27 de octubre de 2016

Éxito empieza con "ex"

En 1998, cargado con un portátil como si fuera un mochilero, recorrí bares y locales de ocio por la cornisa cantábrica contando a los gentiles hosteleros lo maravilloso que era conectar un equipo a su amplificador y dejar que la informática y aquel novedoso winamp pusiera los discos por ellos. Reconozco que pasé toda mi música a mp3 y que más tarde, con el maravilloso musicmach jukebox, lo volví a intentar. Vendí exactamente tres y me emborraché diez veces porque no hay que pedir cerveza sino agua, que es lo que aprendí como comercial. En Castro Urdiales un señor se soprendía al ver que una máquina sonaba como un disco. -Pero ¿los ordenadores suenan?- me dijo con los ojos como si hubiera encontrado un tesoro y fue el mismo momento en el que decidí rendirme. Comercialmente fue un desastre y cuando después, muy poco después, todos los bares tenían su correspondiente ordenador, llegué a la conclusión que me equivoqué de momento.

No fue la primera vez que me pasaba.

En realidad se parece mucho a las relaciones en las que es importante querer algo parecido y encontrarse en el mismo sitio, mental y físico, para tener algunos visos de éxito que, casualmente, empieza con "ex".

Hay casos curiosos cuando se mira atrás en el tiempo. Microsoft tenía el messenger (1999) y nos veíamos y hablábamos, nos llamábamos y poníamos emoticonos pero algunos creen haberlo descubierto ahora como la gran modernidad. El whatsapp es un messenger mediocre pero ahora es masivo. El comunismo existe desde el origen de los tiempos pero en algún lugar dicen que lo han inventado ayer. Cuando la variable de tiempo entra en la ecuación el resultado se altera considerablemente. Cuando la necesidad y la oferta no coinciden todo termina en fracaso o en recuerdos. 


Cuando la conocí yo estaba en esos lugares en los que se necesita un horizonte que mirar, un camino de baldosas amarillas que recorrer y, a ser posible, cogidos de la mano cantando a través de los arco iris. No era su caso. Más tarde yo estaba en uno de esos momentos de la vida en lo que necesito dos hostias, un polvo contra la pared, ninguna pregunta y sudor de ese que se queda pegado al colchón para ver si es capaz de sacarme de algún estancamiento. Deseaba abrazarme y que habláramos de nuestras cosas mientras en televisión ponían informe semanal. Y no nos encontramos en ninguno de los dos sitios. Un día la llamé por si necesitaba que comprara yogurt o que la llevara un abrazo y me dijo que ya tenía quien la abrazara. -No es sexo- me dijo- No pienses mal que te conozco-. En realidad me daba lo mismo porque era,en ese caso,  como dice una canción, "ven y pellizcame, que sepa yo que estás ahí. Acércate y escúpeme, que tenga yo noticias". Y me quedé sin noticias.

Así que un día, tumbada excelente y curvosa sobre una cama se quedó mirando al techo como quien habla solo rebuscando en su interior -Estoy harta de sentirme follada- dijo casi expulsando el aire -Tengo ganas de sentirme amada- Me senté en el extremo y dejé tocar con los pies el suelo. - Yo te puedo amar- dije despacio. -No creo que puedas- condenó tras un momento, mirándome. No me dí cuenta que ya se había ido. Después llegamos a la conclusión, como siempre e igual que en nuestras vidas anteriores, que no era nuestro momento. Cada vez más tú, cada vez más yo, sin rastro de nosotros.

No vale con desearlo intensamente, ni siquiera con dar con la combinación adecuada. A veces no son suficientes los hechos o arreglar una bicicleta porque en ese momento quería una moto, un deportivo o pasear por la playa. Quería un abrazo o encontrarla cada día al llegar a casa. Follar y marchar los jueves. Una tortilla de patata para desayunar un domingo. Amar como jubilados en sus bodas de platino. Quemar incienso para tapar el tabaco. Un armario para sus cosas, una mochila para las mías. Queremos, cada día, tantas cosas diferentes que aún no podemos decirlas todas porque unas veces nos pasamos y otras nos pasamos de frenada. Alguna vez aparece un instante mágico en el que no hace falta decir nada y luego ese instante se desvanece. O vuelve. O volvemos a equivocarnos. O no. Somos cobardes para hablar de lo que nos corroe y esperamos, eternamente, a que aparezca alguien que adivine nuestras entrañas.

Los ingleses lo llaman "timing". Es un imponderable del que siempre me hago culpable porque me persigue. Perdí las ventas. La perdí. Quien sabe si alguna vez daré con el momento adecuado.

Son muchas historias idénticas y busco, como un concursante mientras el tiempo se acaba, el premio. No quiero consolación. Estoy convencido que lo tuve, varias veces incluso. y aunque era para mí algún arcano decidió que no era mi tiempo sin explicarme, que me lo he ganado, si acaso es que no hay premio o que hay un premio mayor (por eso de la edad). No me rindo jamás pero empiezo a estar sospechosamente acostumbrado a los fracasos que ya no sé si empiezo la partida perdiendo.

Éxito sigue empezando con "ex". Lo que no sé es cuantos o si no era eso.
Septiembre vendrá a buscarme a finales de octubre y aún no sé la lección.

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