Todos los 14 de febrero, casi como una aspiración irresoluble, he escrito en este quejumbroso blog gotas de amor aspiracional que, casi de la misma forma que el éxito profesional incuestionable, no ha llegado nunca de una forma plena.
Eso es muy malo para los enemigos del conformismo entre los que me incluyo.
Después, mirando atrás sin llegar a romperme el cuello, creo que soy capaz de reconocer más de una ocasión en la que, sin saberlo, he estado cerca. Como casi todas las cosas que tiene la vida, uno no es consciente de donde está hasta el momento en el que ya no está. Uno no es consciente de su agilidad hasta que la pierde o de la posibilidad hasta que se ha difuminado lo justo para convertirse en un recuerdo. O cuando, sencillamente ( de forma real o metafórica) se muere.
El amor se ha convertido con el cine, las redes, las parejas subiendo al monte a buen paso o las exageraciones pornográficas, domésticas, gastronómicas o viajeras, en un reto en el que parece que hay que rendir a un nivel muy por encima de las posibilidades personales porque esa puta pareja feliz que te cuenta cuánto disfrutan de su vida en común no va a ser menos que tú. Y, por supuesto, llegada una edad no vas a ser menos que todos los que estuvieron antes. La cabeza, que es una consejera infame, busca continuamente ese lugar perfecto, la receta adecuada, las palabras indicadas y una nueva sorpresa con la que llenar de plenitud esos ojos que son capaces de ser el espejo en el que sientes que esa persona, gracias a que existes, es feliz. Que, como un primer sorbo de elixir, has conseguido anclarte en su cerebro. Eso, no otra cosa, es algo que me hace sentir bien.
Pero no se puede ser excepcional a todas horas y, como en la teoría psicológicas del síndrome del impostor, la idea de no ser suficiente se va haciendo poderosa hasta el punto de llegar a la conclusión de que para ser mediocre, mejor no ser. Entonces es cuando una vocecilla te intenta convencer que quizá es que no ha llegado, que la vida te tiene preparada una gran sorpresa, que todo es una cuestión de estar dispuesto y en orden, como un bombero en forma para el aviso que te haga salir urgentemente. Es una voz mentirosa, aviso.
Estar enamorado, probablemente, es hacer equipo.
Sin embargo te han convencido que se tiene que estar sano, desayunar sonriendo, no roncar en la cama, mantener relaciones sexuales de calidad suprema, cenar mirando al mar, descubrir paisajes infinitos, reconfortarse al calor de un fuego de leña, aportar una cantidad de dinero importante a la economia familiar y que el vino no rasque cuando lo bebas en el siguiente bar de diseño nuevo con el que hayas sorprendido ese martes.
Hay quien está solo porque, en su papel de princesito o princesita, nadie se lo dio nunca teniendo en cuenta lo muchísimo que lo merecía. Hay quien está en su soledad atronadora porque siempre se vió incapaz de acercarse, ni de lejos, a ese estándar imposible. Yo pertenezco al último grupo.
Quizá el amor es como los hijos: estabas convencido que te iba a salir ingeniero, deportista, ordenado, guapo, culto y que hablase seis idiomas. Mi madre lo piensa de mi pero ninguna de las afirmaciones son ciertas del todo. Será que me quiere. Claro que de un hijo no puedes deshacerte y del amor se puede salir corriendo, lo cual es demasiado habitual hoy en dia.
Como dice mi canción de amor favorita:
Como no soy directo, ni fácil, ni honestoMe he hecho un remedio con lo que había dentroEs sólo cuestión de fé, es sólo cuestión de féY como tengo problemas, para decir te quieroPor prejuicios extraños, por esnobismo agoreroVoy a morir de pie, voy a morir de pie
2 comentarios:
Todo esto
del amor no
es más que
un rollo
tártaro .
Como alma romántica no pierdo la esperanza de encontrar quien quiera y crea firmemente que ambos somos suficientes, completos y tan faltos de cordura que seamos capaces de creer en el significado de la palabra "Siempre".
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