Poseo muchas taras. Afortunadamente las conozco casi todas pero eso no significa que las haya eliminado de mi vida sino que, como quien ha aprendido a vivir con sus disfuncionalidades, las dejo asomar si es medianamente conveniente.
El problema es que también sé que favores precisamente, no me generan.
Hace muchos años estábamos recuperando datos de un ordenador. Es curioso como la vida de las personas se puede imaginar con unos cuantos detalles que pasen por tus ojos. Primero sale en las fotos de fiesta, luego aparece siempre un muchacho, más tarde están los dos, después pasean a un perro, luego hay imágenes del embarazo, una niña muy mona jugando con el perro, de golpe él ha desaparecido, la niña crece, el perro se hace mayor y la protagonista vuelve a poner fotos de fiesta. No hay que ser Sherlock para unir los puntos de la historia.
El caso es que mi compañero no es ciego, al igual que los médicos, los fruteros o los bomberos. Comentó que la chica que aparecía en las fotos aparentaba ser tremendamente atractiva. En realidad no ese atractivo infinito y elegante de Linda Evangelista en 1989 sino algo más Samantha Fox en las paredes de los talleres mecánicos de la misma década. Algo me extrañó porque ese equipo lo había traido una familia convencional con padres del mismo atractivo que yo e hijos de bastante poca edad. Tomé la decisión, una vez recuperada la información y realizado con prestancia y calidad nuestro trabajo, de pedir a los padres que vinieran a una hora específica y sin los hijos. Así se lo hice saber. Cuando llegaron les llevé al taller. Al igual que hacemos con todos los clientes, encendí el equipo para mostrar que todo estaba en orden. "Sin embargo"- les comenté- "hay algo que creo que deberíais de saber". Me fui a las carpetas recuperadas. "Obviamente cuando recuperamos la información ésta pasa a ser visible y aunque nos importa muy poco lo que haya creo que como padres deberíais saber las fotos que guarda vuestra hija". Me miraron como si yo fuera un purista de 1949 que se hubiera escandalizado por verle el tobillo a una mujer en el autobús. "Ya sabes"- dijo la madre- "que estas niñas se hacen miles de fotos. Es normal". Entonces abrí una de las fotos en las que la "niña", a sus no más de doce años, aparecía en tanga, a cuatro patas sobre la alfombra, con un pecho que no tiene una senegalesa con tres hijos y con un chupete en la boca.
Llegados a ese punto los padres cometieron lo que me parece un error. Me pidieron que dejara el equipo ahí y fueron a buscar a su hija. Volvieron con ella y pasaron al taller. "Enséñaselo"- me pidieron como si yo fuera un verdugo. Yo abrí alguna de las fotos y me quedé callado. Ella puso la misma cara que ponen los perros cuando saben que han hecho algo mal. Sin embargo, como un primer ataque de adolescencia, quiso justificarse. "La verdad, mamá"- empezó buscando complicidades- "es que con las fotos del uniforme o jugando con mis amigas no me hacía caso nadie y con estas fotos tengo cientos de likes". Supongo que es algo parecido a las chicas que se subían las faldas de tablas un poco más allá de la rodilla y los del colegio de chicos les prestábamos un poco más de atención, pero en su versión 2.0. A una determinada edad el reconocimiento, por el motivo que sea, es más importante que uno mismo.
Cuando me encuentro cientos de perfiles hipersexualizados en internet me acuerdo de aquel día.
Cuando llega el verano y los bikinis que dejan ver un poco pero no del todo aunque mi cerebro heterosexual juegue a completarlo, vuelvo a ese instante.
Y me doy cuenta que más de uno y de una, que han dejado atrás la adolescencia, quieren buscar la misma popularidad de aquella niña. Usan los mismos métodos. En Instagram, en Tinder, en Facebook, en una foto que te llega por whatsapp pidiéndote que te fijes en el paisaje.
Es mucho más popular una buena forma que un título de Harvard, sobre todo en estos tiempos de inmediatez.
Luego ya, si eso, puedes decir que la sociedad patriarcal te hipersexualiza pero si te lo estás haciendo tú, no te quejes.
Ahora ya podeis empezar a haceros las fotos vacacionales.
Y me las enviais, que estoy muy solo.
1 comentario:
Quién soy yo para juzgar adultos
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