Conocí, en cierta ocasión, a un tipo que se ganaba (bastante bien, por cierto) el pan haciendo los ganchitos que se ponen los obreros para no caerse de las alturas en las protegidas construcciones de viviendas y obra publica. En realidad le importaba muy poco que fuera una cosa u otra, que las paredes fueran de pladur o de ladrillo, que se vendieran caras o baratas las casa, que fuera a ir a vivir Maria del Carmen o si se quedaban abandonadas. Él hace los ganchitos y punto. Le pagan por los ganchitos y no se rompe ninguno. El resto le da exactamente lo mismo. Como si cuelgan vacas sagradas de las fachadas. Siempre y cuando el uso sea el homologado y le abonen las facturas, da igual.
"Este es mi asunto. El resto es responsabilidad de los demás"
Una de las primeras cosas que me enseñaron en la escuela de ingenieros fue, precisamente, todo lo contrario. Al revés de los alemanes o los americanos que eran los reyes de la especialización, nos intentaban dar una concepción global del proceso para ser capaces de optimizar los recursos. No teníamos que saber exactamente la aleación con la que se hacen los ganchitos pero sí cuantos hacen falta y los lugares adecuados donde ponerlos para conseguir que el proceso se realice en menor tiempo y coste. "Ustedes"- nos decían casi en primero- "son ingenieros. Tienen que saber como se dibuja pero no tienen que ser delineantes. Tienen que saber como se produce una soldadura pero no son soldadores. Tienen que entender el flujo de datos pero no son informáticos"- seguía en un tono tremendamente clasista, porque eran los ingenieros de los 80- "Para mancharse las manos están los demás, pero ustedes han de conocer por qué se manchan y, sobre todo, si han hecho bien su trabajo".
Yo, que he sido ejemplo de interiorización, terminé sabiendo un poco de casi todo pero no siendo experto en nada. Un montón de años y ecuaciones después me había convertido en un cuñado de lujo y en alguien obsesionado en saber el por qué. No me vale saber el mecanismo del interruptor sino la magia que lleva a convertir el embalse de un río en luz que se enciende al pulsar el botón.
Varios, demasiados años después, me voy dando cuenta que estaba equivocado. El mundo no es de aquellos capaces de separarse de los detalles y aprender a mirar en global sino de los que se preocupan exclusivamente de sus pequeños reductos de especialización ignorando el global. El mundo, si fuera una comunidad de vecinos, se compone de personales e independientes viviendas sin que nadie se preocupe de la limpieza del descansillo y mucho menos de la decoración del portal. Nadie quiere estar en el equipo ganador porque no hay reconocimiento personal pero todos quieren ser Messi.
Y Messi no es nadie si no le pasan el balón, pero eso lo tiene que hacer otro. Hay muchos partidos en que le ves andando por el campo esperando el momento en que le toca correr como una gacela porque defender no es su cometido. Es el mejor en lo suyo, pero no es capaz de hacerlo todo. Además, no le importa excepto en lo que pueda interferir en su éxito personal.
Muchas veces me pregunto el motivo por el que nos hemos convertido en ególatras que no quieren mirar alrededor. La respuesta es clara: soy capaz de controlar un pequeño reducto de universo y creo que soy capaz de hacer que no haya nada que se me escape o que sea imperfecto. Por el contrario, si quiero preocuparme por un todo habrá algo que no esté bien, que no sea adecuado o que sea realmente mejorable y eso ya no me hace ser el mejor de mi mundo, sino un mierda más de una realidad imperfecta. Puedo idealizarme y estar orgullosísimo de mis ganchitos. Quiero la bota de oro, el campeonato del mundo y el world best ganchito men. Soy el jodido Messi, ríndeme pleitesía. "Pero si la casa se vino abajo"- le respondes- "Eso es cosa del arquitecto. No es mi problema. ¿Se rompió algún ganchito?. Pues ya está."
Terminamos siendo actores correctos preocupados por la pequeña escena en la que salimos sin ningún interés en que sea una buena película. El cine cada vez cuenta menos historias y tiene más efectos especiales.
Ni las leyes, ni los ministerios, ni los jugadores, ni los trabajadores, ni los artistas ponen por delante de sus propios intereses el resultado global. Son los signos de los tiempos. Cada vez somos más egoístas para no tener que asumir que no somos perfectos y, sobre todo, que dependemos de los demás. Será por eso por lo que no hay aceptaciones de los fracasos, sino solamente excusas.
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