A veces se me olvida como escribia yo mismo hace unos pocos años ( Extracto de "Sé que eres un Estúpido". por si no lo habeis leído):
Han
quedado en la cafetería de un pequeño hotel de un pueblo equidistante de
demasiados sitios. Roberto decide ir con María disfrazada de asistente, por si
hay alguna parte de la recopilación de datos que se le escapa. Cuando llegan
Manuel está sentado al fondo, aceptablemente sumergido entre papeles y algún
dispositivo informático que aporta datos y datos sin ningún corazón, como todo
lo tecnológico. Se saludan. Roberto saca un libro y se lo dedica en ese preciso
instante, como una dádiva inicial, como un procedimiento de marketing
calculado. Le pregunta, directo y rápido, por el origen, resumen e implicación
del test de la estupidez en los últimos años. Manuel coge aire, como si tuviera
que defender un proyecto frente a un tribunal al que dejar con la boca abierta.
-No es
difícil recordar el lugar del que nuestra sociedad venía- empieza- En la
historia las sociedades se han intentado organizar de múltiples formas. Tuvimos
tribus y tuvimos reyes absolutistas. Dimos muchos pasos hasta llegar a lo que
se supone que es la modernidad o, al menos, lo que vivimos como modernidad. Si
nos fijamos en todo lo que llevamos a las espaldas como humanos podemos estar
de acuerdo que todas y cada una de las evoluciones técnicas han alterado y
cambiado nuestra forma de actuar llegando, casi siempre, a un punto mejor que
el anterior. Incluso en el origen de algo tan etéreo como las religiones hay un
razonamiento técnico: no relacionarse con la tribu de al lado era una forma de
no pasar enfermedades para las que nuestro grupo no estaba inmunizado.
-Pero eso
llevó a las cruzadas, a la lucha entre religiones.
-Cierto.
La invención de la máquina de vapor y de los medios de locomoción modernos ha
llevado al sedentarismo y a la obesidad como una enfermedad pero no por eso
vamos a dejar de fabricar automóviles.
-No es lo
mismo
-Lo es.-
dice haciendo un gesto que implica querer seguir por el camino que había
iniciado sin interrupciones- El caso es que la propia organización social bebe
de dos fuentes: nuestras necesidades y los medios de los que disponemos para
cubrirlas. Las primeras tienen una parte básica y otra que va variando. Comer
es algo básico, tener wifi –dice señalando a su tablet- o que haya un buzón de
correos cerca para las cartas que se mandaban el siglo pasado es algo variable.
Cuantos más humanos hay en el planeta más difícil es la organización de los
mismos y las formas de organizarnos han de modificarse. Es perfectamente lógico
pensar que ya no somos un grupo de pequeñas organizaciones autosuficientes sino
que de la misma manera que los hombres cazaban y las mujeres cuidaban de la
cueva en estos momentos unos cultivan, otros manufacturan, otros dan servicios
y otros se van organizando para ir moviendo el engranaje que es la propia
sociedad. Todo lo que estoy contando son obviedades pero, en realidad, aún
estoy a principios del siglo XIX. ¿Qué pasó después?. La democracia.
-Pero-
dice Roberto- la democracia es un invento de los griegos. Antes de Cristo.
-No esa
democracia.- responde como si esperara esa interrupción- Los griegos hablaban
de democracia como concepto pero sólo podían tener poder de decisión los
llamados hombres libres que eran, en realidad, el 10% de la población. El resto
estaba muy ocupado sobreviviendo. Lo mismo puedo decir de las mal llamadas
democracias urbanas que proliferaban en Europa algo después de la edad media.
Un grupo de elegidos ponían las normas a su antojo. Hacían, por decirlo así,
clubes de elegidos que gobernaban sobre los demás contando la mentira de ser
una decisión de todos. Pero la idea “todos” es la clave. ¿Por qué?. Porque
cuando en la toma de la decisión entran más personas la decisión en si misma
cambia ya que responderá a lo que se considerará más o menos importante por esa
conciencia, digamos, global. Cuando realmente se impone la democracia tal y
como la entendemos es en el XIX y nos encontramos en una época en la que se han
diluido las visiones completas de la sociedad en pro de la especialización de
cada uno en el diente de su engranaje y se han primado elementos como “tener”
por encima de “subsistir”. Surge esa avaricia tan humana no solamente en la
mente de los poderosos sino de cualquiera que, además, cree tener poder de
decisión sobre la vida de su vecino. La revolución industrial, aunque buena en
su origen, es la principal responsable de la primera guerra mundial y cuando
nos recuperamos de ella nos dimos de bruces, tras los “felices años 20”, con la gran depresión.
¿Por qué?. Aquí empezamos a acercarnos, porque los ciudadanos y los gobiernos
se comportaron como unos estúpidos. Al descubrir la grandiosidad del mundo y
poder esquilmarlo y manipularlo decidieron por su propio interés más que por el
interés general. No es fruto de una sola decisión sino el cúmulo de millones de
decisiones simultáneas. No hace falta decir que, como lo de las religiones de
antes, era una buena idea que terminó de forma aceptablemente dramática. Las
guerras mundiales son las cruzadas del siglo XX.
Manuel
coge aire como si la parte de la introducción inicial hubiera quedado
aceptablemente correcta e interesante. Es casi una conferencia en la que el
orador está poseído por su propia seguridad. Los tres saben hasta dónde quiere
llegar pero, como las películas en las que se sabe quien gana y quien pierde,
en las peleas cinematográficas en las que el bueno empieza apaleado y cuando
todo parece perdido se recupera victoriosamente, hay que dejar que el argumento
conocido suceda y creer que hay un cambio argumental alternativo sorprendente.
En realidad los finales aceptados como correctos no son más que la guionización
de la esperanza mayoritaria en la supervivencia del héroe. Las historias de
asombroso final no suelen tener éxito.
-Entonces
alguien pensó que la democracia era la gran respuesta a todos los males, que el
egoísmo de unos líderes malvados habían llevado a la quiebra a nuestra
sociedad. Si los líderes los elegimos entre todos la responsabilidad se diluye.
Entonces se eligió democráticamente Hitler, fruto del aprovechamiento publicitario
de las condiciones impuestas a la sociedad alemana por ser la responsable, como
siempre pasa con los perdedores, de la gran guerra. El problema no es que fuera
algo democrático sino que utilizó el mensaje de “no se preocupen porque si yo
estoy aquí no habrá ningún problema. Podrán sentarse en sus casas mientras mis
amigos nazis y yo nos encargamos de su felicidad”. Luego ya pasó eso de invadir
Polonia para conseguir mano de obra más barata y eso de matar judíos porque sí.
Eso, dicho así, es lo mismo que luego llamaron “estado de bienestar”, basado en
las teorías de Keynes. También se parece a todo aquello que denominaron
comunismo donde, que es a lo que quiero llegar, alguien se encargaba de la
felicidad prometida a los demás a base de ceder libertades. El capitalismo y el
comunismo son dos formas de someter a un pueblo repitiéndole una y otra vez que
es una decisión de todos para el bien de todos. Ganó el capitalismo porque,
probablemente, dispone de la maquinaria de la publicidad y de la hipocresía. Estamos
a mediados del siglo XX. Las industrias vuelven otra vez a la marcha. Los
gobiernos juegan al juego de “ya estamos aquí para solucionarlo todo” y Polonia
es Asia. Cuando Asia se agote nos queda India. Después de la India, África. ¿Qué pasa
ahora?
Es el
momento de la traca final o, al menos de la parte en la que aparece la
estrella.
-Que
cuanto más estúpido sea el ciudadano más sencillo será que las cosas no
cambien. Hagamos que se preocupe por la tapicería de su utilitario, que se
quede las noches trabajando para consumir los mismos productos para los que
trabaja. Que su meta no sea otra que ir a un evento deportivo, cambiar de
teléfono, ir de vacaciones o quejarse. Quejarse, cuando es algo constante y no
resolutorio, es un rasgo de estupidez. Los últimos años del siglo XX fueron la
eclosión desmesurada de la estupidez. Los derechos laborales, buenos en un
principio, se convirtieron en las excusas para intentar cobrar sin trabajar.
Las mejoras en seguridad automovilística un motivo para hacer tonterías conduciendo
porque había creencia de inmunidad ante el choque. Las ayudas sociales,
necesarias, crearon una clase social dependiente. La adaptación al final del
siglo no era una adaptación de mejora sino de la forma de la obtención del
mayor resultado al menor esfuerzo y la búsqueda de metas absurdas: salir en
televisión por acostarse con un famoso, ser una estrella con coches caros y
cicatrices de cirugía que no se noten, cobrar más por trabajar menos. Alargar,
en realidad, la infancia casi hasta la muerte. La infantilización de la
sociedad es absoluta. Los ciudadanos se convierten en niños a los que se les
tiene que cambiar el pañal de la protección y donde descubren, como malcriados,
que el que más grita, el que más se deja, el que hace la monería más grande es
el que obtiene mayores resultados. Es decir, el más estúpido gana. ¿Cuál es la
decisión a tomar?. Ser más y más estúpido. En ese caldo de cultivo vemos la
evolución de la sociedad y esa evolución responde a las necesidades de la
mayoría. En el siglo XIX se hacían carreteras, presas hidroeléctricas, medios
de locomoción duraderos. A finales del siglo XX las grandes mentes se sentaban
a pensar como meter a los consumidores en la rueda de algo nuevo que tampoco
necesiten y la forma de transmitir fútbol en mayor calidad por televisión. La
gran evolución del vídeo por internet respondió a la necesidad de ver más y más
porno. No seamos hipócritas. La mayoría, igual que lo de la democracia, impone
sus necesidades a resolver y no son comer ni hacer el mundo mejor. Son ver
porno, tener wifi, llevar el coche más grande y tocarse las pelotas lo más que
puedan la mayor parte de tiempo posible mientras un ente llamado gobierno tiene
la obligación de ocuparse de todo lo demás. Eso solamente puede, en poco
tiempo, acabar con la humanidad. Eso es estupidez. Erradiquémosla.
Se hace un
silencio. María y Roberto se dan cuenta que hay un punto de desprecio absoluto
por un determinado tipo de vida, que hay una culpabilización de los males
contemporáneos perfectamente marcada en un tipo de persona o personaje.
-¿Erradicar
es aniquilar?
-No-
responde Manuel con una sonrisa autocomplaciente- Erradicar es curar. La
estupidez, y eso es un buen titular, se puede curar.
En ese
momento asiente con un punto de satisfacción. Con una cara de haber encontrado
una respuesta o una solución a algo que parecía no tenerlo. Cambia la expresión
al único niño que explica, ante sus compañeros, la manera en la que solucionó
el problema que puso el profesor en clase.
-El test,
y eso ya lo conocemos todos, puede medir la estupidez. Yo creía que eso era
todo y que era suficiente. Con esa herramienta tenía que dejar que alguien la
aplicara con sabiduría y ya está. Sin embargo poder ampliar el estudio de los
resultados en un campo mayor supuso establecer una serie de “estúpidos de
control” y el asombroso descubrimiento que alrededor de un gran estúpido
siempre hay un grupo de estúpidos contagiados. Me explico: cuando una persona
se ha convertido en uno de esos que hacen de la estupidez su bandera no cree,
jamás, en su propia estupidez. Así que se jacta de ello y genera un discurso
sesgado en el que ha conseguido una ventaja sobre los demás. Me da igual el
motivo: un producto más económico, no pagar impuestos, fingir una baja laboral
o ganar más con menos rendimiento. Nunca incorpora sus contraprestaciones
generales: que no haya servicios públicos o que sus compañeros tengan que
trabajar más porque, en realidad, no tiene empatía aunque sí necesita una
aprobación ajena. Ese es un punto negro. Entre aquellos que le escuchan aparece
uno que piensa que si el primero lo ha hecho él también puede y ese, ese es un
infectado. Y ese último es recuperable. Se puede curar porque hay un mecanismo
mental reversible.
-¿Reversible?-
pregunta María, que ya está en medio de la conversación
-Si. Tras
la publicación del test y mis experimentos previos me encargaron hacer el test
al funcionariado. Ahí vi esos globos de estupidez alrededor de puntos. Pero
después, cuando Jorge Canales propuso y se aprobó hacer el test a la totalidad
de la población descubrí que los porcentajes cambiaban y fui comparando los
resultados de determinadas personas a las que habíamos hecho el test tres años
antes. Las cifras eran similares pero variaban. Y no lo hacían siempre hacia
arriba. Los puntos negros seguían ahí pero los contagiados, sobre todo aquellos
alejados de la zona de influencia de los primeros, se curaban. Y digo se
curaban porque debemos de tratar este tema como una enfermedad más. Es decir:
la estupidez es una enfermedad que podemos diagnosticar. A partir de un punto
es irrecuperable pero existe una franja que aún tiene vuelta atrás. Cambiando
las recompensas, casi como si fuera el perro de Pavlov, podemos solucionar el
problema. El hábito, la empatía, el cumplimiento de las normas aceptadas, la
capacidad de proyectar las decisiones a largo plazo y el control de las
recompensas inmediatas y lejanas son los parámetros con los que se puede curar
la estupidez.
María se
da cuenta que está hablando de los campos de reeducación de estúpidos como una
necesidad y una obviedad. También como una deriva completamente razonada a la
que ha llegado, punto por punto, a través de todo lo que ha ido contando. –Hay-
le dice casi como si fuera una apuesta a que continúe- un rumor en Internet
sobre que hay campos de reeducación.
-Hay uno-
le afirma- No sé si presidencia me permite dar ese dato pero la verdad es que
me da lo mismo porque sé que vamos por el buen camino.
-¿Qué es
ir por el buen camino?- le pregunta Roberto.
-Joder. Es
una obviedad. Cada vez que subimos un poco el grado de implicación del test en
la vida de las personas la sociedad mejora. Mejoró ostensiblemente el
rendimiento de las administraciones públicas. Se redujo el grado de absentismo.
Se optimizó la recaudación y se pasó de un 8% a un 5% el número de estúpidos.
Al ver que los organismos funcionaban mejor un gran número de ciudadanos se
dieron cuenta que utilizando el sentido común las cosas iban a mejor y sabemos
que hay datos sorprendentes en ese periodo: menos atropellos porque se cruzaba
por los sitios correctos, mayor recaudación de impuestos porque se consideraba
correcto pagarlos para el bien de todos y el propio bien futuro, menor numero
de divorcios porque los compromisos eran más de verdad. Hay miles de datos
positivos que derivan directamente de un comportamiento más inteligente por
parte de una mayoría. ¡Estábamos volviendo hacia atrás!- dice con
énfasis.- Mejoró la televisión y
retiraron programas que potenciaban públicamente la nada. Subieron los sueldos
de los científicos y bajaron los de los futbolistas. Eso fue, exclusivamente,
apelando al sentido común.
-Y
retirando el voto a unos millones de personas.
-No es el
retiro, eso no importa. El voto va y viene. ¿Cómo se educa a un adolescente?.
Haciéndole ver que debe de esforzarse para conseguir algo, que tiene que
pensar, mejorar, trabajar.- Y saca el dedo índice- Y además en la dirección
adecuada. No tenemos una sociedad tonta sino preocupada en tonterías. Abrimos
el grifo y hay agua. Es un puto milagro. Pero hay que recordar de vez en cuando
que eso es un milagro en vez de hacer creer que el agua potable y cristalina
saliendo del grifo es un derecho constitucional.
Manuel se
va desinflando. Probablemente ha llegado al final de su locución, como el freno
que se pone al final de las conferencias.
-Probablemente
estamos en el principio de una era- sigue como una batería de titulares
necesarios para preparar el corolario- Si tenemos que seguir con el esquema
democrático no podemos dejar que el sentido común se pierda porque nos
perderemos con él. Puedo- dice en primera persona- acabar con la estupidez y
demostrar que es el principio de una nueva sociedad mejor. Tengo las
herramientas y los medios adecuados.
El
científico apocado y casi invisible se ha convertido en un mesías poderoso. Lo
que es más grave: está convencido de su santidad. No duda de él ni de su
función. No es arrogancia pero sí vanidad. Se ha levantado como si aquello
fuera un signo de haber llegado al final de la conversación. María le mira aún
sentada -¿Los puntos negros no se pueden recuperar?- le pregunta.
–Probablemente no- le responde con resignación -¿Y qué hará con ellos?
-Serán
daños colaterales y, en lo que a mi concierne, objetos de estudio
-¿Cómo
enfermos terminales?
Manuel se
ha puesto una chaqueta y ha recogido sus papeles.
-Son daños
colaterales. No es la primera vez que sucede en la historia- le responde con
frialdad- Pero sí la primera vez en que sabemos sin ninguna duda que son
culpables.
Se sienta
delante de ella con la pose de un profesor al final de una clase
-Piensa en
la pena de muerte. Es una barbaridad. Lo es porque existe la posibilidad de
equivocarse. Porque podemos ser tan asesinos como aquel al que se decide matar.
Una sola equivocación es nuestra condena. Pero –entorna los ojos- ¿y si no
hubiera ninguna duda?. ¿Y si supiésemos con certeza que ese tipo que, digamos,
ha matado a unas niñas después de violarlas lo volvería a hacer?. No hay
posibilidad de error. En ese caso, quizá, la pena de muerte podría tener una
justificación. Bien. Yo tengo esa justificación.
Y Manuel
decide salir del hotel hacia su coche.