17 de noviembre de 2013

Pandemia ética 2.0

Después de que cinco ciclistas hayan muerto en Londres el alcalde de aquella urbe ha patinado un poco entre los medios afirmando que "algunos ciclistas se creen superiores al resto de los usuarios de las vías públicas" , casi como si se creyeran estar en un grado de superioridad moral para con el resto de los pobladores de las calles. Sin embargo, aparte de la polémica, es probable que tenga razón aunque suene a que se lo han buscado, por snobs.

Siempre hay quien parece estar por encima de los demás como si miraran de soslayo lo mundano del resto. A veces son ecologistas con ropas deportivas que toman jengibre y te cuentan eso de que el ser humano es el único animal que sigue amamantándose con leche toda la vida mientras sacan esa insulsa leche de soja de la nevera. A veces son esa prole de personajillos que hacen suyas todas y cada una de las reivindicaciones melosas, kafkianas y no contrastadas que hablan de niños que buscan tratamiento, políticos señalados con el dedo o deforestaciones en países que no sabemos donde están de la misma manera que más de uno ignoramos hacia donde apunta la sierra de Tramontana.

Luego, cuando se relajan, bombardean al resto del mundo con fotos de gatos o videos, que siempre son "increíbles, no perdérselo", donde un alacrán enamorado salva a un grupo de estudiantes polinesios de un seguro accidente de autobús cuando iban al único colegio de asia desde el que podrán salir de la miseria asiática. (es un ejemplo).

Tiene que existir, por supuesto, alguna explicación psicológica relacionada con el placebo que dé razones sobre esta epidemia, sobre esta pandemia 2.0 que en absoluto tiene su espejo en la vida real porque si una décima parte de esas personas actuaran como lo hacen en sus reivindicaciones el voluntariado social se saturaría.

El ser humano contemporáneo es bipolar. Se apena con los muertos de filipinas y con los niños que quieren ser Batman en medio de la leucemia. Llena los telediarios y su moral con imágenes dramáticas que rozan el telefilm y después, en el bar, se enfadan por un penalty no señalado en un partido de fútbol intrascendente. En ese momento el enfado por el acontecimiento deportivo y por los desastres naturales son casi igual pero, más tarde, una cosa se queda en nuestra vida social y otra en nuestra imagen virtual, la misma que satura con frasecillas bien construidas que hablan de ser mejor persona, de milagros o de frases dignas del incómodo y facilón de Bucay.

Y, casi como los ciclistas británicos, hay una parte de ellos que se cree por encima de la moral media. Hay un grupo de personas que consideran que por dejarse bigote o llevar un lazo rosa van a terminar con el cáncer de próstata o el de mama.
No descubro nada repitiendo la hipocresía humana de la actualidad. Es cierto también que dan una relevancia a acontecimientos que de otra forma no serían visibles, aunque se quedarán olvidados de la misma forma unos días después porque hay una relación de proporcionalidad inversa entre el escándalo virtual y la acción real.

Claro que tú no eres mejor que yo porque pongas un link a una campaña bondadosa y bien intencionada, eso no te lo permito de la misma forma que tampoco me parece bien que te saltes los semáforos en rojo porque vayas a pedales. También está rojo para ti.

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