Odié, durante dos años, a mi psicólogo. Sencillamente porque me cogía la cabeza y me la metía por el culo viendo mi mierda y olíendo mis miserias. Curiosamente aprendí. Descubrí una tendencia a adivinar algunos tufillos y la manera de hacer que salpicaran menos, aunque estuvieran ahí.
Me marché de terapia sin saber mirarme la espalda y casi como una redención nunca dejé de aprender y cometí el error de sentarme a hablar con las personas que creí querer o que quise, porque nunca he entendido realmente la diferencia. Como siempre, casi como un problema no solucionado, mi bocaza me perdió. Mejor dicho: me hizo perder.
Así que me odiaron por destapar miserias, por no ser un payaso divertido y guasón que dice a todo que sí y que se queda hasta la última copa para robar los besos de la última chica en la última casa bajo las últimas sábanas. Pedí perdón, dije "deberías de pensar en esto". Pedí directamente un abrazo. Personalicé mis sueños. Prometí lo que podía cumplir y dije que no a muchos imposibles.
Confundí el concepto de honestidad con la honestidad brutal de ese disco de Calamaro fruto de una desolación sentimental. (Leo: Honestidad brutal es cuando en la película "Closer", Julia Roberts le dice a Clive Owen “a qué sabe” el semen de Jude Law. O cuando, en la misma "Closer", Natalie Portman le dice también a Owen “mentir es la cosa más divertida que puede hacer una chica sin quitarse la ropa”. Honestidad brutal es un primer plano a la Portman, es un primerísimo primer plano a Uma Thurman.)
Pensé, en un momento de lucidez extrema, que ser un hipócrita era una condición necesaria para el éxito (social, sexual o popular). No supe. No valgo de la misma manera que he admitido hace mucho que soy un nadador nefasto. Y un bocazas honoris causa.
Ahora me odian a mi de la misma forma que yo odié a mi psicólogo. Al menos él lo hacía por dinero y yo había asumido que me iba a doler, que ese es el motivo por el que la mayoría de las personas dejan la terapia al empezar: porque duele. Duele como el amor, como las despedidas, como los sentimientos no devueltos o como la justicia universal que no existe.
La naturaleza humana es miserable y mentirosa. Dice cosas, hace las contrarias. Hablamos de justicia, de igualdad, de equilibrio y de bondad cuando nos llevan los vientos del egoismo, de la avaricia y de los pecados capitales. Odiamos a nuestros padres porque nos obligan a estudiar y les añoramos como perros abandonados cuando su voz no está marcando algún camino. "¿Realmente quieres fumar?"- me dijo mi padre en la terraza cuando encontró un cigarro entre mi aliento. "Si"- respondi como el adulto que no era. Entonces le odie por hacerme fumar ese puro que me dio y que me tuvo tosiendo dos días. En realidad hizo reales mis deseos, equivocados como los de un adolescente rebelde, en vez de intentar convencerme de mi error.
Así que la moraleja es que, quizá, no hay que ser ese tipo asqueroso que va por la vida dando lecciones.
¿Sabes ese tipo que va por ahí con la cabeza alta como si estuviera de vuelta de todo y que se atreve a decirte el tamaño de la hostia que te vas a dar? Ese era yo y, además, intenté aprender a estar para recogerte como compensación a todas las veces que no estuve.
Y ese es un error aunque parezca que es la posición más brutalmente honesta.
Es cuestión de naturaleza humana. Los idiotas viven mejor más.
Pd: A veces se olvida que se supone que después, se mejora. Claro que la constancia no es una virtud hoy en día y yo, que soy un tipo perseverante, también tengo un límite. En terminator 2 un cientifico herido se queda sujetando una bomba que les hará explotar a todos por los aires. Les mira. Dice "corred, no sé cuanto tiempo podré aguantar"
Ahora me odian a mi de la misma forma que yo odié a mi psicólogo. Al menos él lo hacía por dinero y yo había asumido que me iba a doler, que ese es el motivo por el que la mayoría de las personas dejan la terapia al empezar: porque duele. Duele como el amor, como las despedidas, como los sentimientos no devueltos o como la justicia universal que no existe.
La naturaleza humana es miserable y mentirosa. Dice cosas, hace las contrarias. Hablamos de justicia, de igualdad, de equilibrio y de bondad cuando nos llevan los vientos del egoismo, de la avaricia y de los pecados capitales. Odiamos a nuestros padres porque nos obligan a estudiar y les añoramos como perros abandonados cuando su voz no está marcando algún camino. "¿Realmente quieres fumar?"- me dijo mi padre en la terraza cuando encontró un cigarro entre mi aliento. "Si"- respondi como el adulto que no era. Entonces le odie por hacerme fumar ese puro que me dio y que me tuvo tosiendo dos días. En realidad hizo reales mis deseos, equivocados como los de un adolescente rebelde, en vez de intentar convencerme de mi error.
Así que la moraleja es que, quizá, no hay que ser ese tipo asqueroso que va por la vida dando lecciones.
¿Sabes ese tipo que va por ahí con la cabeza alta como si estuviera de vuelta de todo y que se atreve a decirte el tamaño de la hostia que te vas a dar? Ese era yo y, además, intenté aprender a estar para recogerte como compensación a todas las veces que no estuve.
Y ese es un error aunque parezca que es la posición más brutalmente honesta.
Es cuestión de naturaleza humana. Los idiotas viven