Mal dia para buscar
28 de mayo de 2024
Los pájaros no existen
23 de mayo de 2024
Calidad de circunstancia
Durante los años en los que se adquiere conciencia de la vida uno descubre que las enfermedades son algo circunstancial. Ese dolor, simplemente, pasará.
Sin embargo hay un dia en el que esa circunstancialidad desaparece y hay que asumir que va a estar ahí siempre. Puede ser una enfermedad, un vacío, unas agujetas fruto del desgaste o la certificación de la imposibilidad de los sueños.En ese instante la enfermedad deja de ser circunstancial y le ponen el apellido de crónica.
Algunos, la mayoría, ni siquiera tenemos el rédito que poseen los artistas olvidados que una vez fueron grandes.18 de mayo de 2024
Los Jueves.
Descarte del libro "Dame CuerdaDame Cuerda"
Tenían costumbre de follar, los
jueves.
Con el paso del tiempo ni
siquiera sabían por qué, pero era los jueves. Daba exactamente lo mismo que
lloviera o que fuera uno de esos días de invierno en el que el primer soplo de
aire enmohece la nariz. A veces tenían que dejar las ventanas abiertas porque
el calor golpeaba, más fuerte que un fugitivo en la puerta de la iglesia, los
cristales. No había excusas ni motivos especiales, solamente el día de la
semana.
No hablaban de nada en especial.
No existían los hijos, enfermedades, los miedos ni las decepciones de los
trabajos. No pasaba el tiempo por sus cuerpos ni había un ápice de vida
anterior o de futuro. Ese instante, fugaz como son las pasiones, era el sobrecillo
de azúcar que, grano a grano, les iba endulzando. A veces, y cuando sucedía
siempre lo negaban, él se quedaba casi dormido sobre sus piernas mientras ella
jugaba con su pelo sin decir nada. En ocasiones ese sopor que se hace fuerte
entre las sábanas, aún con la forma de su mano arrugándolas, les poseía sin
darse cuenta que pasaban los minutos pero nunca las horas.
Eran capaces de verse a si mismos
tal y como se desvistieron, probablemente en jueves, muchos años atrás. Se
habían hecho más viejos, murieron personas a su lado, creyeron haber encontrado
a alguien en algún momento, leyeron libros de los que no hablaron, discutieron
con el mundo, estuvieron tristes y bailaron en la fiesta de algún pueblo con
pajar. Sin embargo cuando llegaba el jueves volvían a ser los mismos de la
primera vez. Aunque, si hicieran el esfuerzo de pensarlo, sabían que no era
igual, lo era. Ella seguía soltando un suspiro fuerte y entrecortado mientras
le tiemblan los labios y al entreabrir los ojos parece que siente vergüenza. El
sigue extendiendo la mano por su espalda como queriendo alcanzar el infinito y
le gusta quedarse mirándola como si se fuera a dormir en diagonal sobre la
cama.
Por alguna razón, los jueves, el
tiempo y el espacio se habían quedado parados. Siempre. Todos y cada uno de los
jueves. Sin obligación ni contrato, solamente costumbre.
Aquel día, probablemente, era
martes. Alguien hizo café y alguien habló de los hijos. Uno se quejó de la
espalda y otro comentó que estaba preocupado por quedarse sin trabajo. Los
padres estaban enfermos y el coche parecía no querer arrancar. -¿Tú sabes donde
hay un taller barato de confianza?- le preguntó. Un instante después explicaba
cómo aquel tipo parecía un buen tipo pero no era tan buen tipo después de pasar
por su cama. O era eso o que aquella mujer no supo cómo entenderle cuando
debían de entenderse. Se hizo una pausa y la cama se había ido a vivir a otro
continente, como una toma de esas en las que todo se aleja. Un plano secuencia
de unos segundos en el que pasan años y en el que, delante de ese mismo café, envejecen
y se alejan porque se vuelven humanos y eso es lo mismo que imperfectos.
“Real, pero no perfecta”-pone si
la buscas en whatsapp. Sigue jurando que los jueves no eran pausas perfectas en
el tiempo y en el espacio. “El amor es cuando lo excepcional se convierte en
costumbre”- le gusta decir a él cuando se empeña en conocer a alguien que tiene
prohibido aparecer los jueves. “¿Por qué no los jueves?”- le preguntan sin que
responda nada. Por supuesto que nadie aparece ningún día de la semana con esos
condicionantes.
Asi que aunque llueva o haga un
calor infernal, aunque la mañana se haga corta o el miércoles den una película
a la tarde, se acuerdan.
Los jueves.
Cogieron la costumbre de
recordarse, los jueves.
17 de mayo de 2024
La historia de Angel y el wokismo.
Si no sabes hacia donde vas, cualquier camino es válido.
Aquel compañero de clase se llamaba Angel. Angel era un tipo rechoncho y jamás resultó especialmente brillante, pero eso no quita que no fuera alguien que se esforzaba y que intentaba hacer las cosas de la mejor manera posible. Cuando empezamos la universidad nos cruzábamos con él por los largos pasillos de la escuela de ingenieros y llevaba, como se debe, sus apuntes organizados en una carpeta y los subrayaba con diligencia mientras estábamos en clase. Tampoco es que fuera alguien de nuestro grupo pero sí una de esas personas que no te resultaban ajenas en la universidad. una de las grandes diferencias que tenía aquella universidad de lo que ahora parece que es, es que casi cualquiera podía cursar primer curso pero en primero teníamos 10 clases y en segundo 3. Eso nos da una explicación de la criba meritocrática a la que nos veíamos sometidos. Con superar una de las seis asignaturas valía pero eso no era sencillo. Obviamente no era necesario tener una gran ansia de ser ingeniero y desearlo fervientemente, incluso siendo cojo, mujer, negro o tuerto. Había que demostrar a lo largo de un año que uno era capaz. Eso, sumado a la desidia intrinseca que tienen los 19 años, hacía de aquello un reto que no éramos capaces de entender. Supongo que los principales retos de la vida son esos en los que nos sumergimos sin saberlo exactamente.
El caso es que Angel no superó ese reto. Tampoco eso es ningún problema porque ni Jorge, ni Borja, que eran de nuestro grupo, lo pasaron. Y Jon, que siempre ha sido un tipo listo e incluso yo mismo, que no lo soy, pasamos muy justitos. El problema es que cuando la madre de Angel, que siempre habia estado pendiente de su hijo rechoncho con problemas de socialización y necesidad de autoafirmación, le preguntó qué tal, Angel aseguró que ya estaba en segundo. Eso lo sé porque mi madre iba a la misma carnicería que su madre y un día se encontraron. Cuando estábamos en casa me comentó que se había encontrado con la madre de uno de mis compañeros y que estaba muy contenta porque compartíamos clase. Cuando mi madre le comentó lo mucho que me estaba costando sacar la carrera ella, ufana y orgullosa, le debió de poner cara de pena condescendiente y desear que me fuera tan bien como su vástago. En el momento en que, en casa, me indicó quien era solo se me ocurrió decir que había sido expulsado hace dos años. Así que mi madre, que es buena persona pero vengativa, se lo dejó caer la siguiente vez que se encontraron y fue esa la forma en la que la madre de Angel descubrió, tres años después, que su hijo le había engañado.
Primero contó que había superado primero y después, para no desilusionar, iba explicando lo grácilmente que aprobaba, incluso con nota, las asignaturas de los cursos superiores. Cuando uno empieza a mentir y no está en disposición de admitir sus historias, empieza a fantasear con ello hasta que se hace una bola descomunal porque va a reventar igual y las salpicaduras se parecen a las empapaduras e incluso a los ahogamientos.
Desconozco que fue de Angel a partir de ese instante. Estoy convencido que él deseaba aprobar tanto que adelantó el éxito que no tuvo antes de suceder y, más tarde, no quería decepcionar a su familia. Más que mentiroso o malintencionado resultó ser una disonancia peligrosa entre la verdad y el deseo.
Todo esto es una historia que me viene a la cabeza cada vez que aparece una noticia, como un saltito más, en aspectos de la cultura Woke. Cuando toda una generación se enfrenta al reto que por cuestiones de edad le toca aparecen por las oficinas y los pasillos de los organismos oficiales con sus carpetas y sus apuntes, presurosos e ilusionados. Empiezan, y no lo saben claramente, uno de esos retos que te marca la vida y desean, ansiosamente, hacer las cosas como creen que deben hacerlo. Entonces se sientan en sus despachos, esos por los que han opositado desde la habitación de casa de sus padres, y quieren hacer algo diferente. Así que, básicamente porque sus momentos de ocio han estado monopolizados por la televisión, piensan que este es un mundo lleno de conspiraciones y de machismos, de traiciones a las minorías y de desagravios históricos que todavía existen porque han vuelto a poner Bailando con Lobos en una reposición. Inicialmente empezaron a contarnos que hay que cuidar a las mujeres y la verdad es que no hay nada que rechistar a eso. También nos dicen que hay que respetar a los negros y los transexuales. La verdad es que yo nunca he insultado jamás a un negro ni a un chino ni a un gordo. Nunca, de verdad, me ha preocupado con quien se quiere acostar alguien excepto si se quiere acostar conmigo, así que les dije que me parece bien siempre que se respeten mis orificios. Pero como eso no fue suficiente y los problemas normales de la vida, casi como las matrices de números imaginarios o las integrales eulerianas, no se solucionan fácilmente, empezaron a buscar conflictos nuevos contra los que luchar. Entonces me intentaron convencer que el problema estaba en mi, que aunque no lo sé, soy un machista y un racista. Llegué a dudar de propia bondad pero luego me di cuenta que esa bola que estaban creando, crecía. Me di cuenta porque empezaron a gritar en contra de los dibujos animados de mi infancia. Dijeron que los Aristogatos eran racistas, que Campanilla mantiene viva la sexualización de la mujer, que los Huesitos discriminan, que yo debo de pagar por los delitos que cometieron los exploradores españoles. Casi como las excusas e invenciones de Angel para proteger su incapacidad, aquellas buenas intenciones se convirtieron en locura. Que si Friends era una serie que apartaba las minorías sexuales y que cualquiera que no fuera ellos mismos representaba el mal. Que Grease hay que prohibirlo y que el precio de los Kebab han de estar regulados por ley. La deriva Woke ha crecido hasta un punto en el que, como el cuento del pastor y el lobo o como las excusas de Angel, resulta ser una locura increíble con un punto de ser medianamente despreciable. Sobre todo cuando la realidad se impone continuamente como suspensos por mucho que se retuerza maniqueamente en las tertulias del régimen. No hay una gran diferencia entre acusar a todo del machismo lawfare o de una conspiracion comunista judeomasónica. Acuérdense que Franco era un antijudio convencido. Es igualmente absurdo esa broma del pobre de derechas como la del queer propalestino.
Si algo tiene una generación que ha aprendido que traer comida, trabajar, hacer la cama o bajar la basura es algo que sucede de forma mágica y sin su intervención, es que eso ya no es algo por lo que haya que preocuparse. Todos tienen derecho a sentarse a comer pero ninguno sabe cocinar. Si no aprueban la solución es localizar un nuevo culpable y rebuscan a quien no han estigmatizado aún. Probablemente terminarán haciendo una dramática huelga de hambre delante de un campo de naranjos quejándose porque nadie recoge la fruta y jurando que eso es culpa del capitalismo cuando solamente tienen que organizarse para cogerla con sus atrofiadas manos. Se darán besos delante de supuestos odiadores del amor pero jamás dentro de una mezquita, no sea que de verdad les revienten a hostias. Reivindicadores si, pero no gilipollas.
A Angel, si me lo cruzo por la calle y me cuenta que es registrador de la propiedad, no le voy a creer. Eso no quiere decir que no sea verdad pero ya me han saturados sus películas. Me pasa lo mismo con las soflamas woke. Por ambos tuve simpatía pero no les puedo dar más cancha. Han ido acumulando capas en la cebolla de su discurso sin saber hacia donde iban y por eso mismo cualquier camino les ha parecido válido.
Al único sitio al que se llega por cualquier camino es a Roma, pero a la decadente.
6 de mayo de 2024
Los deseados trucos de magia.
Los arquetipos no existen
Los judíos, que son muy malos y comen niños palestinos para desayunar, han de ser represaliados por la bondad humana que es incapaz de entender tanta violencia y muerte. Hay que cuidar a los palestinos.
Los nazis, que eran muy malos y contaminaban el planeta con las cenizas de los judíos, han de ser exterminados de la historia y borrados porque toda la maldad reside sobre aquellos. Hay que cuidar a los judíos.
Obviamente hay que ser solidario con todas aquellas personas que desean amar a quien quieran y ser drástico a la par de defensor de las libertades para con aquellos que, como neandertales, no son capaces de entender la diversidad de nuestro mundo. Así que hay que enfrentarse a países, basicamente árabes, que apedrean homosexuales. Irán y Yemen, por ejemplo. Curiosamente los mismos paises en los que, de una manera fortuita y casi al estilo ruso, aparecen sospechosamente muertas las mujeres que piden tener los mismos derechos que los hombres. Una de las cosas que tienen los rusos es que son mucho más igualitarios porque cada vez que hay un opositor, se cae por un balcón como un turista británico. Hay que cuidar a los homosexuales, a las mujeres y a los opositores.
Qué buena es la discrepancia. Tener disponible para el ser inteligente que yo soy alguna cantidad de opiniones disruptoras. Sentir el contrapeso intelectual al orden establecido. Claro que lo que no puedo tolerar son las opiniones retrógradas porque esas son el lastre involucionista que, casualmente, nunca soy yo. Hay preservar el pensamiento correcto y protegernos de los malísimos poderosos.
Porque los poderosos, que son un grupo de grises hombres blancos heterosexuales ricos a costa del trabajos de pobres como yo, son los terribles enemigos del bien común. Si no existieran seríamos todos ricos, pero no malvados. Nosotros, que sabemos compartir y que jamás criticaremos al vecino que nos quita la wifi porque el acceso a la información es un derecho. Cuidemos a los pobres generosos, sobre todo cuando la bondad nos sale a devolver.
Hablemos mal de los curas, porque violan a los niños, pero un jesuita que da cobijo en épocas de lluvias a los menos favorecidos de las selvas de Venezuela es bueno. Hablemos bien de los inmigrantes porque vienen a buscarse la vida, pero cuando se te acercan en una terraza buscas el móvil encima de la mesa por si desaparece y le has dicho a tu hija que tenga cuidado si encuentra un grupo borracho a las tres de la mañana. La gente tiene derecho a divertirse, excepto si estas en casa intentando estudiar y el ruido no te lo permite. Las procesiones son anacrónicas pero los macro conciertos te parecen pocos. Hay que conseguir que las personas de bien tengan tiempo libre sin explotarles pero te jode que el repartidor llegue tarde un domingo de lluvia por la tarde.
A lo que voy es que el primer paso es admitir que todos somos el hijo de puta que criticamos y que cada vez más queremos vivir en mundos imposibles por los que vamos saltando como bienhechores. Que una vaga de baja laboral falsa lesbiana se manifiesta, llegando en su coche de combustión y haciendo fotos con su teléfono cargado de coltán, por la defensa de los buenos pero que son, también, aquellos que matan judíos, mujeres y homosexuales. Se va a casa satisfecha con su moral a comer tofu y a luchar contra el franquismo jurando que Artapalo era un defensor de la paz obligado a matar por la represión. Da lo mismo que ese discurso no se sostenga de la misma forma que algunos quieren creer que todos los gays se meten popper y tienen el culo como el túnel de Guadarrama.
Los arquetipos no existen.
Cada día mantengo más la teoría de que los que luchan contra determinadas injusticias desean, en su interior, ser ellos los malvados porque envidian a sus enemigos. No hace falta hacer el experimento de Stanford para descubrir que cuanto más militante es alguien contra "las injusticias", se convierte en un hijo de puta injusto en el momento que toca poder.
Y siempre es culpa del arquetipo que has comprado. El que no existe.
Por supuesto que cuando alguien te pone la obviedad contraria delante de los ojos, jurarás que es un bulo.
1 de mayo de 2024
Los mentirosos invisibles.
Hay cosas de las que, por alguna razón extraña, no se habla.
No se habla de los miedos, de las infecciones gastrointestinales, del 83% de los fracasos, de la muerte y del suicidio. Más de una vez nos negamos a hablar del miedo a la oscuridad para que no nos apaguen la luz. Quizá, de una forma anclada en el cerebro de la supervivencia, nos protegemos de aquello que nos parece que hace ser más débiles en un mundo de depredadores.
Cuando aparece esa noticia de un jubilado al que encuentran en casa, sentado y muerto, delante de la televisión encendida y apestando a putrefacción, una parte de mi piensa que se sintió mal pero, por orgullo o mala educación, decidió no pedir ayuda pensando que se iba a pasar. Que la sombra con guadaña detrás del sofá solamente era un dolor contractural que se soluciona con tiempo. También es cierto que, después, considero que la vida es un elemento sobrevalorado y que vivir sumergido en dolor, soledad, silencio y serotonina en nivel neutro es lo mismo que estar muerto como un coche abandonado en el garaje. Arranque o no, con los papeles en regla o la itv pasada. Hay una yamaha roja que lleva aparcada en el mismo sitio desde hace más de un año y que veo cada dia. Solamente los detalles y los discos de freno oxidados gritan abandono.
Protegernos es algo natural. Hay quien parece que disfruta siendo el lastre del que tirar y quien vive sin jamás pedir un ápice de ayuda o compasión. Son diferentes estrategias aprendidas en la infancia. A algunos les dejaron abandonados en el bosque para que aprendieran a volver solos a casa y otros no son capaces, a sus treinta, de cruzar la calle sin ir de la mano de un adulto. Ni uno ni otro es capaz de decirlo. Probablemente, igual que algún tipo de loco, ambos creen que esa es la verdad y son perfectamente capaces de considerar que su locura es lo real. No hay peor enfermedad que aquella mental no reconocida en la alguien es capaz de retorcer las cosas hasta que encajan en sus paranoias. Pasamos demasiado tiempo explicando la obviedad de lo que creemos verídico a quienes se empeñan en vivir en sus fantasías aprendidas.
Sin embargo hay momentos en los que, quizá solo de manera interna y como una luz que deslumbra a través de la ventana del mundo exterior, podemos llegar a poner en duda el constructo en el que nos hemos acostumbrado a vivir. Dejarnos caer en el pelotón ciclista de la vida y convertirnos en un punto más de la serpiente multicolor que hace abanicos hasta la próxima meta volante. En ese instante somos conscientes. De nuestros miedos, dolores, errores e incluso de las formas en las que jugamos a esconderlos para representarnos como la persona que creemos ser y no como la que somos. Nunca sé si dejamos de vernos porque se topó con mi yo real o con el espejismo de quien yo había creado para mi, como la ropa del emperador. Desconfío de quienes hablan continuamente de lo bien que les va todo y lo felices que son en su mundo de piruletas casi lo mismo que me saturan los victimistas orgánicos que unicamente hablan de sus malísimos males pero no se mueren nunca. Probablemente ambos mienten mientras se les llena la boca de lo que hicieron o lo que van a hacer sin demostrar ni admitir lo que hacen en ese mismo instante, que es decorar el pasado y fantasear con el futuro. Es, sin lugar a dudas, una forma de escapar del presente tangible.
Seguramente no se habla de determinadas cosas porque te humanizan en este mundo en el que parece que todos debemos ser algún tipo de superhéroe que no teme a nada, no fracasa, no se rinde y jamás enferma. Es un mundo en el que jugamos a ser Clark Kent pero confesar en bajito que también somos Superman.
Y no eres ninguna de las dos cosas, solamente eres tú. En el 99% de los casos eres invisible y en el 80% no sabes ni siquiera quien eres en realidad porque te crees tus propias excusas. Cuando un dia te despiertas dolorido y viejo, casi sin conocer ninguna canción en la radio, con deudas a las que parece que no vas a llegar y la certeza que no lograrás alcanzar ese sueño que tuviste en la adolescencia para tu futuro, ese dia puedes seguir mintiendo hasta la invisibilidad o aceptar que los vecinos pondrán cara de pena diez minutos pero luego se preguntarán si quien ocupe tu lugar va a pagar la comunidad.