Más o menos, o en expresión romana "pulgar arriba o pulgar abajo", las gentes se reunían 300 años a.c para disfrutar de alguna que otra muerte asegurada sobre la arena de los diferentes circos romanos y ver cómo las ancestrales costumbres funerarias de los etruscos (que mataban a un prisionero cuando enterraban a uno de los suyos) se habían convertido, fruto del marketing de la modernísima y educadísima civilización de la época, en espectáculos donde unos señores se daban una buena tunda de bofetadas hasta que caían muertos sobre el ring donde algún comedor de uvas y consumidor de orgías decidía sobre su vida o su muerte, pulgar arriba o pulgar abajo.
Las gradas, a lo largo del imperio romano, siempre estaban llenas de plebeyos sedientos de olor a gladiador muerto.
En Lekeitio se celebra la "fiesta de Gansos" donde unos mozalbetes se agarraban a un ganso vivo colgado de una cuerda hasta que la fuerza del peso terminaba matando al ganso antes de que pudiera decir "pate de pato". En aras de la salubridad del animal decidieron hace unos años que el ganso ya estuviera previamente muerto.
En Manganeses de la Polvorosa se tiraba una cabra desde el campanario. En Robledo de Chavela dicen que se apredean ardillas al estilo "mujer árabe infiel" hasta que mueren. Todos hemos oído hablar del Toro de la Vega. Todos los años es noticia algún extranjero corneado hasta la muerte en San Fermín y parece ser que cuanto más arriesgado es el espectáculo más éxito tiene. Las turistas apartan sus ojos en las corridas de toros, pero esperan que unas gotitas de sangre les manche esa indumentaria colorista tan típica del turisteo. Si hay muertos, más público. No divierten tanto los maravillosos vídeos que nos demuestra cómo alguien puede ser casi perfecto, quizá porque la envidia, aunque sea sana, nunca es buena.
El ser humano tiene, como si fueran libros de Stephen King, una pasión absoluta por la aberración en su máxima expresión. Nos encanta ver a conductores de coches golpeándose a 300km/h. Nos sentamos delante de los programas de videos caseros esperando el nuevo epic fail del siguiente video.
Mi madre, que es una enciclopledia del comportamiento humano, nos avisaba mientras veíamos los partidos Madrid-Barça que la interrupiéramos rápidamente si se empezaban a pegar. Quien ganara el partido le importaba bastante poco pero, por el mismo motivo que Tele5 sigue siendo un saco de insultos con audiencia metidos en un plató, le encanta la polémica.
La diferencia básica es que Belen Esteban no va a sacar un escudo y una espada para matar a Aída Nizar, que va con un casco y una red, mientras Jorge Javier Vázquez espera, vestido con una túnica, a dictaminar vida o muerte. Pero, reconozcámoslo, dispararía la audiencia como cuando se pegan en Supervivientes.
"Es una auténtica pena"- afirma cualquiera que te encuentres por la calle "que las personas pongan su vida en juego o que hagamos aquellas tonterías que nos pone, a nosotros o a algún animal, boxeador, torero, conductor o suicida, cerca de la muerte."
Pero este fin de semana, ante el anuncio que el Toro Ratón volvía a un encierro después de haber matado a 4 personas, la plaza de Sueca se llenó (2740 localidades, a 12 euros cada una = 32880€) de aquellos que aborrecen la sangre pero llegaron deseando que algún gladiador cayera fallecido sobre la arena en los 25 minutos de actuación del inteligente y rentable morlaco de 500kg.
Me da igual un toro que pensar en dos americanos locos en un par de coches propulsados por reactores de sendos aviones. Poco ha cambiado la naturaleza humana.
Sí. Con el tiempo somos más hipócritas y nos encanta escandalizarnos con el riesgo, excepto, por supuesto, mi madre. Si quiere ver bofetadas lo dice y si no lo quiere ver, apaga la tele. Resulta, como es lógico, mucho más sabia que algunos que se creen más educados que los romanos.
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