9 de julio de 2014

Los exitosos olvidadizos.

Se me olvidó.

Ser un soplagaitas, un gilipollas, un arquetípico trasnochado.

Pertenecer a un grupo, llevar a cabo los actos establecidos. Nunca preguntar por qué.

Dejar a un lado la verdad como un publicista de éxito, eliminar de la ecuación las variables irresolubles como un político en campaña. Se me olvidó dejar de ser consciente de todas las verdades y procuré poner el bien global por encima del bien personal como un autónomo arruinado con empleados que aún cobran.

Se me olvidó ponerme el primero de la fila aunque fuera a empujones porque pensé más en los empujones antes que en el puesto. No hice la falta al delantero porque tuve un momento de debilidad con su tibia debajo de los tacos de mi bota aunque él era mucho más rápido. Cedí el paracaídas como quien cede el asiento a una embarazada.

Y me preparo para ver cómo me señalan con el dedo sin un panegírico elegido, aunque fuera para un sacrificio, porque hay momentos en los que parece haber nacido en el momento equivocado, haber pensado más de cinco minutos al día para enfrentarse a los demonios o haber sido un deportista de élite acusando los excesos y doliéndose continuamente de sus músculos lesionados eternamente.

Se me olvidó.

Salir a la calle sin pensar en más. Reírme en una fiesta popular. Beber porque toca, follar porque sí, subirme encima de una mesa, hablar muy alto, tener conciencia errónea de pensar que mis caprichos son el centro del universo. Pagar los vicios sin pensar en pagar la comida o un alquiler. Trasnochar sin pensar antes en la resaca. Nunca dije "te quiero" sin pensarlo cien veces.

Usar argumentos de otros como si fueran una defecación de mi cerebro. Sufrir de la exaltación que te aportan los silogismos. Negar lo obvio y mirar a otro lado para no aceptar mis propias limitaciones.

Ser un imbécil que se ahoga en su argumentario negando a los demás.

Simplemente se me olvidó.

Y ese es el error. No hay éxito sin un porcentaje de olvido. No hay triunfo sin un componente de amputación de la verdad. No podrá ser feliz si no desaparezco de sus recuerdos, no querré a nadie si no olvido que la quise, no se puede ser religioso valorando a los dioses de los demás de la misma manera que no se puede defender una marca o una ideología sin insultar y degradar las elecciones libres de los otros.

Porque hay un momento en el que me pregunto el por qué empiezo a pensar y, entonces, se me olvida que se me olvidó.

Y vuelve la imposibilidad de seguir, como un bucle.

Es muy difícil imposible llegar a nada sin olvidar, sobre todo cuando este mundo de almacenes de información infinita está repleto de exitosos olvidadizos.

Pd: no hablo de saber que está ahí y simplemente ignorarlo, porque eso sería un acto de infinita valentía. Hablo de olvidar, de negar, de ni siquiera saber que existe. Sencillamente de castrar la realidad por la realidad que nos interese o que le interese al personaje de turno.

3 comentarios:

  1. Supongo que hay tipos de triunfo, pero el único que vale es tener tranquila la conciencia. Por eso vale la pena jugar según las normas aunque a los "triunfadores" se les olvide lo único que importa.

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  2. Pero que bien escribes...

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