Parece ser que Dédalo, al escapar del laberinto en el que estaba preso, descubrió que la única manera que tenía de salir era por aire así que hizo unas alas con plumas, hilo y cera. Hizo dos juegos de alas. Unas para él y otras para su joven hijo Ícaro.
Aprendió a utilizarlas y le enseñó el uso a su hijo no sin antes avisar que si volaba bajo mojaría el hilo y que si volaba alto el sol derretiría la cera.
Cuando ya estaban en el aire camino de su destino Ícaro pensó que podría volar más alto, que la sensación de llegar al cielo era algo que debía de aprovechar y, en medio de tanto gozo por el vuelo y tal y como le había avisado su padre, el sol derritió la cera cayendo y muriendo en el mar.
Dédalo llegó a su destino pero nunca superó la muerte de su hijo, de la que se sentía responsable.
Hoy me han preguntado si soy Dédalo o Ícaro.
Aún no tengo una respuesta.
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