"Soy un guepardo de las calles con un corazón lleno de napalm. Soy un hijo fugitivo de la bomba nuclear. Soy un niño olvidado por el mundo. El que busca y destruye." -cantaban The Stooges en 1973 sucios como el más gran Neil Youg. Luego los versionearon los Red Hot. Había pasado bastante tiempo desde que la revolución hippy y quizá desde un momento, allá sobre los años 60, en los que alguien empezó a tener cierta conciencia de algo global. Los alemanes habían perdido dos guerras y los americanos del norte habían ganado otras dos. Todas arrasando europa porque cuando se juega fuera no hay que poner el campo. Alguien había descubierto que era verdad eso de que el mundo era redondo y que hay publicidades, gobiernos, movimientos de ajedrez y aleteos de mariposas que terminan afectando al sabor de las pechugas de pollo sobre nuestros platos. En algún sitió germinó esa poderosa neurona que nos tiene temerosos de saber si acaso aquel deseo o aquella aspiración no es nuestra en realidad sino fruto de una bajada de interés, un mensaje subliminal o una necesidad impuesta por la sociedad de consumo que necesita la grasa de nuestro sacrificio para seguir girando.
Quizá en el 69, con Richie Heavens cantando a la libertad, Janis borracha, Jimmy desatado y Joe llegando a lo más alto con 25 años, lo único que se esperaba era que todos esos jóvenes fueran cayendo golpeados por las drogas e ignorados por el tiempo.Si iba a matar a Elvis también lo haría con todos esos truculentos tipos que cantaban imposibles pero que, y en eso hay a quien se le olvidó, arrastraron en su barbaridad artística y en su locura comunal, al estilo Jim Morrison, a su generación y las que aparecimos por detrás.
Diez años después, no muchos más, esa reivindicación sobre lo que podía ser posible se convirtió en un desastre imposible, en una incapacidad, en una lucha perdida. El punk representaba la bajada de brazos sumida en la rabia de una generación que se veía incapaz de cambiar nada. Una generación que no tenía futuro, una generación sin sentimientos pero que irradiaba la agresividad del perro apaleado. La prueba más clara que tuvimos en España fueron los cerebros destruídos de Eskorbuto porque se los llevaron por delante las drogas duras con las que toda una generación se quedó parada en un portal aunque fuera Pepe Risi, Antonio Vega, Enrique Urquijo o el hijo de Berlanga. Entre los 70 y los que duraron los cuerpos bajo el paraguas de la heroína toda una gran manada de ira saltaba de entre las cenizas del ocaso de la industrialización salvaje. Fue un puñetazo en la mesa pero a aquellos espectadores del punk alguien les compró con un pequeño utilitario que ya no querían perder porque era algo que podían perder.
Así que todo aquello se convirtió en un poco de grunge y mucho pesimismo. Soundgarden, Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains o The Smashing Pumpkins recogieron las cenizas que quedaban pero, por alguna razón, ya no era la crítica la base que arrancaba cada nota. Había una pesadumbre infinita y un lúgubre malestar que casi se metamorfoseó en la marioneta triste que fue Robert Smith en alguna de sus más tristes interpretaciones sobre la tristeza irrompible. Por alguna razón, quizá de supervivencia, esperanza de vida o aprendizaje de experiencias anteriores, la mayor parte de estos muchachos aún no han muerto como tampoco lo han hecho los Rolling, Bowie o el mismísimo Dylan.
Pero también hacía falta algo de reivindicación, así que Rage Against de Machine se subieron al escenario mientras Radiohead estaba experimentando y no reivindicando, mientras U2 blandía la bandera blanca de la corrección y Madonna, como exponente, quiso hacer de la reivindicación contra los poderes y los ricos una herramienta de venta en el que los niños buenos de papa se sintieran trasnochados anarquistas. En ese momento, a mediados de los años 90, empezaba a ser complicado descubrir donde estaba la lucha contra un sistema y el postureo, donde encontrar, quizá fuera de un hip hop minoritario de bandas de los Angeles, aquella voz donde sentir representada la neurona que nos queda en medio de este cerebro embotado con miles y miles me metros cúbicos de información inutilmente orientada.
Porque ya no teníamos un utilitario sino también un ordenador, un teléfono, un trabajo precario, una subvención irrisoria y pocas energías para diferenciar.
Así que ahora, después de todo eso, después del principio del Rock&Roll, los hippys, los punks, el grunge, el rap o el hip hop... nos quedan videos de youtube. Son esos que empiezan con publicidad y que cada vez nos van quitando las ganas de "omitir anuncio". Esa es la droga que acabara con este ciclo.
Lo que no sé es si nos repondremos otra vez.
Iggy Pop sigue cantando "Search and Destroy" pero Beyoncé llena los estadios. Reconozco que los profesionales del sonido son mucho más elegantes y más profesionales pero las letras se han convertido en relleno.
Sin alma no es posible que exista espíritu.
Quizá en el 69, con Richie Heavens cantando a la libertad, Janis borracha, Jimmy desatado y Joe llegando a lo más alto con 25 años, lo único que se esperaba era que todos esos jóvenes fueran cayendo golpeados por las drogas e ignorados por el tiempo.Si iba a matar a Elvis también lo haría con todos esos truculentos tipos que cantaban imposibles pero que, y en eso hay a quien se le olvidó, arrastraron en su barbaridad artística y en su locura comunal, al estilo Jim Morrison, a su generación y las que aparecimos por detrás.
Diez años después, no muchos más, esa reivindicación sobre lo que podía ser posible se convirtió en un desastre imposible, en una incapacidad, en una lucha perdida. El punk representaba la bajada de brazos sumida en la rabia de una generación que se veía incapaz de cambiar nada. Una generación que no tenía futuro, una generación sin sentimientos pero que irradiaba la agresividad del perro apaleado. La prueba más clara que tuvimos en España fueron los cerebros destruídos de Eskorbuto porque se los llevaron por delante las drogas duras con las que toda una generación se quedó parada en un portal aunque fuera Pepe Risi, Antonio Vega, Enrique Urquijo o el hijo de Berlanga. Entre los 70 y los que duraron los cuerpos bajo el paraguas de la heroína toda una gran manada de ira saltaba de entre las cenizas del ocaso de la industrialización salvaje. Fue un puñetazo en la mesa pero a aquellos espectadores del punk alguien les compró con un pequeño utilitario que ya no querían perder porque era algo que podían perder.
Así que todo aquello se convirtió en un poco de grunge y mucho pesimismo. Soundgarden, Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains o The Smashing Pumpkins recogieron las cenizas que quedaban pero, por alguna razón, ya no era la crítica la base que arrancaba cada nota. Había una pesadumbre infinita y un lúgubre malestar que casi se metamorfoseó en la marioneta triste que fue Robert Smith en alguna de sus más tristes interpretaciones sobre la tristeza irrompible. Por alguna razón, quizá de supervivencia, esperanza de vida o aprendizaje de experiencias anteriores, la mayor parte de estos muchachos aún no han muerto como tampoco lo han hecho los Rolling, Bowie o el mismísimo Dylan.
Pero también hacía falta algo de reivindicación, así que Rage Against de Machine se subieron al escenario mientras Radiohead estaba experimentando y no reivindicando, mientras U2 blandía la bandera blanca de la corrección y Madonna, como exponente, quiso hacer de la reivindicación contra los poderes y los ricos una herramienta de venta en el que los niños buenos de papa se sintieran trasnochados anarquistas. En ese momento, a mediados de los años 90, empezaba a ser complicado descubrir donde estaba la lucha contra un sistema y el postureo, donde encontrar, quizá fuera de un hip hop minoritario de bandas de los Angeles, aquella voz donde sentir representada la neurona que nos queda en medio de este cerebro embotado con miles y miles me metros cúbicos de información inutilmente orientada.
Porque ya no teníamos un utilitario sino también un ordenador, un teléfono, un trabajo precario, una subvención irrisoria y pocas energías para diferenciar.
Así que ahora, después de todo eso, después del principio del Rock&Roll, los hippys, los punks, el grunge, el rap o el hip hop... nos quedan videos de youtube. Son esos que empiezan con publicidad y que cada vez nos van quitando las ganas de "omitir anuncio". Esa es la droga que acabara con este ciclo.
Lo que no sé es si nos repondremos otra vez.
Iggy Pop sigue cantando "Search and Destroy" pero Beyoncé llena los estadios. Reconozco que los profesionales del sonido son mucho más elegantes y más profesionales pero las letras se han convertido en relleno.
Sin alma no es posible que exista espíritu.
El pop y el metal (en todas sus variantes) me los he dejado conscientemente
¿Porqué dejar pop o metal? ¿Para otra ocasión?
ResponderEliminarBasicamente porque el pop no suena muy reivindicativo y de metal, aunque conozco algo, creo que soy un analfabeto.
ResponderEliminarY porque el texto salió del tirón y luego me di cuenta de las carencias, como en la vida misma.