10 de noviembre de 2013

Mirones, dependencia, intuición y daños colaterales (poder)

En la brutal primera temporada de la serie de ficción Boss, Tom Kane se aferra a su cargo de alcalde entre los vaivenes de la defensa a ultranza del equilibrio de su ciudad y los daños colaterales necesarios que han de existir cuando la resolución de los problemas no lleva nunca implícita la satisfacción de todas las partes. En un momento, en medio de una crisis institucional y ante la posibilidad de que el pueblo se levante contra sus imposiciones, cuando su asesora le avisa de la posible pérdida de popularidad y las manifestaciones consecuentes, Kane les define como mirones. Mirones que no hacen nada salvo gestos de desaprobación y que se diluyen en el gas del vaso de los poderosos.
En realidad y ante la déspota postura incorrecta pero real en la que hay que tomar algún tipo de decisión muchas veces se nos olvida la carga que lleva implícita el poder, sobre todo si nos hemos quedado en el lado de los mirones. Considero poder tener que decidir sobre un hijo, descolgar el teléfono para pedir perdón o cariño, comprar un coche diésel o de gasolina, elegir uno u otro canal de televisión, ir al campo o a la montaña, decidir si meter a un país en medio de una guerra o si usar camisa o camiseta. Todo eso, de una manera mayor o menor, es poder porque todo lleva consecuencias. La mayoría son estúpidas y otras son importantes pero lo cierto es que no somos capaces de diferenciar su importancia hasta que no vemos los resultados en un corto o largo plazo. En este mundo de clicks y automatismos con resultados en milésimas de segundo las decisiones alargan sus consecuencias debido a lo complejo de nuestra sociedad.

Hace unos meses, en medio del cuarto de baño al que íbamos los antiguos alumnos de la promoción del 88 y en una reunión de leyendas, ïñigo se me acercó. Me dió un abrazo. Me dijo que llevaba años esperando encontrarse conmigo para agradecerme que en algún momento de 1989 yo le apremié a quedar con una chica, que yo incluso le acerqué con mi coche y que ahora, hoy en día, y eso me lo dijo enseñando una foto feliz, aquella chica era su amada esposa y madre de sus hijas. 24 años después llegó un resultado a una decisión que no era capaz de recordar, pero una decisión al fin y al cabo.

Sin embargo hay decisiones que nos bloquean o hay momentos en los que no somos capaces de tomarlas por nuestra propia cuenta. En ese momento, en ese lugar, es cuando aparecen los estratos personales que ponen a alguien en un sitio y a otros a su sombra. "Vivirás así toda la vida por mucho que trabajes, por muchos sacrificios inútiles que hagas, por mucho que te comprometas. Sabes que siempre dependerás de alguien porque eres así y siempre lo serás"
El mayor miedo del ser humano racional es equivocarse: meterse en una cama incorrecta, apostar por la empresa perdedora, tomar un desvío a ninguna parte, creer que saltamos al vacío sin una colchoneta o una cuerda en los pies. Eso nos bloquea. Necesitamos datos que nos indiquen que estamos haciendo lo acertado o que nos mientan diciéndonos que es lo acertado como un grupo de animadoras incansables que no saben jugar al baloncesto pero son efusivas y flexibles en los tiempos muertos de nuestro equipo aunque perdamos de veinte. Eso es independiente de la decisión. Yo he estado horas mirando la ropa sobre la cama sin saber qué decidir ponerme alguna mañana insulsa y luego, casi como para engañarme, he soltado el discurso de la independencia como si aquello fuera una anécdota ante las cotas de libertad en todas y cada una de las decisiones personales, desde la camisa hasta un despido injusto, que es lo máximo a lo que llega mi libertad.

Pero mirando hacia atrás y viendo las decisiones más importantes o al menos las que más han afectado a mi vida y a la vida de las personas que me rodean o me han rodeado, creo poder admitir que las pensé centésimas de segundo y que acerté en casi todas. Punset dice que la intuición es más importante que la razón.
El problema, en ese caso, es que desaparecen los argumentos que puedan probar nuestras decisiones. Se nos cierran las puertas para volver atrás, para pedir perdón, para poner sobre la mesa un grupo de datos estadísticamente justificados que avalen nuestra deriva. Se nos escapan las justificaciones sociales y vivir sin capacidad de justificación es un riesgo. Y riesgo es lo que no hemos aprendido a asumir.

No somos capaces de tolerar sentirnos incorrectos, indefensos y desnudos.

Los grandes ejemplos de nuestra sociedad contemporánea suelen aparecer como magos. Nos encanta creer historias de amor y comercio, de empresa y tecnología, en las que alguien lleve sus sueños y sus intuiciones hasta la consecución del éxito. "lo abandoné todo por amor"- dicen encantados los Españoles por el Mundo que salen en televisión porque eso es algo que vende. No hay ningún político que haga una rueda de prensa diciendo que nos va a subir o bajar los impuestos porque intuye que eso es lo correcto. Le crucificaríamos mañana con las alcayatas de todos los mirones y los martillos de sus enemigos.

Queremos estudios de mercado, muestreos, previsiones a corto y largo plazo. Queremos un proyecto de vida viable y unos compromisos constituyentes de nuestras uniones y desuniones, porque hasta para las separaciones hay papeleo. Es una búsqueda de seguridad o, quizá, de aplazar en el tiempo la toma de decisiones. Es probable que si alargo esta situación en la que no soy capaz de decantarme por uno u otro bando, el tiempo haga inclinarse la balanza.

Y soy un mirón mientras analizo los datos, apago la luz de la intuición y dejo que otros decidan por mi.

De eso va el poder, el pueblo y la vida personal de cada uno. Unos (pocos) días tenemos valor, otros intuición y la mayoría nos dedicamos a buscar excusas esperando que alguien tome la decisión por nosotros para criticarlo después porque siempre hay daños colaterales. Da igual que sea un "vaya camisa más fea", "me hiciste daño al irte" o "han muerto dos niños de hambre debajo de un puente". Todo, en mayor o menor medida, sigue los mismos mecanismos.

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