero". Si me hago daño, te voy a hacer daño, siempre hay una excusa y ahí está. No hay culpables, pero una voz me dice: "No has cambiado". Cada vez que veo que no estás, las sirenas, los demonios y el ruido del mar no me dejan dormir en paz, no me dejan. Tu voz en llamas, oí tu voz en llamas, y entre el fuego hablabas de viajar en avioneta, piloto yo y vomitas tú el cielo. Tu pelo ardiendo, vi tu pelo ardiendo y, entre el humo, una ciudad. Los edificios empiezan a sentir el mismo miedo. Cada vez que veo que no estás las sirenas, los demonios y el ruido del mar no me dejan dormir en paz, no me deja el viento que ahora grita lo que no quiero escuchar, agujas en los ojos eres tú en el vendaval, tiritan las ventanas recordando nuestro plan. El monstruo nunca duerme y nunca consigue olvidar y si algo he aprendido lo tendré que practicar. Saldré vivo de esto aunque no quiera hacerlo más ... (Nunca había llegado a sus entrañas, yo nunca, nunca, yo no... ). Dicen que el monstruo nunca...
Daimón
Término griego (que no se suele traducir) con el que los griegos se referían al destino individual de cada cual; el término tenía connotaciones religiosas, y se consideraba que el destino de cada cual era algo divino o asignado por los dioses. En ese contexto era, con frecuencia, personificado, de forma similar a lo que otras culturas percibieron como ángeles o demonios.
Platón, sin embargo, en el mito de Er, de la República, presenta a cada cual como responsable de su destino, de su daimón, al haberlo elegido el alma de cada cual antes de su siguiente reencarnación. En el Sócrates platónico el daimón se presenta con frecuencia como una voz interior a la que escucha y obedece..
En 1998 se publicó una de mis canciones favoritas. Y se repite (aunque sea la versión brit de un pagafantas y le hicieran una película (Grandes Esperanzas)).
Hay estrategias que siempre funcionan, consejos que nunca fallan. Uno es: "dar la cara es la mejor manera para que te la partan".
Pensemos en una compañía aérea. Un tipo, en un despacho, valora la manera más eficiente de ahorrar queroseno y de reducir los costes en cada aeropuerto con el resultado de dejar en tierra, poseídos por los retrasos a miles de pasajeros. Él está en su casa comiendo nachos y una buena chica, con su contrato precario, es insultada por barbudos indies que hablan de la confabulación de las grandes empresas contra su libertad a volar dignamente. Detrás del mostrador a quien le parten la cara es a quien la da porque a alguien hay que partírsela.
Pensemos en Facebook, que ha matado por error a varios miles de usuarios. No se deja de usar la plataforma sino que se le da publicidad y se va a la tienda de informática del barrio, que es donde realmente te solucionan los problemas, a gritar que ese ordenador está defectuoso porque no sale en pantalla lo que está deseando el usuario (es un caso real). En ese momento intentan partirme la cara y por mucho que pongo cara de circunstancia y soporto las impotencias del cliente hay una parte de mi que considera que estoy soportando algo más de lo que no merezco.
Una actitud bastante común en medio de una ruptura, en ese punto en el que no hay energía para poner las cosas en su sitio casi como si la entropía se hubiera disparado, es dejar de responder. "Voy a echarte de menos"- y no obtener respuesta. Llamar y oir cómo suena y suena pero nadie responde. He estado en los dos lados, lo reconozco, pero también he estado en el tercer lugar, en el que recibe las hostias por la mierda que ha esparcido otro. También, dada mi edad y mi absoluta tendencia a interesarme por mujeres que estén tan taradas como yo, he tenido que lidiar con la cicatrización de las heridas que no hice y muchas veces me han buscado porque soy, precisamente, el compañero perfecto para ahondar en una pena que viene de atrás. Hay personas que te eligen porque te pareces tanto al anterior que es seguro que vas a cometer el mismo error. Claro que eso es otra historia en el comportamiento humano tendente a la autodestrucción o poseído por la aquitifobia.
Lo curioso y lo único que intento decir con todos estos ejemplos es que no somos capaces de gestionar nuestras frustraciones y que nos importa bastante poco contra qué o contra quien mientras sea violento, mientras sea un agujero por el que sacar nuestra frustración. Da igual quemar un banco público porque ha perdido nuestro equipo, gritar a la chica del mostrador, insultar al informático, al mecánico o culparme de tus heridas de antaño. El único patrón que se repite es que le parten la cara a quien está. No he visto nunca al dueño de Zara gestionando una reclamación y he visto, sin embargo, mil clientes enfadados volviendo a comprar donde les hicieron daño, algunas personas volviendo al lugar donde juraron que jamás iban a volver. Es un patrón de comportamiento humano que tiene que ver con el trabajo y las excusas, la verdad, aceptar que lo bueno nunca es tan bueno como habíamos soñado y que aunque queramos ser el centro del mundo el truco está en hacer un diagrama de Venn. Hay aviones que no vuelan porque queremos volar por dos euros de forma transoceánica y hay parejas que no vuelan porque los dos quieren ser alas y ninguno fuselaje.
Y, mientras, el teléfono deja los mensajes de amor verdadero abajo en el tiempo, en la bodega de carga del avión.
(Del libro a medio escribir. Es un capítulo en el que intento describir que aunque siempre es sexo no siempre es lo mismo ni significa las mismas cosas. Mis personajes no son santos. La selección musical ha sido ardua)
OPCION 1:
(Antecedentes: Roberto y Maria viven en esa excusa de ser amantes cuando en realidad son amigos y se necesitan, pero no son capaces de admitirlo)
Más adelante Roberto y María se
encuentran porque encontrarse también puede ser romper alguna de esas barreras
que se originan en el sofá y que se caen cuando se van deslizando por él hasta
caer de costado encima del otro. Se encuentran poco a poco, casi como si fuera
un desliz, como si fuera la búsqueda de la manta en medio de un sueño o un
movimiento reflejo y reconfortante parecido al olor de la casa donde vive la
familia. Existe un lugar entre el vicio buscado y el calor necesario donde se
esconden las cartas que más de uno se guarda en la cama como si fuera un
reducto en el que la piel aún esconde secretos. Más de uno, desnudo, se esconde
más que vestido. Más de uno, aturdido por el ceremonial, es torpe con los
cubiertos. Ellos no. Se recorren conociendo las cavidades y los montes
imperfectos. Se reconocen con los ritmos de la respiración y se ayudan con la
fuerza de las piernas para hacer de una misma sombra las dos formas y adivinar,
casi sin verlo, que María agarra la sábana con la mano izquierda apoyada con el
codo derecho. Roberto sabe que a ella le gusta que la mano la sujete por debajo
y vaya ascendiendo despacio para parar los dedos en círculos mientras se
arrodilla ante su cuerpo tumbado y arqueado para verla temblar, callada, como
una presa amordazada con síndrome de Estocolmo. Y, después, tumbarse a su lado,
coger aire, sentirse en casa y no admitirlo.
OPCION 2:
(Antecedentes: Juan y Silvia: "Quizá se rindieron o quizá se encontraron. En
realidad aquello surgió en el mismo instante en el que la toalla estaba tirada
en el rincón del ring sobre el que se desangran los que van perdiendo a los
puntos. Da lo mismo quien invitó a quien o si acabaron en la cama la primera o
la cuarta noche, que es el filo en el que un posible amante se convierte en
amigo")
Juan se mete en la cama y
enciende la televisión donde busca algo que haga ruido pero que no moleste y
Silvia, como en un pequeño ritual, deja en la esquina inferior de su lado de la
cama un pantaloncito a cuadros con elástico y una cuerda rosa para atarla a la
cintura. A su lado una camiseta de esas a las que se les tiene cariño por su
historia, antigüedad o forma. Se va desnudando con un ojo en la televisión y
otro en Juan, por si la mira y ella puede hacerse la pudorosa entre el chándal
de estar en casa y el pijama de dormir, entre quitarse los pantalones para
dejar claro que lleva uno de esos tangas que son un triángulo con una tira que
desaparece, entre sonreír mientras da esos dos saltitos con los que el pijama
va a su lugar y entre tocarse, como poniendo en su sitio, los pechos en el
espacio de tiempo que hay desde el sujetador a la camiseta, que es la versión
sofisticada y excitante de la poco glamurosa forma de tocarse los huevos en los
hombres para dejarlo todo en su lugar. Ella se mete en la cama y como buena
mujer se acerca con una sonrisa y toca con los pies a traición. En una queja
contenida él la mira sin moverse por el frío y ella le acaricia el pecho y se
va acomodando entre el hueco del hombro y el cuello. Cierra un poco los ojos.
Baja un poco la mano. Él pasa el brazo por detrás de ella y pueden notar la
respiración en la cara. Hay una melodía de respiraciones cómplices que conocen
y la velocidad arrítmica de las huellas dactilares. Es en el momento del primer
misil, de la primera punta del dedo sobre el pérfido lugar que hay desde el
ombligo hasta la base del pene, cuando recoge el brazo que tenía sobre ella
para ponerla encima y agarrarla con ambos brazos y, una vez equilibrada, buscar
debajo de su camiseta y subir las piernas para rozarla o levantarla. Besarla y
besarle. Seguir como un sonido que va a subir, como una sinfonía antes del
golpe de miedo en una película. Esperar a que no pueda más y se mueva atrás
para quitarse la camiseta, que estire los dedos sobre el pecho de él. Que vaya
bajando o subiendo para que desaparezca el pantalón. Mirarla desde abajo o
mirarla abajo. Mirarle desde arriba, abriendo con dos dedos la visión de la
lengua. Volver a montar, con el tiento que da el principio y llegar al momento
en que todo resbale. Echarse a un lado y las sábanas abajo. Poner la boca en
redondo y abrir las piernas pidiendo un poco más, con las corvas de las rodillas
apoyadas en sus codos. Mirar a los ojos y encontrar sus ritmos, los conocidos y
los repetidos. Subir. Agitarse. Empujar con las piernas como una señal para
perder el control y esperar a que se liberen para agarrarse de esa forma en la
que los tobillos cierran el candado del sexo. Y explotar con él dentro, con
ella ardiendo. Y quedarse un momento en un abrazo y oyendo su pecho encontrando
la palpitación correcta.
OPCION 3:
(Antecedentes: Andrés es un buen tipo solitario)
Andrés deja a un lado los papeles (...) Sin embargo, entre ese momento de apagar
la luz del despacho que queda en su casa en la habitación que debía ser de los
niños y el camino hacia la cama hay un silencio poderoso que huele a fracaso o
a perdición. A un nuevo camino sin salida de esos a los que se llega sin poder
adivinar el momento en el que se tomó la decisión equivocada. En determinados
momentos un apartamento en silencio es casi la prueba de una derrota. La
libertad era la capacidad de poder hacer lo que quisiera pero, sin embargo, eso
lo dicen los que están poseídos por las obligaciones. Comprar yogurt, tener
siempre embutido en la nevera. Aquella mujer siempre tenía embutido y a él
siempre se le olvida comprarlo. Mientras se tumba entre las sábanas recuerda la
mesilla en la que ella dejaba los libros amontonados y la sorpresa de encontrar
su cuerpo al darse la vuelta, al despertar por la mañana y cómo, cuando
vivieron una primera noche, ella se deslizó y le miró como un pecado al que
aferrarse. Es capaz de visualizar aquel cuerpo de costado reflejado en un
espejo y la bata entreabierta por la mañana para volver a la cama. En momentos
como el de hoy se quedaría abrazado, meditando entre las ondulaciones que hacen
los músculos del cuello y pasando la mano entre sus formas para certificar que,
suceda lo que suceda después, en ese momento se es más fuerte. En ese momento
en el que las manos de ella le recorren y le encuentran. Con esa mirada que
ponía cuando la desnudez se despojaba de las mantas y con esa húmeda sensación
de tenerla consigo. Aquella noche, justo antes de dormir, Andrés se masturba
como un adolescente cerrando los ojos para no olvidar los caminos perdidos.
OPCION 4:
(Antecedentes: Jorge es un buen tipo con poder y Patricia una manipuladora)
-¿Sabes lo que espero yo?-
pregunta Patricia entre una voz con tono a travesura.
-¿Qué?- responde Jorge con una
pregunta mientras se despista apagando la luz del baño y acercándose a la cama.
-Que me folles- responde mientras
levanta las sábanas y deja a la luz una lencería digna de película
pornográfica, con los pezones respirando entre las líneas de cuero de un
sujetador sin pudores, un pequeñísimo tanga con remaches y un liguero que
destaca cuando las piernas las deja encima de la cama- como si fueras mi rey y
yo una súbdita, una cortesana caliente dispuesta a todo por los favores de su
magnánimo señor. En ese momento le sujeta y le tumba. Le agarra con las
piernas, una a cada lado, y le guía las manos desde que empiezan las costillas
hasta las axilas. De ahí hasta los corazones. Apretando y bajando para pasar
por los remaches. Entonces le estira los brazos y se apoya llega con una mano
para sujetar las dos muñecas mientras que con la que tiene libre le libera de
pudor y aprovecha la excitación para cabalgarle. Primero despacio y más tarde,
lazando el cuerpo atrás con liberación de manos, soltar el pelo y agitarse como
una amazona o una fan que ha entrado al camerino del bajista estrella de su
grupo favorito. Y grita, y se retuerce. Deja que Jorge la mire esperando que no
lo olvide y dando, casi descaradamente, ese carácter de proposición imposible
que tienen las grabaciones amateur de las películas pornográficas que se
consiguen gratis en internet. Es un maquillaje que cambia porque cambian los
polvos.
"Bueno, Marianne, ha llegado el momento en el que somos tan viejos y nuestros cuerpos se están desmoronando, que creo que te seguiré muy pronto.
Estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, podrás alcanzar la mía. Sabes que siempre te he querido por tu belleza y por tu sabiduría, pero ahora solo quiero desearte un buen viaje. Adiós, vieja amiga. Mi amor infinito, nos vemos al final del camino."
A veces algunas canciones son mucho más grandes cuando se sabe su historia. En 1958 Leonard conoció a Marianne y aquel romance duró tres años pero sin embargo, al oirle cantar así, la quiso siempre porque hay personas que aunque pasen, no estén o nos inventemos sucedáneos. Ella murió en julio y él la cantaba así.
(Extraído del libro que no consigo acabar de escribir nunca)
Samuel Hahnemann fue el pionero de la homeopatía. Básicamente
estableció una pseudociencia que se basa en usar pequeñas cantidades de las
substancias que generan la enfermedad que se quiere tratar diluidas en agua y
aunque, a base de diluir y diluir, en el componente final ya no queda resto del
principio activo se apela a una especie de “efecto memoria” en el agua que lo
convierten en sanador. Los resultados científicos se dividen en dos: los que se
han demostrado que no funcionan y los que no se sabe si pueden funcionar. Hay
una única verdad: mientras se juega con ello la naturaleza se dedica a hacer su
trabajo y es por eso que algunas personas se curan y, por extraña
coincidencia, homeópatas que se hacen ricos. Aunque también existen algunos que
apelan al poder de la mente y la energía, de la potencia descomunal de la
fortaleza del ímpetu y la fe.
Existen personas que necesitan creer porque hace falta
algún tipo de motivo por el que despertarse por la mañana y la ciencia, en
general, es demasiado fría. Es más emocionante el deporte, los parques de
atracciones, las rifas y la homeopatía. Probablemente porque la posibilidad de
éxito es menor y quizá por ello un resultado positivo parece más gratificante
que la seguridad de saberse ganador. El riesgo, por definición, es lo que
alimenta la satisfacción posterior.
Dicen
que hay una media de siete parejas antes de llegar a la definitiva. Unos lo
logran a la primera, otros se rinden en la cuarta y algunos llegan a la
duodécima. Hay una seguridad casi absoluta de que esa persona en la que te
fijaste al entrar por la puerta del bar no sea ninguna de ellas, pero si lo es,
si acaso sucede o si se da la alineación de planetas adecuada para que se
inicie una conversación, sea una gran conversación y además sea de esas
conversaciones que no entran en círculos y no se acaban nunca, entonces el
orgasmo no es una cuestión, como se supone, física, sino el sentimiento
desbordante de que se ha cruzado una meta arriesgada e imposible.
No
es lo mismo sin riesgo y quizá por eso el ser humano es permeable a
determinadas acciones que estadísticamente le pueden llevar a perder. El amor,
la competición y encomendarse sin red a los designios de un Dios, un jefe, un
padre o un gobernante son ejemplos de ello.
Desde
ahí. Desde ese punto de partida y quizá incluso en una caverna aparecieron los
tramposos. Eran los que decían que habían matado al Mamut cuando, en realidad,
habían estado escondidos mientras los otros, con pequeños pedazos de madera con
piedras de sílex en los extremos, perseguían y morían junto al animal fruto de
la lucha desigual. No era la misma satisfacción de ser verdaderamente un héroe
pero sí la satisfacción del reconocimiento. Eso también engancha y sobre todo,
como una adicción enfermiza, la satisfacción de ser más listo que el guerrero
por conseguir lo mismo sin traer heridas de muerte.
Más
adelante aparecieron los estafadores profesionales, inventores de argucias y de
halagos para fomentar la idea de la oportunidad, la oferta, el momento en el
que ser más listo que los demás sin percatarse que se era, precisamente en ese
instante, estafado por avaricia. Unos se llamaron abogados, otros banqueros.
Algunos prometieron la vida eterna con elixires y siempre, a lo largo de la
historia, tuvieron víctimas a los que llamaron clientes y a los que convencían
de poder volver a la cueva sin un rasguño y con un enorme colmillo de marfil.
“Si
me engañas una vez, la culpa es tuya. Si me engañas dos, la culpa es mía” decía
Anaxágoras.
Sobre el papel un algoritmo, como conjunto de reglas ordenadas para la consecución de una tarea, tiene bondad en si mismo. El problema, como casi todo lo bondadoso, es que según se van añadiendo variables por parte de los humanos el resultado se envilece. En realidad en estos momentos los algoritmos gestionan muchas de nuestras interacciones con el mundo. Hasta nos hemos acostumbrado a ello. Al final nos reconforta que aparezcan anuncios de las cosas que nos gustan, las posibles parejas en nuestra zona geográfica y dentro de nada es probable que alguno sea capaz de encontrar a esa mujer cercana, sin hijos ni mascotas, dispuesta a saltar al vacío, con una poderosa vida interior, amante de la música indie, de posaderas prietas, sexualmente activa, que sepa hacer croquetas y que hable lo justo por las mañanas mientras disfruta de las noticias y el zumo pensando en el redesayuno de los domingos. Son datos al azar.
Los algoritmos refuerzan nuestra zona de confort y si nos fijamos en aquellos que dominan las redes sociales nos intentan poner en contacto con aquellas personas que piensan como nosotros. Una experta en nuevas tecnologías me comentó una vez que curiosamente había entablado amistad con personas con las que compartía sus creencias y manera de ver el mundo. Lo achacaba a la casualidad de la vida olvidando que en el mundo matemático no existen las casualidades sino las variables. En las matemáticas de segundo de carrera existían muchos resultados aproximados que también eran matemáticamente válidos y es que las matrices de variables empezaban a ser enormes.
Cuando me despidieron de un periódico (en el que no me pagaban) por decir lo que pienso la conversación se resumió en lo siguiente: "el periodismo moderno lo que hace es buscar a sus propios fanáticos y les damos lo que quieren oir porque si no les damos eso comprarán otro medio". La reafirmación es, en definitiva, un negocio rentable.
Así que cuando yo aparecí en su vida no fue capaz de entender que la diferencia nos podía hacer más grandes y, por el contrario, terminó buscando el carpe diem de su algoritmo mientras yo luchaba por salir de mi zona de confort pero siendo yo mismo y no la respuesta que buscaba irracionalmente siempre.
Nos hemos acostumbrado a encontrarnos y a rodearnos de personas, productos, culturas y tipos de letra que nos hacen sentir cómodos. Los borrachos se hacen amigos de alcohólicos y los fanáticos deportivos lo hacen con otros fanáticos de su equipo pero no con deportistas. Los campos de interacción se reducen porque saliendo de ahí hace demasiado frío. Un homeópata podrá hacerse uña y carne de un experto de reiki pero no de un médico. Ella hace el amor con quien le da lo que quiere cuando lo quiere y el esfuerzo se lo dejaremos a los perdedores. Es mucho más cómodo, más rápido, aceptablemente más satisfactorio y más efectivo. Es como las canciones de tres minutos en comparación con las sinfonías, los posts en comparación con los libros y coger un taxi para llegar a casa mientras aún tiembla el cuerpo no da cancha a jugar enseñando las cartas, que es lo que pasa cuando nos ven los sueños que son lo que se ansía sabiendo que hay un lugar nuevo al final del camino.
La vida moderna nos alimenta de nuestros pensamientos autárquicos y lo hace sibilinamente, escondiendo todo lo que queda fuera, tapando y evitando que podamos pensar o creer que haya vida más allá de Pleasentville (link a película completa). Es una poderosa herramienta de marketing hacernos creer que no hay más coches, ordenadores, muebles o ropa que bajo una determinada marca. Es cómodo pero es falso.
Sin embargo nadie recela de la bondad de los algoritmos. Recelamos de lo diferente, de lo que no conocemos, del miedo, más que nunca, a lo que no entendemos. Recelamos de quien no nos ama exactamente de la forma que soñamos o de la forma que marcaron nuestros clicks en las pantallas, tenemos pavor de lo que no son nuestros bares favoritos o las películas que amamos polacas subtituladas en inglés.
Esa técnica que refuerza lo que deseamos en vez de enseñarnos deseos nuevos se ha convertido en una forma de vida, en un refugio, en un fácil orgasmo de satisfacción que nos hace cada vez más pequeños. Conocer discos nuevos en youtube cada día es más difícil porque te lleva, irremediablemente, a los que oíste antes. Cambiar el voto a un candidato que no diga todo lo que quieres oir o apostar por la pareja que te hace esforzarte para llegar más lejos es casi una utopía. No hay sacrificio porque uno cree de si mismo que es tan grande, tan perfecto, tan listo y tan guapo que los beneplácitos de la vida habrán de llegar solos.
Yo me cansé de esperar, como una princesa en el alto del torreón, a que vinieran a rescatarme aunque más de una noche sueño con que me follen con la complicidad de sus ojos clavados en los míos y después, que eso es lo importante, nos abracemos hasta quedarnos dormidos (y dormir cada uno en su lado con mis fuertes respiraciones y su sonido cadenciosa para encontrarnos en una sonrisa). El día siguiente vuelvo a acostarme esperando mi rescate como un país en bancarrota. Y que luego me enseñe sobre la vida, sea un terremoto en mis creencias mientras yo le pongo canciones que no conoce. Viajar sin rumbo por estepas lejanas de las que ni siquiera hemos oído hablar. Caminar sin que el trayecto nos vaya marcado aunque nos pillen tormentas o comarcales sin salida.
No estamos siendo educados en el esfuerzo y mucho menos, en apreciar lo bueno de lo diferente.
Google sólo me lleva a lugares que conozco, que no quiero, que juegan a reforzar lo que ya sabía y lo que no supe jamás es hasta donde hubiéramos llegado juntos, acumulando la energía de una central nuclear juntando en una explosión todo lo que nos diferenciaba.
Se vive mejor haciendo caso a los algoritmos pero intuyo que es mucho más aburrido y se está, definitivamente más solo.
"Ya estoy fuera"- me dijo en el último mensaje. Estaba dentro de su espacio y allí no estuve jamás. No fui, es verdad, pero se marchó. Sus amantes son una copia masculinizada de si misma, anuncios de sus preferencias, artículos con sus ideas, reafirmaciones. Capuchas que dan calor. Clicks interesados. Matemática autocomplaciente.
Hace una semana escribí: "El estúpido, de una u otra
forma, es un tipo de fanático o un tipo de paranoico. En realidad hay
un estúpido incurable, una especie de paciente cero, que contagia y gangrena su
alrededor. La estupidez es una droga que engancha y que lleva a un estado de
exaltación, de visión falsa de la realidad. Elimina los daños futuros, los
males colaterales. Abstrae. Crea excusas plausibles y altera las normas
exclusivamente para el interés propio. Genera, como los grandes opiáceos, una
sensación de bienestar falso y una necesidad de reafirmación que exige volver
estúpidos a los demás creyendo, como el devoto de una religión sangrante, que
se les hace un favor cuando en realidad se les está pasando la inyección
enfermiza de su propia destrucción. Quizá matar a los estúpidos no sea una mala
idea."
Y hoy descubro que soy un jodido visionario. No es una apocalipsis zombie, es una apocalipsis estúpida. Da igual que venga por la izquierda o por la derecha, en forma de democracia o en forma de dictadura. Venezuela, Reino Unido, EEUU, Francia, los Emiratos Árabes, Ruanda. Da igual. En España usamos la democracia para mandar a Rodolfo Chikilicuatre a Eurovisión y mayorías absolutas del GIL. Se demuestra que Apple no paga éticamente sus impuestos, que Samsung explota como empresa o que Volkswagen se pasa la ecología por el arco del triunfo y se sigue comprando masivamente. Nadie vota a los fanáticos pero ganan las elecciones. El problema no está en los fanáticos porque probablemente más de uno será consciente de su vida miserable sino en los que les siguen como perros tras los huesos que les da su amo, aunque sean sus propios huesos. Aunque les den para comer su propio cerebro como a Ray Liotta.
No se me ocurre mejor metáfora de lo que está pasando con nuestro poder de decisión.
Pd:
En oto lugar escribí: "Si aquellos que son estúpidos se alejan de la
contabilidad democrática es lógico pensar que el resultado contable final será
más apropiado y justo. Que no habrá, como nos ha contado la historia,
resultados democráticos que tengan peso y sean originados por parámetros
absurdos. Que no salga elegido un candidato que se disfraza de gnomo porque
hace mucha gracia o que tengamos que discutir sobre el color de las farolas en
sede parlamentaria cuando haya familias que pasen hambre porque algún electo,
representativo de un electorado irresponsable, se empeñe. Así que tiene lógica"
Existen rasgos evolutivos que desarrolla el ser humano para sobrevivir. Pudo ser andar con dos patas para parecer más grande que las presas o pudo ser perder las muelas del juicio debido al procesamiento de la comida moderna. Son fáciles y están ahí. Nos han servido para ir amoldándonos a nuestro presente de la misma forma que se perdió la cola y de ello sólo queda un coxis. Sin embargo la evolución es algo que no se detiene y en el mundo moderno, si es que consideramos la modernidad algo que cubra mil o dos mil años, la evolución humana se caracteriza en la manera de sobrevivir de otros seres humanos porque somos, en definitiva, nuestra mayor amenaza.
Así que la necesidad de sobrevivir nos marca y nos hace desarrollar, a una velocidad tan veloz como los cambios sociales, pautas de supervivencia. Ser un estúpido, un seguidista, un simple o uno más es una forma de sobrevivir fácil que tiene una poderosa aceptación social. Ir al fútbol, ver los programas más vistos, vestir la ropa de las grandes compañías como uniformes, salir de vacaciones en agosto y apostar por una familia de anuncio es parte de esa evolución. Los que se quedan, agachados, en las trincheras, son los que vuelven a casa vivos y el valiente que sale corriendo con la bandera es al primero al que le pegan un tiro. Más tarde todos los cobardes ponen cara de pena y admiración en el entierro del héroe.
Pero si nos vamos más cerca en el tiempo podemos ver cómo el ser humano está creando poderosos monstruos. Se parecen a los dioses de la antigüedad pero tienen una forma mucho más etérea y casi siempre se esconden detrás de un logo. Las grandes compañías son las culpables de mis males, de mis gatillazos, de que ella y yo no nos despertemos juntos, de morderme los padrastros, de que mi vecino se tire un pedo en ascensor o que me pongan una multa por saltarme un semáforo en rojo. Son irracionales, malvadas y se han creado para castigar. Mientras los dioses enseñaban, premiaban y también castigaban los poderes fácticos son intrínsecamente malos. Atacan lo bueno, lo dulce, la humanidad y la justicia que tenemos a bien representar cada uno de nosotros.
En cavernas se reúnen demonios buscando cómo someternos.
Nos cubren de chemtrails, nos ponen medicamentos en el agua, manipulan muestras mentes con titulares y castran nuestros sueños lícitos con sus facturas, impuestos y regulaciones.
De esa forma eliminamos nuestra culpa y justificamos nuestros fracasos. Nos reunimos, sentando nuestros coxis en las sillas que ellos fabrican, para quejarnos amargamente de la imposibilidad de crecer, de llegar, de salir de la rueda en la que seguimos girando como un hamster esperando que le caigan las migajas que le mantienen vivo. Y no salimos con ninguna bandera más allá de lo admisible porque no queremos que nos den el primer tiro.
Cientos de grupos de humanos, reunidos alrededor de un café mediocre de Starbucks, se quejan de los grandes poderes fácticos y de las multinacionales culpándoles de sus insatisfacciones mientras después lo ponen en facebook, critican en twitter, compran en Amazon y duermen en sus camas de Ikea. Un rasgo evolutivo es culpar y otro consumir. Hacemos más grandes a nuestros enemigos para tener una excusa infinita.
Probablemente la evolución nos lleva a paradojas darwinianas para evitar nuestro real, intenso y privado apocalipsis. Es miedo. Es cobardia. Es estupidez. Es supervivencia. Llegará el momento en el que no sepamos rodear o saltar una pequeña piedra en el camino pero hayamos encontrado mil formas de quejarnos y ninguna será responsabilidad nuestra.
En 1998, cargado con un portátil como si fuera un mochilero, recorrí bares y locales de ocio por la cornisa cantábrica contando a los gentiles hosteleros lo maravilloso que era conectar un equipo a su amplificador y dejar que la informática y aquel novedoso winamp pusiera los discos por ellos. Reconozco que pasé toda mi música a mp3 y que más tarde, con el maravilloso musicmach jukebox, lo volví a intentar. Vendí exactamente tres y me emborraché diez veces porque no hay que pedir cerveza sino agua, que es lo que aprendí como comercial. En Castro Urdiales un señor se soprendía al ver que una máquina sonaba como un disco. -Pero ¿los ordenadores suenan?- me dijo con los ojos como si hubiera encontrado un tesoro y fue el mismo momento en el que decidí rendirme. Comercialmente fue un desastre y cuando después, muy poco después, todos los bares tenían su correspondiente ordenador, llegué a la conclusión que me equivoqué de momento.
No fue la primera vez que me pasaba.
En realidad se parece mucho a las relaciones en las que es importante querer algo parecido y encontrarse en el mismo sitio, mental y físico, para tener algunos visos de éxito que, casualmente, empieza con "ex".
Hay casos curiosos cuando se mira atrás en el tiempo. Microsoft tenía el messenger (1999) y nos veíamos y hablábamos, nos llamábamos y poníamos emoticonos pero algunos creen haberlo descubierto ahora como la gran modernidad. El whatsapp es un messenger mediocre pero ahora es masivo. El comunismo existe desde el origen de los tiempos pero en algún lugar dicen que lo han inventado ayer. Cuando la variable de tiempo entra en la ecuación el resultado se altera considerablemente. Cuando la necesidad y la oferta no coinciden todo termina en fracaso o en recuerdos.
Cuando la conocí yo estaba en esos lugares en los que se necesita un horizonte que mirar, un camino de baldosas amarillas que recorrer y, a ser posible, cogidos de la mano cantando a través de los arco iris. No era su caso. Más tarde yo estaba en uno de esos momentos de la vida en lo que necesito dos hostias, un polvo contra la pared, ninguna pregunta y sudor de ese que se queda pegado al colchón para ver si es capaz de sacarme de algún estancamiento. Deseaba abrazarme y que habláramos de nuestras cosas mientras en televisión ponían informe semanal. Y no nos encontramos en ninguno de los dos sitios. Un día la llamé por si necesitaba que comprara yogurt o que la llevara un abrazo y me dijo que ya tenía quien la abrazara. -No es sexo- me dijo- No pienses mal que te conozco-. En realidad me daba lo mismo porque era,en ese caso, como dice una canción, "ven y pellizcame, que sepa yo que estás ahí. Acércate y escúpeme, que tenga yo noticias". Y me quedé sin noticias.
Así que un día, tumbada excelente y curvosa sobre una cama se quedó mirando al techo como quien habla solo rebuscando en su interior -Estoy harta de sentirme follada- dijo casi expulsando el aire -Tengo ganas de sentirme amada- Me senté en el extremo y dejé tocar con los pies el suelo. - Yo te puedo amar- dije despacio. -No creo que puedas- condenó tras un momento, mirándome. No me dí cuenta que ya se había ido. Después llegamos a la conclusión, como siempre e igual que en nuestras vidas anteriores, que no era nuestro momento. Cada vez más tú, cada vez más yo, sin rastro de nosotros.
No vale con desearlo intensamente, ni siquiera con dar con la combinación adecuada. A veces no son suficientes los hechos o arreglar una bicicleta porque en ese momento quería una moto, un deportivo o pasear por la playa. Quería un abrazo o encontrarla cada día al llegar a casa. Follar y marchar los jueves. Una tortilla de patata para desayunar un domingo. Amar como jubilados en sus bodas de platino. Quemar incienso para tapar el tabaco. Un armario para sus cosas, una mochila para las mías. Queremos, cada día, tantas cosas diferentes que aún no podemos decirlas todas porque unas veces nos pasamos y otras nos pasamos de frenada. Alguna vez aparece un instante mágico en el que no hace falta decir nada y luego ese instante se desvanece. O vuelve. O volvemos a equivocarnos. O no. Somos cobardes para hablar de lo que nos corroe y esperamos, eternamente, a que aparezca alguien que adivine nuestras entrañas.
Los ingleses lo llaman "timing". Es un imponderable del que siempre me hago culpable porque me persigue. Perdí las ventas. La perdí. Quien sabe si alguna vez daré con el momento adecuado.
Son muchas historias idénticas y busco, como un concursante mientras el tiempo se acaba, el premio. No quiero consolación. Estoy convencido que lo tuve, varias veces incluso. y aunque era para mí algún arcano decidió que no era mi tiempo sin explicarme, que me lo he ganado, si acaso es que no hay premio o que hay un premio mayor (por eso de la edad). No me rindo jamás pero empiezo a estar sospechosamente acostumbrado a los fracasos que ya no sé si empiezo la partida perdiendo.
Éxito sigue empezando con "ex". Lo que no sé es cuantos o si no era eso.
Septiembre vendrá a buscarme a finales de octubre y aún no sé la lección.
-Un dia- decía- una noche al año. No pido más- y aprovechaba para tomar un sorbo de ese café de la mañana que se llena antes de que las personas empiecen a poblar las aceras- deberían de dejarnos salir a la calle con unos bates de béisbol con pinchos en la punta y poder reventar a alguno que se lo haya ganado durante el año. Algún miserable, ya sabes- y ponía esa cara de obviedad- al que no le puedes destrozar cuando aparece por aquello de la cortesía o la tontería esa de que el cliente tiene razón.- Y deja el café en la barra juntando un puño encima del otro mientras aprieta la barbilla y coge un hipotético bate- Darle una y otra vez, con saña, sin que sus gritos valgan para nada, sin que pueda decir una vez más eso de "eh, chaval" o ese sonido de "psst, psst" como si tuviéramos que ser perros que acudan gentiles y con las orejas tiesas a sus amos. Que le duela, que se quede en el suelo, que le sangren los oídos y que no pueda quejarse porque en ese día, solamente ese día, los que estamos cara al público tendremos impunidad. Una impunidad ganada por 364 días de esclavitud, de sonrisa atenta y de ceder ante las exigencias miserables de quienes necesitan sentirse más que alguien, de los que actúan como si con su dinero pudieran comprar la voluntad de un dependiente, de un cajero o de- dice mirando al otro lado de la barra- de un camarero.
-El problema es que probablemente- dice el camarero recogiendo la taza y pasando el trapo debajo del redondel que deja- iríamos todos a por los mismos porque el hijo de puta que me hace ponerle otro café diciendo que está frio cuando casi lo ha terminado es el mismo que devuelve el traje después de ir a la boda. Y sí, se lo merece como se lo merece el idiota que adelanta por el arcén en un atasco o el que se jacta aquí, en el bar, de lo listísimo que es fingiendo una baja sin pensar en lo que está puteando a los compañeros del trabajo.
-Lo que pasa es que por esos cabrones nos tenemos que joder los demás. Tenemos que justificar nuestras faltas en el trabajo como si no fuera suficiente nuestra palabra, como si fuéramos niños que tienen que llevar un papel firmado por sus padres. Cuando nos pasa algo con una compra tenemos que dar mil vueltas y parece casi que somos los malos de la película. Si pedimos ayuda a un policía a las tres de la mañana lo que hace, según nos acercamos, es comprobar que tiene la pistola a mano, que nadie sabe lo que puede pasar. El otro día quería pedir una dirección porque me perdí y la mujer a la que me acerqué vio la señal de violador en mi cara. Joder, por defecto se presupone la maldad que no tengo. Por esos tipejos nos castigan a los demás.
-Por eso hay que matarles. Como zombies, como si no tuvieran alma. Los que mueren en las películas nunca tienen personalidad. Los soldados imperiales son todos iguales, los nazis de las películas de los años 50, los árabes, los vietnamitas de las películas de Rambo. No tienen alma. Un día, joder, un sólo día. Una purga. No es ético pero probablemente sería rentable.
-Y relajante
PD: Extra (lo he recuperado de un chat, pero viene a cuento. Abril 2015)
Y dijo: “Dios mío, dame una recortada”. Y entonces apareció una a su lado. Cargada. Caliente. Con inmunidad. Con licencia para matar. Dios le dijo: “mata a quien consideres porque no te juzgaré. Eres un hombre justo y actuarás con justicia”. Entonces la puso en el asiento del copiloto de su coche y condujo. Se paseó despacio por la zona financiera y buscó el momento en el que el presidente del banco que le dejó sin casa por no poder pagar la hipoteca saliera de sus oficinas. Se paró delante de la entrada del gran edificio de metal y cristal. Amartilló y disparó desde la ventanilla del copiloto. El presidente salió disparado hacia atrás con las vísceras sobre la camisa y nadie supo de donde vino el disparo. Envalentonado se fue a la puerta del congreso. Ahí se puso en la puerta. Disparando una y otra vez a cada uno que saliera con esas carpetitas ridículas y esas sonrisas hipócritas de quien no tiene prisa ni siente ninguna responsabilidad. Se amontonaban los cadáveres y la sangre iba esparciéndose por el suelo hasta manchar sus propios zapatos con ese azucarado color a resbalón y a desprecio. Empezó a andar por la calle y vio a unos chicos molestando a una señora. Les disparó. Un tipo con prisas y deportivo no le dejó pasar, mientras caminaba, por el paso de cebra y le reventó la cabeza apuntando a través de la luna trasera. Sacó el cadáver del coche y aceleró por la avenida. Decidió disparar a los conductores de todas las matrículas que acabaran en cuatro. Gritaba “!es un daño colateral!” que es lo que le dijeron cuando le diagnosticaron un problema pulmonar por el amianto de su casa, la que perdió. Se fue al colegio de su infancia y dejó a aquel profesor que le suspendió empotrado contra la pizarra de su antigua clase. Entró en el ayuntamiento y disparó contra la vaga y parsimoniosa señora de información, contra el que gestionó tarde su solicitud de ayuda y contra el concejal de urbanismo. Se fue a televisión y entró en plató arrasando contra los presentadores que le cuentan lo que no quiere oir. Aprovechó para destrozarle las piernas a un futbolista famoso que esperaba para una entrevista. Mató a su cuñado por tonto y al perro del vecino, que cayó en un contenido y agudo sonido animal, por no parar de hacer ruido por las noches. Disparó en la cara de su tercera novia, por dejarle, y en la cara de Benito, su marido, que fue por el que le dejó. Aprovechó para reventar la moto que tenían en el garaje, que fue el motivo por el que le abandonó, la muy insustancial. Le atravesó los tímpanos al insulso cantante de moda. Le metió el cañón por la boca y apretó el gatillo al vecino ese que se jacta siempre de lo bien que lo hace todo. Dejó a su jefe desangrándose en el despacho y sus clientes ahogándose en su sangre preguntándoles si era ahora cuando tenían la razón. Fue a por los youtuber, a por los homeópatas y reventó completamente varios recintos de coaching y de autoayuda. Apareció en dos o tres empresas de venta piramidal al grito de “ya está aquí vuestro nuevo faraón” y el polvo de los productos de maquillaje destrozados con él mismo apareciendo entre las sombras de los fogonazos de la recortada casi le hacían imaginarse a sí mismo a cámara lenta. Se sentó en el banco de un parque haciendo puntería con todos los corredores que tenían pinta de runners. Asesinó curas y gurús, lamas e imanes. Fue uno por uno acabando con el sufrimiento de los pacientes terminales de un hospital. “¿Imposición de qué hostias?”- le dijo a un experto en reiki como últimas palabras. Se paró en un centro comercial con un cartel que ponía “Ebanista en paro” y reventó a todos los que se reían después de mirarle mientras cargaban sus muebles de mierda. Volvíó al coche. Se había quedado sin munición. “Dios mío”- dijo- “dame armamento pesado”.
He visto a un jubilado, con una cachava a un lado y la txapela puesta, orinando en la pared de una fábrica abandonada. Imaginé que había trabajado decenios allí, entre esos pilares desnudos que se pudren al aire y algún equipamiento mecánico oxidado por el siglo XXI. Quizá, llegué a creer mientras pasaba a su lado, es una forma de reivindicación de la tercera edad.
Después alguien ha dicho que en su juventud pensaba que lo peor era la maldad, luego la estupidez y finalmente se ha convencido que lo preocupante es la cobardía. Pero no- decía- cuando las cosas van bien sino cuando es necesario hacer algo para que todo no se derrumbe. En ese caso la cobardía es la peor de las enfermedades.
Freud, cocainómano conocido, estableció el principio de placer como un motor en el ser humano que desea y aspira a satisfacer sus necesidades. Sin embargo, un momento después, también estableció el principio de realidad donde el ser humano necesita regular su propio placer en función del mundo exterior dando incluso rodeos para conseguirlo o simplemente reduciendo el estímulo. Viene a ser lo de sacrificarse de toda la vida aunque con el final feliz de la satisfacción. Quizá es esa diferencia entre lo que apetece hacer y lo que hay que hacer la que no tenemos muy clara. Quizá somos cobardes para hacer lo que se debe o estúpidos para no entender que no todo es hedonismo. Quizá lo llamamos maldad cuando es en los demás.
Lo curioso de todo esto es que muchas veces no hacer nada es una forma de hacerlo todo. Aguantar los dedos en un mensaje que dice que la añoras. No aparecer con un martillo en la puerta de la casa de tu enemigo. Quedarse en casa, en silencio, enfrentándonos a nuestros fantasmas. Hay una tendencia absurda a hacer, contínuamente, como si fuera una necesidad. "Salir, beber, el rollo de siempre". Lo curioso es que esa canción termina diciendo que "llegar a la cama, joder que guarrada sin tí". Estoy convencido que hay dos tipos de personas haciendo cosas, a veces importantes y a veces irrelevantes: los que las hacen por necesidad o por alimentar su alma y las que las necesitan para no pensar en ellos mismos. Conozco a quien llena su cama de lastre para no enfrentarse a una relación de verdad, a esas montañas rusas de las que no se puede bajar hasta el final del viaje sin saber si será de alegría o vómito, que es lo que tienen las emociones. Conozco a quien lo abandonó todo por amor sin preguntarse si acaso era un gilipollas o un aventurero. Era las dos cosas.
Necesité que me compraran el billete para iniciar nuestra aventura inconclusa. Puede ser (que ese alguien sea yo). Puede ser que vuelvas al caer el sol, puede ser que yo esté en un cajón. . Mi principio de placer marcaba con neones en esa dirección, roja como un atardecer. Mi fortalecido principio de realidad reclamaba datos. Tras rellenar las dos columnas, a favor y en contra, en el cuaderno, quedamos en empate. Cometí la cobardía o la valentía de esperar casi como Miss Havisham, su vestido de novia y el banquete abandonado. Quizá ese fue mi escondite, una alocada perseverancia o el disfraz de catrina, la novia cádaver.
Mear en la pared, como un jubilado con problemas de próstata, de la antigua factoría deberá ser un placer aunque la realidad fueron los años de trabajo. El refugio a veces es el escondite.
Cada uno tiene su historia, sus pequeños detalles, sus cobardías y sus sacrificios. Y sus cadáveres.