Si no sabes hacia donde vas, cualquier camino es válido.
Aquel compañero de clase se llamaba Angel. Angel era un tipo rechoncho y jamás resultó especialmente brillante, pero eso no quita que no fuera alguien que se esforzaba y que intentaba hacer las cosas de la mejor manera posible. Cuando empezamos la universidad nos cruzábamos con él por los largos pasillos de la escuela de ingenieros y llevaba, como se debe, sus apuntes organizados en una carpeta y los subrayaba con diligencia mientras estábamos en clase. Tampoco es que fuera alguien de nuestro grupo pero sí una de esas personas que no te resultaban ajenas en la universidad. una de las grandes diferencias que tenía aquella universidad de lo que ahora parece que es, es que casi cualquiera podía cursar primer curso pero en primero teníamos 10 clases y en segundo 3. Eso nos da una explicación de la criba meritocrática a la que nos veíamos sometidos. Con superar una de las seis asignaturas valía pero eso no era sencillo. Obviamente no era necesario tener una gran ansia de ser ingeniero y desearlo fervientemente, incluso siendo cojo, mujer, negro o tuerto. Había que demostrar a lo largo de un año que uno era capaz. Eso, sumado a la desidia intrinseca que tienen los 19 años, hacía de aquello un reto que no éramos capaces de entender. Supongo que los principales retos de la vida son esos en los que nos sumergimos sin saberlo exactamente.
El caso es que Angel no superó ese reto. Tampoco eso es ningún problema porque ni Jorge, ni Borja, que eran de nuestro grupo, lo pasaron. Y Jon, que siempre ha sido un tipo listo e incluso yo mismo, que no lo soy, pasamos muy justitos. El problema es que cuando la madre de Angel, que siempre habia estado pendiente de su hijo rechoncho con problemas de socialización y necesidad de autoafirmación, le preguntó qué tal, Angel aseguró que ya estaba en segundo. Eso lo sé porque mi madre iba a la misma carnicería que su madre y un día se encontraron. Cuando estábamos en casa me comentó que se había encontrado con la madre de uno de mis compañeros y que estaba muy contenta porque compartíamos clase. Cuando mi madre le comentó lo mucho que me estaba costando sacar la carrera ella, ufana y orgullosa, le debió de poner cara de pena condescendiente y desear que me fuera tan bien como su vástago. En el momento en que, en casa, me indicó quien era solo se me ocurrió decir que había sido expulsado hace dos años. Así que mi madre, que es buena persona pero vengativa, se lo dejó caer la siguiente vez que se encontraron y fue esa la forma en la que la madre de Angel descubrió, tres años después, que su hijo le había engañado.
Primero contó que había superado primero y después, para no desilusionar, iba explicando lo grácilmente que aprobaba, incluso con nota, las asignaturas de los cursos superiores. Cuando uno empieza a mentir y no está en disposición de admitir sus historias, empieza a fantasear con ello hasta que se hace una bola descomunal porque va a reventar igual y las salpicaduras se parecen a las empapaduras e incluso a los ahogamientos.
Desconozco que fue de Angel a partir de ese instante. Estoy convencido que él deseaba aprobar tanto que adelantó el éxito que no tuvo antes de suceder y, más tarde, no quería decepcionar a su familia. Más que mentiroso o malintencionado resultó ser una disonancia peligrosa entre la verdad y el deseo.
Todo esto es una historia que me viene a la cabeza cada vez que aparece una noticia, como un saltito más, en aspectos de la cultura Woke. Cuando toda una generación se enfrenta al reto que por cuestiones de edad le toca aparecen por las oficinas y los pasillos de los organismos oficiales con sus carpetas y sus apuntes, presurosos e ilusionados. Empiezan, y no lo saben claramente, uno de esos retos que te marca la vida y desean, ansiosamente, hacer las cosas como creen que deben hacerlo. Entonces se sientan en sus despachos, esos por los que han opositado desde la habitación de casa de sus padres, y quieren hacer algo diferente. Así que, básicamente porque sus momentos de ocio han estado monopolizados por la televisión, piensan que este es un mundo lleno de conspiraciones y de machismos, de traiciones a las minorías y de desagravios históricos que todavía existen porque han vuelto a poner Bailando con Lobos en una reposición. Inicialmente empezaron a contarnos que hay que cuidar a las mujeres y la verdad es que no hay nada que rechistar a eso. También nos dicen que hay que respetar a los negros y los transexuales. La verdad es que yo nunca he insultado jamás a un negro ni a un chino ni a un gordo. Nunca, de verdad, me ha preocupado con quien se quiere acostar alguien excepto si se quiere acostar conmigo, así que les dije que me parece bien siempre que se respeten mis orificios. Pero como eso no fue suficiente y los problemas normales de la vida, casi como las matrices de números imaginarios o las integrales eulerianas, no se solucionan fácilmente, empezaron a buscar conflictos nuevos contra los que luchar. Entonces me intentaron convencer que el problema estaba en mi, que aunque no lo sé, soy un machista y un racista. Llegué a dudar de propia bondad pero luego me di cuenta que esa bola que estaban creando, crecía. Me di cuenta porque empezaron a gritar en contra de los dibujos animados de mi infancia. Dijeron que los Aristogatos eran racistas, que Campanilla mantiene viva la sexualización de la mujer, que los Huesitos discriminan, que yo debo de pagar por los delitos que cometieron los exploradores españoles. Casi como las excusas e invenciones de Angel para proteger su incapacidad, aquellas buenas intenciones se convirtieron en locura. Que si Friends era una serie que apartaba las minorías sexuales y que cualquiera que no fuera ellos mismos representaba el mal. Que Grease hay que prohibirlo y que el precio de los Kebab han de estar regulados por ley. La deriva Woke ha crecido hasta un punto en el que, como el cuento del pastor y el lobo o como las excusas de Angel, resulta ser una locura increíble con un punto de ser medianamente despreciable. Sobre todo cuando la realidad se impone continuamente como suspensos por mucho que se retuerza maniqueamente en las tertulias del régimen. No hay una gran diferencia entre acusar a todo del machismo lawfare o de una conspiracion comunista judeomasónica. Acuérdense que Franco era un antijudio convencido. Es igualmente absurdo esa broma del pobre de derechas como la del queer propalestino.
Si algo tiene una generación que ha aprendido que traer comida, trabajar, hacer la cama o bajar la basura es algo que sucede de forma mágica y sin su intervención, es que eso ya no es algo por lo que haya que preocuparse. Todos tienen derecho a sentarse a comer pero ninguno sabe cocinar. Si no aprueban la solución es localizar un nuevo culpable y rebuscan a quien no han estigmatizado aún. Probablemente terminarán haciendo una dramática huelga de hambre delante de un campo de naranjos quejándose porque nadie recoge la fruta y jurando que eso es culpa del capitalismo cuando solamente tienen que organizarse para cogerla con sus atrofiadas manos. Se darán besos delante de supuestos odiadores del amor pero jamás dentro de una mezquita, no sea que de verdad les revienten a hostias. Reivindicadores si, pero no gilipollas.
A Angel, si me lo cruzo por la calle y me cuenta que es registrador de la propiedad, no le voy a creer. Eso no quiere decir que no sea verdad pero ya me han saturados sus películas. Me pasa lo mismo con las soflamas woke. Por ambos tuve simpatía pero no les puedo dar más cancha. Han ido acumulando capas en la cebolla de su discurso sin saber hacia donde iban y por eso mismo cualquier camino les ha parecido válido.
Al único sitio al que se llega por cualquier camino es a Roma, pero a la decadente.
1 comentario:
No sé qué tienen que ver los tuertos con tus movidas personales
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