31 de diciembre de 2014

Por otro año

Se acaba. Es un año. No será el mejor año y tampoco el peor, porque nunca son los extremos unos consejeros sabios. Nunca nos hemos ido a la mierda del todo y nunca, tampoco, hemos llegado al cénit escandaloso al que quisimos llegar. Nunca se logra estar en el lado exacto de la imaginación.

Para más de uno no alcanzar esos extremos es el fracaso en si mismo. Eso, en realidad, es parte de la necesidad de vivir en el fracaso porque siempre la teoría está más nítida, siempre en el cine los malos parecen malos y los buenos, junto con los espectadores, acaban con una sonrisa.

Hay quien vuelve y revuelve a buscar sus extremos. Hay quien se simplifica, como una app de móvil, para no perderse en los detalles. Hay quien se ahoga por no entender la interface de la vida y, sobre todo, se niega a aceptar sus propias limitaciones echando la culpa, como siempre, a algo externo que no supone asumir responsabilidad. Hay quien se esconde, como una celebración, detrás del decorado o de la copa, de la cama o de la ocupación infinita.

En algún caso que conozco podría decir que ha sido simplemente un año de esfuerzo para seguir en pie. Un año complejo y un año en el que tuve que aprender a rendirme y eso no es fácil en absoluto porque siempre quise creer que era invencible. Y no lo soy.

Rendirse es tan importante como ganar una medalla y, muchas veces, más complicado.
Porque no es perder.

Mi padre decía que lo que le hizo grande a Muhammad Ali no era su capacidad de golpear sino su forma maravillosa de esquivar los golpes.

28 de diciembre de 2014

La inocentada es España

Definitivamente un pais con unos gobernantes sordos, una oposición más sorda, una tercera via aceptablemente muerta (IU), unos nacionalismos anacrónicos, unos envalentonados salvadores sin experiencia y alguna que otra opción ignorada porque no sale en la televisión. Un pais con unos sueldos desorbitados en los futbolistas, a los que se adora como semidioses, y demacrados en la investigación o en todo aquello que nos puede hacer crecer. En esta región del mundo con un consumo que vive manipulado por el marketing y que olvida el bienestar de sus vecinos y de sus empresas cuando ejerce su libertad de gasto. En este pais en los que se llama cine a comedias sin gracia ni gusto y música a tonadillas vulgares que se olvidarán pasado mañana. En este lugar en el que se regodea una mayoria en la opción más fácil para cada una de las opiniones que han de ser políticamente correctas pero no racionalmente lógicas, donde nos gusta decir que nosotros nunca pensamos en defraudar a hacienda, que ninguna mujer (por ejemplo) denuncia para aprovecharse de las leyes, que todos los inmigrantes son buenos, todos los políticos malos, todos los universitarios listos y los pobres honestos. Ya se sabe que aquí no hay nadie que busque la forma de vivir subvencionado sin dar un palo al agua. En una piel de toro de buenos y malos donde los malos son los otros siempre, en este lugar se celebra el día de los inocentes y se hacen bromas. Pero, !qué cojones! , si este puto pais es una broma en si mismo.

Pd: Un pais maravilloso, sí. Un pais de paises. Un pais de bromistas. Nadie sabe el nombre del ultimo premio nobel de medicina pero todos saben quien es Chiquito de la Calzada.

26 de diciembre de 2014

La sal en las heridas (y la cena de navidad)


En la cena de navidad siempre hay un momento en el que aparece cierta pregunta incómoda y se hace un silencio esperando tu respuesta.

Puede ser el típico "Y...¿qué tal de novias?" que va seguido de un "...con lo buena que era..." y el "...a saber lo que la has hecho". Puede ser un comentario sobre la obesidad de tus hijos o alguno sobre lo bien que le va a alguien. En ese caso tu cerebro hace, casi de una manera refleja, el agravio comparativo con la propia sensación sobre uno mismo. Y siempre perdiendo.

El caso es que todas y cada una de las ocasiones son torpedos directos a la línea de flotación de nuestros propios miedos, de nuestras propias incertidumbres. Son boquetes que agrandan vías de agua que ya conocemos y contra las que no nos queremos enfrentar.

Tengo un amigo negro. Siempre ha sido el negro. Él sabe que es negro y cuando nos encontramos con otras personas y no le identifican por el nombre le definimos por su color de piel. También tengo un amigo que era gordo y durante muchos años lo definimos como tal. Ahora está delgado pero sigue siendo "el gordo" de la misma manera que el hijo de Alberto, que ya tiene nietos, siempre será Albertito. Hay aspectos de todos y cada uno de nosotros que vienen de serie, nos guste o no. Unos son estéticos, otros son buenos y otros, los que molestan, son malos. A veces ni siquiera son malos pero son, ¿como decirlo?, esa sensación que recorre el cuerpo antes de ver el extracto del banco, al que le falta la frase "y esta es tu mierda después de tanto esfuerzo" al final del mismo.

A ninguno nos gusta, como en la cena de navidad, que nos pongan delante de la cara las carencias o los fracasos, las espinas o todo aquello que hemos intentado erradicar mil veces.

Ahí está el error. Erradicar.

En este mundo en el que nos emociona escuchar que vamos a ser mejores, que vamos a dejar de fumar, que vamos a ser delgados y altos, listos y ricos, estilizados e inteligentes. En este mundo en el que los anuncios nos hacen creer que tenemos razón y que estamos por encima de la media. En este mundo lo difícil es aceptar que hay cosas, como una peca en la espalda o un antojo en la mejilla, que van a seguir con nosotros siempre.

Y van a estar ahí, acechando. Las ganas de comer de mi amigo el gordo siempre van a estar ahí, mientras saliva cuando huele un gofre a varios cientos de metros de distancia. La sensación que tiene una novia cuando se prueba el vestido de si, acaso, está cerrando la puerta a un hombre mejor. El miedo a que el extracto me recuerde que no soy una cifra macroeconómica sino un autónomo más. La cólera cuando, una vez más, soy incapaz de reconocer si el anteúltimo fracaso volvió a ser mi culpa. Los gritos de la madre cuando la abuela le dice que su hijo es un demonio y, en realidad, ve juzgados sus esfuerzos para hacer de ese infante un hombre de bien y le ha salido un delincuente infantil. Las mil últimas veces que nos hemos enfadado es porque nos han tocado alguno de esos lugares en los que nos sentimos inseguros.

Tú no te enfadas porque alguien sea injusto en sus palabras sino porque sala las heridas que ya tienes.

Ese es el motivo por el que quien te conoce, a quien has abierto en algún momento tu alma, es quien te hace más daño. Son las personas que te han conocido sin armadura, que es como conocer a una mujer por la mañana y sin maquillaje.

"Nunca le preguntes a una mujer su edad ni su peso"- te dicen como consejo. "A ese"- me avisan- "no le hables de fútbol". Marty McFly, cuando alguien le llamaba "gallina", perdía el control. Yo no soporto a los listos que adelantan por la derecha y en el carril de aceleración de la autopista. Ella recordaba la vez que aquel otro tipo no volvió todas las veces que yo salía por la puerta, aunque hubiera jurado que iba a volver. Mi madre, desde que el hijo de una amiga murió en medio de una carretera, está inquieta cuando voy de viaje. Todas esas veces no es el viaje, ni la ausencia, el fútbol o el peso. Todas las veces son los miedos y no aceptar que están ahí, esperando su momento para convertirnos en seres irracionales.

Así que algunos, los que comprenden que existe algo que les arrastra, juegan al juego de eliminar sus puntos débiles. Y no se puede. En absoluto. La única forma es convivir con ello como quien convive con una humedad en el salón que sale con cada capa de pintura. La única forma es saber que eso va a estar ahí, siempre. Que va a llamar a la puerta. Que va a aparecer, escondido, debajo del nórdico de tus soledades y tus inquietudes, detrás de las fotos de tus amigos sonriendo en facebook, sobre el espejo, en forma de arruga, al entrar en la ducha la próxima mañana.

Que te lo van a recordar en la próxima cena familiar o la nueva vez en la que una pareja se lanza agravios a la cara. Él le recordará que no es la mujer en la que se quiso convertir y ella que no es el adulto por el que apostaba. Los dos se sienten juzgados en lugares en los que se creen culpables. La mayoría de las ocasiones ese ruido ensordecedor, amplificado por la sensación de incapacidad que viene de dentro, termina con forma de ruptura.

Nadie es culpable de ser imperfecto.

Al final de la cena casi todas las familias se dan abrazos.
Y los torpedos que dan donde duelen se quedan en la recámara hasta el año que viene porque hay conversaciones que se quedan en suspenso para recuperarlas la próxima vez. A todos los solteros nos preguntan sobre nuestra soledad, todos los padres sienten un punto de crítica sobre la manera de educar a sus hijos, todos los cuñados desaprensivos y los padres sin delicadeza hacen las preguntas que no deben.
El abuelo Albertito ya no se siente pequeño cuando le llaman así al pasarle la mayonesa de las gambas.

Pd: Yo sigo intentando aceptar que lo que no me gusta de mi viene conmigo, pero ya no me arrastra con tanta facilidad. Me he enfadado poco en la cena de navidad mientras otros años entraba en cólera. Eso sí, por la derecha no me intenteis adelantar.

24 de diciembre de 2014

Pequeña historia de la música y la reivindicación

"Soy un guepardo de las calles con un corazón lleno de napalm. Soy un hijo fugitivo de la bomba nuclear. Soy un niño olvidado por el mundo. El que busca y destruye." -cantaban The Stooges en 1973 sucios como el más gran Neil Youg. Luego los versionearon los Red Hot. Había pasado bastante tiempo desde que la revolución hippy y quizá desde un momento, allá sobre los años 60, en los que alguien empezó a tener cierta conciencia de algo global. Los alemanes habían perdido dos guerras y los americanos del norte habían ganado otras dos. Todas arrasando europa porque cuando se juega fuera no hay que poner el campo. Alguien había descubierto que era verdad eso de que el mundo era redondo y que hay publicidades, gobiernos, movimientos de ajedrez y aleteos de mariposas que terminan afectando al sabor de las pechugas de pollo sobre nuestros platos. En algún sitió germinó esa poderosa neurona que nos tiene temerosos de saber si acaso aquel deseo o aquella aspiración no es nuestra en realidad sino fruto de una bajada de interés, un mensaje subliminal o una necesidad impuesta por la sociedad de consumo que necesita la grasa de nuestro sacrificio para seguir girando.

Quizá en el 69, con Richie Heavens cantando a la libertad, Janis borracha, Jimmy desatado y Joe llegando a lo más alto con 25 años, lo único que se esperaba era que todos esos jóvenes fueran cayendo golpeados por las drogas e ignorados por el tiempo.Si iba a matar a Elvis también lo haría con todos esos truculentos tipos que cantaban imposibles pero que, y en eso hay a quien se le olvidó, arrastraron en su barbaridad artística y en su locura comunal, al estilo Jim Morrison, a su generación y las que aparecimos por detrás.

Diez años después, no muchos más, esa reivindicación sobre lo que podía ser posible se convirtió en un desastre imposible, en una incapacidad, en una lucha perdida. El punk representaba la bajada de brazos sumida en la rabia de una generación que se veía incapaz de cambiar nada. Una generación que no tenía futuro, una generación sin sentimientos pero que irradiaba la agresividad del perro apaleado. La prueba más clara que tuvimos en España fueron los cerebros destruídos de Eskorbuto porque se los llevaron por delante las drogas duras con las que toda una generación se quedó parada en un portal aunque fuera Pepe Risi, Antonio Vega, Enrique Urquijo o el hijo de Berlanga. Entre los 70 y los que duraron los cuerpos bajo el paraguas de la heroína toda una gran manada de ira saltaba de entre las cenizas del ocaso de la industrialización salvaje. Fue un puñetazo en la mesa pero a aquellos espectadores del punk alguien les compró con un pequeño utilitario que ya no querían perder porque era algo que podían perder.

Así que todo aquello se convirtió en un poco de grunge y mucho pesimismo. Soundgarden, Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains o The Smashing Pumpkins recogieron las cenizas que quedaban pero, por alguna razón, ya no era la crítica la base que arrancaba cada nota. Había una pesadumbre infinita y un lúgubre malestar que casi se metamorfoseó en la marioneta triste que fue Robert Smith en alguna de sus más tristes interpretaciones sobre la tristeza irrompible. Por alguna razón, quizá de supervivencia, esperanza de vida o aprendizaje de experiencias anteriores, la mayor parte de estos muchachos aún no han muerto como tampoco lo han hecho los Rolling, Bowie o el mismísimo Dylan.

Pero también hacía falta algo de reivindicación, así que Rage Against de Machine se subieron al escenario mientras Radiohead estaba experimentando y no reivindicando, mientras U2 blandía la bandera blanca de la corrección y Madonna, como exponente, quiso hacer de la reivindicación contra los poderes y los ricos una herramienta de venta en el que los niños buenos de papa se sintieran trasnochados anarquistas. En ese momento, a mediados de los años 90, empezaba a ser complicado descubrir donde estaba la lucha contra un sistema y el postureo, donde encontrar, quizá fuera de un hip hop minoritario de bandas de los Angeles, aquella voz donde sentir representada la neurona que nos queda en medio de este cerebro embotado con miles y miles me metros cúbicos de información inutilmente orientada.

Porque ya no teníamos un utilitario sino también un ordenador, un teléfono, un trabajo precario, una subvención irrisoria y pocas energías para diferenciar.

Así que ahora, después de todo eso, después del principio del Rock&Roll, los hippys, los punks, el grunge, el rap o el hip hop... nos quedan videos de youtube. Son esos que empiezan con publicidad y que cada vez nos van quitando las ganas de "omitir anuncio". Esa es la droga que acabara con este ciclo.

Lo que no sé es si nos repondremos otra vez.

Iggy Pop sigue cantando "Search and Destroy" pero Beyoncé llena los estadios. Reconozco que los profesionales del sonido son mucho más elegantes y más profesionales pero las letras se han convertido en relleno.

Sin alma no es posible que exista espíritu.

El pop y el metal (en todas sus variantes) me los he dejado conscientemente

20 de diciembre de 2014

Lo que aprendí y desaprendí (22/9/09 - 20/12/09)

-Ven- dijo mi hermana al otro lado del teléfono un martes. Al llegar me dijo, en el pasillo, que en un momento dado, vidriosos los ojos, había confesado no poder más, no soportar notar cómo se estaba rompiendo y deshaciendo. -Dos o tres días- me dijo. Fueron cinco.

Anteriormente a eso mi teléfono sonó, una vez, sobre las cinco de la tarde -¿Qué haces aquí?- me decía -Deberías de estar trabajando-. -Estoy trabajando, papá. No he ido a verte- respondí. Quizá seguido hubo una pausa o un momento de debilidad. -Joder- dijo desde las entrañas en medio de un soplido -La morfina me puede. Será eso. ¿Van las cosas bien?- preguntó.-Van, ya sabes- dije sin más, como cuando se cambia de tema sin poder dejar de pensar en lo que acaba de suceder. -El sábado estoy ahí- . -Bien. Ten cuidado con el capital circulante- Porque era un contable hecho a base de experiencia. En realidad lo cierto es que había confesado que, en medio de la medicación, soñaba conmigo y la morfina que colgaba del gotero lo que hacia era convertir las ensoñaciones en momentos casi reales.

Unos días antes me había llamado, con un hilo de voz. -¿Sabes que me vuelven a ingresar, verdad?- . -Si, lo sé- . -Es por si se te olvidaba que he vuelto al hospital y te vienes directo a casa. Que sepas que -e hizo un silencio- bueno, tu hermana te dirá la habitación-.

La última vez que había estado yo en casa, después de haber medido el pasillo para entrara la silla y colocando algunas barras en el baño, se había despedido de mi sin levantarse y casi sin decir nada. Se señaló con dos dedos a los ojos y después me enfocó con ellos, como si me vigilara. Las otras veces, las semanas anteriores, había cogido aire, apretado los dientes y con andador o si él, había llegado a mi, estático en el salón o la habitación, sabiendo que era una cuestión de honor y de orgullo, de ser digno y mantener el control que había tenido siempre con la máxima del bien familiar y algún que otro valor moral supuestamente inalterable.

Previamente a todo eso habíamos pasado un tiempo en el hospital, casi como quien necesita un certificado que ya conoce. Habíamos recorrido los pasillos con la silla, con el andador o con pasos muy lentos. Los habíamos recorrido en bata las últimas y las primeras con corbata, porque la elegancia solo hay que perderla en contadas ocasiones y él era de los que bajaba a comprar el periódico con traje.

Un poco antes, justamente la segunda semana de hospital, que es cuando los pacientes todavía se quejan de la comida, yo le pregunté si acaso teníamos algo que decirnos. -Tu hermana y tú sois lo mejor que he hecho y lo he hecho gracias a tu madre. Sin ella hubiera sido imposible.- En la televisión se veía un partido de baloncesto, casi sin sonido. -¿Tienes miedo?- dije y tomó aire. -Por mi, ninguno. Por tu madre, por si acaso me he dejado algo y no está bien el tiempo que esté, pero creo que todo está en orden-. Esa pausa fue un instante de repaso mental de todas y cada una de las opciones que había considerado. -¿Cambiarías algo?- . -Si- dijo rotundo. -He estado poco con vosotros. He trabajado, mucho. Me he esforzado y me he sacrificado. Todo eso ha sido algo en lo que he creído y nos ha dado esta habitación y cierta tranquilidad y... está bien. Pero ahora no están aquí ninguno de mis logros laborales o los compañeros de trabajo. Está tu madre. También estáis vosotros. Está la familia. Creo que debía de haber pasado mas tiempo con vosotros porque, en realidad, es lo que soy. Lo que somos- . -No cometas el mismo error que yo-

Aproximadamente veinte días antes de aquel momento, antes de esa tarde de sábado con la persiana a la mitad y el baloncesto en la televisión, recibí una llamada al trabajo. Era un 22 de septiembre. Serian las seis de la tarde. Al otro lado, derrotada, mi hermana me confesaba que los problemas de espalda eran , en realidad, una metástasis de un cáncer definitivo sin ninguna posibilidad de paso atrás. -Tres meses- dijo. También me consultó la manera en la que se lo íbamos a decir. -No lo sé- dije entre calmado y bloqueado -Luego te llamo- Me senté en un bordillo. No sé cuánto tiempo, quizá esperando despertarme. Unas horas después volvió a sonar el teléfono. -Hola, hijo- . -Hola, papa- . -¿Has hablado con tu hermana?- y yo hice una pausa. Fue una pausa larga pero no dije nada. -¿Me muero, verdad?-. -Si- le respondí.

A finales de agosto habíamos estado paseando cerca de la playa y me daba consejos, de esos que no se tienen muy en cuenta, sobre cómo cuadrar un balance. Yo no fui de vacaciones con la familia y me arrepentí siempre.

-Tranquilo, no pasa nada, estas cosas suceden y ya está. Preocúpate, eso sí, por tu madre y no dejes tus obligaciones. Te diré como lo hacemos.
-Vale.

Después de esa conversación estuve perdido seis meses. Tres de hospitales y recuerdos, de intensidades y conversaciones, de cunetas en la carretera llorando. Otros tres ido, sin ningún rumbo. Yo fui a trabajar, como un autómata, con el traje del entierro después de 450km de carretera y nieve. Creo que perdí todo lo que tenía dentro del alma para no enfrentarme al dolor de aquel vacío y ese desagüe se llevó demasiadas cosas valiosas por el sumidero. No tuve valor para compartir ese desamparo. Soy absolutamente incapaz de recordar los tres meses después del 20 de diciembre del 2009 de la misma forma que la claridad cristalina de algunos instantes grabados a fuego han ocultado todo lo demás entre la llamada de mi hermana y la nevada que cayó sobre Madrid a las seis de la mañana del dia 20. Como un miembro amputado aún me duele muchas veces y busco, en definitiva, todo lo que aprendí y desaprendí en aquel tiempo.

No fue poco pero no fue suficiente porque, si me fijo en la historia, después de años y enseñanzas para intentar enseñarme a ser digno y orgulloso, valiente y honrado, masculino y esforzado o simplemente fuerte lo que estaba era empezando a aprender cómo también nos debíamos llorar juntos.

Han pasado cinco años y no lo he aprendido todavía.
Sigo llorando solo.

19 de diciembre de 2014

Anuncios (porno emocional), resúmenes y navidad

No me gusta la navidad. Llego a la conclusión de que es uno de los pocos actos de libertad que me quedan como ser humano aunque más de uno me considere un amargado asqueroso incapaz de sentir empatía con la felicidad global.

No me gusta porque veo a Ikea con emotivos anuncios pidiendo que juegues con tus hijos pero sé positivamente que invierten en los parques de bolas para que, cuando se haga realidad el proceso de compra,  abandones a los niños y puedas consumir sin prisa, que es como se gasta más.

No me gusta porque no se juega a la lotería para repartirlo con alguien más necesitado sino para ver si podemos mandar a tomar viento a nuestra supuestamente mediocre vida y comprarnos una nueva.

No me gusta, en definitiva, porque hay que ser feliz por definición, sobre todo de una manera comercial. Parece que no haya que serlo el resto del año, que no hay felicitaciones posibles en abril o en octubre, solidaridades que aguanten más allá del día de reyes magos.

No me gusta porque los grandes negocios de nuestra era gastan dinero a espuertas para vendernos su propia felicidad, que es una felicidad que esconde, siempre, que son grandes negocios. Eso es parte de la definición de hipocresía. No suena a sinceridad sino a porno emocional que siempre evita el hecho de que con la mitad de la mitad de lo que cuesta el anuncio se pagan meses de comida a familias con todos los miembros en paro.

No me gusta porque es casi una imposición social y a mi me gusta intentar ser bueno todo el año.

Y los resúmenes esconden nuestras miserias como sociedad global. Las felicitaciones express e impersonales que me llegan me hacen sentir un número dentro del marketing.
Probablemente si nos dejaran elegir a nosotros lo que nos hace felices hubiéramos tomado otras decisiones. Probablemente es cierto que más de uno necesita que le digan lo que le hace o lo que no le hace feliz.


Según Youtube:
Según Facebook:
Según la Wikipedia:
Según algo más "de andar por casa" (aparte de la porquería de mahou):

17 de diciembre de 2014

Líderes de whatsapp

El whatsapp, esa herramienta superada en todos los aspectos técnicos por sus competidores, sigue siendo el rey en lo que se refiere a usuarios. Más en España. Tenemos el orgulloso título de ser el pais más activo del mundo con esta aplicación. Nos importa un soberano carajo que se puedan monitorizar nuestras conversaciónes, que no haya ninguna seguridad o que no exista una plataforma oficial para usarlo en un dispositivo sin 3g. Como buen español, el usuario de whatsapp ideal echará la culpa a otro si se hace público algo que vaya por ese sistema. 65 minutos al día de chat. Con dos cojones. Más si eres mujer porque las estadísticas son las que son. Nuestras niñas entre 15 y 30 años son unas auténticas yonkis y aún nos parece moderno verlas, en medio del botellón, escribiendo con los pulgares a velocidad de vértigo sin mirarse casi a la cara entre ellas. Hay algo, en medio de la distopía española, que lo hace apasionante.

Será eso. En medio de una sociedad descorazonada hay una mediocre herramienta de chat donde a jugar a ser quien no somos, esconder nuestros secretos y enviar chistes insulsos. Somos líderes

Pd: otros datos para comparar: según las estadísticas de la web porno pornhub.com los españoles somos los 10 del mundo en consumo pornográfico y estamos una media de 8 minutos.
Definitivamente nos gusta mucho más el mamoneo que el resultado.

12 de diciembre de 2014

La intensidad

Conocí a una mujer intensa, con vicio y con prisas, con la necesidad de trasnochar todas las noches y también a una mujer que me hizo esperar y conocerla, como una larga etapa de una vuelta ciclista. No fue a la vez ni fue un desvío, ni siquiera fue en un momento reciente o presente, simplemente no fue.

Tuve la suerte de tener coche muy joven, con apenas cuatro días más que la edad mínima para conducir. Y conduje rápido. Sobre el asiento del copiloto secuestré los besos de quien creo que me quiso y nunca me preocupé de revisar el aceite o de mirar con detenimiento la manera que tenían de rendir los cilindros. El coche se rompió, en medio de una subida, cuando ya no había nadie a mi lado y acumulaba demasiados kilómetros en los surcos de las ruedas. Tuve otro coche de la misma manera que tuve otra novia. Y ya no tengo ninguno de los dos elementos de la ecuación anterior.

Me senté delante de un ordenador. Era una pantalla de fósforo verde que parecía más tecnológica que aquella máquina que conectaba a la televisión pequeña de mi casa. Un día, como si fuera algo mágico, sonó el ruido del abejorro que se conectaba a una red, a una BBS, y abría ante mi la posibilidad de acceder a la biblioteca de los sueños, al conocimiento y también al porno, que es algo que nos ha picado cuando se suma la intimidad, adolescencia y la tecnología. Durante años se me olvidó defragmentar, buscar virus, organizar carpetas o incluso limpiar los ventiladores. Desde infovía hasta internet quise más velocidad, más rapidez, más contenidos, más películas, más Napster, bittorrent, emule, messenger, skype o wikipedia. Más y Ya. Algo nuevo en cada conexión. Un chiste, un video, una fotografía. Dicen que Instagram es el refugio de los que aceptaron a su familia en Facebook o, quizá, el nuevo patio de vecinos donde sorprenderse con la naturaleza humana. Chatroullette o una aplicación de móvil donde puedes despertar a un desconocido o que un desconocido te despierte. Todo sea por la sorpresa. Todo sea por la intensidad. Ya habrá tiempo para reflexionar cuando acabe la vorágine de la modernidad.

Descansar o pensar. Repetir o calmarse. Sentarse o respirar. "Esas son cosas de perdedores" parece que se escribió en algún eslogan. No es una excusa llegar tarde porque paraste a ver el atardecer, aunque mandes la ubicación por whatsapp (y dos o tres fotos, siendo una un selfie).

Fui al cine. La sala enorme y brillante, la que tiene las butacas acumuladas hasta el infinito, se puebla y se repuebla proyectando explosiones y carreras, chistes fáciles, mujeres voluptuosas y ultramachos incapaces de llegar a una razón por encima de la mera división de buenos y malos que tienen los cuentos. Metraje justo para no abusar en el tiempo y acabar con la última palomita. Es el lugar al que llevamos, como a los programas de dibujos animados los niños, a quienes no queremos equivocarnos por lo masivo y masticable de la decisión. Mi anteúltima película emocionante la vi en un cineforum escondida entre basura pretenciosa, que es el riesgo de democratizar algún arte permitiendo cualquier licencia. Cien mil modernos pueden equivocarse y un millón de "normales", que no vegetarianos pueden acertar, aunque sea de casualidad.

El ritmo machacón y purulento siempre tiene más éxito que la música clásica.

La televisión acabó a golpe de audímetro con las tertulias de personas inteligentes. Subsistieron, casi como la selección natural de la sociedad, los gritones, los faltones, los eclécticos irascibles y los freaks fáciles. Es más rápido y efectista un buen insulto y un gran escándalo que una negociación razonada entre dos puntos de vista.

La intensidad, al final, lo puede casi todo aunque no lleve a ningún lugar. Lo furtivo. Desnudarse mutuamente por el pasillo, entornar los ojos aprovechando los instantes con fecha de caducidad. Las historias de amor con final marcado siempre son más emocionantes, pero se evaporan. Las relaciones sinusoidales tienen una longitud de onda casi eterna, hasta que se atenúan y se mueren, que es cuando fallecen viendo el telediario frente a un plato precocinado ubicados, cada uno, en su lado del sofá.

Y no está mal ser intenso como el primer bocado de un placer, como la primera calada de un exfumador o como el primer beso apasionado al despedirse en la puerta, y no marcharse.

Pero no se puede ser intenso siempre como no se puede hacer una etapa al sprint. Las películas de verdad, las canciones que se quedan, los libros que nos sobreviven y los amores que perduran aprenden a subsistir sin el momento de tensión que se tiene al saltar de un lado a otro del barranco, sino porque van, despacio, por el largo camino turístico que lo recorre hasta la otra parte.

Eso es lo que no aprendimos y por eso mismo hay quien vive de intensidad en intensidad sin descansar o pensar, sin calmarse, sentarse o respirar. Sin aprender a aburrirse.

La intensidad no deja mirar a los lados.

9 de diciembre de 2014

La nueva política

¿Sabes ese momento de la adolescencia en el que te crees más listo que tus padres, más maduro que nadie, más capaz que cualquiera, estas convencido que todos se equivocan, haces chistes sobre los poderosos, te apropias de la verdad, desprecias a los que no piensan como tu y crees que la justicia reside en tu sacrosanta manera de ver el mundo?

Pues eso es la nueva política.

(Mi madre dice que por eso hemos pasado todos pero se va con el tiempo, como los granos. -Luego- añade -os volvéis buenas y trabajadoras personas, pero es ley de vida-. )

7 de diciembre de 2014

El carácter y el grupo B (1986-2014)

-Aparte del talento natural que pueda tener uno u otro hay cosas que se pueden suplir a base de trabajo y sacrificio, de carácter. - decía Fernando Martin antes de ir a jugar en Portland.

Aproximadamente era el año 86. Explotó Chernobil, España entró en la Otan, también en la Cee y se vendió Seat a los alemanes. Por las carreteras, como monstruos de 500cv que arrasaban todo a su paso, los coches de rallies del grupo B vivían su última temporada. Más de uno nos creímos los reyes del mundo. Sin embargo y de una manera convulsa, en el rallie de Portugal un Ford Rs200 incontrolado se llevó por delante a varias personas y la razón, que no la técnica, puso fin a ese crecimiento exponencial del riesgo y la mecánica en la que la potencia y los caballos habían dejado muy atrás a la propia limitación humana para dominarlos, ni siquiera con carácter.

Nosotros, enloquecidos por las hormonas de la adolescencia y azuzados por las historias de éxito que poblaban las televisión en donde el bueno siempre ganaba tras unos minutos en los que parecía perder, asumimos que teníamos por delante un futuro prometedor. Tampoco creímos tener límite porque si acaso no estaba dentro de cada uno ese talento natural, nos sobraba carácter.

Unos pocos años después yo mismo conducía un ruidoso coche cuadrado a 240km/h en lo que entonces era una moderna recta cántabra. Apretaba los dientes. Sujetaba el volante y no tenía ningún tipo de miedo a morir porque esa necesidad de sentir el motor rugiendo y la falsa sensación de poder lo dejaban bajo la alfombra de la aceleración. Ahora hay un radar al final de recta, detrás de un cartel, y si voy a más de 120km/h adelanto a vehículos cómodos y espaciosos que iluminan su interior con luces, pantallas y una música en mp3 que no protesta, que casi no tiene sentido y aspira a ser los veinte segundos de rentabilidad que puede proporcionar una campaña publicitaria.

Tampoco sé si acaso nos volvimos idiotas por escuchar música pop o escuchábamos música pop porque, en realidad, éramos idiotas.

El caso es que, casi como el atleta que está tan seguro de su triunfo que se olvida de entrenar, sufrimos una pérdida en las olimpiadas de las aspiraciones. Nos estrellamos, como en Portugal, y en ese preciso instante que estaba bien metido en los 90 (2008) tuvimos que reinventarnos como los rallies. La industria del automovil siempre ha estado un paso por delante de lo que nos va a suceder y verla es como leer el horóscopo al final del día, que es cuando lo leo yo, para descubrir si acertó o no porque, en realidad y muy cerca del crucigrama del periódico, es una hemeroteca del espiritismo.

Las promociones inmobiliarias con las que soñábamos eran casas unifamiliares donde, a un paso del campo de golf y especialmente cerca de la piscina privada nuestro cuerpo bronceado sonreía, copa en mano y deportivo en el garaje, jactándonos de un asegurado y certero triunfo. Los esqueletos urbanísticos son los esqueletos de nuestros sueños hechos añicos por la lógica que se descubre cuando los acontecimientos han sucedido, cuando fuimos cegados por la pasión o por los parlanchines que venden tónicos milagrosos en una carreta, al final del pueblo, justo enfrente del saloon.

Ahora descubrimos que, en realidad, para llegar a aquello era más complicado que el mero hecho de tener carácter.

En este preciso instante podemos taparnos los oídos y gritar esperando, como un niño, que todo esté arreglado al cesar el ruido. Justificarnos. Creer en los ciclos como se puede creer que la pasión volverá en algún momento a despellejarnos las rodillas. Conducir mientras suena "necesito saber donde van a parar las noches que me pongo pensar en esta ciudad y en todo lo que tengo que correr para largarme fuera" y después "de qué me sirve salir de esta inmensa ciudad si de quien pretendo huir seguirá dentro de mi".

También podemos sentarnos y pensar, reconducirnos. Aceptarnos. Convencer a nuestra madre que no llegaremos nunca al pedestal en el que nos quiso poner y, sin embargo, saber que nos quiere de la misma forma, que es la forma en la que se quieren los ancianos y los sabios. La misma forma en la que conducen los precavidos para llegar al mismo sitio con sus berlinas con airbags.

Tras años de confiar en nuestras pasiones, de rendirnos a nuestros sueños, de exprimir y buscar la intensidad en cada paso casi como si fuera, tanta energía, una explosión nuclear que nos catapultara hacia el parnaso de un triunfo mal entendido, ha llegado el momento de sentarnos y respirar. Coger aire. Mirar alrededor. Ordenar los pedazos.

Y, sabiendo que no se puede llegar a todo pero nunca es tan malo ni tan bueno, empezar de otra otra forma y otra vez.

Puede ser sacrificio, puede ser trabajo, incluso puede ser una cuestión de carácter pero, sobre todo, es una cuestión de conocer las limitaciones y eso es lo que no sabíamos en 1986.

Hoy en día los coches de rallies hacen mejores tiempos que el añorado grupo B. Y menos ruido. Fernando Martin murió en accidente de tráfico con un Lancia rojo antes de que la M30 tuviera el límite en 80.


Efemérides:
Los Beatles comenzaron haciendo ruido, acumulando gritos de las fans, dejando un ensordecedor legado. Las mejores canciones de John surgieron después de la marejada que le arrastró durante los 60. El 8 de diciembre hace 34 años que fue asesinado después de pedirle un autógrafo. Ni siquiera estaba seguro de lo que tenía que creer.


Pd:
A Salomina le dan miedo los ascensores. Ni siquiera ella misma sabe el motivo.

3 de diciembre de 2014

La niña proletaria.

-Qué niña más rica- le dice un amable amigo familiar a la pequeñaja que dice sus primeras palabras y da sus primeros pasos. La niña le mira muy seria -Yo no soy rica, soy proletaria-

Es uno de esos momentos en los que, casi como la manera de vestir, es culpa de los padres.

Claro que ser rico ya no mola. No es elegante ni educado. Desde los 80 hasta entrados los 2miles era importante un coche aplastado y ruidoso, un trolex, ropa variada que significara un importante fondo de armario, fotos en islas paradisíacas, bronceados casi chocolateados y alguna que otra joya brillante y obscenamente grande. Un anillaco, que dicen por ahí. Y esa cadencia al hablar en donde parece que se está quedando el chicle en nada.

Ahora está de moda jactarse de ser pobre y castigado. Víctimas de un sistema de ricos para ricos donde no haya lugar para la condescendencia. Apostar, como en una casa de apuestas que florece entre el softporno y los echadores de cartas a altas horas de la madrugada, por la maldad de todo aquel que sobresale, aunque sea el vigía que mira a lo lejos en el campo de batalla. Arrancarle la cabeza de un disparo certero y esperar, en medio de la negritud del invierno, a que algún arcángel venga a darnos luz sin haber ajustado nuestras bombillas.

Los que soñaban con ser constructores visten barbas y ropa hipster de segunda mano mientras firman en change.org.

Y sus hijas afirman ser proletarias.