El video superior es casi un experimento. Un tipo decidió hacer fotos en medio de las fiestas pero, al pedir posar, activó el video en vez de la cámara. Todos, casi todos, posan como si fueran a pasar a la posteridad o como si intentaran decir algo en ese momento: Amor, desfachatez, fiesta, cariño, compañerismo o sentirse un tipo interesante o especialmente vulgar.
Supongo que en esos momentos sacamos lo que creemos que nos hace diferentes: nuestros dientes blancos o nuestro gesto más gamberro. Ni siquiera será esa nuestra capacidad más destacable pero es la que sacamos y la que mantenemos mientras nos hacen la foto. Hay un profesor que ha usado la misma ropa durante 40 años en el calendario escolar y casi el mismo bigote. Todos conocemos a alguien, sobre todo en este nuevo mundo digital y gráfico, que posa exactamente igual en cada una de sus fotos. Cambia el fondo y la ropa, pero siempre es igual como un presentador de informativos.
Otros, por el contrario, somos el Jim Carrey de la fotografía. Quizá por eso nunca seremos modelos, porque no sabemos repetir una misma mueca dos veces ni levantar una sola ceja ni aparecer en seis fotos seguidas con los ojos abiertos.
Hay quien dice pudiera llegar a pensar que tener una pose preparada es una manera de que no se nos note lo que estamos pensando por dentro. Podemos sonreir y estar estupendos cuando deseamos marcharnos de allí como un vendedor de El Corte Ingles sacando trajes para un jubilado pesado y con dinero en la seccion de Emidio Tucci. Podemos haber desarrollado la capacidad de fingir hasta límites insospechados en las circunstancias sociales para que no se note que aquello no cumple nuestras expectativas. A más fotos, mayor control gestual de la verdad.
Las adolescentes controlan ese aspecto del control corporal, sólo hay que entrar en Tuenti.
Otros no saltamos a la parte de atrás de la cámara para ver el resultado de la foto. En realidad nos importa poco. Hay días en los que, quizá, puede parecer una falta de pudor excesiva.
Un psicólogo explicaba en uno de los libros de autoayuda que devoré en mi adolescencia que si admitías lo peor cualquier cosa que lo mejore hará de ese momento un instante positivo. Harry decía a Sally que cuando se compraba un libro se leía el final por si acaso se moría leyéndolo y, por lo menos, sabría el desenlace de la historia. Visto así es un planteamiento deprimente aunque si generamos expectativas pueden volverse la madre de la decepción.
El caso es analizar, muy por encima y casi de manera de ejercicio personal, si acaso jugamos a mentir en nuestra imagen o en nuestra ingenuidad o inteligencia. Miles de personas viven intentando ser ocurrentes y no hacen más que copiar chistes que leen en twitter de la misma forma que mujeres de pechos turgentes se quedan en nada cuando se desnudan (y al revés, he de decir). Otras personas se inventan al hombre o a la mujer perfecta para sentirse cómodos hasta que un día descubren sus propias mentiras, que es como tener que hacerse cien fotos para que salga la pose que tienen ensayada.
Reconozco que no está de moda ser honesto con lo que uno es o siente, que no es de recibo irse cuando te quieres ir o quedarse callado cuando no se te ocurre nada que decir. En Pulp Fiction hablaban de los silencios incómodos.
Supongo que en esos momentos sacamos lo que creemos que nos hace diferentes: nuestros dientes blancos o nuestro gesto más gamberro. Ni siquiera será esa nuestra capacidad más destacable pero es la que sacamos y la que mantenemos mientras nos hacen la foto. Hay un profesor que ha usado la misma ropa durante 40 años en el calendario escolar y casi el mismo bigote. Todos conocemos a alguien, sobre todo en este nuevo mundo digital y gráfico, que posa exactamente igual en cada una de sus fotos. Cambia el fondo y la ropa, pero siempre es igual como un presentador de informativos.
Otros, por el contrario, somos el Jim Carrey de la fotografía. Quizá por eso nunca seremos modelos, porque no sabemos repetir una misma mueca dos veces ni levantar una sola ceja ni aparecer en seis fotos seguidas con los ojos abiertos.
Hay quien dice pudiera llegar a pensar que tener una pose preparada es una manera de que no se nos note lo que estamos pensando por dentro. Podemos sonreir y estar estupendos cuando deseamos marcharnos de allí como un vendedor de El Corte Ingles sacando trajes para un jubilado pesado y con dinero en la seccion de Emidio Tucci. Podemos haber desarrollado la capacidad de fingir hasta límites insospechados en las circunstancias sociales para que no se note que aquello no cumple nuestras expectativas. A más fotos, mayor control gestual de la verdad.
Las adolescentes controlan ese aspecto del control corporal, sólo hay que entrar en Tuenti.
Otros no saltamos a la parte de atrás de la cámara para ver el resultado de la foto. En realidad nos importa poco. Hay días en los que, quizá, puede parecer una falta de pudor excesiva.
Un psicólogo explicaba en uno de los libros de autoayuda que devoré en mi adolescencia que si admitías lo peor cualquier cosa que lo mejore hará de ese momento un instante positivo. Harry decía a Sally que cuando se compraba un libro se leía el final por si acaso se moría leyéndolo y, por lo menos, sabría el desenlace de la historia. Visto así es un planteamiento deprimente aunque si generamos expectativas pueden volverse la madre de la decepción.
El caso es analizar, muy por encima y casi de manera de ejercicio personal, si acaso jugamos a mentir en nuestra imagen o en nuestra ingenuidad o inteligencia. Miles de personas viven intentando ser ocurrentes y no hacen más que copiar chistes que leen en twitter de la misma forma que mujeres de pechos turgentes se quedan en nada cuando se desnudan (y al revés, he de decir). Otras personas se inventan al hombre o a la mujer perfecta para sentirse cómodos hasta que un día descubren sus propias mentiras, que es como tener que hacerse cien fotos para que salga la pose que tienen ensayada.
Reconozco que no está de moda ser honesto con lo que uno es o siente, que no es de recibo irse cuando te quieres ir o quedarse callado cuando no se te ocurre nada que decir. En Pulp Fiction hablaban de los silencios incómodos.
Probablemente esa es una de las metas volantes que se pasan en una relación de amistad o de lo que sea: tolerarse siendo quien uno es detrás de las armaduras o poses que usemos para salir en las fotos o aparentar quien queremos ser en vez de quien somos. Dejar que salga la verdad de quien está delante sin miedo a que no cumpla los mínimos exigibles del corte en las oposiciones a ser alguien que se quede a nuestro lado.
Y, después, volver a hacerse otra foto o retomar la conversación sin pensar en el resultado, minimizando las expectativas, aprovechando el viaje más allá del destino.
Es mucho más difícil ser uno mismo que salir bien en una foto.
Y, después, volver a hacerse otra foto o retomar la conversación sin pensar en el resultado, minimizando las expectativas, aprovechando el viaje más allá del destino.
Es mucho más difícil ser uno mismo que salir bien en una foto.
A veces creo que, en lugar de un martillo, has hecho un puente al pinchazo de Obama.
ResponderEliminarNo puedo de dejar de ver lo premonitorio de este artículo.
Un abrazo.