Supongo que tuve, como casi todo el mundo que se vuelve un poco inquieto, mi época de biografías. Algunos piensan que el único que tiene biografía es Steve Jobs pero, en realidad, el consumo del material biográfico es una especie de búsqueda de ídolos y de respuestas. Me leí la biografía de Iacocca y recuerdo que fue, como resumen, el inventor del Ford Fiesta. Me lei la de Arriortúa porque yo me sentaba en los mismos pupitres que él mismo había calentado con su culo. Llegué a leerme la de Miguel Boyer, pero no hablaba de cómo resultó ser el colchón donde terminó residiendo la reina del Hola tras pasar del Psoe al PP sin dejar de perder la compostura que dan las canas. Leí la de Janis Joplin y me tomé un par de copas. Leí la de Cleopatra, pero sólo era capaz de pensar en Elisabeth Taylor. Tuve la desfachatez de sentarme con un panfletillo de 200 páginas sobre los Botin y únicamente recuerdo que un familiar era de Eta. Me aburrí con Marco Polo y con figuras históricas que han sido degradadas, ensalzadas y destruídas por la televisión.
Después estuve poseído por las pequeñas historias que te va lanzando el gran canal de documentales en que se han convertido las horas muertas de La2. Paseé por la wikipedia como si estuviera llena de verdad y tuve un tiempo en el que un albañil feliz paseando con su mujer y sus dos ruidosos hijos fueron mi paradigma del éxito.
Creo, en realidad, que nuestra sociedad necesita de ese componente guionizado que trae como receta una parte de predisposición, media de suerte, un cuarto de trabajo, otro de envidia, dos partes de dinero y se decora espolvoreando de oscuridad.
Durante los 80 nos encantaban los triunfadores sanos y justos. Nos volvía loco David Hasselhoff (hasta el punto que ahora mismo es casi lider de audiencia las mañanas de los fines de semana) y quisimos ser un médico de M.A.S.H, un abogado de la Ley de Los Angeles y hasta Leroy (FAME) pero ahí nos topamos con que ni éramos negros ni sabíamos hacer volatines (yo quería ser Bruno Martelli , pero sin rizos). Los malos, tanto en la televisión como en la vida real, siempre salían perdiendo.
Las historias de los triunfadores de la época eran más blancas que lo que lava cualquier detergente. Ted Turner se casaba con Jane Fonda. Andrés Pajares estuvo tremendo en Ay Carmela!. Tom Cruise hacía nuestro el Risky Bussines. Kim Bassinger llegó desde provincias hasta Micky Rourke (del que se enamoraron muchas) con su titulito de Miss y se volvió un icono como lo era Meg Ryan, como lo fueron las grandes top models. Eran chicas que había llegado a lo más alto manteniendo impoluta su imagen de sanas, educadas y hasta inteligentes. Yo siempre bromeaba diciendo que eran tan perfectas que estaba seguro que no hacían fuerza cerrando los ojos cuando estaban en el baño porque eso las llenaba de imperfeciones. Los brokers estaban limpios a todas horas. Los gimnasios se llenaban de personitas que querían hacer suyo ese sueño de triunfo que nos lanzaban continuamente desde el olimpo de las biografías contemporáneas.
Después descubrimos el gran gozo de ver a los ángeles caídos. Whitney es un ejemplo de descubrir cómo vende el gran ocaso de un ídolo. Nos empezó a gustar ver cómo las drogas correteaban en los sets de los grandes desfiles entre kilos de anorexia. Nos sentamos a esperar ver caer a las grandes fortunas. A ver a Tom Cruise poseído por las sectas mientras se quería comer la placenta de su hija. Al también cienciólogo John Travolta sufriendo por la muerte de su hijo. A Marlon Brando más gordo que el anterior asistiendo a los dramas que suelen acontecer en el mundo de los ricos. Nos gustó regodearnos de ver por televisión más tramas familiares que en Dinastía y Falcon Crest juntos y llegamos al siglo XXI esperando el nuevo escándalo de algún famoso.
Hoy, saltando de periódico en periódico como quien busca el acompañante perfecto para un madrugador croissant a la plancha, descubro que Ted Turner "vive con cuatro mujeres", lo cual no deja de ser un titular que habla de la suciedad moral de los ricos. Encuentro que varios periódicos venden como exclusiva la historia llena de fraudes y excesos de Teodoro Obiang Nguema Mangue. Veo que el perfil de Diego Torres se exalta hasta que explota, como un mal grano, en la corrupción del yernísimo. Sólo en un periódico leí sobre el creador de los Geyperman. En televisón pasan una y otra vez la historia del proxeneta "cabeza de cerdo", hacen series sobre la corrupción en Marbella, cuentan la enorme cantidad de dinero que robó "Casper", enlazan documentales de paraísos fiscales y fraudes de las familias Mateos. Mundialmente se recuerda que todas y cada unas de las grandes compañías han llegado donde están mintiendo y extorsionando.
Me pregunto cual es la tendencia que nos lleva ahora a regodearnos en las historias de los ladrones, los mangantes, los defraudadores y nos deja ese regusto absurdo e impotente que nos lleva a deducir que es imposible llegar a ningún lugar cómodo siendo una buena persona.
Era mucho más esperanzador pensar, como cuando daban dibujos animados entre el telediario y la película de vaqueros de los sábados, que si estabas en forma, eras un buen tipo, vestías con clase y trabajabas duro sólo necesitabas un poco de suerte para que parte de tus sueños se hicieran realidad.
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