Jorge es un niño contemporáneo y convencional. Escuchaba trap cuando estaba de moda y va un paso por detrás de las niñas del colegio que le gustan mientras sus amigos gays son a los que tiene que preguntar para saber si Laura, esa pelirroja de pecas que cada vez lleva unos shorts más cortos, se ha interesado por él.
Y un día, justo antes de acabar el recreo, le dijeron que Laura pensaba que era un chico majo pero no quería ser su novia. Jaime sintió la primera de las punzadas que da el desamor, la más dolorosa por tener que enfrentarse a un desgarro desconocido, y se fue cabizbajo a casa. Se quedó ese dolor consigo y sus notas, que ya se movían en el alambre anteriormente, cayeron en las evaluaciones posteriores.
Su madre, con los resultados en la mano, se preocupó. Pensó, como piensan los padres modernos, que algún tipo de desarreglo mental o de conducta le aquejaba. Le quiso llevar al psicólogo pero Jorge se negó. No quería salir de casa y pasaba las horas delante del teléfono mirando las stories de Laura y esas fotos que ponen las chicas que quieren parecer mayores. Suspiraba.
Un domingo leyó en algún lugar que los juegos despertaban a los niños y se fue donde sus padres. -"Quiero una consola nueva"- les dijo haciendo referencia a la bondad que iba a generar sobre su comportamiento. "No"- le respondieron. Entonces, indignado como si le hubieran amputado un brazo, les gritó "!No queréis que me ponga bueno!"
Y ese deseo de un juguete nuevo que le sirviera como excusa para no ver por la calle a Laura con otro, lo había convertido en un ataque a la prosperidad obligada que sus padres le debían de proporcionar.
Pues bien. Eso que hizo Jorge no es nuevo y se repite en comportamientos supuestamente adultos. Me escondo detrás de un valor absoluto como el ecologismo, el animalismo o el bienestar social y convierto mi deseo en algo que ayude en ese propósito. Entonces, si alguien no se pliega a mis deseos, es un enemigo del planeta, de los animales o de la igualdad.
En Bilbao, la ciudad donde resido, han tomado la decisión de poner el límite de velocidad a 30 km/h. Hay calles de cuatro carriles en las que para ir a 30 tengo que meter segunda e ir frenando. Ayer me pasó un niño en bicicleta con ruedines. Si bien podríamos pensar que se debe a una alta tasa de atropellos o a unos indicadores de contaminación altos no es así. Simplemente es una idea que resulta de muy complicada ejecución. Pero si digo que es una idea imposible la primera respuesta que encuentro es que soy un contaminador insolidario con el planeta.
Cuando el supuesto ministerio de la igualdad ( que no del revanchismo identitario) hace una encuesta preguntando si alguna vez a ti, mujer, alguien te ha intentado dar un beso no deseado y se encuentra una masiva respuesta positiva, llega a la conclusión de que vivimos en una sociedad endémicamente subyugadora de la voluntad de la mujer y si digo que es una encuesta interesada y absurda, soy un machista.
Y es porque soy el padre de Jorge que no quiere que mejore como persona cuando yo lo que pensaba es que si quiere una consola (o más fondos, o poner más multas) debe de ganársela antes o demostrarme que ese es el camino correcto.
Cuando alguien diga que para acabar con el hambre hay que ir por la calle con los genitales por fuera y yo diga que me parece una estupidez me meterán en la cárcel por desear el hambre en el mundo y no por criticar una tontería obvia.
Nadie quiere ser el responsable del hambre del mundo, de la muerte del señor del cuarto, de que un matrimonio se acuchille en una discusión y, por supuesto, que Jorge se convierta en un personaje triste y gris cuando sea mayor.
Pero eso no se consigue haciendo trampa. Y últimamente hay demasiadas trampas.
Y demasiados escépticos y pesimistas, es una respetable opción, pero cobarde a mi modo de ver
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