Creo que fue allá por los principios de los 90 cuando la DGT sacó un anuncio en el que ponía a una chica algo borracha intentando aparcar un coche haciendo la diferencia entre lo que ella pensaba que estaba ocurriendo y lo que estaba sucediendo de verdad (no lo encontré). Lo cierto es que, en aquel caso y por influjo de nuestra tremenda imaginación y aquellos dispositivos que tiene el cerebro para engañarnos, la diferencia era sustancial.
Un estudio de la universidad de Yale ha demostrado que nuestro cuerpo asimila la comida que creemos estar comiendo en vez de la que estamos comiendo realmente porque nos engañan las etiquetas y aquellos mensajes con los que nos bombardean los publicitarios de la alimentación
Algunos proyectos científicos buscan el santo grial de descubrir, como si fuera el polígrafo definitivo, lo que estamos pensando. Se equivocan al pensar que la realidad de nuestros pensamientos sea la misma realidad del investigador.
Lo que tu crees y la verdad nunca suele ser lo mismo. Todos hemos querido y nos han dicho que no lo parecía el día que nos dejaron. Todos hemos vivido un brote psicótico de celos falsos y fuimos engañados cuando consideramos que aquel amor era eterno. Todos hemos reflexionado en base a la magia algún día en el que nos negamos a admitir que existía un truco y nos creímos la imagen que nos creamos en nuestro cerebro para descubrir, mientras se vestía a nuestro lado, que no era el paradigma curvilíneo de la afrodita con la que copulábamos amorosamente la noche anterior a aquella mañana.
Hemos pensado que aquel trabajo era un error los martes y un acierto los jueves. Hemos adorado y odiado nuestro cuarto. Nos hemos visto gordos en la ducha y delgados al desvestirnos para buscar el pijama a lo largo del mismo día.
Quizá hemos asumido como ciertos unos engaños y los engaños contrarios. Nos hemos masturbado con satisfacción máxima y con la misma satisfacción del que saca la basura a la calle y se le olvida diez minutos después.
Todo ello son trucos que nos hacemos o que nos hace nuestra mente para alterar nuestras verdades.
Y todos esos trucos con los que juega nuestro cerebro son usados continuamente por aquello que nos rodea, unas veces por ti mismo para hacerte creer que tu vida y tus ideas son unas, otras por magos para hacernos sentir fascinados. El caso es que la verdad es la verdad que tu cerebro, como una gran Kabbalah, te dibuja cada momento.
Depende de cómo te lo vendan, de cómo te lo creas y, en un porcentaje demasiado pequeño, de cómo sea la verdad. El problema está cuando tomas decisiones de la misma forma que tu cuerpo asimila algunas comidas: con la publicidad en vez de con los componentes verdaderos de aquello que viene en un mejor o peor, gordo o delgado, amoroso o crítico, cercano o lejano, excitante o indiferente envoltorio.
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