Mal dia para buscar

31 de enero de 2019

La ayundante de cámara de la princesa.

Era de esas mujeres que cuando se enfrentaba a dos opciones, una posible y otra en la que ella quedara mal o fuera la culpable, siempre elegía la segunda.

También era de esas personas que, mientras se compran las zapatillas para ir a entrenar por primera vez, se enfadan porque no le han dado una medalla en las olimpiadas.

No era ansia ni impaciencia, sino una necesidad imperiosa de disponer de esa calma infinita que da preocuparse de los avatares del camino en vez de qué camino elegir. Así que, como una pequeña ayudante de cámara de la princesa, lo que necesitaba era un escudero fiel aunque fuera en un burro sonriente. En algún momento todo se torció. El coche se quedó rayado y la chapa fue cogiendo pequeñas partículas de óxido con la excusa de no tener nunca tiempo para llevarlo al taller, sin preguntar acaso al seguro si lo cubría. La responsabilidad, como las opciones duales, caía sobre ella y su mala manera de aparcar en un espacio pequeño. Así que como la única culpable de sus males siempre era de ella, ya encontraría la forma de redimirse con su carrocería.

-Yo tengo- le dije- un golpe en la nevera de mi casa para recordarme que si me dejo llevar soy un gilipollas.

-Yo llevo mi gilipollez de viaje- dijo señalando al coche.

Se sentó en el taburete del bar con una cerveza muy pequeña mirando las aceitunas de mi copa y empezamos una de esas conversaciones de tanteo que tienen las primeras citas. Son esos momentos en los que la corrección puede a las formas y en que la verdad de los pequeños deseos se ve maquillada por algo parecido al orgullo. No dio más datos que los necesarios y se excusó, con algún compromiso, para reflexionar sobre lo poco que nos dijimos. Quince minutos después llamó:” ¿ me puedes ayudar?”. No tenía compromisos y había aprovechado para hacer compra justo en el supermercado de la vuelta descubriendo, en la misma caja, que la cartera estaba olvidada en casa. Aparecí como un salvador y terminamos comiendo juntos gracias a las casualidades que tienen los componentes no controlados de la vida. A partir de ahí fue, en realidad, cuando empezó a hablar de ella misma. De sus padres, de los buenos tiempos, de alguna decisión incorrecta que había tomado y de la pasión. De eso hubo con el calor que dan las digestiones pequeñas.

Hay quien es perfectamente capaz de quitar valor a un caluroso atardecer reconociendo que se hará de noche pronto. Hay quien sabe que la juventud es un hecho temporal, que los obstáculos muchas veces son demasiados altos para nuestros momentos de suspensión y la tensión de las cuerdas que somos capaces de llevar para subir paredes escarpadas. Hay quien se asusta cuando siente y eso es porque la experiencia le ha hecho reconocer que esa exaltación es un componente catalizador de la decepción posterior. Para no decepcionarse la forma es olvidarlo tres segundos después de suceder. Eso hizo bajando en el ascensor. Pero yo la acompañé a llevar la compra a casa no sé si para entrar por la puerta de su vida o para cobrar lo que le había prestado. Incluso teniendo en cuenta que me había intentado convencer de lo efímero de los momentos.

Sentí, lo reconozco, frío al dormir por la noche. Todos tenemos frío, en más de una ocasión, al sentirnos como los niños que mantenemos dentro temiendo que en medio de la oscuridad nos lleve el hombre del saco disfrazado de director de nuestra sucursal bancaria o de soledad insufrible antes de ser devorados por nuestras mascotas. En esos casos, como cuando se llega borracho a casa, se cometen errores en forma de mensajes en botellas lanzados al océano. “Buenas noches sin estufa”- escribí.


Volvimos a vernos. Volvimos a hablar. Hablar es algo que puede generar puntos de no retorno. No siempre tiene que ser un tema específico y no siempre tiene que ser una manera de poner cartas dadas la vuelta encima de la mesa. A veces solamente hablar, aunque sea del tiempo, dice mucho más que el mensaje. Puedo saber si mi vecino ha dado un salto adelante o atrás sólo con la forma en que me dice que pulse en el botón del sexto. Me dijo que no llevaba bien la misma mochila que llevamos todos. Que tenía alguna que otra piedra que se le había colado en el zapato. Es una metáfora en forma de antiguo amante insistente. Contó historias de tiempos mejores, de noches de sexo en la parte de atrás de una furgoneta como si fuera una nómada haciendo fuego en playas lejanas. Cada vez se sentía responsable de haber fracasado una y otra vez, aunque fueran anécdotas que no trascienden en el recuerdo excepto si se hace esfuerzo por volver a ellas. Al final es un esquema que se va repitiendo. Repetimos nuestros esquemas. Los dejamos claros con cada una de nuestras aventuras, aunque esas aventuras sean llevar a tu madre a un cine 3d y darte cuenta que se marea. Decoramos nuestra vida con la parte de la verdad que consideramos cierta o que aceptamos como plausible. Así que, en realidad, ninguno decía nada muy específico, pero existía cierta necesidad de algo más. Quizá algo que trasciende o solo algo que se queda impregnado en el olor de las sábanas y reconforta encontrarlo justo antes de dormir pegado al almohadón.

- ¿Nos vemos otra vez? - preguntó como quien pide repetir el postre.

Lo interpreté como una solicitud de calor escondido bajo la estufa de la piel o algún envoltorio más allá del contenido. Me escabullí.

-¿No te caigo bien?- volvió a preguntar.

-Claro que me caes bien. Hablamos continuamente- respondi.

-¿Entonces qué he hecho mal?. Soy una mujer estupenda.

-No has hecho nada mal. Lo eres. Perdona.

Es uno de esos juegos en los que la víctima necesita un salvador y el salvador, al llegar, se tiene que volver una especie de perseguidor que le recrimina su posición de víctima. Ella se revuelve y pone sobre la mesa que no necesita a nadie, profundamente digna. En ese caso yo me vuelvo pequeño y le pido perdón. Deja un momento, hace una pausa, se hace un silencio y me dice que nos veamos, que lo siente.

Y ha vuelto a empezar un bucle del que la única manera de salir es no jugar. No importa quien excepto si es un jugador.

Y dejé de jugar.




pd; más informacion sobre los juegos psicológicos, aqui:  https://gnegueruela.wordpress.com/2010/11/17/juegos-psicologicos/

Dos no juegan si uno no quiere.
Eric Berne, psiquiatra y fundador de la teoría del Análisis Transaccional (A.T.) explicó los juegos psicológicos como una forma disfuncional de comunicación utilizada para cubrir necesidades de atención, reconocimiento y afecto hacía la propia persona, aunque siempre de forma negativa. Hablamos de juegos en modo de no diversión, es decir, en estos siempre se pierde, lo que conlleva tras de sí un costo emocional enorme, tanto para quien los inicia como para quien se une o participa en ellos.


24 de enero de 2019

Soy un ser humano

Me enamoré de mí mismo pero luego me engañé poniéndome los cuernos con una mala mujer Me aproveché de mí mismo a mí mismo me utilicé sólo busqué algo físico para colmo no fuí fiel Se acabó el respeto en mi relación se tornó en rutina lo que antaño fué amor Y ahora soy un ser humano y necesito comprensión Y he de hablarme seriamente esto mío se acabó Quedaré como un amigo no me guardaré rencor Se acabó el respeto en mi relación se tornó en rutina lo que antaño fué amor Y ahora soy un ser humano y necesito comprensión Y ahora soy un ser humano y necesito comprensión Soy un ser humano y necesito comprensión Soy un ser humano y necesito comprensión.

(Los enemigos, un grandisimo grupo extinto, como los animales de raza)

23 de enero de 2019

No sin calcetines.

Estamos pasando una ola de frío que se parece mucho al invierno. Los modernos lo llaman temporal y mi madre lo llama Enero. Es algo parecido a llamar al Taxi o hacer un Uber. Son cosas que, a la larga, realizan la misma función (salvo las diligencias legales e impositivas) pero parece que pertenecen a diferentes glaciaciones. No hay grandes inventos en la modernidad salvo el cambio de nombre y que cada vez hay menos personas en medio del proceso. Mis abuelos ya tenían  patinetes y electricidad, solo que no los habían puesto juntos. El Tinder eran anuncios por palabras  y aunque se follaba menos los  matrimonios duraban bastante más.

Sin embargo, embutido en mil capas contra la lluvia y el frío, contra Enero o contra la gran ola de aire siberiano, me detengo en un semáforo que hay junto a un colegio. La hora es justo esa en la que, alegres y despistados, salen mirando sus teléfonos cruzando sin cuidado debido al derecho infinito que les da el muñeco verde del semáforo. Pasa un primer grupo y un segundo. Van con bufandas y algo encorvados, protegidos por sus plumíferos. Pocos guantes veo y eso es por culpa de la telefonía. Entonces me doy cuenta de una situación que les define: no llevan calcetines y si los llevan son esas mierdas que llegan hasta el talón. Prácticamente todos dejan al aire ese hueso del tobillo que duele tanto si se golpea. Llevan la piel contra los elementos y contra el salpicar de los charcos. Desprotegidos. Los modernos,entre otras cosas, no llevan calcetines.

Dicen en las noticias que hay una epidemia de gripe.

22 de enero de 2019

El universo contra mi perfección.

A veces no logramos nuestros sueños, si es que alguna vez los tuvimos. No somos más altos ni tenemos la capacidad de volver a ese momento identificado en el que tomamos la decisión incorrecta o solamente no tomamos ninguna. Hay quien dice que somos completamente responsables de lo que nos sucede y eso, como todas las generalizaciones, es mentira. Pero el contrario también es válido y no aceptar que somos limitados es algo que en vez de hacernos daño a nosotros se lo hace al entorno. Y ahí estamos.

Tenemos ante nosotros una nueva sociedad de los superpoderes personales en la que ya no es que seamos capaces de todo sino que si no lo conseguimos es por algún tipo de maldad innata de los demás. La culpa es del patriarcado, del capitalismo, del techo de cristal, del racismo social, de la industria alimenticia, de la ambición desmedida de los bancos, de la homofobia, del lenguaje no inclusivo, de la contaminación o, yo qué sé, del estigma que pone el porno sobre las relaciones personales supérfluas.  En definitiva, no es mi culpa porque soy un ser puro perfecto con todas las capacidades intactas, sino que el universo nació contra mi.

Hay un enorme porcentaje de indignados que han creado monstruos imposibles de domar  para justificar ser lo que somos todos: humanos e imperfectos.

Y,  por supuesto, todo aquello que ponga en duda que yo soy perfecto y que tengo razón es, por defecto, el enemigo.




17 de enero de 2019

Como un huracán.

Ahora sé que es tan fácil recorrer. Ahora sé que es verdad. Nunca sabré mi destino donde está pero siempre juego bien para ganar. Me quiero beber tu sonrisa, tu calor. Aun recuerdo esa canción de los dos. Eramos dos, era un volcán. Eramos dos, un huracán. Pero aquello terminó y no sé por qué razón. Cerca de ti es difícil respirar. Aun recuerdo esa canción de los dos. Eramos dos, era un volcán. Eramos dos, un huracán. Pero aquello terminó y no sé por qué razón. (Pepe Risi a la guitarra)  Eramos dos, era un volcán. Eramos dos, un huracán. Pero aquello terminó y no sé. Aun recuerdo tu calor, tu sonrisa, tu valor. Aun recuerdo esa canción de los dos. Ahora empieza a anochecer y tú no estás. Ahora empieza a anochecer... y tú no estás.

1991. Burning en directo.
(es una debilidad, sí. Y una jodida canción redonda)

16 de enero de 2019

Reinvención

El domingo fui a casa de un amigo a llevarme unos estupendos taburetes altos para jubilar esas mierdas de Ikea que tenía a tal efecto. Al llegar la casa estaba casi vacía. "¿Qué sucede?"- pregunté. "¿Sabes esas historias de quitarse todo lo material para poder empezar de cero una vida mejor con lo que ya has aprendido?"- me dijo sonriendo. "Claro"-respondí. "Pues eso algo así".

Hay edades que parece que activan el gen de la reinvención. Yo la pasé pero me compré una moto.

Lo primero que hice fue ponerme en la piel del señor mayor que habita dentro de mi y decirle que cual es el colchón que le resguarda si se cae. No hablo, debido a la edad, de ahorros, porque eso es una utopía. Hablo de ir con una trabajo, un lugar donde dormir, una dirección o una sustentación mínima. Rápidamente me comentó que si eso existe ya no hay un salto. Que si cambiamos los algodones de un lugar por algodones de otro, en realidad, siguen siendo algodones que lo único que alteran es el paisaje. "El tipo de "Hacia rutas salvajes""- hice una analogía - "se muere al final". Se sonrió como si aquello fuera un mal menor y la muerte, a los 40, empieza a ser algo que yo no solamente le pasa a los padres de los otros. Tampoco, al igual que me pasa a mi, veo en él ningún miedo a desaparecer.

Entonces le llamaron por teléfono para comprarle un sofá gastado y azul que aún quedaba por ahí. No supe si le vi valiente o loco, si le vi perdido en una cuneta con una mochila pesada llena de ropa gastada. Sé que ya había hecho pequeñas escapadas con billete de vuelta. "¿Alguna vez te has quedado tirado?". "Claro que sí. A mitad de camino en Córdoba y Granada pero al final, porque todo tiene al final una solución, una chica me dejó dormir con ella". "No te engañes"-le dije- "no seremos guapos siempre". Me aseveró que eso sólo me pasará a mi, que sigo anclado en mi zona de confort. Odio esa expresión porque no siempre se está cómodo sintiendo que nada cambia.

Bajamos los taburetes al coche. "¿Hacia dónde?"- volví a preguntar. "No lo sé. Con el dinero compraré una furgoneta y conduciré hacia el norte".

Espero que no llegue hasta Alaska.
Lo curioso de todo esto es que tengo la absoluta seguridad que lo hará. Tampoco sé si es un loco, un desertor o un visionario. No sé si terminará, como sucede a muchos de los que juegan al juego de la aventura, viviendo lo que no querían vivir aquí, allí. Vendiendo algo parecido a la distancia como un triunfo cuando no es más que no aceptar una derrota. No es lo mismo servir hamburguesas con uniforme de multinacional en Praga que en un barrio periférico de Burgos, aunque se parece.

Yo creo que me he reinventado cien veces en  mi misma silla porque hay una canción que dice "de qué me sirve salir de esta inmensa ciudad  si de quien pretendo huir seguirá dentro de mi" pero también hay otra, que se ponía cada día al despertar una aventurera, que dice "necesito saber donde van a parar las noches que me pongo a pensar en esta cuidad, en todo lo que tengo que correr para largarme fuera".

Cada día, desayunando en sus taburetes y desde el domingo, pienso en lo mismo.

Durante un tiempo estuve esperando, ansioso, a que viniera alguien que, urgentemente, diera siete vuelcos a mi vida. Ahora, muchas veces y sin guía, tengo ganas de salir corriendo pero siempre vuelvo a casa, esperando un día en el que me de cuenta que me reinventé. Sin percatarme incluso si al final, el protagonista, muere.

14 de enero de 2019

La crisis del egoísmo ya está aquí.

Nada más empezar el año se anunció un jueves negro: 4000 personas a la calle. Y a lo largo de pequeños artículos y noticias se van desgranando cientos de pequeños negocios de esos que son de toda la vida que van cayendo en la quiebra y el olvido. No es algo de una sola ciudad ni de algo que podamos culpar a algo etéreo sino a nosotros mismos. 

La diferencia entre la crisis del 2008 y la que viene es que en aquel momento un albañil cobraba 3000€ y pensaba que iba a ser rico siempre. Entonces se compraba un BMW y un chalet. El banquero le daba más créditos y los gin tonics se ponían sin pepino a 18€ la copa. Aquí hasta el más tonto era rico y, obviamente, eso reventó.

Ahora con la excusa de que yo me encuentro jodido pero no estoy dispuesto a renunciar a nada me importa una mierda pinchada en un palo que el que me trae la comida de mierda a casa sea un falso autónomo, que mi ropa la cosan niños o que la plataforma online pague impuestos en Luxemburgo y sus trabajadores estén en huelga contínua. La nueva economía se basa en el esclavismo se mire por donde se mire. Me da lo mismo que no haya fábricas ni comercio siempre y cuando no sea el mio , siempre y cuando no sea mi trabajo. Siempre y cuando no sea yo porque si soy yo la culpa es de todos los demás pero yo no he hecho nada malo. En mi derecho estoy de gastar el poco dinero que no me han robado los políticos en donde me de la gana. No me importan los derechos de los demás pero yo soy muy consciente de los míos. Somos , como los adolescentes que compran alcohol barato en el súper para ir borrachos al bar (que cerrará),  adolescentes egoístas.

Ahí estamos ahora. Apriétate que viene. El bazar chino debajo de mi casa cerró ayer.


11 de enero de 2019

Don´t Stop the dance

Porque en Zaragoza se hacen cosas así (y no es Bryan Ferry).


Pd; luego ya, si eso, comentamos la crisis que viene como el caballo de Bonanza.

La mujer de Milo Manara.

(Literatura)

Lo primero que pensé, casi como una indecencia inconfesable, es que era un dibujo de Milo Manara. Lo pensé igual que cuando,  adolescente perdido y a mediados de los  80, sabía que aquellas mujeres dibujadas eran enérgicas e independientes pero también inalcanzables. Estoy seguro que no conocía al dibujante pero sí esa capacidad de irradiar una necesidad de fantasía que nunca llega a lograrse en la realidad. Y la realidad estaba quitándose la chaqueta en la entrada  de mi casa. Los labios pequeños y la boca entreabierta, sacando un tono susurrante y expectante que casi siempre dice las cosas a medias. Vivir a medias, en algunos casos, es dejar el final de la frase abierto a la imaginación  más poderosa.

Entre el final de las medias podía ver las uñas rojas de los pies, exactamente igual que las de las manos, escondidas y visibles como una transparencia que acababa con la largura de las piernas sobre los cojines del sofá. Algún músculo del cuello y, si las mangas se elevaban, los restos del gimnasio en los tendones del brazo acompañando a pequeños tatuajes con forma de pájaros ascendiendo hasta el hombro. El pelo alocado y negro. Los ojos mirando pero no para ver, sino para destacar cuando los encuentro. Las mujeres de Milo Manara, y eso es igual que leyendo los  comics escondido para que mis padres no lo supieran, están hechas para verlas pero nunca interactúan lo suficiente con el lector excepto para dejarle creer que están enfrente, retándole desde su propio universo. 

Tenía las rodillas frías entre los cortes del pantalón y no sé si se daba cuenta que yo estaba nervioso e inquieto, creyendo no estar en el mismo lugar donde casi no se siente el calor del aliento. No reía muy alto ni se enfadaba. "Yo no me enfado nunca"- dijo en  un susurro. Se recostaba y se incorporaba, como si aquello solamente fuera un periodo de tiempo yermo entre su llegada y mis manos que no sabían si buscar o recoger, si expresarse o acercarse. La interrumpí en el momento en el que se acercó al pasillo sin estar muy seguro de si podía pasar de verla a pasar las yemas por los folios dibujados de sus curvas. Fue algo tímido. Fue algo sencillo. No fue pasional ni enfermizo como lanzarse contra la pared o rebuscarse sin saber de quien eran todas esas manos. Eran las mías. Las suyas, en poco tiempo, se subían por encima de su cabeza girada sobre la cama. Ni siquiera las piernas se sujetaban contra mi y solo se dejaban saborear de vez en cuando si es que acaso los dedos ya habían llegado hasta el final de su espalda. La misma que vi retorcerse entre pequeños gemidos, un poco más ahogados si es que es estiraba frente a mi a horcajadas con las manos a los lados. Era ese dibujo perfilado, sensual, erótico y privadamente cachondo sin perder las formas, que brillaba con el reflejo de las luces de la madrugada.

Sin embargo, como una viñeta inmóvil, se quedaba de espaldas  con el hombro a medio descubrir y las sábanas enredadas, dejando que me volviera a acercar. Suave, llena de mesetas y de valles. Con pequeños movimientos de centro de gravedad en las caderas pero nunca, bajo ningún concepto y como si fuera un rasgo de debilidad, abrazando mi espalda. Esquivando los besos como si estuvieran llenos de aliento. No soy capaz de encontrar, salvo un momento en el que fui su línea de tierra, un instante breve en el que sintiera que era conmigo con quien estuviera. Llegué a pensarlo mientras la miraba y ella, a mi, no. Los dos, pensé, estábamos con ella. Es decir: yo estaba con ella y ella, precisamente, también estaba con ella. Un gran ego o quizá un vacío que hay que rellenar urgentemente, no en vano nos habíamos conocido tres días antes, se había hecho dueño de aquella cama.

Hay veces en las que, en medio del sueño, uno descubre que está solo pero no sabe seguro diferenciar entre la realidad y la ensoñación. Entonces, al estirar la mano, aparece su cuerpo extendido e interminable y me niego a despertar creyéndome la parte hermosa del sueño. La parte en la que el dibujo de Milo Manara se acerca hasta justamente un milímetro de los confines de mi cuerpo. Y espera, sin llegar a perder la compostura, no sea que esa sensualidad imposible se convierta en una realidad llena de imperfecciones menores, que es lo que compone a las mujeres de verdad. Las mujeres de verdad se agarran a la espalda, se ríen mirando a los ojos, salivan y se tropiezan. Algunas se olvidan de quitar los calcetines y ese instante que debería llenarse de pasión termina siendo un juego en el que los dos pies forman una palabra si se juntan. Y eso, justamente eso, es mucho más grande que la teoría que aprendimos sobre la perfección en la cama. Eso, y la interminable sensación de paz sin límites de piel ni de tiempo que dejan las endorfinas sobre la almohada, son las partes que no nos explicaron y que no aparecen en los cómic ni en las películas, pero sí en la magia empírica de algún recuerdo pasado o futuro. En las partes de la vida real que son narcóticos poderosos de los que no se habla en los anuncios. Como un adhesivo compuesto sólo funciona cuando uno y otro componente, mediocres quizá por separado, se unen.

La vi al despertarse, en diagonal. Un pezón asomaba y lo tapé pero no hice lo mismo con su tobillo. Abría los ojos lentamente sabiendo que la miraba de la misma forma que lo hice cuando se vestía, de espaldas, en un encuadre tres cuartos desde la puerta de la entrada del cuarto, que era lo que veía mi cámara. El pelo sobre la espalda desnuda, terminando a dos dedos de los homoplatos. La curvatura de su culo elíptico en el que, turquesa suave, rozaban pequeños encajes blancos. Pensé que iba a girarse y sonreír. No lo hizo porque sabía que estaba mirando y esa energía de mis ojos, estoy seguro, era lo que quiso buscar durante esa noche. Y lo encontró. Como un dibujo impreso para ser deseado intensamente pero que nunca te toca. Una princesa que suspira con ser rescatada una y otra vez de su confinamiento en la almena. Eso pensé que era. Eso era.  Estuve con ella. Ella también.

Supongo que cuando alguien es así puede creer que es suficiente con dejarse desear sin embargo a los feos también nos gusta que nos abracen casi como esperar que deje de girar la peonza o  el pellizco que diferencia si pasó o si solamente me quedé dormido leyendo un cómic. Un cómic suave repleto de una sola mujer. Una mujer de otro. La mujer de Milo Manara.

6 de enero de 2019

Envoltorios.

Tenemos la fea costumbre de asociar los regalos a los envoltorios, las calidades a las marcas, la presuposición a la verdad y nos adelantamos, absurdos, a los resultados como tontos. Creemos saber lo que queremos pero nunca o casi nunca lo sabemos enmarcar en los parametros de lo real. "Una chuleta a la plancha cubierta de oro" visto desde fuera es una tremenda gilipollez. Aquellos que describen un producto con el nombre de la marca desprecian la utilidad con dosis de carísimo ego. En realidad los regalos de verdad son esos que aparecen sin darnos cuenta. Son los amigos con los que se queda de vez en cuando y , con el paso del tiempo, se convierten en costumbres reconfortantes que son parte de nosotros mismos. No existe, excepto en las películas, un amor con flechazo que se queda para siempre con plenitud extrema sino que esa persona se vuelve el refugio recíproco del que ya no queremos salir y a partir del cual , casi sin percatarnos, hemos empezado a construir. Los niños juegan con las cajas pero luego les enseñamos a ser adultos y aprenden a diferenciar las marcas como si aquello, maquillaje mental, fuera un determinante de la satisfacción. A mi me gustan los Lamborghini pero he de reconocer que fui muy feliz con un Polo al que le costaba mucho que entrase la tercera marcha. Si me dedico a esperar a que llegue el deportivo lo más probable es que no conduzca a ningún lado jamás.

He aprendido a bajar mis sueños a la tierra, a ser posible a un lugar donde pueda alcanzarlos con las manos. Eso no quita que un día de reyes, como hoy, no tenga ilusiones: teletransportarme. Un Aston Martin Db11. Que vuelva todo lo que perdí o que aprenda a no echarlo de menos todas las veces.

Mi regalo de reyes es desayunar y volver a la cama. Se me ocurren muchas opciones mejores o complementarias, por supuesto, pero es lo que hay. Y no queda más remedio que ser aceptablemente feliz con ello. Es como jugar con las cartas que te tocan aunque no sean las mejores cartas del mundo pero, en realidad, estás en el juego.

El 60% de nuestros dramas son responsabilidad nuestra. El 20% es culpa de la importancia que le damos a los envoltorios. Visto así, por mucho que un regalo bien envuelto es más emocionante, debería de ser más fácil.

3 de enero de 2019

El pajillero infiel


(literatura pueril basada en hechos reales)

Sonó mi teléfono justo a  la hora de los  dramas o las confesiones.

-Oye- e hizo una  pausa- ¿tú podrías saber viéndome  la cara si me  he hecho una paja?

Jamás hubiera esperado de mi mejor amigo una pregunta así un domingo a última hora.

-¿A qué viene esto?

-Joder- me  decía- He estado toda la tarde en casa. A eso de las ocho ha  sonado el timbre y he bajado. Nada  más  bajar me mira a los ojos y me dice muy serio “tú te has hecho una paja, ¿verdad?”. Y la verdad  es que  si, que lo había hecho. Estaba en casa aburrido y, pues bueno, esas cosas  pasan con tiempo,  vagancia, ganas y sofá. Tampoco creo que sea tan malo. Lo primero que pensé es  que, no sé, que  tuviera alguna marca. Pero no. Ninguna. Le  pregunté si se me notaba  en algo. Me dijo que lo sabía,  sin más. Que como me quiere es capaz de ver en mí más allá. Que es  esa empatía  de las personas enamoradas y que si yo no la tengo es porque no le quiero. Entonces me hizo otra pregunta “¿y has pensado en mí?”. Pero que puñetas voy a pensar yo, joder. Le dije que no. “¿En quién entonces?”. En  nadie. No he pensado en  nadie. No voy por ahí con un manual para  masturbarme. Lo hago y punto. Ni siquiera me preocupo.   “Me estas engañando”.  De verdad que no pienso en nada. Bueno, sí. “¿Ves?- me dijo- Algo era”. Lo dijo señalando con el dedo acusador. Le dije que no fuera imbécil, que lo que pienso es en mí. Nada  más. Me llamó egoísta y que  por qué tenía ahora que insultarle de esa forma  tan gratuita. Gratuito era el juicio sumarísimo al que me estaba sometiendo, le respondí. Me dijo que me quería pero no podía soportar que cuando no estuviera yo me dedicara fantasear con el resto del mundo. “Eso es ser infiel”. ¡Yo no había fantaseado con nadie ni con nada!. “No te creo”. Así que contraataqué pero no me di cuenta que ya estaba condenado. Le  pregunté si no lo hace acaso alguna vez. “Pero pienso en ti”- respondió tal y como se esperaba. “Yo no soy como tú”- dijo situándose en la superioridad moral.  “No puedo estar  con alguien que cuando no estoy pasa el día engañándome”. Empezó entonces a gesticular y mover los brazos como si hubiera encontrado a todos  sus  familiares muertos después de un terremoto. “!Has traicionado todo lo que  he dado por ti!”. “!Me has decepcionado!”.  “No quiero saber nada  más”. Y se fue, dejándome en el portal con la sensación de vergüenza que debe de tener un adolescente si le pillan tocándose. Culpable. Por un momento volví a mi situación de  intimidad sin encontrar  nada que fuera, ciertamente, culpabilizador. Pero estaba soltero sin saber todavía  cual era  mi gravísimo pecado. Bueno, si. Masturbarme es ser  infiel, parece ser. ¿Tú piensas en alguien en ese momento?

-Un  domingo por la tarde sin nada más que hacer la verdad es que no pero- e hice una pequeña  pausa-  ahora  me lo voy a  pensar  por si acaso. Tampoco creo que se note pero empiezo a  asustarme.

-Porque… ¿se nota?

-Yo creo que no. Supongo que te iba a dejar igual pero cuando no hay excusas , se buscan. Es mucho más sencillo coger la  culpa, hacerla una bola, y tirarla a la cara  del otro.

-La culpa

-Si. ¿Vas a hacer algo?

-Pues mira, una paja no creo.

-Hombre, ahora no engañas a nadie

-Ni antes

-Ya. Eso creo yo. Aunque seas egoísta, traidor, infiel y pajillero.

-Vete a la mierda.


Pd: dice Rafa Pons que cuando te pregunta algo tu pareja sobe lo que estás pensando siempre hay que decir que "en ti"