30 de noviembre de 2013

Los asuntos-coordenada

Desconozco si acaso la portavoz del gobierno y la tocaya portavoz de la oposición pudieran tener un encuentro apasionado, con corpiños y picardías, en algún motel escondido entre Madrid y Jaen con los coches oficiales aparcados en la puerta y la discrección absoluta del sudoroso dueño del establecimiento. En realidad la pregunta está en si acaso dos personas que no coinciden en sus asuntos-coordenadas pudieran entenderse.

Porque a priori todos somos tolerantes y respetamos, como dogma de fe, las opiniones encontradas. Mantenemos que somos especialmente receptivos a los razonamientos enfrentados y que, además, nos hace más sabios. Podemos ser del Barcelona y que nos guste una chica del Madrid como si fuera una trastada hasta que ella se viste de blanco con el escudo para hacernos rabiar después de que nos hayan metido cinco en un derbi. Podemos, sin embargo, dejar a una dama en su casa porque nos pone como paso previo a la cópula bailar salsa de forma desbocada y eso es casi como una condena por la que no estamos dispuestos a pasar. En realidad todos tenemos unos puntos grabados a fuego de los que somos incapaces de renunciar o moderar para un bien superior. Todos, en definitiva, tenemos un lugar en el que nos volvemos intolerantes. Lo importante es saber donde están y darles la importancia que tienen pero no la que les damos (excepto si estamos poseídos por una secta).

Existen interruptores que activan esos asuntos. Existen detonantes que nos llevan a proteger nuestras coordenadas de una manera atroz. Si una vez nos sentimos abandonados después de que no nos llamaran un jueves es más que probable que los jueves en silencio que tienen los inviernos sean la mecha que nos haga gritar, el viernes, que me dejaste solo. No tiene por qué ser cierto pero es así. Sucede, sobre todo, cuando nos creemos nuestras imaginaciones y ellas son tremendamente poderosas, quizá por culpa de la Kabbalah.

Aún así es absolutamente cierto que el ser humano, que es un ente dejado a su libre albedrío en medio de un ínfimo planeta, necesita líneas de actuación, guías sobre las que comportarse. Como ratones de laboratorio aprendemos que si pulsamos una palanca aparece la comida. Es probable que otro ratón lo que haga sea girar una rueda. En ese caso, si se sientan en un debate para decidir cual es la manera más adecuada de comer, ninguno crea que la palanca o la rueda son la mejor opción, porque tienen guías diferentes sin percatarse que el fin es el mismo: comer.

Históricamente las civilizaciones se han aniquilado creyendo que sus criterios eran los adecuados. Puede ser el cristianismo o el capitalismo, el nacional socialismo o algún que otro ismo. Lo curioso es que ese fin de hacer al hombre mejor y más sabio, ese marketing de la bondad y la decencia, estaba en ambos lados de los campos de batalla. Las discusiones, visto de una manera simplista, son por un motivo menor. Invadimos por los pozos de petróleo con la excusa de la democracia. Compramos flores con la idea de que nos calienten los pies. Nos dejaron de llamar porque no actuamos con acierto una tarde pero, en el fondo, ya no nos quieren. Hay, siempre y de manera indefectible, un motivo banal y un motivo real. En casi todo.

Sin embargo nos dejamos llevar por coordenadas que hemos admitido como inamovibles. A veces son absurdas como una que tengo yo y que me impide sentirme atraído por una mujer asiática. A veces parecen resultados de fuertes creencias como aborrecer a cualquiera que pueda defender el aborto en alguno de sus  justificados extremos. No son negociables aunque, como somos modernos y adultos, estamos capacitados para tomarnos una cerveza con una asiática antiabortista, pero que no se meta en mi cama y mucho menos que, aunque sea maravillosa, tenga la indecencia de creer por un sólo segundo que va a ser la madre de mis hijos.

Algún día llegué a la conclusión de que todos esos asuntos-coordenadas son los hilos de las marionetas que dejamos que nos muevan cuando ya no nos quedan fuerzas. Es cierto que sin ellos nos quedamos arrugados en el suelo mientras sigue la función a nuestro alrededor. Es cierto que muchas veces son casi invisibles y que resulta imposible saber si tus hilos y los míos no se enredarán chafando el teatro de la vida, de las amistades o de las relaciones. Perdemos muchos amigos prejuzgando los arquetipos que han aprendido a representar. Nos empeñamos, también, en mantener a personas que no van a cambiar aunque nos juren lo contrario y porque nuestra tolerancia no está directamente relacionada con la tolerancia de los demás.

Y casi todo, casi como la parte de la conversación que no se dice pero va en un segundo plano, está plagado de las pequeñas intolerancias que nos dominan. A veces es que no nos gusta ver cómo come. A veces es que no nos agrada la forma que tienen de practicar sexo oral. A veces es el tono de voz, la manera de mover las manos, las bragas feas que usa habitualmente en vez de esas que nos ponen tanto, la forma que tienen sus rodillas cuando cruza una pierna sobre la otra y a veces esas cosas ya no nos importan porque descubrimos que los asuntos-coordenada tienen siempre, al saltarlos, un bien superior detrás que puede ser alguna de esas utopías que nos dan tanto miedo: la felicidad, el amor, el bien, una buena digestión, la sensación de relax que llega después de correr unos kilómetros o la exaltación del orgasmo de una portavoz política amortiguada por el pladur de un motel. Estoy seguro que es mucho mejor que aplicar recortes presupuestarios.

Yo tengo en duda casi todos mis asuntos-coordenada, menos lo de la relación sentimental con una asiática medio. Qué le voy a hacer. Tampoco voy a bailar salsa de la misma forma que tampoco puedo luchar para poner en duda los tuyos sin tu ayuda.

28 de noviembre de 2013

Paths of hate

Porque, en más de un caso, el odio atroz lleva a cosas como ésta-

27 de noviembre de 2013

La serotonina infernal de las frases en Internet

Nihil difficile volenti: nada es difícil si hay voluntad.

Esa, aunque sea una frase del puño del elevadísimo a las alturas psiquiatra Enrique Rojas, es una melonada. Lo es porque presupone que con volutad se puede todo. Que puedo ser más alto , correr más rápido, ligarme a la más guapa, ganar el doble trabajando la mitad y salir de pozos sin hacerme heridas en las rodillas.

Pero mola.

Algunos las pondrán en sus twitter y se sentirán plenos de orgullo con unos cuantos "me gusta", dos retweets y algún soplapollas que "se lo comparta" como el que se vuelve a poner un calcetín sudado (de otro).

¿Por qué existe esa adoración a las frases bien construidas que parece que dicen algo interesante pero no valen para nada?. Supongo que por el mismo motivo por el que Pablo Albornoz ha tenido tres discos entre los más vendidos de este país: por una cuestión cultural. Ojo, no digo que no tenga su legión de seguidores y en absoluto creo que este mundo fuera un lugar más feliz sin Bucay y sin el descarnado sentimiento de amor desconsolado que usamos casi toda una generación con aquel "si tú no estás aqui" de Rosana Arbelo Gopar, pero, por favor, vale ya.

Es una de las cosas que más molesta y más servidores llena en el mundo de la computación. Internet, aparte de los gatos y del porno, está sobresaturado de frasecitas bienintencionadas sacadas de contexto que no dicen una mierda que sea verdad. Son frases de esas en las que "el miedo no puede controlar tu vida" o las que dicen que "airea los sentimientos para dejar que fluya el sonido de tu corazón". Tequila, en uno de sus mayores éxitos decían que "salí de cara con la sonrisa puesta, hoy me he levantado contento de verdad" y reconozco que me la sé de memoria. Melendi hace canciones con frases que copia de las paredes del metro.

Pero son frases, no llegan a más, no se convierten en verdad. La mayoría son absolutamente imposibles como los propósitos que se dejan, con imanes, en las neveras. Son placebos erróneos porque son inalcanzables pero de alguna forma extraña despiertan la serotonina de las buenas intenciones.

Y, sí,  las buenas intenciones son el paso previo hacia realizarlas. Casi como el comercio egoista de la felicidad, aquello es  la primera fase de ser recompensado con una buena acción de un extraño. Me imagino arrastrado  y que aparezca un tipo y me diga al oido que "No hay que temer a las sombras. Solo indican que en un lugar cercano resplandece luz". En ese preciso instante lo único que deseo es matarle y clavarle en la pared hasta que le de la mismisima luz en sus partes.

Así que, haciendo mia otra: "el camino hacia el infierno está adoquinado con buenas intenciones".

Y eso significa que con buenas intenciones o con buenas frases no se llega al cielo, sólo se llenan de banalidades los servidores de internet. Aunque sean citas de Coelho.

Pd: Hacer no significa copiar y pegar indiscriminadamente cosas que dijeron otros. Hacer significa: hacer

24 de noviembre de 2013

Condiciones de uso: La falta de control

Cuando un jubilado, con ese orden impoluto que tienen en el maletín, me acerca un ordenador lleno de virus publicitarios, toolbars y 10 años de antigüedad, espera que de una manera mágica dé a la única tecla que él no ha pulsado (porque lo ha intentado antes con la fórmula de "la combinación de teclas aleatoria") y que en menos de diez minutos y a un coste muy reducido (porque cuando no quieren pagar lo pasan a pesetas) se arregle completamente.

Porque sigue pensando que la tecnología es magia.

Cuando un adolescente ya ha llamado a todos sus amigos para que le arreglen el equipo y ha instalado cien herramientas (desde softonic, que es el primer paso en falso) pero ninguna le ha solucionado su problema, también cree que todo se va a solucionar con una de mis cabriolas sobre el teclado.

Porque está convencido que en algún foro, en algún lugar recóndito del planeta, alguien ha publicado que pulsando dos teclas todo vuelve a ser tan hermoso como antes y es mucho más sencillo que regalar flores para recuperar amores perdidos.

Y, desafortunadamente, nunca es así.

La informática, casi como la mecánica o la cocina de estrellas michelín, ha evolucionado hacia una imagen confusamente sencilla de la verdad. Del Spectrum aquel que arrancaba en un cursor parpadeante que esperaba nuestros códigos a los iconos danzarines que pulsamos con el dedo hay un camino tan largo que no podemos considerar que sea lo mismo aunque se llame igual. La gran revolución son todas las secuencias, realizadas como trucos, que van distanciando al usuario de la posibilidad de control de aquello que tiene entre sus manos. Es mucho más complejo conocer un equipo moderno que los 486 con windows 3.1 con los que yo empecé. Es mucho más complejo llegar al corazón de una mujer contemporánea que a una cortesana del siglo XVII. Los dos son ordenadores, las dos son mujeres. Los más nuevos te permiten hacer más cosas y se supone que serán mucho más satisfactorios pero sólo podemos usar los iconos programados en vez de hacer una secuencia adecuada a nuestro caso. Y ya sabemos que los foros mienten. También sabemos que, por obsolescencia, lo normal es que nos duren un tiempo limitado. Casi hemos asumido, también, que guardarán datos de nosotros y que esos datos pueden, como un reproche el día que la ves con otro, volverse en tu contra o costarte un dinero.

La evolución de la informática doméstica se orienta, cada vez más, hacia que la máquina haga lo que considere oportuno. Nos deja ver las fotos pero ya no sabemos donde están. Nos dice que vamos a comunicarnos con nuestros seres queridos pero, nadie sabe el motivo, al encenderlo, han aparecido contactos que habíamos quitado porque entre algún bit se ha guardado un dato que borramos, confirmamos y aceptamos eliminar. Si tenemos la suerte de tener un windows delante y vemos el administrados de tareas descubrimos que hay decenas de procesos activos funcionando si saber exactamente cuales son. Los gurús y los místicos pueden razonar que tampoco soy consciente de cada pálpito de mi corazón o de si mi sangre sube o baja. Puede decirme que eso permite asemejar la informática al ser humano y centrarnos en la acción principal que estemos realizando, aunque las secundarias me intenten vender piezas de recambio o viajes a las Maldivas de la misma forma que, como la canción de extremoduro, secundariamente me salen granos.

Y el Android, el entorno ese de ventanas rectangulares del windows8 y el windows phone (que funciona francamente bien) van a la zaga del iOS y el MacOs donde, para hacerte feliz, has de dejar que lo haga todo. "Tonta, que te va a gustar"- podría ser el eslogan de las nuevas tecnologías.

Lo curioso es que la gran masa de usuarios adoran este tipo de evolución y se sienten poderosos ante cien iconos. Cuando abro el msdos y escribo un comando los clientes se asombran como un emotiono con los ojos muy grandes, si uso "attrib" y ven que la carpeta oculta por un virus ha vuelto a aparecer entonces es un ejemplo de magia y, en realidad, es algo que aprendí con 15 años, cuando Felipe Gonzalez gobernaba.

Estamos en internet y no sabemos qué sucede con los historiales de las páginas que visitamos, no sabemos si con las cookies se están haciendo pastelerias en Redmond o si la nube es como el poder de Dios, infinito. Sin embargo aceptamos como maná cada actualización que nos lleva a perder un grado más de control porque se nos bombardea diciendo que todo será más fácil y sonreiremos más. No hará falta buscar contactos porque nos los recomendará. No habrá que saber código porque lo hará todo por nosotros. Cuanto menos sepa el usuario, cuando más tonto sea el votante, mayor control sobre él.

Y, un día, juraremos que controlamos algo que nos controla a nosotros. Un día conoceremos a alguien que no haya recomendado una máquina y creeremos que es un virus.

22 de noviembre de 2013

Los celos y la expresión del amor.


Dicen que ese es uno de los mensajes que algunos adultos lanzan a los adolescentes que se incorporan, incrédulos e incautos, al mundo de las relaciones.

Hace muchos años alguien me preguntaba, para saber si yo estaba o no enamorado de verdad de una tercera persona, que cual era la sensación que me recorría el cuerpo si era capaz de imaginarla con otro viril muchachote. En ese caso podría llegar a identificar el frío que sube por la espalda, las palpitaciones en la parte superior del párpado derecho y una inquieta sensación de desamparo y apaleo que tarda tiempo en irse, sobre todo si reconoces positivamente que existe esa posibilidad porque, poseído por la autoexigencia, sabes que lo podías haber hecho mejor.

Ahora sé que aquello era una simplificación estúpida del amor porque los celos, innatos pero innecesarios, son las causas colaterales de las historias de príncipes y princesas que hemos mamado desde nuestra infancia. Importa donde estamos mucho más que cómo hemos llegado hasta ahí y mucho menos de cómo vamos a ir hacia delante. No te preguntes por qué tipo de caminos enzarzados caminé, con el pantalón corto de mi colegio de curas, para llegar hasta aquí. Pregúntate lo que hay para cenar y si acaso esa noche nos vamos a enredar en sudor y en espejos, en palabras entre suspiros o en la apuesta divertida de que quien llegue al orgasmo más tarde es quien va a bajar a por los croissants.

Lo demás, lo de que no sabes donde estoy o si acaso no estoy en el lugar correcto, es irrelevante porque si en este mundo de elecciones y de posibles, de caminos tortuosos y de autopistas, al final del dia me siento a tu lado y quiero dormirme contigo robándome la mitad de la cama o si simplemente te doy las buenas noches como el último estertor que me queda antes de dormir, entonces no hay posibilidad de tener celos, excepto del tiempo, que es el que nos roba.

En el momento en el que empiezas a dudar de mi empiezo a dudar de mi, y las dudas, casi como los charcos, me hacen pensar en cada paso que doy para no calarme los pies. En ese momento ya no miro al frente y tan sólo a los zapatos.

Entonces es cuando los celos, para acabar el post de una manera redonda, han dejado de ser precisamente, una expresión de amor.

Por eso mismo la expresión con la que empecé es falsa.

20 de noviembre de 2013

19 de noviembre de 2013

El efecto Macbeth y la verdad.

Lady Macbeth, después de lograr la muerte del rey Duncan, no consigue ver sus manos sin sangre por mucho que se las limpie. Las ve, cual perlas, ensangrentadas y las frota compulsivamente. Necesita, casi como para quitarse el resquemor de la maldad, limpiarse.

En el año 2006 Chen-Bo Zhong publicó un artículo en Science explicando que el ser humano, para sentirse bien o purificado, tiende a limpiarse físicamente. Lo llamó "efecto Macbeth". Explicó que es por eso por lo que muchas culturas tienen el rito de la purificación relacionado con la higiene. El bautismo, la ablución o el baño en el Ganges eran meros ejemplos.

Conozco a una mujer que asegura que es incapaz de tener sexo sin ducharse antes y, por supuesto después. Afortunadamente para su marido ella, después de contármelo, siempre me huele a limpio.

Hace no mucho se publicó otro estudio que, partiendo del anterior, establecía que los jugadores de videojuegos violentos se lavan más las manos, sobre todo después de arrasar con cientos en el Call of Duty. Esa supuesta maldad asesina se lavaba después de apagar el videojuego con un poco de jabón y agua. Es extraño porque mi arquetipo de freak asesino virtual es gordo, tiene la mesa llena de restos de patatas onduladas, una camiseta de las que aparecían en The Big Bang Theory sucia y los dedos llenos de adn de teclado.

El caso es que casi de manera lógica se establece una correlación entre la sensación consciente de la ejecución de actos impúdicos, poco éticos o inmorales y la higiene personal. "Así que los malos huelen mejor"- deduce alguien mientras se lo explico. Supongo que podría ser una razón por la que no conozco a un rico que huela mal o que no se lave, aunque también reconozco que esa es una apreciación facilona porque es una cuestión de acceso a agua caliente y tiempo libre para disfrutarla.

Así que, dicho todo esto, tan sencillo y tan lógico, parece que la teoría suena a cierta. Es la excusa perfecta para limpiarse después del sexo y no dejar las sábanas peor, es la secuencia apropiada para llenar de tensión un crimen cinematográfico, la manera de limpiar el coche después de conducir borracho.

Sin embargo otros estudiosos del comportamiento humano han hecho una nueva prueba con todas esas ideas y se han ido a tres continentes diferentes para ver si es algo que sucede realmente en cualquier persona. El resultado es que no es verdad, que es una falacia como el reiki, la osteopatía y la curación telepática del cáncer. Es tan incierto como asegurar que matando un cordero se curan los catarros o que se puede formatear un ordenador con la mente. Es una de esas cosas que parecen verdad, que suenan a verdad y que nos encanta pensar que son verdad cuando, mala suerte, no lo son.

El ser humano se limpia en todas las culturas por el mero hecho de sobrevivir. Si estás limpio no enfermas o enfermas menos de la misma forma que pensando en positivo generas un placebo sobre ti mismo. Por eso hay payasos y animadores en los hospitales de la misma manera que son lugares asépticamente limpios. Es reconfortante creer que con agua y jabón podemos limpiar nuestras miserias y eliminar todas aquellas veces que nos equivocamos o que hicimos un mal del que nos arrepentimos, casi como si aquella mala respuesta o aquella forma de cagarla se pudiera ir por el sumidero y no volver jamás. Pero si fuera así no existiría el remordimiento y venderían detergente para las penas.

Chen-Bo Zhong tambien publicó, más tarde, que cuando uno se siente solo también tiene una sensación mayor de frío.

Y ya está aqui el invierno.

17 de noviembre de 2013

Pandemia ética 2.0

Después de que cinco ciclistas hayan muerto en Londres el alcalde de aquella urbe ha patinado un poco entre los medios afirmando que "algunos ciclistas se creen superiores al resto de los usuarios de las vías públicas" , casi como si se creyeran estar en un grado de superioridad moral para con el resto de los pobladores de las calles. Sin embargo, aparte de la polémica, es probable que tenga razón aunque suene a que se lo han buscado, por snobs.

Siempre hay quien parece estar por encima de los demás como si miraran de soslayo lo mundano del resto. A veces son ecologistas con ropas deportivas que toman jengibre y te cuentan eso de que el ser humano es el único animal que sigue amamantándose con leche toda la vida mientras sacan esa insulsa leche de soja de la nevera. A veces son esa prole de personajillos que hacen suyas todas y cada una de las reivindicaciones melosas, kafkianas y no contrastadas que hablan de niños que buscan tratamiento, políticos señalados con el dedo o deforestaciones en países que no sabemos donde están de la misma manera que más de uno ignoramos hacia donde apunta la sierra de Tramontana.

Luego, cuando se relajan, bombardean al resto del mundo con fotos de gatos o videos, que siempre son "increíbles, no perdérselo", donde un alacrán enamorado salva a un grupo de estudiantes polinesios de un seguro accidente de autobús cuando iban al único colegio de asia desde el que podrán salir de la miseria asiática. (es un ejemplo).

Tiene que existir, por supuesto, alguna explicación psicológica relacionada con el placebo que dé razones sobre esta epidemia, sobre esta pandemia 2.0 que en absoluto tiene su espejo en la vida real porque si una décima parte de esas personas actuaran como lo hacen en sus reivindicaciones el voluntariado social se saturaría.

El ser humano contemporáneo es bipolar. Se apena con los muertos de filipinas y con los niños que quieren ser Batman en medio de la leucemia. Llena los telediarios y su moral con imágenes dramáticas que rozan el telefilm y después, en el bar, se enfadan por un penalty no señalado en un partido de fútbol intrascendente. En ese momento el enfado por el acontecimiento deportivo y por los desastres naturales son casi igual pero, más tarde, una cosa se queda en nuestra vida social y otra en nuestra imagen virtual, la misma que satura con frasecillas bien construidas que hablan de ser mejor persona, de milagros o de frases dignas del incómodo y facilón de Bucay.

Y, casi como los ciclistas británicos, hay una parte de ellos que se cree por encima de la moral media. Hay un grupo de personas que consideran que por dejarse bigote o llevar un lazo rosa van a terminar con el cáncer de próstata o el de mama.
No descubro nada repitiendo la hipocresía humana de la actualidad. Es cierto también que dan una relevancia a acontecimientos que de otra forma no serían visibles, aunque se quedarán olvidados de la misma forma unos días después porque hay una relación de proporcionalidad inversa entre el escándalo virtual y la acción real.

Claro que tú no eres mejor que yo porque pongas un link a una campaña bondadosa y bien intencionada, eso no te lo permito de la misma forma que tampoco me parece bien que te saltes los semáforos en rojo porque vayas a pedales. También está rojo para ti.

15 de noviembre de 2013

Distracciones excarcelarias

Al violador del ascensor  no le esperaba nadie a la salida de la cárcel, al del portal sí, supongo que de algún sitio donde no hay quien viva. A Kubati le esperaban sus colegas, sus víctimas y más flashes que al último premio de Asturias de la investigación, la ciencia o cualquier cosa provechosa para el ser humano en general.

Son cosas de la opinión pública, de lo que hay que hablar para no hablar de lo que importa porque, en verdad, me importa una mierda pinchada en un palo que ahora vayamos a tener dos docenas de asesinos por las calles y unos cuantos violadores no castrados preguntando si vas al tercero o al cuarto mientras se ponen atrás cuando se cierran las puertas.

A falta de fútbol habrá que hablar de las excarcelaciones. Si no hay mundial, estamos al principio de la temporada y no se ha muerto ningún famoso entonces hay que buscar algo con lo que despistar. Belén Esteban era la mano que nos enseñaban para darnos con la otra. El iva siempre se subió en una fase final futbolística, entre el tercer y cuarto penalty.
Existe una tendencia a pensar que el ser humano, por conciencia o por constancia, va mejorando la especie con el paso del tiempo. Darwin y la selección natural afirman y demuestran, para desgracia de los creacionistas, que vamos a mejor y, casi llevando la contraria a la propia naturaleza, parece que caemos en las mismas estrategias facilonas y tontas de engaño una y otra vez. Llegamos a Ikea para perdernos y aún estamos convencidos que las ofertas de las operadoras de telefonía son honestas y que vigilan nuestros derechos mientras nos regalan algo que no dan al resto de los mortales sin llegar a reflexionar sobre donde nos lo van a cobrar con intereses.

En definitiva: nos encanta que nos engañen, que nos despisten, que nos prometan cosas que sabemos positivamente que no se van a cumplir. Nos gustan las películas imposibles con finales felices desorbitados y queremos que nos digan que somos altos y que nuestros ronquidos son orfidales para el corazón cuando se acuestan sin tocarnos a nuestro lado. Nos gusta que nos prometan amores eternos y adquieran compromisos que duren siempre como si "siempre" fuera tan fácil como decirlo. Queremos tener el coche con el depósito lleno sin pasar por la gasolinera, porque eso no aparece en los anuncios.

Hemos descubierto que creer que las cosas son así no nos entristece ni nos preocupa.

Y que dejarnos llevar es el camino más fácil.

Por eso ahora, en vez de estar pendientes de que llega el frio y el invierno sin que haya suficiente leña para la chimenea, nos escandalizamos porque hay más delincuentes en la calle después de cumplir las leyes por las que fueron juzgados y condenados sin pensar que esas eran las mismas normas que pusimos nosotros los dias de los juicios y de las condenas.

Y nos lo ponen en la cara, entre la indignación y la sensación de que van a violar a nuestras hijas y matar a nuestros policias cuando, en realidad, es una operación de despiste para que dejemos de ver la misma mierda de los últimos meses.

Es como hacer campaña para mirar al cielo de Madrid y conseguir , asi, que no se vea el suelo lleno de mierda.

Pd: También es verdad que, dada la tendencia general, si nos vienen de frente, nos asustamos.

12 de noviembre de 2013

¿Posas o mientes en las fotos?

El video superior es casi un experimento. Un tipo decidió hacer fotos en medio de las fiestas pero, al pedir posar, activó el video en vez de la cámara. Todos, casi todos, posan como si fueran a pasar a la posteridad o como si intentaran decir algo en ese momento: Amor, desfachatez, fiesta, cariño, compañerismo o sentirse un tipo interesante o especialmente vulgar.

Supongo que en esos momentos sacamos lo que creemos que nos hace diferentes: nuestros dientes blancos o nuestro gesto más gamberro. Ni siquiera será esa nuestra capacidad más destacable pero es la que sacamos y la que mantenemos mientras nos hacen la foto. Hay un profesor que ha usado la misma ropa durante 40 años en el calendario escolar y casi el mismo bigote. Todos conocemos a alguien, sobre todo en este nuevo mundo digital y gráfico, que posa exactamente igual en cada una de sus fotos. Cambia el fondo y la ropa, pero siempre es igual como un presentador de informativos.

Otros, por el contrario, somos el Jim Carrey de la fotografía. Quizá por eso nunca seremos modelos, porque no sabemos repetir una misma mueca dos veces ni levantar una sola ceja ni aparecer en seis fotos seguidas con los ojos abiertos.

Hay quien dice pudiera llegar a pensar que tener una pose preparada es una manera de que no se nos note lo que estamos pensando por dentro. Podemos sonreir y estar estupendos cuando deseamos marcharnos de allí como un vendedor de El Corte Ingles sacando trajes para un jubilado pesado y con dinero en la seccion de Emidio Tucci. Podemos haber desarrollado la capacidad de fingir hasta límites insospechados en las circunstancias sociales para que no se note que aquello no cumple nuestras expectativas. A más fotos, mayor control gestual de la verdad.

Las adolescentes controlan ese aspecto del control corporal, sólo hay que entrar en Tuenti.

Otros no saltamos a la parte de atrás de la cámara para ver el resultado de la foto. En realidad nos importa poco. Hay días en los que, quizá, puede parecer una falta de pudor excesiva.

Un psicólogo explicaba en uno de los libros de autoayuda que devoré en mi adolescencia que si admitías lo peor cualquier cosa que lo mejore hará de ese momento un instante positivo. Harry decía a Sally que cuando se compraba un libro se leía el final por si acaso se moría leyéndolo y, por lo menos, sabría el desenlace de la historia. Visto así es un planteamiento deprimente aunque si generamos expectativas pueden volverse la madre de la decepción.

El caso es analizar, muy por encima y casi de manera de ejercicio personal, si acaso jugamos a mentir en nuestra imagen o en nuestra ingenuidad o inteligencia. Miles de personas viven intentando ser ocurrentes y no hacen más que copiar chistes que leen en twitter de la misma forma que mujeres de pechos turgentes se quedan en nada cuando se desnudan (y al revés, he de decir). Otras personas se inventan al hombre o a la mujer perfecta para sentirse cómodos hasta que un día descubren sus propias mentiras, que es como tener que hacerse cien fotos para que salga la pose que tienen ensayada.

Reconozco que no está de moda ser honesto con lo que uno es o siente, que no es de recibo irse cuando te quieres ir o quedarse callado cuando no se te ocurre nada que decir. En Pulp Fiction hablaban de los silencios incómodos.
Probablemente esa es una de las metas volantes que se pasan en una relación de amistad o de lo que sea: tolerarse siendo quien uno es detrás de las armaduras o poses que usemos para salir en las fotos o aparentar quien queremos ser en vez de quien somos. Dejar que salga la verdad de quien está delante sin miedo a que no cumpla los mínimos exigibles del corte en las oposiciones a ser alguien que se quede a nuestro lado.

Y, después, volver a hacerse otra foto o retomar la conversación sin pensar en el resultado, minimizando las expectativas, aprovechando el viaje más allá del destino.

Es mucho más difícil ser uno mismo que salir bien en una foto.

10 de noviembre de 2013

Mirones, dependencia, intuición y daños colaterales (poder)

En la brutal primera temporada de la serie de ficción Boss, Tom Kane se aferra a su cargo de alcalde entre los vaivenes de la defensa a ultranza del equilibrio de su ciudad y los daños colaterales necesarios que han de existir cuando la resolución de los problemas no lleva nunca implícita la satisfacción de todas las partes. En un momento, en medio de una crisis institucional y ante la posibilidad de que el pueblo se levante contra sus imposiciones, cuando su asesora le avisa de la posible pérdida de popularidad y las manifestaciones consecuentes, Kane les define como mirones. Mirones que no hacen nada salvo gestos de desaprobación y que se diluyen en el gas del vaso de los poderosos.
En realidad y ante la déspota postura incorrecta pero real en la que hay que tomar algún tipo de decisión muchas veces se nos olvida la carga que lleva implícita el poder, sobre todo si nos hemos quedado en el lado de los mirones. Considero poder tener que decidir sobre un hijo, descolgar el teléfono para pedir perdón o cariño, comprar un coche diésel o de gasolina, elegir uno u otro canal de televisión, ir al campo o a la montaña, decidir si meter a un país en medio de una guerra o si usar camisa o camiseta. Todo eso, de una manera mayor o menor, es poder porque todo lleva consecuencias. La mayoría son estúpidas y otras son importantes pero lo cierto es que no somos capaces de diferenciar su importancia hasta que no vemos los resultados en un corto o largo plazo. En este mundo de clicks y automatismos con resultados en milésimas de segundo las decisiones alargan sus consecuencias debido a lo complejo de nuestra sociedad.

Hace unos meses, en medio del cuarto de baño al que íbamos los antiguos alumnos de la promoción del 88 y en una reunión de leyendas, ïñigo se me acercó. Me dió un abrazo. Me dijo que llevaba años esperando encontrarse conmigo para agradecerme que en algún momento de 1989 yo le apremié a quedar con una chica, que yo incluso le acerqué con mi coche y que ahora, hoy en día, y eso me lo dijo enseñando una foto feliz, aquella chica era su amada esposa y madre de sus hijas. 24 años después llegó un resultado a una decisión que no era capaz de recordar, pero una decisión al fin y al cabo.

Sin embargo hay decisiones que nos bloquean o hay momentos en los que no somos capaces de tomarlas por nuestra propia cuenta. En ese momento, en ese lugar, es cuando aparecen los estratos personales que ponen a alguien en un sitio y a otros a su sombra. "Vivirás así toda la vida por mucho que trabajes, por muchos sacrificios inútiles que hagas, por mucho que te comprometas. Sabes que siempre dependerás de alguien porque eres así y siempre lo serás"
El mayor miedo del ser humano racional es equivocarse: meterse en una cama incorrecta, apostar por la empresa perdedora, tomar un desvío a ninguna parte, creer que saltamos al vacío sin una colchoneta o una cuerda en los pies. Eso nos bloquea. Necesitamos datos que nos indiquen que estamos haciendo lo acertado o que nos mientan diciéndonos que es lo acertado como un grupo de animadoras incansables que no saben jugar al baloncesto pero son efusivas y flexibles en los tiempos muertos de nuestro equipo aunque perdamos de veinte. Eso es independiente de la decisión. Yo he estado horas mirando la ropa sobre la cama sin saber qué decidir ponerme alguna mañana insulsa y luego, casi como para engañarme, he soltado el discurso de la independencia como si aquello fuera una anécdota ante las cotas de libertad en todas y cada una de las decisiones personales, desde la camisa hasta un despido injusto, que es lo máximo a lo que llega mi libertad.

Pero mirando hacia atrás y viendo las decisiones más importantes o al menos las que más han afectado a mi vida y a la vida de las personas que me rodean o me han rodeado, creo poder admitir que las pensé centésimas de segundo y que acerté en casi todas. Punset dice que la intuición es más importante que la razón.
El problema, en ese caso, es que desaparecen los argumentos que puedan probar nuestras decisiones. Se nos cierran las puertas para volver atrás, para pedir perdón, para poner sobre la mesa un grupo de datos estadísticamente justificados que avalen nuestra deriva. Se nos escapan las justificaciones sociales y vivir sin capacidad de justificación es un riesgo. Y riesgo es lo que no hemos aprendido a asumir.

No somos capaces de tolerar sentirnos incorrectos, indefensos y desnudos.

Los grandes ejemplos de nuestra sociedad contemporánea suelen aparecer como magos. Nos encanta creer historias de amor y comercio, de empresa y tecnología, en las que alguien lleve sus sueños y sus intuiciones hasta la consecución del éxito. "lo abandoné todo por amor"- dicen encantados los Españoles por el Mundo que salen en televisión porque eso es algo que vende. No hay ningún político que haga una rueda de prensa diciendo que nos va a subir o bajar los impuestos porque intuye que eso es lo correcto. Le crucificaríamos mañana con las alcayatas de todos los mirones y los martillos de sus enemigos.

Queremos estudios de mercado, muestreos, previsiones a corto y largo plazo. Queremos un proyecto de vida viable y unos compromisos constituyentes de nuestras uniones y desuniones, porque hasta para las separaciones hay papeleo. Es una búsqueda de seguridad o, quizá, de aplazar en el tiempo la toma de decisiones. Es probable que si alargo esta situación en la que no soy capaz de decantarme por uno u otro bando, el tiempo haga inclinarse la balanza.

Y soy un mirón mientras analizo los datos, apago la luz de la intuición y dejo que otros decidan por mi.

De eso va el poder, el pueblo y la vida personal de cada uno. Unos (pocos) días tenemos valor, otros intuición y la mayoría nos dedicamos a buscar excusas esperando que alguien tome la decisión por nosotros para criticarlo después porque siempre hay daños colaterales. Da igual que sea un "vaya camisa más fea", "me hiciste daño al irte" o "han muerto dos niños de hambre debajo de un puente". Todo, en mayor o menor medida, sigue los mismos mecanismos.

5 de noviembre de 2013

El abismo del "bienquedar"

Un grupo de Burdeleses, que, según mi fisioterapeuta, son los habitantes de Burdeos, se han apropiado temporalmente de una llama de un circo en pleno éxtasis alcohólico y se han ido de fiesta por ahí con ella como una más. Les han pillado montándola en el autobús y, sinceramente, me ha hecho gracia porque ni se ha muerto la llama ni se ha dañado a ningún francés en el intento.

Cuando he comentado, en una de esas redes sociales infestadas de buenos deseos y fotos de perfil retocadas, que me ha hecho gracia he recibido varios comentarios. Uno, el más gracioso, comentaba que en cierto festival un grupo de amigos vieron una granja de avestruces y pensaron, casi al estilo francés, que aparecer en los conciertos montados en sus corceles de cuello largo sería divertido y les hubiera dado una perspectiva del escenario mejor pero, sin embargo, su tasa de alcohol en sangre les impidió saltar las vallas. Otro, el más absurdo, me acusa de promover el maltrato animal y considerarme un asesino torero de la humanidad por jalear a unos bastardos. Los demás, se sonríen y siguen a sus cosas.

Por otra parte hoy he leído que se ha puesto en marcha de manera casi mundial una acción para intentar mentalizar a los hombres sobre los peligros del cáncer de próstata y la manera de hacerlo es, sencillamente, dejarse bigote. Lo llaman Movember y se consideran cool, que es gafapástico con recochineo. Me recuerda a esas cosas que las chicas ponen en sus estado de facebook porque dicen que les preocupa el cáncer de mama y se hacen las interesantes poniendo "me gusta hacerlo en la mecedora de la abuela" para que les preguntes de qué se trata y entonces te digan que es por el cancer. !Coño, si no se te ocurre otra cosa,  hazte una foto de una teta, que es más interesante a la par que mucho más estético!. Ahora es cuando me llaman insolidario, machista y cabrón.

Soy un insolidario porque me gusta el humor negro o el humor absurdo, porque me incomoda más un gerente de una fábrica de Apple en China que un torero, y es que el último los mata de uno en uno. Soy capaz de perdonar todas y cada una de las estupideces del ser humano pero cada día que pasa soy menos tolerante ante la estupidez y la prepotencia de todos aquellos que se establecen como expertos de nada. "Me vas a decir a mi"- empiezan sus frases, las mismas que terminan molestos porque quisiste entrar con zapatillas de deporte en una discoteca o comes con cubiertos en el chino y eso resulta que es una degradación de la ancestral cultura respetable del asiático en cuestión.

De la misma manera que hace años no se podía hacer humor con ETA, el Rey, la guardia Civil o Franco ahora parece que no se pueden hacer chistes de negros o de chinos, de toreros (si es que quedan bien), de gangosos, de moros o de mujeres que conduzcan mal.
Ahora se vive con lo correcto del "bienquedismo". No hablemos mal del vecino pero sodomicémosle con una sonrisa en forma de puño. Respetemos a los extranjeros pero que no nos quiten los puestos de trabajo porque, en ese instante, pasan de ser una minoría respetable a unos insolidarios. Amemos a los perros y a las llamas, porque los animales tienen que tener derechos como almas de Dios que son, pero no nos escandalicemos porque sigamos pagando con armas a los del Congo y así tener barato el coltán de nuestros teléfonos de última generación para los que tenemos que tener, porque es un derecho constitucional, wifi gratis y de calidad, como la sanidad y la educación.

Y pongámoslo en twitter para que lo diga Wyoming o algún tipejo de Intereconomía, que al fin y al cabo son lo mismo pero del otro lado. Publiquemos cosas en nuestro muro que nos hagan sentir solidarios y miremos mal a los que hacen chistes de Madeleine. Compartamos tonterías de esas que dicen que te va a tocar un coche si pones la foto de la Peugeot o que el facebook va a ser de pago y estemos tranquilos cuando en Internet se censura a una mujer dando de mamar a un niño y se permiten videos de ejecuciones sumariales en páginas de máxima audiencia.

En realidad creo que nos lanzamos al abismo de tener mil cuidados en nuestro marketing y criticamos cuando alguno saca un poco de esencia. Queremos más a las compañías que abusan de las palabras "felicidad" y "diversión" que de las que se atreven a contarte sus verdades. Es como no admitir que has buscado porno: una hipocresía. Ahora insúltame porque ayer fui expresamente a buscar un buen par de tetas turgentes a mi ordenador. Tú no lo has hecho nunca, tampoco te has emborrachado jamás ni te has reído con chistes de tullidos.

Otra cosa es ser tan tonto como creer que los chistes son de verdad.
La misma tontería que creer que si no lo dices, no existe.
O que creer que si lo pones en facebook, desaparece.

Ahora, si te da la gana, te dejas bigote pero, lo siento, el cáncer se cura cuidándose y apoyando a la investigación. Las desigualdades se arreglan siendo solidarios de verdad. En definitiva: haciendo cosas de verdad y no tocándome los huevos con tantas tonterías.

Pd: Cada minuto que pasas copiando y pegando "likes"...muere un gatito.

3 de noviembre de 2013

De Pocoyó al Frutero (referentes)

-El día que llegue la revolución de verdad las personas bajaran a la calle para ver si les han quemado el coche.- Más o menos eso decían el otro día por televisión, y tienen razón.

A lo largo de las últimas semanas se ha muerto Pocoyó, que era el referente de una generación como lo pudo ser Espinete o como lo pudo ser Caponata, que estaba acompañada de Pérez Gil (que no Perejil, el caracol). También se ha muerto, o está agonizando en las brasas de los últimos 52 millones de dinero público, la empresa favorita de los terroristas de ollas a presión: Fagor. En el primer caso se jactaban, felices y ufanos, de ser la primera empresa de animación española: Zinkia. (Esto mismo le pasaba al enorme y subvencionado ejemplo de innovación tecnológica que era Hiriko, el coche eléctrico del futuro que pagaba sueldos de 26000€ a sus directivos y se murió antes de nacer sin que lo rescatara Gallardón) . El en segundo caso, el de la cooperativa en la que, más o menos y de forma estatutaria establecía que las felaciones y sodomizaciones se reparten entre los cooperativistas, se ha caído como se caen las grandes empresas sin que su estructura y ese entramado empresarial les salve porque están demasiado ocupados con salvar cada uno su propio esfínter, que es lo mismo que decir que están mirando su coche por si la rabia de los demás se lo queman. Eroski ya no va por ahí contando que vende más que El Corte Inglés y éste último, si te fijas con detenimiento, va alquilando sus espacios interiores para que las tiendas se instalen en sus edificios con la idea de reconvertirse en otro centro comercial donde el riesgo lo asuman otros y sea el gran casero español.

Se nos caen los referentes de la misma forma en que se mueren los grandes músicos y ese hueco lo cubre  Justin Bieber, los teléfonos chinos, la ropa vietnamita, Ryanair y unos kilos de marketing que incrustan en el cerebro la idea de que no pasa nada pero, a la vez, está pasando todo.

Se nos van referentes de esos que se necesitan para alimentar el ego innato de la superación, de tener un objetivo al que llegar, aunque sea inalcanzable como cuando Homer se comparaba con Edison. Tuvimos como ejemplo a Da Vinci, pero alguien nos contó que ese genio estaba fuera de nuestro alcance. Tuvimos como ejemplo a ese compañero de clase, torpe y procaz, que se puso a hacer casas y se hizo rico, pero luego se hundió cuando adivinamos que era una farsa. Algunos creyeron que Steve Jobs y su mito del garaje era algo a seguir, pero Wozniak era el genio pisado por el vendedor. Nos gustó el sueño del dibujo animado, de la cooperativa, del coche eléctrico, de la cadena de supermercados...y se van cayendo como se cayó el scalextrix. A nuestro alrededor las figuras se sustituyen por futbolistas y famosos de cama, se cambian por banqueros egoístas insolidarios y mesías políticos que no ven más allá de sus mentiras. Nos quedan las grandes corporaciones de bienes imposibles de renunciar en un mundo moderno: el agua, la luz, el teléfono. la gasolina, el gas. Casi como en Chinatown parece que hay un grupo de mafiosos detrás del control de cada uno de ellos ante los que debemos rendirnos como súbditos. En realidad, si quitamos a Zara y sus talleres clandestinos, son las únicas facturas que crecen sin parar.

Y vuelve a venir esa idea de que es imposible cambiar nada porque, al fin y al cabo, para escribir esto necesito luz y ayudarme a tragar con agua.

Así que aparecen en televisión superhéroes de barrio de esos que llevan zapatillas deportivas y cuentan que han inventado una aplicación de móvil o que tienen una empresa que manda jamón cortado a los titulados españoles en el extranjero. Y les va bien. Y se compran un coche. Y llega la revolución.

Y bajan a ver si se lo han quemado mientras esperan a que pase todo para intentar volver a hacer lo mismo, que ese es el riesgo.

Sobre todo si empieza a no haber donde mirar.

Claro que quizá ahora lo que nos queda es el frutero, el carnicero y el tipo que nos sonríe al cruzarse por la calle o al bajar en el ascensor. Son esos que, aunque los bancos no les dan créditos y viven temerosos del mañana, siguen vivos. Son los que dejan que los vecinos les deban un favor, los que sonríen a los niños cuando entran en su comercio, en su oficina o pasan a su lado. Los que te recuerdan al verte. Esos son los nuevos referentes porque (desconozco si tú lo harás) son los que se arriesgarán a quemarse cuando arda tu casa de la misma manera de Brad Pitt no va a ir a tu cama mientras aquel con el que no contabas sigue preocupándose de qué tal estás cada día que pasa.

Elegimos los héroes de la misma forma que los amantes y todos nos hemos equivocado más de una vez,  hemos aspirado a imposibles o hemos creído que merecíamos una top model que además fuera inteligente. Luego, sin maquillaje, era mucho más guapa y agradable la vecina.

2 de noviembre de 2013

Ni una sola palabra de amor

Recordé este corto y volví a llegar a la conclusión que las historias de desamor vistas en un solo lado son mucho más dramáticas pero, en realidad, siempre tienen dos partes. Claro que viendo las dos partes no es tan melodrama, no es tan emocional, ni siquiera es tanto el abandono, la miseria, la manera de darse y de no encontrar respuesta. Los monólogos son siempre más enérgicos. Por eso, en medio de las discusiones, intentamos no dejar hablar. Por eso, para lanzar nuestro discurso. El mismo discurso que repetimos en la cama cuando lo ensayamos antes de dormir sin darnos cuenta que, en realidad, buscamos una sola palabra de amor.


Y yo soy un tipo muy dramático pero creo ellas me han ganado siempre. También es verdad que se han repuesto mucho antes.