Han publicado que cuando escuchamos a una persona con acento extranjero no les creemos tan facilmente como cuando hablamos con un congénere autóctono. Supongo que eso estará intimamente relacionado con la concepción propia que cada uno tenga de su propia cultura porque aqui hemos prestado una atencion desorbitada a esos tipos que llegaban desde lejos con acento extranjero a contarnos milongas del tipo de "aprender ingles con 1000 palabras" (que digo yo que podrían aprender español antes de hacer los anuncios).
He de reconocer que hace demasiados años, cuando pasé unos días en Almería, descubrí el gran poder que tiene en muchas ocasiones la pronunciación. Ser uno de los pocos que eran capaces de decir todas las letras de las palabras me generaba ese punto de misterio que da ser el nuevo y tener ganado un punto de atención entre las personas de mi entorno. Es más, potenciaba mi acento vasco, grave y rudo para llevar algo de ventaja a los demás. Lo mismo sucedió en una gasolinera cuando el muchacho que estaba delante mío se disponía a pagar la cuenta a una preciosa dependienta. Se acercó, con ese meloso tono argentino que ponen los de Buenos Aires cuando se dirigen a una señorita. "Disculpe, ¿la conosco?". Dijo él mirándola a los ojos y ella bajó la mirada de repente. "...no, no creo.". Entonces él dejó un momento de silencio y añadió: "Vaya... será que te soñé".
Era un acento extrajero. Sería mentira. Pero somos tan tontos que nos encanta que nos digan cosas aunque no suenen a verdad. Y si nos lo dice alguien con acento nos parece mucho más interesante, al menos a esos que hemos nacido pensando que cualquier tipo de fuera era mejor que nosotros, aunque sea mentira.