Cuando descubro que vivimos en un mundo con una infección de princesas, a veces, me pregunto si realmente yo también lo soy. Supongo que para eso hay que definir un poco más el término.
Aquí (véase princesa) estoy yo, que he aparecido en mi coche eléctrico. Camino, mientras llego al bar, con la suficiencia altiva de un supervisor cabrón. No es que las cosas deban estar aceptables o medianamente bien, ni siquiera tienen que estar perfectas. Todo debe de ser como yo considero que debe ser. Pero, y este es un punto importante, no te voy a decir cómo debe de ser. Tú que estás, como el resto del universo, al servicio exclusivo de mi propia satisfacción personal porque yo soy lo más importante, has de acertar en cada detalle, comentario, razonamiento, higiene corporal, vestimenta e incluso tu estatura. Es decir, que has de hablar, moverte, disponer de una complexión física e incluso un desarrollo mental acorde con lo que a mi, que soy la princesa, me hace sentir bien.
Sin embargo yo, que me considero el faro que guía las verdades universales en contra de los malvados poderes fácticos que corrompen la verdad, hago gala de ser alguien democrático, igualitario, tolerante y respetuoso. No dejo pasar ni un minuto en ubicarme, en bondades, muy por encima de una media a la que miro desde arriba. Hago frases con "yo no tengo nada en contra de, pero" y las de "debería de". Expreso cómo, en una lógica aplastante, esas soluciones a los conflictos mundiales están cristalinamente en mi cerebro que, por definición y no porque sea mi culpa, es superior. Jessica Rabbit decía "no soy mala, es que me han dibujado así".
Todo esto, como es contemporáneamente comprensible, ha de aderezarse con un victimismo obvio. Que si soy mujer, cojo, autónomo, trabajador esclavizado por el sistema, chino, cornudo o si he superado un cáncer. Las historias de superación sin venir a cuento son victimismos encubiertos, sobre todo cuando ya pasaron.
Y, como es normal, se inicia una situación en la que poco se puede hacer. Hay una princesa en lo alto de la almena que dice que hay que rescatarla pero cuando llegas con el caballo resulta que no es blanco, después que no llevas la armadura brillante, que si acaso no tenias que haber matado primero al dragón, que si acaso los dragones no tenían derechos, que no estas llevando bien las riendas del caballo, que si tenías el carnet de caballero o si acaso no te has dado cuenta que estás siendo poco empático con los fabricantes de castillos.
Así que te das la vuelta y que salve a la princesa su puta madre. Luego te das cuenta que no es raro que viva en lo alto de un castillo completamente aislada, por insoportable.
Pues bien. El termino "princesa" se puede asignar a seres de ese tipo que pasean, cual zombies por las calles e independientemente de su condición, ansiosos de los cerebros de los demás. Pueden ser cuñados, damiselas o tú o yo cuando nos comportamos como imbéciles magníficos.
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