27 de octubre de 2016

Éxito empieza con "ex"

En 1998, cargado con un portátil como si fuera un mochilero, recorrí bares y locales de ocio por la cornisa cantábrica contando a los gentiles hosteleros lo maravilloso que era conectar un equipo a su amplificador y dejar que la informática y aquel novedoso winamp pusiera los discos por ellos. Reconozco que pasé toda mi música a mp3 y que más tarde, con el maravilloso musicmach jukebox, lo volví a intentar. Vendí exactamente tres y me emborraché diez veces porque no hay que pedir cerveza sino agua, que es lo que aprendí como comercial. En Castro Urdiales un señor se soprendía al ver que una máquina sonaba como un disco. -Pero ¿los ordenadores suenan?- me dijo con los ojos como si hubiera encontrado un tesoro y fue el mismo momento en el que decidí rendirme. Comercialmente fue un desastre y cuando después, muy poco después, todos los bares tenían su correspondiente ordenador, llegué a la conclusión que me equivoqué de momento.

No fue la primera vez que me pasaba.

En realidad se parece mucho a las relaciones en las que es importante querer algo parecido y encontrarse en el mismo sitio, mental y físico, para tener algunos visos de éxito que, casualmente, empieza con "ex".

Hay casos curiosos cuando se mira atrás en el tiempo. Microsoft tenía el messenger (1999) y nos veíamos y hablábamos, nos llamábamos y poníamos emoticonos pero algunos creen haberlo descubierto ahora como la gran modernidad. El whatsapp es un messenger mediocre pero ahora es masivo. El comunismo existe desde el origen de los tiempos pero en algún lugar dicen que lo han inventado ayer. Cuando la variable de tiempo entra en la ecuación el resultado se altera considerablemente. Cuando la necesidad y la oferta no coinciden todo termina en fracaso o en recuerdos. 


Cuando la conocí yo estaba en esos lugares en los que se necesita un horizonte que mirar, un camino de baldosas amarillas que recorrer y, a ser posible, cogidos de la mano cantando a través de los arco iris. No era su caso. Más tarde yo estaba en uno de esos momentos de la vida en lo que necesito dos hostias, un polvo contra la pared, ninguna pregunta y sudor de ese que se queda pegado al colchón para ver si es capaz de sacarme de algún estancamiento. Deseaba abrazarme y que habláramos de nuestras cosas mientras en televisión ponían informe semanal. Y no nos encontramos en ninguno de los dos sitios. Un día la llamé por si necesitaba que comprara yogurt o que la llevara un abrazo y me dijo que ya tenía quien la abrazara. -No es sexo- me dijo- No pienses mal que te conozco-. En realidad me daba lo mismo porque era,en ese caso,  como dice una canción, "ven y pellizcame, que sepa yo que estás ahí. Acércate y escúpeme, que tenga yo noticias". Y me quedé sin noticias.

Así que un día, tumbada excelente y curvosa sobre una cama se quedó mirando al techo como quien habla solo rebuscando en su interior -Estoy harta de sentirme follada- dijo casi expulsando el aire -Tengo ganas de sentirme amada- Me senté en el extremo y dejé tocar con los pies el suelo. - Yo te puedo amar- dije despacio. -No creo que puedas- condenó tras un momento, mirándome. No me dí cuenta que ya se había ido. Después llegamos a la conclusión, como siempre e igual que en nuestras vidas anteriores, que no era nuestro momento. Cada vez más tú, cada vez más yo, sin rastro de nosotros.

No vale con desearlo intensamente, ni siquiera con dar con la combinación adecuada. A veces no son suficientes los hechos o arreglar una bicicleta porque en ese momento quería una moto, un deportivo o pasear por la playa. Quería un abrazo o encontrarla cada día al llegar a casa. Follar y marchar los jueves. Una tortilla de patata para desayunar un domingo. Amar como jubilados en sus bodas de platino. Quemar incienso para tapar el tabaco. Un armario para sus cosas, una mochila para las mías. Queremos, cada día, tantas cosas diferentes que aún no podemos decirlas todas porque unas veces nos pasamos y otras nos pasamos de frenada. Alguna vez aparece un instante mágico en el que no hace falta decir nada y luego ese instante se desvanece. O vuelve. O volvemos a equivocarnos. O no. Somos cobardes para hablar de lo que nos corroe y esperamos, eternamente, a que aparezca alguien que adivine nuestras entrañas.

Los ingleses lo llaman "timing". Es un imponderable del que siempre me hago culpable porque me persigue. Perdí las ventas. La perdí. Quien sabe si alguna vez daré con el momento adecuado.

Son muchas historias idénticas y busco, como un concursante mientras el tiempo se acaba, el premio. No quiero consolación. Estoy convencido que lo tuve, varias veces incluso. y aunque era para mí algún arcano decidió que no era mi tiempo sin explicarme, que me lo he ganado, si acaso es que no hay premio o que hay un premio mayor (por eso de la edad). No me rindo jamás pero empiezo a estar sospechosamente acostumbrado a los fracasos que ya no sé si empiezo la partida perdiendo.

Éxito sigue empezando con "ex". Lo que no sé es cuantos o si no era eso.
Septiembre vendrá a buscarme a finales de octubre y aún no sé la lección.

24 de octubre de 2016

La purga.

HUMOR MORALIZANTE GORE.

-Un dia- decía- una noche al año. No pido más- y aprovechaba para tomar un sorbo de ese café de la mañana que se llena antes de que las personas empiecen a poblar las aceras- deberían de dejarnos salir a la calle con unos bates de béisbol con pinchos en la punta y poder reventar a alguno que se lo haya ganado durante el año. Algún miserable, ya sabes- y ponía esa cara de obviedad- al que no le puedes destrozar cuando aparece por aquello de la cortesía o la tontería esa de que el cliente tiene razón.- Y deja el café en la barra juntando un puño encima del otro mientras aprieta la barbilla y coge un hipotético bate- Darle una y otra vez, con saña, sin que sus gritos valgan para nada, sin que pueda decir una vez más eso de "eh, chaval" o ese sonido de "psst, psst" como si tuviéramos que ser perros que acudan gentiles y con las orejas tiesas a sus amos. Que le duela, que se quede en el suelo, que le sangren los oídos y que no pueda quejarse porque en ese día, solamente ese día, los que estamos cara al público tendremos impunidad. Una impunidad ganada por 364 días de esclavitud, de sonrisa atenta y de ceder ante las exigencias miserables de quienes necesitan sentirse más que alguien, de los que actúan como si con su dinero pudieran comprar la voluntad de un dependiente, de un cajero o de- dice mirando al otro lado de la barra- de un camarero.

-El problema es que probablemente- dice el camarero recogiendo la taza y pasando el trapo debajo del redondel que deja- iríamos todos a por los mismos porque el hijo de puta que me hace ponerle otro café diciendo que está frio cuando casi lo ha terminado es el mismo que devuelve el traje después de ir a la boda. Y sí, se lo merece como se lo merece el idiota que adelanta por el arcén en un atasco o el que se jacta aquí, en el bar, de lo listísimo que es fingiendo una baja sin pensar en lo que está puteando a los compañeros del trabajo.

-Lo que pasa es que por esos cabrones nos tenemos que joder los demás. Tenemos que justificar nuestras faltas en el trabajo como si no fuera suficiente nuestra palabra, como si fuéramos niños que tienen que llevar un papel firmado por sus padres. Cuando nos pasa algo con una compra tenemos que dar mil vueltas y parece casi que somos los malos de la película. Si pedimos ayuda a un policía a las tres de la mañana lo que hace, según nos acercamos, es comprobar que tiene la pistola a mano, que nadie sabe lo que puede pasar. El otro día quería pedir una dirección porque me perdí y la mujer a la que me acerqué vio la señal de violador en mi cara. Joder, por defecto se presupone la maldad que no tengo. Por esos tipejos nos castigan a los demás.

-Por eso hay que matarles. Como zombies, como si no tuvieran alma. Los que mueren en las películas nunca tienen personalidad. Los soldados imperiales son todos iguales, los nazis de las películas de los años 50, los árabes, los vietnamitas de las películas de Rambo. No tienen alma. Un día, joder, un sólo día. Una purga. No es ético pero probablemente sería rentable.

-Y relajante


PD: Extra (lo he recuperado de un chat, pero viene a cuento. Abril 2015)

Y dijo: “Dios mío, dame una recortada”. Y entonces apareció una a su lado. Cargada. Caliente. Con inmunidad. Con licencia para matar. Dios le dijo: “mata a quien consideres porque no te juzgaré. Eres un hombre justo y actuarás con justicia”. Entonces la puso en el asiento del copiloto de su coche y condujo. Se paseó despacio por la zona financiera y buscó el momento en el que el presidente del banco que le dejó sin casa por no poder pagar la hipoteca saliera de sus oficinas. Se paró delante de la entrada del gran edificio de metal y cristal. Amartilló y disparó desde la ventanilla del copiloto. El presidente salió disparado hacia atrás con las vísceras sobre la camisa y nadie supo de donde vino el disparo. Envalentonado se fue a la puerta del congreso. Ahí se puso en la puerta. Disparando una y otra vez a cada uno que saliera con esas carpetitas ridículas y esas sonrisas hipócritas de quien no tiene prisa ni siente ninguna responsabilidad. Se amontonaban los cadáveres y la sangre iba esparciéndose por el suelo hasta manchar sus propios zapatos con ese azucarado color a resbalón y a desprecio. Empezó a andar por la calle y vio a unos chicos molestando a una señora. Les disparó. Un tipo con prisas y deportivo no le dejó pasar, mientras caminaba, por el paso de cebra y le reventó la cabeza apuntando a través de la luna trasera. Sacó el cadáver del coche y aceleró por la avenida. Decidió disparar a los conductores de todas las matrículas que acabaran en cuatro. Gritaba “!es un daño colateral!” que es lo que le dijeron cuando le diagnosticaron un problema pulmonar por el amianto de su casa, la que perdió. Se fue al colegio de su infancia y dejó a aquel profesor que le suspendió empotrado contra la pizarra de su antigua clase. Entró en el ayuntamiento y disparó contra la vaga y parsimoniosa señora de información, contra el que gestionó tarde su solicitud de ayuda y contra el concejal de urbanismo. Se fue a televisión y entró en plató arrasando contra los presentadores que le cuentan lo que no quiere oir. Aprovechó para destrozarle las piernas a un futbolista famoso que esperaba para una entrevista. Mató a su cuñado por tonto y al perro del vecino, que cayó en un contenido y agudo sonido animal, por no parar de hacer ruido por las noches. Disparó en la cara de su tercera novia, por dejarle, y en la cara de Benito, su marido, que fue por el que le dejó. Aprovechó para reventar la moto que tenían en el garaje, que fue el motivo por el que le abandonó, la muy insustancial. Le atravesó los tímpanos al insulso cantante de moda. Le metió el cañón por la boca y apretó el gatillo al vecino ese que se jacta siempre de lo bien que lo hace todo. Dejó a su jefe desangrándose en el despacho y sus clientes ahogándose en su sangre preguntándoles si era ahora cuando tenían la razón. Fue a por los youtuber, a por los homeópatas y reventó completamente varios recintos de coaching y de autoayuda. Apareció en dos o tres empresas de venta piramidal al grito de “ya está aquí vuestro nuevo faraón” y el polvo de los productos de maquillaje destrozados con él mismo apareciendo entre las sombras de los fogonazos de la recortada casi le hacían imaginarse a sí mismo a cámara lenta. Se sentó en el banco de un parque haciendo puntería con todos los corredores que tenían pinta de runners. Asesinó curas y gurús, lamas e imanes. Fue uno por uno acabando con el sufrimiento de los pacientes terminales de un hospital. “¿Imposición de qué hostias?”- le dijo a un experto en reiki como últimas palabras. Se paró en un centro comercial con un cartel que ponía “Ebanista en paro” y reventó a todos los que se reían después de mirarle mientras cargaban sus muebles de mierda. Volvíó al coche. Se había quedado sin munición. “Dios mío”- dijo- “dame armamento pesado”.

23 de octubre de 2016

De placeres, realidades y escondites.

He visto a un jubilado, con una cachava a un lado y la txapela puesta, orinando en la pared de una fábrica abandonada. Imaginé que había trabajado decenios allí, entre esos pilares desnudos que se pudren al aire y algún equipamiento mecánico oxidado por el siglo XXI. Quizá, llegué a creer mientras pasaba a su lado, es una forma de reivindicación de la tercera edad.

Después alguien ha dicho que en su juventud pensaba que lo peor era la maldad, luego la estupidez y finalmente se ha convencido que lo preocupante es la cobardía. Pero no- decía- cuando las cosas van bien sino cuando es necesario hacer algo para que todo no se derrumbe. En ese caso la cobardía es la peor de las enfermedades.

Freud, cocainómano conocido, estableció el principio de placer como un motor en el ser humano que desea y aspira a satisfacer sus necesidades. Sin embargo, un momento después, también estableció el principio de realidad donde el ser humano necesita regular su propio placer en función del mundo exterior dando incluso rodeos para conseguirlo o simplemente reduciendo el estímulo. Viene a ser lo de sacrificarse de toda la vida aunque con el final feliz de la satisfacción. Quizá es esa diferencia entre lo que apetece hacer y lo que hay que hacer la que no tenemos muy clara. Quizá somos cobardes para hacer lo que se debe o estúpidos para no entender que no todo es hedonismo. Quizá lo llamamos maldad cuando es en los demás.

Lo curioso de todo esto es que muchas veces no hacer nada es una forma de hacerlo todo. Aguantar los dedos en un mensaje que dice que la añoras. No aparecer con un martillo en la puerta de la casa de tu enemigo. Quedarse en casa, en silencio, enfrentándonos a nuestros fantasmas. Hay una tendencia absurda a hacer, contínuamente, como si fuera una necesidad. "Salir, beber, el rollo de siempre". Lo curioso es que esa canción termina diciendo que "llegar a la cama, joder que guarrada sin tí". Estoy convencido que hay dos tipos de personas haciendo cosas, a veces importantes y a veces irrelevantes: los que las hacen por necesidad o por alimentar su alma y las que las necesitan para no pensar en ellos mismos. Conozco a quien llena su cama de lastre para no enfrentarse a una relación de verdad, a esas montañas rusas de las que no se puede bajar hasta el final del viaje sin saber si será de alegría o vómito, que es lo que tienen las emociones. Conozco a quien lo abandonó todo por amor sin preguntarse si acaso era un gilipollas o un aventurero. Era las dos cosas.

Necesité que me compraran el billete para iniciar nuestra aventura inconclusa. Puede ser (que ese alguien sea yo). Puede ser que vuelvas al caer el sol, puede ser que yo esté en un cajón. . Mi principio de placer marcaba con neones en esa dirección, roja como un atardecer. Mi fortalecido principio de realidad reclamaba datos. Tras rellenar las dos columnas, a favor y en contra, en el cuaderno, quedamos en empate. Cometí la cobardía o la valentía de esperar casi como Miss Havisham, su vestido de novia y el banquete abandonado. Quizá ese fue mi escondite, una alocada perseverancia o el disfraz de catrina, la novia cádaver.

Mear en la pared, como un jubilado con problemas de próstata, de la antigua factoría deberá ser un placer aunque la realidad fueron los años de trabajo. El refugio a veces es el escondite.

Cada uno tiene su historia, sus pequeños detalles, sus cobardías y sus sacrificios. Y sus cadáveres.

21 de octubre de 2016

El zurullo de Maslow.

Probablemente Maslow estará revolviéndose en su tumba.
Y lo estará porque de alguna manera vulgar y mundana nos estamos convirtiendo en seres con una extraña moralidad que defendemos en cada bar y en cada cigarro en medio de la calle sin ser capaces de tener respeto, no aprender a descansar jamás, comer mucha basura y confundir afecto con intimidad sexual cuando, en realidad, la intimidad se ha convertido en algo mucho más difícil que encontrar que el sexo. "Juliet, when we made love, you used to cry". Conozco una mujer que tras una imagen y una actitud casi pétrea está hecha de algodón de azúcar. Cuando se lo dices se endurece como si fuera una reacción incontrolable, casi tanto como recordarla.

Uno de los triunfos de la edad moderna es saber identificar las teorías y somos, todos, grandes teóricos.

Pensamos y hablamos. Nos ponemos las túnicas de filósofos y la cara de interesantes. Usamos palabras grandilocuentes de las que importa mucho más su sonoridad que su efectividad. Murciélago es el animal con todas las vocales. Me han dicho y he puntualizado con todas las cosas que hay que hacer un numero inverso a las veces que hice algo en la dirección correcta. La mayoría de nosotros creemos poder afirmar que no hicieron lo necesario por ganarnos. Tenemos una excusa para cada vez que nos quedamos quietos esperando que vinieran a rescatarnos o que no nos bajamos de nuestras atalayas.

Juramos, viendo la pirámide, ejercer la moralidad, ser creativos, no tener prejuicios, aceptar los hechos y conocer la forma de resolver problemas y criticamos que los demás sean capaces de respirar como si no lo merecieran. La pirámide es nuestra porque somos los faraones de nuestro universo y creemos que la hemos cumplimentado cuando nos tambaleamos sin seguridad alguna y con un reconocimiento propio que nos deja rompiendo a llorar cada mañana en la ducha, justo antes de vestirnos con la falsedad de la autorrealización.

"Tenemos que" subir a la pirámide y lo que hacemos es orinarnos en los cimientos como si fueran menos importantes o como si los hubiéramos ganado sólo con existir. Una casa y un trabajo digno para todos, aunque algunos sean unos mierdas que no lo merecen, que los hay. El hijo del jefe alardea de su éxito cuando nunca hizo nada y pisotea a los demás. 

Para mi es un triunfo respirar. En televisión aparecen ejecutores de la moralidad bien remunerados. Nefertiti y Akenatón van de compras a Zara. La pirámide de Maslow ahora mismo es un autentico zurullo, que es lo que hacemos con las aspiraciones humanas.

Hemos, y de eso van los párrafos, vilipendiado el camino hacia la verdadera motivación humana o una necesidad excesiva de felicidad creyendo que estábamos arriba sin pasar por los caminos intermedios.

15 de octubre de 2016

Las catástrofes a las que nos acostumbramos.

Lo peor de ser un gilipollas es saber que lo eres. Lo peor de determinadas catástrofes es darse cuenta que nos acostumbramos.

Nos hemos acostumbrado a las miserias y a los desastres, a los huracanes y a los disturbios después de las finales deportivas. Nos hemos acostumbrado a tener amigos de los que no conocemos la cara más que por foto y a decir que estamos leyendo el periódico sin tenerlo entre las manos. En un futuro "lo que ahora se considera una masturbación será una relación sexual" dicen por ahí hablando de éste mundo tan líquido y fútil, tan catastrófico para la realidad, tan fagocitado por la idealización de la verdad.

"Me desvanezco"- pone junto a una foto sobre grises en la que está en la cama tumbada dando unas buenas noches que no se pueden convertir en dormirse oyendo la respiración o dejando que el olor vaya reteniéndose en las sábanas.

Tampoco nos atragantamos con los muertos de los telediarios y han dejado de avisar que las imágenes pueden dañar la sensibilidad del espectador porque el espectador ya no tiene sensibilidad. Ni el espectador, ni el cliente, ni siquiera el votante. No nos escandaliza que en Colombia se vote el NO a la paz, por muchos peros que se le pongan a los acuerdos. No nos escandaliza que la democracia en Egipto decida que haya que lapidar a mujeres. No nos preocupa, es más incluso nos alegra por el precio de los vuelos, que el racista Reino Unido desee remar más allá de lo que le une a Europa. Estamos acostumbrados a las próximas barbaridades, a que un retrasado pueda tener el mayor poder destructivo del planeta bajo su bisoñé o a que se ponga de moda comprar colaborativamente mierda en una web china para mandarla a tus amistades virtuales (bueno, eso ya existe).

Lo peor es que nos empieza a parecer normal. Lo peor es que una señora grita al frutero porque le ha salido un melocotón golpeado mientras apura los huesos del pollo ante las imágenes de Haiti destrozado, de nuevo, por una tormenta tropical. La medida se perdió cuando aprendimos que los problemas de otros no eran problemas sino acontecidos.

Pero un día, un miércoles de esos que son algo grisáceos, llegamos a casa y no teníamos fuerzas para aparentar, para hacernos una bonita foto en la que estuviéramos fantásticos. La casa no olía a incienso ni a tabaco. Las luces estaban apagadas y necesitábamos algo más que una pantalla. Necesitábamos un punto de apoyo, un mapa, una mirada de esas que están por encima de las formas de su cuerpo o de la magnitud de su barbilla. Y no había, como una nevera con luz que tiene solamente los ingredientes básicos de subsistencia, alguno de esos componentes mágicos de la vida que parecen caprichos pero son imprescindibles. Entonces nos desvanecimos sin foto y sin ninguna respiración cerca.

El problema no es que sea un viernes solitario sino que sea otro viernes solitario.

El problema es que podemos engañarnos con tremenda facilidad mirando las fotografías y manteniendo miles de conversaciones banales o cientos de relaciones que van tapando y calentando las camas de los meses que pasan acumulando el lastre necesario para quejarnos de no ir a ningún sitio.

Hace no muchos años casi nos avergonzábamos de ser incapaces de tener una vida real y los mismos que se reían de nosotros cuando les contábamos que éramos administradores de un grupo de iRC ahora nos presentan a sus novias con una foto de móvil y se emocionan con la aplicación en la que la encontraron sin ser capaces de diferenciar su olor del de la tapicería de su coche. "La veré dentro de tres meses"- nos dicen y estamos seguros que las 36 horas que pasarán a su lado serán perfectas (si es que lo son), con mucho cariño impostado y quizá sexo de película, pero hay una parte de nuestro cerebro que nos dice que eso no es verdad por mucho que la modernidad se empeñe en contar que aquello es el futuro aunque es una mierda pinchada en un palo.

Voy a hacer cinco horas de coche con un pasajero que no conozco. Fingiremos llevarnos bien. Llenaremos la conversación de tópicos.

Lo peor de todo es que desear que se vuelva a imponer la realidad es como añorar los teléfonos con cable pegados a la pared y llamar rezando porque no se ponga su padre. Lo anacrónico es desearla hablando de nimiedades, esperarla al llegar a casa, confiar en la razón de los votantes, en la solidaridad de las personas, querer que hagamos pequeñas construcciones que nos den cobijo en una casa común o simplemente saber que los brazos que están al final del día son los suyos. Y esa mirada directa a mis ojos, sin bits en medio, para poder oler su presencia y recordar con las yemas de los dedos la suavidad del final de su espalda.

Tengo unas aspiraciones del siglo XX y no quiero acostumbrarme a los brillos XXI porque son brillos LED llenos de algoritmos empeñados en mentirnos y en acostumbrarnos a miserias, a catástrofes a las que nos estamos acostumbrando. Unas son noticiables, otras personales. Aborrezco mis pantallas pero, a veces, es lo único que me queda.

Desear que un día, casi como un click, todo cambie y encaje, es casi un oximorón.

9 de octubre de 2016

La ordinariez de la vida.

Un día se tiene un sueño. Todos hemos tenido sueños. Conozco a quien soñó con tener un restaurante, una empresa o una amiga, amante y esposa. Hay incluso quien soñó con tener hijos perfectos a los que enseñar a montar en bicicleta corriendo a su lado y viviendo el momento maravilloso en el que ya no se sujeta el sillín y se sonríe diciendo eso de "ahora vas sola" dejando que siga su camino frenando la carrera propia para verla alejarse con orgullo. Son partes de anuncios.

Un día alguno de esos sueños se convierte en verdad y se hace una carta con los productos del menú. Se pone el cartel luminoso. Se sirven las mesas y entonces se sale el agua del water porque un cliente insolidario, cerdo y miserable, ha hecho una bola con papel higiénico y atrancó las cañerías. Entonces, en ese preciso instante, en ese momento en el que aparecen partes que no estaban en el sueño, es cuando se empieza a sentir la ordinariez de la vida.

A veces la realidad aparece en lugares insospechados: en impuestos indirectos, en gatillazos incomprensibles. "Todas esas mujeres parecen maravillosas"- le dice- "pero son fantasías. Siempre parecen maravillosas porque no hay ningún problema o problemas absurdos. Pero cuando llego a casa tú y yo tenemos problemas de verdad. Me he dado cuenta que estoy harto de fantasía. Me he cansado de todo lo demás pero no me canso de tí". Esa es la declaración y la aceptación de las partes más ordinarias del sueño pero las películas no cuentan nunca qué es lo que sucede después porque necesitan de unos finales felices. Se puede verbalizar pero no es tan fácil enfrentarse a las promesas.

Los sueños y los guiones son como las modelos de las revistas: sabes que también tienen granos y que se sientan en el baño pero no eres capaz de imaginarlas así.

Hemos querido querer de una forma incontrolada. Hemos querido prometer amor y comprensión, fidelidad y compañía. Logística amatoria irrefrenable. Lo hemos querido de verdad. Funcionó unos días, unos meses. A veces hasta unos años. Entonces, una tarde, encontramos una grieta. Tenía la forma de un desencuentro o de una debilidad. Tenía la forma de una cicatriz mal curada en el corazón. Tenía la voz de un amante idealizado (del otro) o de un miedo escondido de esos que se llevan debajo de la coraza. Empezamos a rascarlo, a hacerlo crecer, a convertirlo en una obsesión o en un recurso para escondernos. En realidad no era importante porque las discusiones siempre son por excusas y las peleas son lugares en los que pierden todos. A veces hemos querido querer por encima de nuestras promesas o, a veces, simplemente era imposible pero eso no entraba en el sueño.

No entra en el sueño que la luz de la ventana no deje ver el televisor, que la wifi vaya lenta o que haya que poner gasolina al coche. Eso no sale en los anuncios. No aparecen los fracasos ni los reveses. No hay eternos días de lluvia con nadie esperando al llegar a casa. "Yo le quería contar la verdad por amarga que fuera. Contarle que el universo era más ancho que sus caderas. Le dibujaba un mundo real, no uno color de rosa. Pero ella prefería escuchar mentiras piadosas"- cantaba sabina en el último disco que sonaba a verdad.

Tampoco es todo un asco y un saco putrefacto de obstáculos que se empeñe en zancadillearnos a diario. No es blanco o negro. No es negro. Casi siempre es gris. Queremos jugar al juego de las expectativas hasta que nos topamos con la verdad y entonces, como auténticos cobardes, buscamos expectativas nuevas o nos escondemos en casa esperando que alguien venga a salvarnos. Hemos aprendido con demasiada facilidad que nos merecemos que nos quieran, jugar hasta morirnos, disfrutar de la vida a cada instante y se nos olvidó que hay más de una vez en la que es necesario ponerse serio, hacer un plan de trabajo, marcar unos objetivos y disfrutar del camino que nos lleve hasta las medallas sobrellevando los sinsabores del entrenamiento y mirando como crecemos aunque nos crezcan los enanos.

El carpe diem es la falacia más infantil que algunos se empeñan en llevarse a la tumba y que sigue funcionando en las películas, en los anuncios y en el principio de las relaciones muertas.

Algunos políticos amantes empresarios padres humanos han soñado con hacer grandes cosas y un día tuvieron que elegir en algo malo y algo peor. Y no supieron. Simplemente no estaban preparados para la ordinariez de la vida. No estaba en las premisas.

7 de octubre de 2016

La señal

Si piensas en tus mejores recuerdos, los más importantes de tu vida ¿estabas solo?


Eso le preguntan George Clonney después de pasar toda la película defendiendo lo estupendo que es vivir solo, sentir la libertad, poder hacer lo que quiera sin tener responsabilidades u obligaciones. Y, al final, termina con cara de abandonado en la cola de un aeropuerto que, casualmente, es un lugar de reencuentros, de abrazos y de alguna que otra absoluta soledad. No hay indiferencia cuando se alcanzan algunos destinos. A veces el arrepentimiento parece suficiente pero no lo es.