Mal dia para buscar

18 de mayo de 2024

Los Jueves.

 Descarte del libro "Dame CuerdaDame Cuerda"

Tenían costumbre de follar, los jueves.

Con el paso del tiempo ni siquiera sabían por qué, pero era los jueves. Daba exactamente lo mismo que lloviera o que fuera uno de esos días de invierno en el que el primer soplo de aire enmohece la nariz. A veces tenían que dejar las ventanas abiertas porque el calor golpeaba, más fuerte que un fugitivo en la puerta de la iglesia, los cristales. No había excusas ni motivos especiales, solamente el día de la semana.

No hablaban de nada en especial. No existían los hijos, enfermedades, los miedos ni las decepciones de los trabajos. No pasaba el tiempo por sus cuerpos ni había un ápice de vida anterior o de futuro. Ese instante, fugaz como son las pasiones, era el sobrecillo de azúcar que, grano a grano, les iba endulzando. A veces, y cuando sucedía siempre lo negaban, él se quedaba casi dormido sobre sus piernas mientras ella jugaba con su pelo sin decir nada. En ocasiones ese sopor que se hace fuerte entre las sábanas, aún con la forma de su mano arrugándolas, les poseía sin darse cuenta que pasaban los minutos pero nunca las horas.

Eran capaces de verse a si mismos tal y como se desvistieron, probablemente en jueves, muchos años atrás. Se habían hecho más viejos, murieron personas a su lado, creyeron haber encontrado a alguien en algún momento, leyeron libros de los que no hablaron, discutieron con el mundo, estuvieron tristes y bailaron en la fiesta de algún pueblo con pajar. Sin embargo cuando llegaba el jueves volvían a ser los mismos de la primera vez. Aunque, si hicieran el esfuerzo de pensarlo, sabían que no era igual, lo era. Ella seguía soltando un suspiro fuerte y entrecortado mientras le tiemblan los labios y al entreabrir los ojos parece que siente vergüenza. El sigue extendiendo la mano por su espalda como queriendo alcanzar el infinito y le gusta quedarse mirándola como si se fuera a dormir en diagonal sobre la cama.

Por alguna razón, los jueves, el tiempo y el espacio se habían quedado parados. Siempre. Todos y cada uno de los jueves. Sin obligación ni contrato, solamente costumbre.

Aquel día, probablemente, era martes. Alguien hizo café y alguien habló de los hijos. Uno se quejó de la espalda y otro comentó que estaba preocupado por quedarse sin trabajo. Los padres estaban enfermos y el coche parecía no querer arrancar. -¿Tú sabes donde hay un taller barato de confianza?- le preguntó. Un instante después explicaba cómo aquel tipo parecía un buen tipo pero no era tan buen tipo después de pasar por su cama. O era eso o que aquella mujer no supo cómo entenderle cuando debían de entenderse. Se hizo una pausa y la cama se había ido a vivir a otro continente, como una toma de esas en las que todo se aleja. Un plano secuencia de unos segundos en el que pasan años y en el que, delante de ese mismo café, envejecen y se alejan porque se vuelven humanos y eso es lo mismo que imperfectos.

“Real, pero no perfecta”-pone si la buscas en whatsapp. Sigue jurando que los jueves no eran pausas perfectas en el tiempo y en el espacio. “El amor es cuando lo excepcional se convierte en costumbre”- le gusta decir a él cuando se empeña en conocer a alguien que tiene prohibido aparecer los jueves. “¿Por qué no los jueves?”- le preguntan sin que responda nada. Por supuesto que nadie aparece ningún día de la semana con esos condicionantes.

Asi que aunque llueva o haga un calor infernal, aunque la mañana se haga corta o el miércoles den una película a la tarde, se acuerdan.

Los jueves.

Cogieron la costumbre de recordarse, los jueves.


17 de mayo de 2024

La historia de Angel y el wokismo.

 Si no sabes hacia donde vas, cualquier camino es válido.

Aquel compañero de clase se llamaba Angel. Angel era un tipo rechoncho y jamás resultó especialmente brillante, pero eso no quita que no fuera alguien que se esforzaba y que intentaba hacer las cosas de la mejor manera posible. Cuando empezamos la universidad nos cruzábamos con él por los largos pasillos de la escuela de ingenieros y llevaba, como se debe, sus apuntes organizados en una carpeta y los subrayaba con diligencia mientras estábamos en clase. Tampoco es que fuera alguien de nuestro grupo pero sí una de esas personas que no te resultaban ajenas en la universidad. una de las grandes diferencias que tenía aquella universidad de lo que ahora parece que es, es que casi cualquiera podía cursar primer curso pero en primero teníamos 10 clases y en segundo 3. Eso nos da una explicación de la criba meritocrática a la que nos veíamos sometidos. Con superar una de las seis asignaturas valía pero eso no era sencillo. Obviamente no era necesario tener una gran ansia de ser ingeniero y desearlo fervientemente, incluso siendo cojo, mujer, negro o tuerto. Había que demostrar a lo largo de un año que uno era capaz. Eso, sumado a la desidia intrinseca que tienen los 19 años, hacía de aquello un reto que no éramos capaces de entender. Supongo que los principales retos de la vida son esos en los que nos sumergimos sin saberlo exactamente.

El caso es que Angel no superó ese reto. Tampoco eso es ningún problema porque ni Jorge, ni Borja, que eran de nuestro grupo, lo pasaron. Y Jon, que siempre ha sido un tipo listo e incluso yo mismo, que no lo soy, pasamos muy justitos. El problema es que cuando la madre de Angel, que siempre habia estado pendiente de su hijo rechoncho con problemas de socialización y necesidad de autoafirmación, le preguntó qué tal, Angel aseguró que ya estaba en segundo. Eso lo sé porque mi madre iba a la misma carnicería que su madre y un día se encontraron. Cuando estábamos en casa me comentó que se había encontrado con la madre de uno de mis compañeros y que estaba muy contenta porque compartíamos clase. Cuando mi madre le comentó lo mucho que me estaba costando sacar la carrera ella, ufana y orgullosa, le debió de poner cara de pena condescendiente y desear que me fuera tan bien como su vástago. En el momento en que, en casa, me indicó quien era solo se me ocurrió decir que había sido expulsado hace dos años. Así que mi madre, que es buena persona pero vengativa, se lo dejó caer la siguiente vez que se encontraron y fue esa la forma en la que la madre de Angel descubrió, tres años después, que su hijo le había engañado.

Primero contó que había superado primero y después, para no desilusionar, iba explicando lo grácilmente que aprobaba, incluso con nota, las asignaturas de los cursos superiores. Cuando uno empieza a mentir y no está en disposición de admitir sus historias, empieza a fantasear con ello hasta que se hace una bola descomunal porque va a reventar igual y las salpicaduras se parecen a las empapaduras e incluso a los ahogamientos.

Desconozco que fue de Angel a partir de ese instante. Estoy convencido que él deseaba aprobar tanto que adelantó el éxito que no tuvo antes de suceder y, más tarde, no quería decepcionar a su familia. Más que mentiroso o malintencionado resultó ser una disonancia peligrosa entre la verdad y el deseo.


Todo esto es una historia que me viene a la cabeza cada vez que aparece una noticia, como un saltito más, en aspectos de la cultura Woke. Cuando toda una generación se enfrenta al reto que por cuestiones de edad le toca aparecen por las oficinas y los pasillos de los organismos oficiales con sus carpetas y sus apuntes, presurosos e ilusionados. Empiezan, y no lo saben claramente, uno de esos retos que te marca la vida y desean, ansiosamente, hacer las cosas como creen que deben hacerlo. Entonces se sientan en sus despachos, esos por los que han opositado desde la habitación de casa de sus padres, y quieren hacer algo diferente. Así que, básicamente porque sus momentos de ocio han estado monopolizados por la televisión, piensan que este es un mundo lleno de conspiraciones y de machismos, de traiciones a las minorías y de desagravios históricos que todavía existen porque han vuelto a poner Bailando con Lobos en una reposición. Inicialmente empezaron a contarnos que hay que cuidar a las mujeres y la verdad es que no hay nada que rechistar a eso. También nos dicen que hay que respetar a los negros y los transexuales. La verdad es que yo nunca he insultado jamás a un negro ni a un chino ni a un gordo. Nunca, de verdad, me ha preocupado con quien se quiere acostar alguien excepto si se quiere acostar conmigo, así que les dije que me parece bien siempre que se respeten mis orificios. Pero como eso no fue suficiente y los problemas normales de la vida, casi como las matrices de números imaginarios o las integrales eulerianas, no se solucionan fácilmente, empezaron a buscar conflictos nuevos contra los que luchar. Entonces me intentaron convencer que el problema estaba en mi, que aunque no lo sé, soy un machista y un racista. Llegué a dudar de propia bondad pero luego me di cuenta que esa bola que estaban creando, crecía. Me di cuenta porque empezaron a gritar en contra de los dibujos animados de mi infancia. Dijeron que los Aristogatos eran racistas, que Campanilla mantiene viva la sexualización de la mujer, que los Huesitos discriminan, que yo debo de pagar por los delitos que cometieron los exploradores españoles. Casi como las excusas e invenciones de Angel para proteger su incapacidad, aquellas buenas intenciones se convirtieron en locura. Que si Friends era una serie que apartaba las minorías sexuales y que cualquiera que no fuera ellos mismos representaba el mal. Que Grease hay que prohibirlo y que el precio de los Kebab han de estar regulados por ley. La deriva Woke ha crecido hasta un punto en el que, como el cuento del pastor y el lobo o como las excusas de Angel, resulta ser una locura increíble con un punto de ser medianamente despreciable. Sobre todo cuando la realidad se impone continuamente como suspensos por mucho que se retuerza maniqueamente en las tertulias del régimen. No hay una gran diferencia entre acusar a todo del machismo lawfare o de una conspiracion comunista judeomasónica. Acuérdense que Franco era un antijudio convencido. Es igualmente absurdo esa broma del pobre de derechas como la del queer propalestino.

Si algo tiene una generación que ha aprendido que traer comida, trabajar, hacer la cama o bajar la basura es algo que sucede de forma mágica y sin su intervención, es que eso ya no es algo por lo que haya que preocuparse. Todos tienen derecho a sentarse a comer pero ninguno sabe cocinar. Si no aprueban la solución es localizar un nuevo culpable y rebuscan a quien no han estigmatizado aún. Probablemente terminarán haciendo una dramática huelga de hambre delante de un campo de naranjos quejándose porque nadie recoge la fruta y jurando que eso es culpa del capitalismo cuando solamente tienen que organizarse para cogerla con sus atrofiadas manos. Se darán besos delante de supuestos odiadores del amor pero jamás dentro de una mezquita, no sea que de verdad les revienten a hostias. Reivindicadores si, pero no gilipollas.

A Angel, si me lo cruzo por la calle y me cuenta que es registrador de la propiedad, no le voy a creer. Eso no quiere decir que no sea verdad pero ya me han saturados sus películas. Me pasa lo mismo con las soflamas woke. Por ambos tuve simpatía pero no les puedo dar más cancha. Han ido acumulando capas en la cebolla de su discurso sin saber hacia donde iban y por eso mismo cualquier camino les ha parecido válido.

Al único sitio al que se llega por cualquier camino es a Roma, pero a la decadente. 




6 de mayo de 2024

Los deseados trucos de magia.

Estábamos invitados en una fiesta privada. Lo más divertido de aquello es que sacaban los chupitos en unos vasos de barquillo y después de beberlos te los comías. Es ecológico y, además, te deja la sensación de que la bebida va con una tapa. San Sebastián en septiembre son las afueras cool de cualquier urbe cosmopolita con mar, aunque sea un pueblo con ínfulas. El clima te permite llevar chaqueta sin sudar y solamente dejar la vista caer sobre la bahía proporciona suficiente calma.

Si algo tienen las fiestas privadas de los festivales es que haber llegado hasta ahí, sin ser nada importante, proporciona la sensación errónea de exclusividad que tan bien alimenta el ego. Cuando salieron los aperitivos, un famoso cantante embutido en unos pantalones de cuero brillante que en cualquier otra situación serían látex, me proporcionó un codazo para robarme la última croqueta de una bandeja. Tampoco le guardo rencor aunque fueran de boletus.

En aquellos años, con la resaca que generaron en los medios la obra de arte que supuso Terminator2 por su utilización de los ordenadores, los efectos digitales eran la nueva ventana que se abría para sorpresa de los espectadores. Aparecían en anuncios y en el telediario, jugando con las transiciones y con giros de cámara imposibles hasta entonces. El señor Tsang, que en realidad era de Tres Cantos, me estuvo contando la manera adecuada de jugar con la realidad. -Podemos hacer lo que queramos- contaba -Podemos dibujar una silla y hacer que vuele, movernos por las patas y dar la sensación de estar cómodamente sentados en ella, antes de girar la toma y sorprendernos con que es un dragón, y montarlo por encima de Nueva York echando fuego al Empire State.- Entonces dió con la clave -Lo que es un error es que sea demasiado real porque si hacemos algo real nos quedaremos sin trabajo y grabarán una silla. Así que el truco es que siempre sea algo mágico o imposible. Cuando un artista es tan bueno que hace un cuadro hiperrealista, le cambian por la foto, que la puede hacer el sobrino del productor- . Obviamente uno puede ser un gran artista pero tiene que comer. A veces es mucho más fácil y rentable ser el único que hace algo que esforzarse por ser el mejor en algo que hacen muchos.

Mirándolo con perspectiva aquella fue una afirmación válida y bien formada pero incorrecta. El señor Tsang estaba trabajando con Chillida en una escultura virtual. Es decir, algo que no existiera pero que se pudiera observar y valorar desde cualquier perspectiva. Me había presentado, unas horas antes, a ese hombre de pelo blanco, apariencia de estar deshubicado, alto y vestido como un tipo de Hondarribia que ha salido a por el pan y ha terminado de txikitos. Me contaba lo apasionante que le parecía crear algo que pudiera parecer real sin existir. Supongo que aquello nunca fructificó porque el artista tuvo la mala suerte de morirse. Sin embargo todo ello ha derivado en un mundo demasiado poblado de realidades inexistentes. Las imágenes 3d de los coches, los teléfonos e incluso de las sillas existen mucho antes de lo que hacen sus parientes de verdad. Los asistentes virtuales, los bots, las inteligencias artificiales que se entremezclan en nuestra cabeza con las cosas y seres reales, hacen muy fina la línea entre lo que existe, lo que creemos que existe y lo que desaparece cuando se va la luz.

El éxito no estaba en hacer algo mágico sino usar la magia como ha sido siempre: para engañar ilusionando al espectador con algo que quiere creer que existe.

Un rato después Javier, relaciones públicas, me preguntó si quería acompañarle. Salimos de la fiesta y montamos en su deportivo blanco. Conducir por la carretera de va de Ondarreta al centro, a determinadas horas, es sencillamente delicioso. -¿Donde vamos?- le dije. -Tenemos que hacer un par de recados-. Paró en un portal del centro. Después recogimos a dos chicas sencillamente espectaculares que se terminaban de maquillar en los asientos de atrás. Al volver a la fiesta y entrando sin hacer cola, que es como lo hacemos las estrellas, yo volví por otro de esos chupitos. Un momento después, sin las chicas, salimos a la terraza a fumar. -¿Quienes eran?- pregunté porque si sale alguien a buscar a alguien es porque son Vip. -Putas-. Javier me explicó, con aplastante lógica, que su trabajo es hacer que los clientes estén contentos, que nunca ha ido de putas, pero sabe donde están las mejores. Y que la coca que habíamos ido a recoger era la mejor de la costa cantábrica, aunque aborrece las drogas. -Es mi trabajo- y tenía razón. Su labor era convertir en real los deseos de sus clientes y hacer magia. Si su cliente quiere engañarse con su éxito sexual o una sensación de ebullición física, se lo da. También - pensé- es un tipo de mago.

El principal truco de magia sucede cuando el espectador desea ser engañado y, como yonkis de lo que queremos creer, pasamos el tiempo esperando que venga el artista o el relaciones públicas para jurarnos que lo que está pasando, es verdad.


Los arquetipos no existen

Los judíos, que son muy malos y comen niños palestinos para desayunar, han de ser represaliados por la bondad humana que es incapaz de entender tanta violencia y muerte. Hay que cuidar a los palestinos.

Los nazis, que eran muy malos y contaminaban el planeta con las cenizas de los judíos, han de ser exterminados de la historia y borrados porque toda la maldad reside sobre aquellos. Hay que cuidar a los judíos.

Obviamente hay que ser solidario con todas aquellas personas que desean amar a quien quieran y ser drástico a la par de defensor de las libertades para con aquellos que, como neandertales, no son capaces de entender la diversidad de nuestro mundo. Así que hay que enfrentarse a países, basicamente árabes, que apedrean homosexuales. Irán y Yemen, por ejemplo. Curiosamente los mismos paises en los que, de una manera fortuita y casi al estilo ruso, aparecen sospechosamente muertas las mujeres que piden tener los mismos derechos que los hombres. Una de las cosas que tienen los rusos es que son mucho más igualitarios porque cada vez que hay un opositor, se cae por un balcón como un turista británico. Hay que cuidar a los homosexuales, a las mujeres y a los opositores.

Qué buena es la discrepancia. Tener disponible para el ser inteligente que yo soy alguna cantidad de opiniones disruptoras. Sentir el contrapeso intelectual al orden establecido. Claro que lo que no puedo tolerar son las opiniones retrógradas porque esas son el lastre involucionista que, casualmente, nunca soy yo. Hay preservar el pensamiento correcto y protegernos de los malísimos poderosos.

Porque los poderosos, que son un grupo de grises hombres blancos heterosexuales ricos a costa del trabajos de pobres como yo, son los terribles enemigos del bien común. Si no existieran seríamos todos ricos, pero no malvados. Nosotros, que sabemos compartir y que jamás criticaremos al vecino que nos quita la wifi porque el acceso a la información es un derecho. Cuidemos a los pobres generosos, sobre todo cuando la bondad nos sale a devolver.

Hablemos mal de los curas, porque violan a los niños, pero un jesuita que da cobijo en épocas de lluvias a los menos favorecidos de las selvas de Venezuela es bueno. Hablemos bien de los inmigrantes porque vienen a buscarse la vida, pero cuando se te acercan en una terraza buscas el móvil encima de la mesa por si desaparece y le has dicho a tu hija que tenga cuidado si encuentra un grupo borracho a las tres de la mañana. La gente tiene derecho a divertirse, excepto si estas en casa intentando estudiar y el ruido no te lo permite. Las procesiones son anacrónicas pero los macro conciertos te parecen pocos. Hay que conseguir que las personas de bien tengan tiempo libre sin explotarles pero te jode que el repartidor llegue tarde un domingo de lluvia por la tarde.


A lo que voy es que el primer paso es admitir que todos somos el hijo de puta que criticamos y que cada vez más queremos vivir en mundos imposibles por los que vamos saltando como bienhechores. Que una vaga de baja laboral falsa lesbiana se manifiesta, llegando en su coche de combustión y haciendo fotos con su teléfono cargado de coltán, por la defensa de los buenos pero que son, también, aquellos que matan judíos, mujeres y homosexuales. Se va a casa satisfecha con su moral a comer tofu y a luchar contra el franquismo jurando que Artapalo era un defensor de la paz obligado a matar por la represión. Da lo mismo que ese discurso no se sostenga de la misma forma que algunos quieren creer que todos los gays se meten popper y tienen el culo como el túnel de Guadarrama.

Los arquetipos no existen.


Cada día mantengo más la teoría de que los que luchan contra determinadas injusticias desean, en su interior, ser ellos los malvados porque envidian a sus enemigos. No hace falta hacer el experimento de Stanford para descubrir que cuanto más militante es alguien contra "las injusticias", se convierte en un hijo de puta injusto en el momento que toca poder.

Y siempre es culpa del arquetipo que has comprado. El que no existe.

Por supuesto que cuando alguien te pone la obviedad contraria delante de los ojos, jurarás que es un bulo.

1 de mayo de 2024

Los mentirosos invisibles.

Hay cosas de las que, por alguna razón extraña, no se habla.

No se habla de los miedos, de las infecciones gastrointestinales, del 83% de los fracasos, de la muerte y del suicidio. Más de una vez nos negamos a hablar del miedo a la oscuridad para que no nos apaguen la luz. Quizá, de una forma anclada en el cerebro de la supervivencia, nos protegemos de aquello que nos parece que hace ser más débiles en un mundo de depredadores.

Cuando aparece esa noticia de un jubilado al que encuentran en casa, sentado y muerto, delante de la televisión encendida y apestando a putrefacción, una parte de mi piensa que se sintió mal pero, por orgullo o mala educación, decidió no pedir ayuda pensando que se iba a pasar. Que la sombra con guadaña detrás del sofá solamente era un dolor contractural que se soluciona con tiempo. También es cierto que, después, considero que la vida es un elemento sobrevalorado y que vivir sumergido en dolor, soledad, silencio y serotonina en nivel neutro es lo mismo que estar muerto como un coche abandonado en el garaje. Arranque o no, con los papeles en regla o la itv pasada. Hay una yamaha roja que lleva aparcada en el mismo sitio desde hace más de un año y que veo cada dia. Solamente los detalles y los discos de freno oxidados gritan abandono.

Protegernos es algo natural. Hay quien parece que disfruta siendo el lastre del que tirar y quien vive sin jamás pedir un ápice de ayuda o compasión. Son diferentes estrategias aprendidas en la infancia. A algunos les dejaron abandonados en el bosque para que aprendieran a volver solos a casa y otros no son capaces, a sus treinta, de cruzar la calle sin ir de la mano de un adulto. Ni uno ni otro es capaz de decirlo. Probablemente, igual que algún tipo de loco, ambos creen que esa es la verdad y son perfectamente capaces de considerar que su locura es lo real. No hay peor enfermedad que aquella mental no reconocida en la alguien es capaz de retorcer las cosas hasta que encajan en sus paranoias. Pasamos demasiado tiempo explicando la obviedad de lo que creemos verídico a quienes se empeñan en vivir en sus fantasías aprendidas.

Sin embargo hay momentos en los que, quizá solo de manera interna y como una luz que deslumbra a través de la ventana del mundo exterior, podemos llegar a poner en duda el constructo en el que nos hemos acostumbrado a vivir. Dejarnos caer en el pelotón ciclista de la vida y convertirnos en un punto más de la serpiente multicolor que hace abanicos hasta la próxima meta volante. En ese instante somos conscientes. De nuestros miedos, dolores, errores e incluso de las formas en las que jugamos a esconderlos para representarnos como la persona que creemos ser y no como la que somos. Nunca sé si dejamos de vernos porque se topó con mi yo real o con el espejismo de quien yo había creado para mi, como la ropa del emperador. Desconfío de quienes hablan continuamente de lo bien que les va todo y lo felices que son en su mundo de piruletas casi lo mismo que me saturan los victimistas orgánicos que unicamente hablan de sus malísimos males pero no se mueren nunca. Probablemente ambos mienten mientras se les llena la boca de lo que hicieron o lo que van a hacer sin demostrar ni admitir lo que hacen en ese mismo instante, que es decorar el pasado y fantasear con el futuro. Es, sin lugar a dudas, una forma de escapar del presente tangible.

Seguramente no se habla de determinadas cosas porque te humanizan en este mundo en el que parece que todos debemos ser algún tipo de superhéroe que no teme a nada, no fracasa, no se rinde y jamás enferma. Es un mundo en el que jugamos a ser Clark Kent pero confesar en bajito que también somos Superman.

Y no eres ninguna de las dos cosas, solamente eres tú. En el 99% de los casos eres invisible y en el 80% no sabes ni siquiera quien eres en realidad porque te crees tus propias excusas. Cuando un dia te despiertas dolorido y viejo, casi sin conocer ninguna canción en la radio, con deudas a las que parece que no vas a llegar y la certeza que no lograrás alcanzar ese sueño que tuviste en la adolescencia para tu futuro, ese dia puedes seguir mintiendo hasta la invisibilidad o aceptar que los vecinos pondrán cara de pena diez minutos pero luego se preguntarán si quien ocupe tu lugar va a pagar la comunidad.