Era de esas mujeres que cuando se enfrentaba a dos opciones, una posible y otra en la que ella quedara mal o fuera la culpable, siempre elegía la segunda.
También era de esas personas que, mientras se compran las zapatillas para ir a entrenar por primera vez, se enfadan porque no le han dado una medalla en las olimpiadas.
No era ansia ni impaciencia, sino una necesidad imperiosa de disponer de esa calma infinita que da preocuparse de los avatares del camino en vez de qué camino elegir. Así que, como una pequeña ayudante de cámara de la princesa, lo que necesitaba era un escudero fiel aunque fuera en un burro sonriente. En algún momento todo se torció. El coche se quedó rayado y la chapa fue cogiendo pequeñas partículas de óxido con la excusa de no tener nunca tiempo para llevarlo al taller, sin preguntar acaso al seguro si lo cubría. La responsabilidad, como las opciones duales, caía sobre ella y su mala manera de aparcar en un espacio pequeño. Así que como la única culpable de sus males siempre era de ella, ya encontraría la forma de redimirse con su carrocería.
-Yo tengo- le dije- un golpe en la nevera de mi casa para recordarme que si me dejo llevar soy un gilipollas.
-Yo llevo mi gilipollez de viaje- dijo señalando al coche.
Se sentó en el taburete del bar con una cerveza muy pequeña mirando las aceitunas de mi copa y empezamos una de esas conversaciones de tanteo que tienen las primeras citas. Son esos momentos en los que la corrección puede a las formas y en que la verdad de los pequeños deseos se ve maquillada por algo parecido al orgullo. No dio más datos que los necesarios y se excusó, con algún compromiso, para reflexionar sobre lo poco que nos dijimos. Quince minutos después llamó:” ¿ me puedes ayudar?”. No tenía compromisos y había aprovechado para hacer compra justo en el supermercado de la vuelta descubriendo, en la misma caja, que la cartera estaba olvidada en casa. Aparecí como un salvador y terminamos comiendo juntos gracias a las casualidades que tienen los componentes no controlados de la vida. A partir de ahí fue, en realidad, cuando empezó a hablar de ella misma. De sus padres, de los buenos tiempos, de alguna decisión incorrecta que había tomado y de la pasión. De eso hubo con el calor que dan las digestiones pequeñas.
Hay quien es perfectamente capaz de quitar valor a un caluroso atardecer reconociendo que se hará de noche pronto. Hay quien sabe que la juventud es un hecho temporal, que los obstáculos muchas veces son demasiados altos para nuestros momentos de suspensión y la tensión de las cuerdas que somos capaces de llevar para subir paredes escarpadas. Hay quien se asusta cuando siente y eso es porque la experiencia le ha hecho reconocer que esa exaltación es un componente catalizador de la decepción posterior. Para no decepcionarse la forma es olvidarlo tres segundos después de suceder. Eso hizo bajando en el ascensor. Pero yo la acompañé a llevar la compra a casa no sé si para entrar por la puerta de su vida o para cobrar lo que le había prestado. Incluso teniendo en cuenta que me había intentado convencer de lo efímero de los momentos.
Sentí, lo reconozco, frío al dormir por la noche. Todos tenemos frío, en más de una ocasión, al sentirnos como los niños que mantenemos dentro temiendo que en medio de la oscuridad nos lleve el hombre del saco disfrazado de director de nuestra sucursal bancaria o de soledad insufrible antes de ser devorados por nuestras mascotas. En esos casos, como cuando se llega borracho a casa, se cometen errores en forma de mensajes en botellas lanzados al océano. “Buenas noches sin estufa”- escribí.
Volvimos a vernos. Volvimos a hablar. Hablar es algo que puede generar puntos de no retorno. No siempre tiene que ser un tema específico y no siempre tiene que ser una manera de poner cartas dadas la vuelta encima de la mesa. A veces solamente hablar, aunque sea del tiempo, dice mucho más que el mensaje. Puedo saber si mi vecino ha dado un salto adelante o atrás sólo con la forma en que me dice que pulse en el botón del sexto. Me dijo que no llevaba bien la misma mochila que llevamos todos. Que tenía alguna que otra piedra que se le había colado en el zapato. Es una metáfora en forma de antiguo amante insistente. Contó historias de tiempos mejores, de noches de sexo en la parte de atrás de una furgoneta como si fuera una nómada haciendo fuego en playas lejanas. Cada vez se sentía responsable de haber fracasado una y otra vez, aunque fueran anécdotas que no trascienden en el recuerdo excepto si se hace esfuerzo por volver a ellas. Al final es un esquema que se va repitiendo. Repetimos nuestros esquemas. Los dejamos claros con cada una de nuestras aventuras, aunque esas aventuras sean llevar a tu madre a un cine 3d y darte cuenta que se marea. Decoramos nuestra vida con la parte de la verdad que consideramos cierta o que aceptamos como plausible. Así que, en realidad, ninguno decía nada muy específico, pero existía cierta necesidad de algo más. Quizá algo que trasciende o solo algo que se queda impregnado en el olor de las sábanas y reconforta encontrarlo justo antes de dormir pegado al almohadón.
- ¿Nos vemos otra vez? - preguntó como quien pide repetir el postre.
Lo interpreté como una solicitud de calor escondido bajo la estufa de la piel o algún envoltorio más allá del contenido. Me escabullí.
-¿No te caigo bien?- volvió a preguntar.
-Claro que me caes bien. Hablamos continuamente- respondi.
-¿Entonces qué he hecho mal?. Soy una mujer estupenda.
-No has hecho nada mal. Lo eres. Perdona.
Es uno de esos juegos en los que la víctima necesita un salvador y el salvador, al llegar, se tiene que volver una especie de perseguidor que le recrimina su posición de víctima. Ella se revuelve y pone sobre la mesa que no necesita a nadie, profundamente digna. En ese caso yo me vuelvo pequeño y le pido perdón. Deja un momento, hace una pausa, se hace un silencio y me dice que nos veamos, que lo siente.
Y ha vuelto a empezar un bucle del que la única manera de salir es no jugar. No importa quien excepto si es un jugador.
Y dejé de jugar.
pd; más informacion sobre los juegos psicológicos, aqui: https://gnegueruela.wordpress.com/2010/11/17/juegos-psicologicos/
Dos no juegan si uno no quiere.
Eric Berne, psiquiatra y fundador de la teoría del Análisis Transaccional (A.T.) explicó los juegos psicológicos como una forma disfuncional de comunicación utilizada para cubrir necesidades de atención, reconocimiento y afecto hacía la propia persona, aunque siempre de forma negativa. Hablamos de juegos en modo de no diversión, es decir, en estos siempre se pierde, lo que conlleva tras de sí un costo emocional enorme, tanto para quien los inicia como para quien se une o participa en ellos.