Antes del uno de septiembre del 39 un grupo de nazis se juntaron el las catacumbas de Berlin. Estaban con sus uniformes y las botas altas brillantes. Algunos llevaban medallas y otros miraban altivos a los demás compitiendo sobre quien era más nazi de todos pero menos que el Führer.
Seguramente pusieron un mapa de Europa delante y planificaron perfectamente la oleada sorpresa que venía justo después de las rebajas de agosto.
Así que Johan Waldorf, alto dignatario del tercer Reich, volvió a su casa esa misma noche preocupadisimo porque sus botas no brillaban tanto como las de sus compañeros y se dispuso, urgentemente, a limpiarlas con cera de un pequeño artesano de Baviera. Para Johan lo importante eran sus botas. Eso de que fueran morir cientos de miles de polacos resultaba un tema secundario sobre el que, en realidad, no se había parado a pensar ni un solo segundo. Al fin y al cabo él solo no podía parar la invasión y probablemente oponerse a ello le iba a hacer perder sus privilegios ganados a golpe de decir que sí a cualquier cosa que hiciera su líder.
El seis de octubre, con las últimas unidades del ejercito polaco rendidas, Johan Waldorf ya era reconocido como el general más pulcro de la plana mayor alemana.
El 1 de Mayo de 1945, Madga Goebblels acicaló a sus seis hijos y les hizo cantar frente a Adolf con sus mejores vestidos. Después les dio somníferos para matarles y jugó al solitario en una mesa del Führerbunker hasta que se suicidó juntó a su marido. Todo lo que le importaba antes del desastre final era que estuvieran limpios y guapos.
Si algo aprendemos de aquellos momentos en los que la segunda guerra mundial arrasaba con todo de una u otra manera es que el comportamiento humano es extraño. En este caso tanto la historia inventada del general Johan como la historia real de Madga nos dejan ver que cuando alguien no quiere enfrentarse a la verdad lo que hace es regodearse en los detalles. Es mucho más fácil asearse que salvarse del asedio del ejercito ruso. Es mucho más cómodo preocuparse por el brillo de las botas que por las cantidad de polacos muertos bajo tus propias decisiones.
Y en estos momentos de intranquilidad absoluta es perfectamente lógico que el ciudadano medio se limpie las botas o se preocupe de la limpieza tanto suya como de su entorno pero, sinceramente, es irritante descubrir que disponemos de una serie de personas elegidas para tomar decisiones que, como no son capaces de asumir la realidad, se enfrentan entre ellos en discursos importantísimos sobre la monarquía, las fusiones bancarias, la financiación irregular, los crímenes de hace 50 años o el racismo en Estados Unidos. Se preocupan de si Colón se tiró o no a un par de cubanas indígenas o si hay que rescatar las estatuas de Cervantes porque rescatar de la ruina al 20% del país que dicen defender es algo demasiado cansado.
Al menos Madga se quitó del medio con una ampolla de cianuro y tiro en la cabeza. Dejó una nota a su único hijo diciendo que "me hago responsable".
En el siglo XXI la culpa siempre es de otro y la responsabilidad personal se diluye entre los tupidos bosques de excusas. "No solucioné la crisis porque era un problema Chino fomentado por el capitalismo americano y azuzado por los poderes económicos de una Europa caduca"- dirá un ex ministro dentro de unos cuantos años desde su casa frente a algún lago- "pero fui yo, !yo!"- con énfasis- "quien demostró al mundo que Cristobal Colón era un racista". Y luego se irá a la cama contento no sin antes encerarse las botas.
"El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos"- le dijo Aldof a Eva antes de ese matrimonio celebrado en el mismo lugar en que murieron los niños de Madga. También es lo que le dice a Indrid a Humphrey desde el otro bando.
"El mundo se derrumba y vamos a ver qué otra cosa podemos hacer"- dicen los que tienen que apuntalar los edificios porque si se cae, hay que salir indemne. Visto así es un acto bastante cobarde que sigue cada día en las noticias. Busca una polémica para no hablar del problema de verdad: de la ruina, de los muertos, de los parados tapados en las estadísticas, de las decisiones que fueron gasolina a las llamaradas y del desastre que, como miserables, solo intentan que no les pille debajo aunque sea sujetando sin éxito.
Prefiero alguien que intenta hacer algo sin triunfar que quien, presuponiendo que no puede, no hace nada. Prefiero un personaje que solucione conflictos, como el señor Lobo. aunque no tenga las botas limpias.
Tócala otra vez, Sam
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