"Ha perdido la sonrisa. Ni en foto puede ya"- me dicen en un mensaje hablando del nuevo divorcio. De esa mujer que lo intentó porque no era un mujeriego ni un bebedor, porque no era un mal tipo de esos que son fáciles de identificar pero era, en realidad lo sigue siendo, un pozo negro que cada vez se iba alejando más de eso que se supone que es un equipo de dos. De tres si hablamos del enano. En realidad tras mi primera expresión de pena siento una sensación de alivio. Ella es una mujer que me cae francamente bien y que siempre he creído que estaba sumergida en algo que no le corresponde. Viene a ser la misma sensación que tengo al pasear por mi ordenado, moderno, bien comunicado y racional barrio: que no pertenezco a él, que hay incomodidades que se amoldan con mucha más gracia a mi destartalada realidad. A veces la camiseta gastada nos hace sentir mejor que un buen traje nuevo, incluido el del emperador.
Es pequeña y delgada, con el pelo liso y rubio casi como si se fuera romper en el caso de que se agite muy fuerte. En las comidas familiares ayuda a recoger y sabe pelar las gambas con los cubiertos. Se obliga a ser disciplinada, a no decir una palabra por encima de otra y si insulta lo hace con elegancia. No sé si alguna vez la vi en vaqueros y con zapatillas arrugadas, creo que no. Sin embargo estoy convencido que detrás de toda esa corrección hay alguien que disfrutaría llamando a los timbres, salir corriendo y riéndose detrás de la siguiente esquina.
Hay demasiadas veces en la que estamos convencidos que ese organizado espacio en el que las fotos de la boda se acercan a las del bautizo del niño es el sitio al que pertenecemos. Hay muchas ocasiones que es al revés, que intentamos vivir una vida de aventuras cuando nuestro sitio está en el sofá viendo, otro sábado más, informe semanal. Nos empeñamos, no en una ni en dos formas, vivir en los lugares en los que creemos que seremos felices y después de lograrlo descubrimos con amargura que no era así. Es muy complicado aceptar que una vez que se gana el campeonato del mundo aquel podium no nos satisface porque nos sentimos tontos después de tanto entrenamiento y tanto sacrificio.
"Lo único bueno que tiene nuestra mierda de vida"- me dice desde un retiro soleado- "es que no tenemos de quien divorciarnos". Y aunque tiene razón hay un resquemor con la cara de todas nuestras derrotas en esa frase por mucho que seamos espectadores de los triunfos y los fracasos de los demás. Por mucho que supiéramos mucho antes que ella que aquello no podía nunca llegar a un lugar feliz sin el postureo de lo correcto. Por mucho que hayamos aprendido a diferenciar la verdad de los personajes.
En realidad es una conversación de actores que no han tenido nunca un papel de verdad. No hemos ardido nunca pero escupimos fuego. A veces conocer la verdad impide vivir las mentiras no descubiertas de las que se compone parte de la vida.
En realidad es una conversación de actores que no han tenido nunca un papel de verdad. No hemos ardido nunca pero escupimos fuego. A veces conocer la verdad impide vivir las mentiras no descubiertas de las que se compone parte de la vida.
Lo curioso, lo descorazonador, lo fantástico y mediocre de la vida es que por mucho que nos empeñemos en una u otra cosa al final el sentido debe de estar en saber llegar al lugar al que verdaderamente pertenecemos y no al que creemos pertenecer. Hay quien empieza ese camino después de un divorcio y no precisamente hay que divorciarse de una persona. Ese es un detalle sin importancia porque algunos nos casamos con un trabajo, un sueño, una pesadilla o un recuerdo. O una colección de fantasmas que nos persiguen atándonos los tobillos para no poder correr.
Ni siquiera a escondernos detrás de la próxima esquina después de tocar los timbres.
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