A todos, especialmente a quienes llevamos conectados a diario más tiempo del que somos capaces de recordar, nos ha pasado alguna vez: nos mandan un video, una foto, un link o una inconveniencia que ya vimos hace demasiado tiempo y que estaba escondida en alguna parte del cerebro que casi estaba olvidada.
Suele venir de alguien que acaba de conectarse, que tiene al día algún perfil y que se siente como si hubiera encontrado la aguja en el pajar que es internet y en el que más de uno retoza sin control pensando que lo que ve en su pantalla sólamente lo sabe él.
Internet llegó a quienes nacimos sin que existiera como una explosión de imágenes pornográficas sin control que descubríamos en la soledad de nuestra habitación, sobre todo si estábamos en plena adolescencia.
Para los que llegaron después pudo ser la necesidad de acumulación compulsiva de música como ahora puede ser la acumulación compulsiva de series de Tv. Pero siempre compulsivo y siempre buscando algún límite que pensábamos que no existía o algún chiste que no nos habían contado.
Con el paso del tiempo la burbuja ha crecido y los límites han cambiado al menos para quienes hemos aprendido a convivir con la existencia de un medio que se cuela en el bolsillo de nuestro pantalón sin enseñarnos a diferenciar si acaso hemos recibido un mail o lo que nos vibra es el principio de un futuro cáncer de próstata.
Sin embargo, como quien es un melómano imparable que lo ha oido todo o un lector asiduo que traga páginas tras páginas, empieza a vivirse la diferencia entre quien lo ha visto casi todo y el que descubre un video y bombardea con él a los desafortunados que le aceptaron en facebook o le dieron su mail.
De la misma manera que alguno cree que Pitingo es el creador de Smell like teen spirit más de uno vive en la retardada creencia que la nueva soplapollez que ha descubierto la quieren compartir los demás, que la vieron en 1995 con su conexion de 56k y aquel módem que hacía aquellos ruidos infernales, como gritos de cerdos sacrificados, antes de conectarse lentamente.
Los contenidos y las páginas de internet viven al amparo de las modas y lo fácil, de lo comercial y lo masticable. Es mucho más sencillo lograr visitas sacando la foto de un testículo pelado que redactando un buen texto o creando un elegante video. Es mucho más sencillo tirarse a alguien tras cinco copas y olvidarle que enfrentarse al reto valiente de una relación. Es más rápido salir en el telediario por mearse sobre la foto de Rajoy en medio de un mitin del PP que por haber descubierto la vacuna contra el Sida. Es más cómodo consumir canciones de menos de 3 minutos y 4 acordes que dos horas de compleja orquesta sinfónica.
En música se define como One Hit Wonder a aquellos grupos que subieron tan rápido como cayeron por culpa de una única canción.
En internet pudieran ser los One Hit Links aquellas cosillas que van de mail en mail, de perfil en perfil y que saturan las listas que aparecen a fin de año diciendo qué es lo más visto. Y nada lo recordaremos el año que viene, excepto si alguno te lo vuelve a mandar como si fuera nuevo.
Es lo mismo que si te regalan el principito o Juan Salvador Gaviota diciéndote que es la última moda en libros de autoayuda: descubres que la contraparte ha leído poco.
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