30 de septiembre de 2020

Tus putas mierdas

Existe, desde que tenemos conciencia clara sobre la globalidad de nuestra sociedad, una idea mágica y maravillosa que nos engloba a todos en un mismo grupo excepcional y cohexionado que rema en una dirección común hacia la que iremos más fuertes y respaldados.

¿Bonito, eh?

Pero de alguna manera y como un efecto contrario ( backfire lo llaman los británicos) nos hemos vuelto bastante menos globales en el día a dia. Queremos ser Europeos pero no Españoles. Comunistas si vivimos en el lado capitalista del mundo y capitalistas si nos manda Putin o Mao. Hay un efecto curioso cuando dejamos de ser los Mr Wonderful del postureo: lo único que importa es nuestro culo.

Y cogemos nuestra realidad, imperfecta por definición, poniéndola enfrente de algo maravilloso e idealizado que es lo de los demás. Si tenemos un rey, pues sin rey. Si vivimos con nuestros padres lo que haremos será fijarnos en lo libres y felices que vamos a vivir por nuestra cuenta. Si estamos solteros adoraremos el olor a café recién hecho por alguien que nos quiere cada mañana. Ese detalle será el que convirtamos en un muro que poner entre nosotros y nuestra idealidad completa.

Pero nunca llegamos a esos límites de felicidad que nos prometieron en algún anuncio y aquel coach al que pagamos para que nos contara el camino seguro a la verdad. Así que necesitamos una excusa, un drama, una puta mierda y a quien culpar de nuestra incapacidad de alcanzar el Parnaso.

Esas son nuestras putas mierdas.

Cada uno tiene la suya y de la misma forma que nuestros abuelos nos decían que siempre hay alguien mejor y peor que nosotros EN TODO lo asumimos pero nos castigamos en soledad. Es una mierda: no nos funciona suficientemente rápido la wifi, se nos enciende una luz de avería en el coche o sólo había ensalada de cena cuando queríamos sushi. Nos enfadamos porque la serie que deseamos ver es de HBO y tenemos la mierda de Netflix, porque viene una borrasca por el oeste o porque no nos llega para tres meses de vacaciones. Así que en ese momento juramos que somos esclavos explotados, que vivimos en la dictadura de las grandes corporaciones o que la industria alimentaria nos obliga a consumir productos procesados. No decimos que llueve sino que es la mayor tormenta acontecida jamás. No decimos que no nos llega para cenar todos los días fuera de casa sino que vivimos en pobreza severa. Que sí, que nuestra abuela no tenía para comer durante la guerra y hay niños desnutridos en Africa pero, joder, tengo derecho a un chuletón de vez en cuando y unos nuggets de pollo. Cuando un baboso que no queremos que nos escriba nos manda un like a nuestra foto supersexualizada de instagram contamos que fuimos acosadas por el patriarcado y sí, hay violadores en las explanadas abandonadas de los parques, pero yo tengo derecho a contar que mi puta mierda es un grandísimo drama que se ha convertido en lo más importante del mundo. Mucho más importante que el tuyo, por supuesto.

Me solidarizo con los que tienen menos suerte que yo, claro está. Pero lo mío es malo muy malo y necesito que los astros, los jefes, los padres, los gobiernos o el tribunal de derechos humanos de La Haya me compensen por no merecer este tipo de penurias. Vivo subyugado por el yunque de los castigos y merezco una solución inmediata. A lo mío y porque yo lo valgo. 

Ya , si eso, veremos qué sucede, después, con las tuyas y que no son las mías: con tus putas mierdas.

Bienvenidos a la sociedad dialécticamente más empática y personalmente más victimista de la historia.



Pd: ¿Sabes lo que sucede entonces? Que desconfío de cada drama que oigo y que, al final, no se arregla lo que es verdaderamente importante porque no fuimos capaces de actuar acorde con ese remar en la misma dirección más fuertes y más respaldados. En el cayuco por el que caminamos como sociedad hay uno preocupado porque su asiento está mojado, otro porque le sentaron junto a uno que huele mal, hay otro que no está de acuerdo con el color de la barca y tres dicen que no han sido certificados los salvavidas. Hostia: si aquí no está remando nadie.

21 de septiembre de 2020

Andre, Mariano y Lorena.

Cuentan que Andre Agassi, uno de los símbolos del tenis para mi pero por detrás de Biön Borg, se enamoró de una moto cuando caminaba por alguna calle de EEUU. Se quedó junto a ella hasta que apareció el dueño. En ese momento le dijo que quería comprar la moto. Tras un momento de oferta y demanda, teniendo en cuenta que hablamos de un tipo que ganó más 30 millones de dólares solamente en premios, se la llevó.

Andre confesó , una vez retirado, que ser el numero uno resultaba una presión excesiva y que hubiera preferido ser el 141. Claro que eso es cómodo comentar después de ser un grande y con una bonita moto en el garaje.


Una de las cosas que tuvo la crisis que reventó en el 2008 es que Mariano López, joven estudiante de notas nada destacables, descubrió que dejando de estudiar y poniendo ladrillos recibía más pasta que sus colegas con la carrera de medicina acabada y que , además, si iba al banco le daban para un BMW y una casa en el campo. Así que se hizo con todo el pack. El sueño de algunos políticos que aún estaban en la universidad por entonces es lo que pasó en aquellos tiempos: que todos nos creíamos ricos y gastábamos hasta que no hubo para todos. Mariano se quedó sin casa, divorciado y gastando las mañanas en el centro de salud donde pasan consulta aquellos de los que se reía. Les hace las reformas de la cocina del pueblo. Lleva el mismo coche con cien rayones por banda, escape en popa y a todo turbo.

Hace unos días Lorena, una muchacha con un iphone que compró de segunda mano y un pequeño tatuaje en el tobillo que está a medio camino entre un tribal y un pájaro libre por el cielo, se quejaba de la especulación inmobiliaria del capitalista de su casero, el cual le había instado a irse por no pagar el alquiler. Lorena ha vivido alimentándose de experiencias: ha visitado Italia con una mochila. Se ha drogado en Ibiza. Tuvo sexo en la playa de Caños de Meca con Italiano. Pasó un tiempo en EEUU y se ha visto el 23% de las series de Netflix. Todo ello con la financiación expresa de ese tipo de padres, negociadores y condescendientes, que creyeron suplir lo que no vivieron intentando adecuarse al nuevo mundo que viven los adolescentes ( de 14 a 29 años) en vez de establecer algún tipo de norma mínima de quid pro culo quo. Como un perro que baja las orejas al acercarte porque está acostumbrado a recibir golpes, Lorena no es capaz de plantearse nada que no incluya una experiencia nueva o simplemente volar allá donde sus deseos manden. Si no llega a ese El Dorado considerado como objetivo del mes, la culpa es de los demás porque algo aprendió desde pequeña: ella se lo merece.


Otra de las cosas que contaba Agassi es que "si el éxito es el compromiso por la vida no creo que ningún niño debiera pasar por lo que yo pasé" pero sucede lo mismo que con la moto: es sencillo decirlo con algo que refrende conocer las maldades del triunfo. Se quejaba de que su padre le exigía más de lo que puede dar un niño, llegando incluso a odiar el tenis aunque también el tenis le había dado a Steffi, más exitosa que él, y a sus hijos.

Bueno, y también todo aquello le dio una holgada situación económica que le permite ahora, con 50 años, vivir experiencias. Incluso algunas con las que Lorena solamente sueña. Pero es que Lorena no entrenó jamás. Cuando tenía que hacerlo Mariano, su padre, le pagó lo que quiso con lo que sobró del crédito del banco.


La han cogido de recogepelotas  en el club de tenis en el que su padre reformó los baños. Cumple escrupulosamente lo que dicen los protocolos sin hacer absolutamente nada más, ni mejor ni peor, no sea que la echen. A la hora exacta de salir ( ni un solo segundo más para esos capitalistas explotadores)  y cuando se ríe del niño que se queda a entrenar por las noches no se da cuenta que se está riendo de ella misma. Andrés, se llama el niño. Le gusta el tenis. Si no llega a número uno y se queda en 141 tampoco está tan mal pero, por si acaso, estudia matemáticas por las mañanas y no conoce Cádiz.

17 de septiembre de 2020

Trampas

Jorge es un niño contemporáneo y convencional. Escuchaba trap cuando estaba de moda y va un paso por detrás de las niñas del colegio que le gustan mientras sus amigos gays son a los que tiene que preguntar para saber si Laura, esa pelirroja de pecas que cada vez lleva unos shorts más cortos, se ha interesado por él.

Y un día, justo antes de acabar el recreo, le dijeron que Laura pensaba que era un chico majo pero no quería ser su novia. Jaime sintió la primera de las punzadas que da el desamor, la más dolorosa por tener que enfrentarse a un desgarro desconocido, y se fue cabizbajo a casa. Se quedó ese dolor consigo y sus notas, que ya se movían en el alambre anteriormente, cayeron en las evaluaciones posteriores.

Su madre, con los resultados en la mano, se preocupó. Pensó, como piensan los padres modernos, que algún tipo de desarreglo mental o de conducta le aquejaba. Le quiso llevar al psicólogo pero Jorge se negó. No quería salir de casa y pasaba las horas delante del teléfono mirando las stories de Laura y esas fotos que ponen las chicas que quieren parecer mayores. Suspiraba.

Un domingo leyó en algún lugar que los juegos despertaban a los niños y se fue donde sus padres. -"Quiero una consola nueva"- les dijo haciendo referencia a la bondad que iba a generar sobre su comportamiento. "No"- le respondieron. Entonces, indignado como si le hubieran amputado un brazo, les gritó "!No queréis que me ponga bueno!"

Y ese deseo de un juguete nuevo que le sirviera como excusa para no ver por la calle a Laura con otro, lo había convertido en un ataque a la prosperidad obligada que sus padres le debían de proporcionar.


Pues bien. Eso que hizo Jorge no es nuevo y se repite en comportamientos supuestamente adultos. Me escondo detrás de un valor absoluto como el ecologismo, el animalismo o el bienestar social y convierto mi deseo en algo que ayude en ese propósito. Entonces, si alguien no se pliega a mis deseos, es un enemigo del planeta, de los animales o de la igualdad.

En Bilbao, la ciudad donde resido, han tomado la decisión de poner el límite de velocidad a 30 km/h. Hay calles de cuatro carriles en las que para ir a 30 tengo que meter segunda e ir frenando. Ayer me pasó un niño en bicicleta con ruedines. Si bien podríamos pensar que se debe a una alta tasa de atropellos o a unos indicadores de contaminación altos no es así. Simplemente es una idea que resulta de muy complicada ejecución. Pero si digo que es una idea imposible la primera respuesta que encuentro es que soy un contaminador insolidario con el planeta.

Cuando el supuesto ministerio de la igualdad ( que no del revanchismo identitario) hace una encuesta preguntando si alguna vez a ti, mujer, alguien te ha intentado dar un beso no deseado y se encuentra una masiva respuesta positiva, llega a la conclusión de que vivimos en una sociedad endémicamente subyugadora de la voluntad de la mujer y si digo que es una encuesta interesada y absurda, soy un machista.

Y es porque soy el padre de Jorge que no quiere que mejore como persona cuando yo lo que pensaba es que si quiere una consola (o más fondos, o poner más multas) debe de ganársela antes o demostrarme que ese es el camino correcto.

Cuando alguien diga que para acabar con el hambre hay que ir por la calle con los genitales por fuera y yo diga que me parece una estupidez me meterán en la cárcel por desear el hambre en el mundo y no por criticar una tontería obvia.

Nadie quiere ser el responsable del hambre del mundo, de la muerte del señor del cuarto, de que un matrimonio se acuchille en una discusión y, por supuesto, que Jorge se convierta en un personaje triste y gris cuando sea mayor.

Pero eso no se consigue haciendo trampa. Y últimamente hay demasiadas trampas.

15 de septiembre de 2020

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4 de septiembre de 2020

El mundo se derrumba y nos limpiamos las botas.

Antes del uno de septiembre del 39 un grupo de nazis se juntaron el las catacumbas de Berlin. Estaban con sus uniformes y las botas altas brillantes. Algunos llevaban medallas y otros miraban altivos a los demás compitiendo sobre quien era más nazi de todos pero menos que el Führer.

Seguramente pusieron un mapa de Europa delante y planificaron perfectamente la oleada sorpresa que venía justo después de las rebajas de agosto.

Así que Johan Waldorf, alto dignatario del tercer Reich, volvió a su casa esa misma noche preocupadisimo porque sus botas no brillaban tanto como las de sus compañeros y se dispuso, urgentemente, a limpiarlas con cera de un pequeño artesano de Baviera. Para Johan lo importante eran sus botas. Eso de que fueran morir cientos de miles de polacos resultaba un tema secundario sobre el que, en realidad, no se había parado a pensar ni un solo segundo. Al fin y al cabo él solo no podía parar la invasión y probablemente oponerse a ello le iba a hacer perder sus privilegios ganados a golpe de decir que sí a cualquier cosa que hiciera su líder.

El seis de octubre, con las últimas unidades del ejercito polaco rendidas, Johan Waldorf ya era reconocido como el general más pulcro de la plana mayor alemana.

El 1 de Mayo de 1945, Madga Goebblels acicaló a sus seis hijos y les hizo cantar frente a Adolf con sus mejores vestidos. Después les dio somníferos para matarles y jugó al solitario en una mesa del Führerbunker hasta que se suicidó juntó a su marido. Todo lo que le importaba antes del desastre final era que estuvieran limpios y guapos.

Si algo aprendemos de aquellos momentos en los que la segunda guerra mundial arrasaba con todo de una u otra manera es que el comportamiento humano es extraño. En este caso tanto la historia inventada del general Johan como la historia real de Madga nos dejan ver que cuando alguien no quiere enfrentarse a la verdad lo que hace es regodearse en los detalles. Es mucho más fácil asearse que salvarse del asedio del ejercito ruso. Es mucho más cómodo preocuparse por el brillo de las botas que por las cantidad de polacos muertos bajo tus propias decisiones.

Y en estos momentos de intranquilidad absoluta es perfectamente lógico que el ciudadano medio se limpie las botas o se preocupe de la limpieza tanto suya como de su entorno pero, sinceramente, es irritante descubrir que disponemos de una serie de personas elegidas para tomar decisiones que, como no son capaces de asumir la realidad, se enfrentan entre ellos en discursos importantísimos sobre la monarquía, las fusiones bancarias, la financiación irregular, los crímenes de hace 50 años o el racismo en Estados Unidos. Se preocupan de si Colón se tiró o no a un par de cubanas indígenas o si hay que rescatar las estatuas de Cervantes porque rescatar de la ruina al 20% del país que dicen defender es algo demasiado cansado.

Al menos Madga se quitó del medio con una ampolla de cianuro y tiro en la cabeza. Dejó una nota a su único hijo diciendo que "me hago responsable".

En el siglo XXI la culpa siempre es de otro y la responsabilidad personal se diluye entre los tupidos bosques de excusas. "No solucioné la crisis porque era un problema Chino fomentado por el capitalismo americano y azuzado por los poderes económicos de una Europa caduca"- dirá un ex ministro dentro de unos cuantos años desde su casa frente a algún lago- "pero fui yo, !yo!"- con énfasis- "quien demostró al mundo que Cristobal Colón era un racista". Y luego se irá a la cama contento no sin antes encerarse las botas.

"El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos"- le dijo Aldof a Eva antes de ese matrimonio celebrado en el mismo lugar en que murieron los niños de Madga. También es lo que le dice a Indrid a Humphrey desde el otro bando.

"El mundo se derrumba y vamos a ver qué otra cosa podemos hacer"- dicen los que tienen que apuntalar los edificios porque si se cae, hay que salir indemne. Visto así es un acto bastante cobarde que sigue cada día en las noticias. Busca una polémica para no hablar del problema de verdad: de la ruina, de los muertos, de los parados tapados en las estadísticas, de las decisiones que fueron gasolina a las llamaradas y del desastre que, como miserables, solo intentan que no les pille debajo aunque sea sujetando sin éxito.

Prefiero alguien que intenta hacer algo sin triunfar que quien, presuponiendo que no puede, no hace nada. Prefiero un personaje que solucione conflictos, como el señor Lobo. aunque no tenga las botas limpias.