HUMOR MORALIZANTE GORE.
-Un dia- decía- una noche al año. No pido más- y aprovechaba para tomar un sorbo de ese café de la mañana que se llena antes de que las personas empiecen a poblar las aceras- deberían de dejarnos salir a la calle con unos bates de béisbol con pinchos en la punta y poder reventar a alguno que se lo haya ganado durante el año. Algún miserable, ya sabes- y ponía esa cara de obviedad- al que no le puedes destrozar cuando aparece por aquello de la cortesía o la tontería esa de que el cliente tiene razón.- Y deja el café en la barra juntando un puño encima del otro mientras aprieta la barbilla y coge un hipotético bate- Darle una y otra vez, con saña, sin que sus gritos valgan para nada, sin que pueda decir una vez más eso de "eh, chaval" o ese sonido de "psst, psst" como si tuviéramos que ser perros que acudan gentiles y con las orejas tiesas a sus amos. Que le duela, que se quede en el suelo, que le sangren los oídos y que no pueda quejarse porque en ese día, solamente ese día, los que estamos cara al público tendremos impunidad. Una impunidad ganada por 364 días de esclavitud, de sonrisa atenta y de ceder ante las exigencias miserables de quienes necesitan sentirse más que alguien, de los que actúan como si con su dinero pudieran comprar la voluntad de un dependiente, de un cajero o de- dice mirando al otro lado de la barra- de un camarero.
-El problema es que probablemente- dice el camarero recogiendo la taza y pasando el trapo debajo del redondel que deja- iríamos todos a por los mismos porque el hijo de puta que me hace ponerle otro café diciendo que está frio cuando casi lo ha terminado es el mismo que devuelve el traje después de ir a la boda. Y sí, se lo merece como se lo merece el idiota que adelanta por el arcén en un atasco o el que se jacta aquí, en el bar, de lo listísimo que es fingiendo una baja sin pensar en lo que está puteando a los compañeros del trabajo.
-Lo que pasa es que por esos cabrones nos tenemos que joder los demás. Tenemos que justificar nuestras faltas en el trabajo como si no fuera suficiente nuestra palabra, como si fuéramos niños que tienen que llevar un papel firmado por sus padres. Cuando nos pasa algo con una compra tenemos que dar mil vueltas y parece casi que somos los malos de la película. Si pedimos ayuda a un policía a las tres de la mañana lo que hace, según nos acercamos, es comprobar que tiene la pistola a mano, que nadie sabe lo que puede pasar. El otro día quería pedir una dirección porque me perdí y la mujer a la que me acerqué vio la señal de violador en mi cara. Joder, por defecto se presupone la maldad que no tengo. Por esos tipejos nos castigan a los demás.
-Por eso hay que matarles. Como zombies, como si no tuvieran alma. Los que mueren en las películas nunca tienen personalidad. Los soldados imperiales son todos iguales, los nazis de las películas de los años 50, los árabes, los vietnamitas de las películas de Rambo. No tienen alma. Un día, joder, un sólo día. Una purga. No es ético pero probablemente sería rentable.
-Y relajante
PD: Extra (lo he recuperado de un chat, pero viene a cuento. Abril 2015)
Y dijo: “Dios mío, dame una recortada”. Y entonces apareció una a su lado. Cargada. Caliente. Con inmunidad. Con licencia para matar. Dios le dijo: “mata a quien consideres porque no te juzgaré. Eres un hombre justo y actuarás con justicia”. Entonces la puso en el asiento del copiloto de su coche y condujo. Se paseó despacio por la zona financiera y buscó el momento en el que el presidente del banco que le dejó sin casa por no poder pagar la hipoteca saliera de sus oficinas. Se paró delante de la entrada del gran edificio de metal y cristal. Amartilló y disparó desde la ventanilla del copiloto. El presidente salió disparado hacia atrás con las vísceras sobre la camisa y nadie supo de donde vino el disparo. Envalentonado se fue a la puerta del congreso. Ahí se puso en la puerta. Disparando una y otra vez a cada uno que saliera con esas carpetitas ridículas y esas sonrisas hipócritas de quien no tiene prisa ni siente ninguna responsabilidad. Se amontonaban los cadáveres y la sangre iba esparciéndose por el suelo hasta manchar sus propios zapatos con ese azucarado color a resbalón y a desprecio. Empezó a andar por la calle y vio a unos chicos molestando a una señora. Les disparó. Un tipo con prisas y deportivo no le dejó pasar, mientras caminaba, por el paso de cebra y le reventó la cabeza apuntando a través de la luna trasera. Sacó el cadáver del coche y aceleró por la avenida. Decidió disparar a los conductores de todas las matrículas que acabaran en cuatro. Gritaba “!es un daño colateral!” que es lo que le dijeron cuando le diagnosticaron un problema pulmonar por el amianto de su casa, la que perdió. Se fue al colegio de su infancia y dejó a aquel profesor que le suspendió empotrado contra la pizarra de su antigua clase. Entró en el ayuntamiento y disparó contra la vaga y parsimoniosa señora de información, contra el que gestionó tarde su solicitud de ayuda y contra el concejal de urbanismo. Se fue a televisión y entró en plató arrasando contra los presentadores que le cuentan lo que no quiere oir. Aprovechó para destrozarle las piernas a un futbolista famoso que esperaba para una entrevista. Mató a su cuñado por tonto y al perro del vecino, que cayó en un contenido y agudo sonido animal, por no parar de hacer ruido por las noches. Disparó en la cara de su tercera novia, por dejarle, y en la cara de Benito, su marido, que fue por el que le dejó. Aprovechó para reventar la moto que tenían en el garaje, que fue el motivo por el que le abandonó, la muy insustancial. Le atravesó los tímpanos al insulso cantante de moda. Le metió el cañón por la boca y apretó el gatillo al vecino ese que se jacta siempre de lo bien que lo hace todo. Dejó a su jefe desangrándose en el despacho y sus clientes ahogándose en su sangre preguntándoles si era ahora cuando tenían la razón. Fue a por los youtuber, a por los homeópatas y reventó completamente varios recintos de coaching y de autoayuda. Apareció en dos o tres empresas de venta piramidal al grito de “ya está aquí vuestro nuevo faraón” y el polvo de los productos de maquillaje destrozados con él mismo apareciendo entre las sombras de los fogonazos de la recortada casi le hacían imaginarse a sí mismo a cámara lenta. Se sentó en el banco de un parque haciendo puntería con todos los corredores que tenían pinta de runners. Asesinó curas y gurús, lamas e imanes. Fue uno por uno acabando con el sufrimiento de los pacientes terminales de un hospital. “¿Imposición de qué hostias?”- le dijo a un experto en reiki como últimas palabras. Se paró en un centro comercial con un cartel que ponía “Ebanista en paro” y reventó a todos los que se reían después de mirarle mientras cargaban sus muebles de mierda. Volvíó al coche. Se había quedado sin munición. “Dios mío”- dijo- “dame armamento pesado”.
Eres bastante retorcido, etiquetando este post como "humor".
ResponderEliminarLa purga (la película), ¿puede verse?
HUmor gore, recalco.
ResponderEliminary la pelicula (2013) parece que se convirtio en un subproducto, en una trilogia con un brillante punto de partida. Debe de estar por ahí para verse , si: http://www.blogdecine.com/criticas/the-purge-la-noche-de-las-bestias-los-juegos-del-odio
Aparece ne los listados de esas paginas con virus escondidos: http://www.elitetorrent.net/resultados/la+noche+de+las+bestias
Jajajaja. Me quedo con la post data. Simplemente genial!
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