No hemos llegado al 15 de noviembre y ahí están, dándose de bofetadas en la televisión austriaca papa Noel y el Niño Jesus por una oferta de telefonía.
La semana pasada me sorprendía cómo ya estaban puestas algunas luces navideñas, que son esas cosas que van de un lado a otro de la calle y nadie sabe cuando llegan, cómo se quedan, cuando se van y, sobre todo, por qué son las mismas todos los años y se parecen tanto a las luces que ponen en carnaval.
Tendremos, dentro de nada y por culpa de la crisis, "el turrón más caro del mundo", algunos volverán con "el Almendro" y, casi como esos 8 días de oro que duran 23, ya será navidad en El Corte Ingles. En el telediario se empieza a rellenar con consejos para guardar la comida que compremos para la cena de nochebuena y los anuncios infantiles invaden todas las franjas horarias (ahora que hay hueco en La Noria)
Una de las cosas que tiene la navidad es que siempre se pueden agarrar los anuncios de siempre para, como si fuera Rondel Verde o Rondel Oro, convertirse en una burbuja Freixenet y hablar de la felicidad vintage como quien se sienta delante del sofá de su infancia a ver una reposición de verano azul mientras ensucias la alfombra con restos del quimicefa.
El calendario empieza a ser dirigido por los diferentes eventos que parecen existir en el objetivo, como deadlines. En verano salen bikinis y jóvenes sonriendo. Dura desde semana santa hasta casi septiembre. La navidad parece que ha empezado a primeros de noviembre y se acaba a mediados de enero. En verano, se supone, se echan polvos al estilo perroflauta (según los reportajes de A3) y se es tremendamente joven mientras que en navidad te tienes que sentar al calor de la chimenea junto a una abuela convencional, con chal y que hace punto, a ver el mensaje del rey sin que nombre ni una sola vez a Urdangarín. Aquel muchacho (o aquella manceba) al que te trajinabas, se supone, sobre las rocas de una playa nudista con el cuerpo quemado por el sol, se ha convertido en un ejecutivo de sonrisa profiden que abre la puerta a los lustrosos niños del joven matrimonio, según el publicista de turno.
¿Que nos queda el resto del año?. La cuesta de enero, la preparación de semana santa, algún evento deportivo y ese mes poblado de fascículos que se llama octubre. Parece, incluso, que desde finales de enero hasta marzo no tienes derecho a enamorarte y que en octubre sólo estás en disposición de vivir dramas telenovelescos con quien pudiera ser tu pareja.
Cuando empiezo a ver las luces de navidad sin encender pienso que la publicidad nos ha robado la mitad del año. Y nos hemos dejado. Es noviembre, el cambio climático me deja conducir con la ventanilla abierta y, según paso por las calles, no soy capaz de diferenciar el olor a navidad que la falta de estaciones y algún ayuntamiento previsor nos quieren meter por la nariz.
2 comentarios:
Aquí en el hemisferio sur es peor: tenemos la misma publicidad, las mismas películas y los mismos adornos de nieve, chimeneas y un gordo muy abrigado, pero estamos en verano.
La nieve es la mentira más grande que inunda a Lationamérica en estas fechas.
entonces ya tienes un dato más en contra de las diferencias norte-sur: que tiene que nevar en verano.
En mi casa se definia jersey como "aquella prenda que te pones cuando tu madre tiene frio".
Probablemente la nieve es "aquella estacion que invade el mundo cuando en EEUU hace frio"
Saludos desde Bilbao (a 19 grados)
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