30 de agosto de 2024

El seguidismo es la felicidad de los peces.

Definitivamente, para algún tipo de segmentación, hay dos tipos de personas. Unas son seguidistas y facilonas. Disfrutan yendo a las fiestas populares, disfrazándose en carnaval, tocando la turuta en medio de las charangas, manteniendo los discursos que estén de moda o convenciéndote de la bondad de la película taquillera y la serie más vista. Son esas personas que se divierten dejándose llevar y estableciendo como lo que debe ser a todo aquello que hacen, aunque pudiera ser incompatible entre si. Incluso aunque es imposible llegar a todo se intenta, como lanzarse al acantilado de la frustación Yolo ( acrónimo del inglés "you only live once" )

Sin embargo, como bien explicaban en "en la cama" ( película mucho más que recomendable), eso siempre es sospechoso porque no se pertenece a ningún conjunto o simplemente se es "feliz" aceptando el conjunto que toque en ese instante.


Curiosamente si, por el contrario, eres una persona con criterio, pasas a ser tú el sospechoso. "Qué raro"- pueden decir- "nunca viene a los conciertos de las fiestas". Lo que sucede es que has hecho el esfuerzo de investigar al artista en cuestión y has decidido que no te gusta. Quizás, como ya eres viejecito, no te apetece ponerte macareno y decides irte a la cama o simplemente no beber el día que se supone que hay que beber pero es que, joder, no quieres beber. Ahí te sientes, demasiadas veces, señalado por el tumulto.

La pertenencia a un grupo pasa siempre por la crítica y el desplazamiento de quien no acepte las normas absolutas del grupo. Todos los geocentristas vivian mejor que los heliocentristas hasta 1543.

Asi que si ahora te gusta oir música en formato físico, no vas a ligar el mercadona o no organizas tu tiempo libre alrededor de los eventos deportivos del momento, eres un apestado. Lo eres más si te has quedado con algún parámetro de antes: haces chistes de Chiquito. vas a la gira de New Order o prefieres el hotel a dormir en la furgoneta. Fumas tabaco en vez de porros. Corres en vez de hacer running. Llamas al poliamor, cuernos. Trabajas por amor a hacer algo mejor y bien, sin pensar en las vacaciones o en el salario. No tienes tiktok. Jamás hiciste un Reel. Te gusta leer el periódico y vas a los artículos en vez de a los titulares. Valoras si hay partes de los discursos de partidos políticos a los que no votas que pudieran tener razón. Eres, literalmente, alguien peligroso. 

E infeliz.

Porque una de las formas más sencillas de ser feliz es creérselo y aceptar que mil millones de moscas no se van a equivocar a la vez. Existe un pálpito ensordecedor que, como la droga de la actualidad, premia con los efectos psicotrópicos de la felicidad supuesta a quien hace lo que suena, y se deja llevar con el río. Arrastrado y camino al mar de la insignificancia.

Ya me hice pro palestino, a favor de lo LGTB, solidario con los manteros, antifascista, contrario a los judíos, puse fotos de mis pies en las playas de verano y de tres copazos en instagram y ahora me toca decir que estoy triste por la vuelta al trabajo y dentro de nada recuperar a Mariah Carey por Navidad. Vi el coñazo del juego del clamar y quise creer que Breaking Bad era un guion muy original. Estoy convendo que Melendi es un antisitema porque se emborrachó en un avión.

También nuestros padres tuvieron un 600, fueron a Benidorm, estrenaron bikini, se creyeron muy modernos jugando al tenis, nos pidieron que llamásemos al llegar, que nos comiéramos todo lo del plato y que aprendiéramos inglés.

En realidad cambian los detalles pero se mantiene la esencia. Todos aquellos que hicieron lo que se esperaba de ellos subsistieron. Fueron franquistas, demócratas, hippies o llevaban coderas. Y los que sobrevivieron, en su mayoría, lo hicieron todo. El truco, supongo, es ser seguidista y pensar lo mínimo. 

El problema es que en esta sociedad llena de hemerotecas publicas y privadas, es mucho más sencillo mirar atrás y percatarnos de nuestras contradicciones obligadas. Claro que los que pusieron que Juan estaba en su casa dirán que eso es algo que le hicieron poner porque les engañaba el sistema. Ahora son más listos. Ahora, simplemente, les engaña el otro sistema.

Y a nadar.

Pd:
Pero, por otra parte y al ser las sociedades más grandes, incluso globales, movilizarlas es complicado y lento. El marketing, que ahora lo mancha todo haciéndolo dificil de separar de la verdad, sigue actuando sobre los mismos resortes de siempre y hace caer en el ridículo reivindicaciones que fueron perfectamente lícitas. Eso es un riesgo de volver a repetir el ciclo que ya habiamos superado. Supongo que nos hemos vuelto un poco Colon: no sabemos donde vamos, ni siquiera donde hemos llegado y buscamos que nos lo pague todo el estado.

Y no conocemos a nuestro enemigo porque es al que le hacemos caso para seguir creyendo que somos íntegros y felices.


26 de agosto de 2024

53

Ultimamente me atormenta una tontería en forma de símil.

Imagina que eres un fabricante de hombreras. Montas una fábrica. Inviertes y arriesgas tu dinero y sueños en hombreras. En realidad es un producto más. Insulso, que normalmente pasa desapercibido, poco visible a la vista e incluso algo que, una vez acabada la raza humana, no será recordado si nos descubren civilizaciones alienígenas. Puede que descubran los motores de combustión, las grandes construcciones, quizá parte de nuestra tecnología o incluso los avances científicos que nos hicieron ser los reyes del planeta. Puede que, si lo hacen bien, conozcan a nuestros grandes artistas y pensadores. Quizá descubran a las figuras deportivas como quien encuentra un tótem en la campiña escocesa. Pero es muy complicado que se topen con las hombreras.

Y sí que es verdad que durante un breve periodo del tiempo, allá entre el final de los 80 y unos pocos años de los 90 estuvieron de moda y eran cool. Molaban. Estaba bien que se notara que las teníamos e incluso fueron unos años boyantes para la empresa pero, como todo en la vida, fue efímero. Como la juventud.

Así que hoy, que cumplo 53, iré a mi modesta fábrica de hombreras y me empeñaré en seguir empresarialmente vivo porque siempre hay alguien que necesita una hombrera. Me sentaré en algún momento del día a recordar lo que fueron los años dorados y querré pensar que no hay ningún motivo para pensar que puedan volver, aunque de otra forma. Y si no vuelven, pues no vuelven. 

A veces no es la labor, sino la trayectoria. Y seguir. Del legado deberían de encargarse los arqueólogos de las civilizaciones que nos estudien.

Tampoco me importa que en los libros de historia se hable de las hombreras. O de mi, aunque sé que, como un replicante barato, es más improbable que lo que me contaron que iba a ser durante aquellos años en los que, hinchazo como una americana con hombreras, entraba en los bares haciendo el ridículo.

12 de agosto de 2024

La frutera y el marchante de arte.

-Y, dime, ¿a qué te dedicas?

-Soy gerente de un grupo de distribución de producto fresco que lleva muchos años siendo referencia en la cuidad. 

Más tarde descubrí que era la que llevaba la frutería que fundó su abuela. Un trabajo dignísimo, por cierto. Algo alejado de ser responsable de producto fresco del Eroski, pero eso son detallitos. También conozco a quien jura que es escritor porque aparece su nombre en Amazon sin caer en la cuenta que a Jeff Bezos le importa un colín si sabes escribir que ahí hay un hombre que dice !ay!. Otros dimos con alguna editorial obscenamente pequeña que apostó por nuestro fracasito y ninguno somos Reverte. En verano hay tenistas, pescadores, montañeros y especialistas en barbacoas que solamente lo son durante dos meses. Si les oyes hablar son el mismísimo Nadal, Argiñano o Juanito Oyarzabal. Te proporcionan más consejos que un cuñado titulado y conducen su SUV con ayudas electrónicas por las rectas autopistas de Castilla como si fueran Fernando Alonso en las calles de Mónaco. Tampoco es elegante hacerles ver la verdad. Además, y lo digo por experiencia, no se ganan amigos. 

Aquel futuro matrimonio ( spoiler, no duraron ni un año) nos quiso enseñar su futuro nido del amor eterno ( ¿he dicho que no fue ni un año?) . Así que nos llevaron a lo largo de las estancias de su vivienda mostrando , ufanamente, una configuración que denominaban "decoración fusión" y que, a mi parecer, resultaba ser una mezcla de los catálogos de Ikea y Masions Du Monde revueltos como la ropa al salir de la lavadora con la salvedad de haber incorporado sillones en lugares que hacían imposible el paso entre habitaciones. Ni siquiera se podría parecer al urbanismo de cualquier barrio periférico de cualquier cuidad, ordenado y sin personalidad. Carecía de personalidad, eso si. El problema fue cuando me preguntaron mi opinión y poco más o menos vine a expresar que el reloj de péndulo de la abuela Rosario no quedaba bien al lado de la televisión Oled con luz indirecta. Nunca más volví a pasar por allí, ni para recoger las cosas posteriores al divorcio.

Una de las funciones más infames de la modernidad es que cualquiera es capaz de definirse a si mismo como un experto. Fotógrafo si le das a la cámara del móvil. Locutor si una vez grabaste veinte segundos de un podcast. Creador si dijiste tres tonterías y lo pusiste en youtube. Deportista porque te vestiste con unas mallas. Yo podría ser surfero porque una vez, con mucha dificultad, me puse un traje de neopreno y entré en el océano. No vamos a discutir con Fermín sobre si es o no igualito a Indurain porque se compró una bicicleta eléctrica y subió siete repechos. Yo mismo me comparo con Julio Iglesias, no por mis dotes de cantante, sino porque he estado con más de dos mujeres a lo largo de mi vida y eso es de truhán.

Reconozcámoslo: nos encanta ser "expertos". Si, en una discusión, ponemos cara de estar basados en el tema ( subiendo las cejas), y empezamos con "me vas a decir tú a mi", ya somos expertos.

Conozco a expertos en grupos musicales que van a sus conciertos y no se saben ninguna canción. Melómanos sin discos en casa. Personas con criterio que no han leído un periódico. Cinéfilos cuya mayor virtud es saber diferenciar a Marvel de DC. Lectores compulsivos que llevan bajando el mismo libro a la playa tres años. Expertos en volcanes , política internacional y virología. Más letrados que los abogados de la ley de Los Angeles y, por supuesto, doctores en economía y nuevas tecnologías porque saben el nombre de tres criptomonedas. Dispongo, en mi agenda de teléfonos, de un número correspondiente a una muchacha peruana que se fue de su país, ha fracasado en tres negocios y se aburre de poner frases motivadoras vestida con traje de vendedor de pisos usados invitando a quien la lea a pagar un dinero por recibir charlas de emprendimiento moderno o situacion sociopolítica sudamericana.

Curiosamente cuanto menor es el conocimiento de una materia mayor es el desparpajo al respecto. He estado al lado de gente cultísima en medio de un museo, parado frente a un cuadro, con cara de no entenderlo mientras otro, sorbiendo de un refresco y por supuesto levantando las cejas, nos ha estado hablando del dominio de la luz. Un marchante de arte, después de acompañarnos a una exposición sobre Warhol y donde se hacían referencias a sus años con Mick Jagger, me explicaba lo curioso que es que dos chavales que se conocieron de pequeños en el barrio, fueran dos grandes estrellas. Le pregunté si acaso uno no es británico y otro de Pensilvania y me dijo: "¿quien es el que sabe de arte aquí?. 

Tuve ganas de responderle que la que sabe de arte es, precisamente, la frutera.

9 de agosto de 2024

Las vacaciones de los demás.

Normalmente la foto de "aquí, sufriendo" la publica ese amigo tuyo que lleva todo el año quejándose de que no tiene un euro y que la vida es durísima porque no llega a fin de mes. El mismo que te cuenta los lunes la tremenda resaca que tiene, se ha comprado un coche y te intenta convencer que su iphone de ultimísima generación es mucho mejor que tu android, aunque su principal preocupación es que, en las fotos frente al espejo, se vea el logo.

Si le intentas hacer una pequeña crítica te dirá, rápidamente, que si acaso él, como trabajador proletario castigado por la maquinaria infame del capitalismo, no tiene derecho a vacaciones. No nos referimos a unas vacaciones en Valdemorillo del Bierzo sino unas dignas. Con su barco y su playa. Su chiringuito con copazo que lleve puesta una sombrillita. Su cama king size. Sus vistas al salir de la ducha y alguna visita guiada a lugares de fuerte componente cultural que desconoce pero le hacen interesantísimo. Obviamente, te dice, debe de recuperar energías porque en el último año ha trabajado mucho. Más o menos, entre bajas y paros discontínuos, tres meses. Claro que se puso mala su mascota y debía de estar cuidándola. Ahora, sin embargo, la ha dejado en un "hotel para mascotas" porque este sistema antiespecista no comprende que se pueda viajar con perro.

¿Tengo envidia de que el perro viva mejor que yo?. Probablemente si. Sin embargo lo que me jode y no logro entender es que yo vivo cada día exprimiendo mi rendimiento laboral hasta el máximo nivel que me da la energía y entre un crucero por el Caribe o reducir la hipoteca haya optado por la segunda opción. Por eso me quedo viendo los aparcamientos vacíos en una ciudad de influencers de Instagram que parece que crean porno para podólogos con tanta foto de pies en la playa.

Una parte de mi espera que tras ser la jodida cigarra pasen un invierno cabrón y frío pero nunca sucede. Año tras año los muy hijos de puta se superan. Han pasado de Marbella a Ibiza y de Ibiza a Chipre. De Chipre a Punta Cana, con parada cultural en Nueva York sin que les atraque ningún yonki del fentanilo. Cada maldito día publican algún atardecer y ya han cogido colorcito como si vivieran en un reportaje del Hola. Los mayores dramas son los días nublados, algún mosquito y que les han puesto poco hielo en el mojito.

Si algo tenían de castigo las vacaciones de los demás cuando no había redes sociales era tener que soportar el carrusel de fotografías mientras te contaban sus inmersiones entre tiburones en Papúa Nueva Guinea. Ahora no es necesario porque te mantienen al día en todo momento y sin que a ninguno les hayan arrancado un brazo al sacarlo de la jaula.

En septiembre te volverán a contar lo durísimo que es volver a la vida convencional y se harán los locos en la primera ronda, porque ya no les queda dinero. Contarán los días para las vacaciones de navidad, las de semana santa, tres o cuatro puentes de guardar y te intentarán convencer que el estado DEBE de ayudarles con los libros de los niños, lo cara que está la luz y los pocos puntos de recarga que hay para el coche eléctrico que van a comprar.

Y lo curioso, lo mágico, lo insospechado del término, es que siempre lo logran. Duermen caliente, comen rico, sonríen en los selfies y los vehículos los tienen limpios pero nunca les ves limpiando el coche. Jamás demuestran miedo a quedarse sin ingresos, enfermar, sentirse abandonados o simplemente arrepentirse de haber despilfarrado sus posibilidades como los perros que se lanzan a comer sin pensar que luego pudieran tener hambre de verdad.

La única conclusión a la que llego es que el mundo se divide en dos: los que ponen y los que usan. A mi me tocó poner como el que madruga para ir a por el pan sin ser, jamás, el que se despierta despreocupado porque alguien se encargó de hacer las tostadas y me quejo porque la mermelada es de fresa cuando a mi me gusta la naranja amarga.

7 de agosto de 2024

El cómplice inocente.

Aunque la conocía de antes, ella pasó de ser una persona de esas que reconoces entre la gente a ser alguien de tu entorno. Nos fuimos varias veces de cena por lo menos los cuatro: la que era mi pareja, la suya, ella y yo. En realidad nos llevábamos bien porque la mía era una pareja princesa, de las que se tumban en la playa como los cangrejos y valoran los restaurantes por el precio de la merluza, y las suyas ( porque en ese tiempo era la reina de las partidas sentimentales simultáneas)  eran de ese tipo de malotes de buen corazón con poco recorrido intelectual que tratan a las mujeres como reinas en la intimidad porque no dan para mucho más.

He de admitir que, para su bien, actualmente sigue felizmente casada con un buen e inteligente tipo, padre de sus dos hijos. Se van a ibiza y ponen fotos en la playa los atardeceres mientras los niños llevan pelo de surfero hasta que empiecen a tener criterio propio.

Desconozco el motivo pero una tarde de esas en las que no hay gran cosa que hacer me acerqué a su casa. Vivía en una de las mejores zonas de los alrededores de la ciudad. Un edificio señorial y maravillosamente ubicado. Llegué al portal y no la vi. Entonces apareció por un lado y me hizo señales. A su vivienda se accedía por el lateral ya que era un antiguo almacén para los vecinos que habían habilitado como apartamento. Un semisótano de esos en los que se ven los pies de algún transeúnte por las ventanas. Era como vivir en un palacio, pero en la caseta del jardín. Sacó un par de cervezas y me comentó que uno de sus "amigos" había dejado marihuana en casa. Preguntó si sabía liar un porro. Yo, que soy un hombre práctico pero inexperto, le dije que no pero que podíamos vaciar con mucho cuidado algún cigarrillo, mezclar la marihuana con el tabaco y volver a meterlo con la ayuda de la mina de un bolígrafo. Mientras lo hacíamos, muy torpemente por cierto, me estuvo explicando que aquel muchacho no era el mismo que había llevado a una boda en la que coincidimos, pero que de vez en cuando se iban en el barco de sus padres. No es que le gustara pero "tiene un barco".

Con tiempo y maña empezamos a fumar. "Tengo unas coca colas"- me dijo- "aunque yo me tomaba un cubata de ron". Yo ya había empezado a elegir música. Sonó el timbre de la puerta. No sé quien era pero supongo que era el del barco. Me di cuenta perfectamente que me miraba desde allí como si estuviera mancillando el amor que estaba convencido que tenía con su pareja. Yo, que en ese instante era un yonki atolondrado en un sofá. El chico no entró y me extrañó. Ella se sentó con una sonrisa y me dijo "le he mandado a la gasolinera por ron". No era yo nadie que estuviera de disposición de criticar ese trato y pasados unos minutos decidimos repetir la operación "vaciado de cigarro". No tardó mucho en volver a sonar el timbre de la puerta. "Vaya repartidor eficiente"- dije. Sin embargo, al abrirse, era otro caballero. Algo más bajo y con ropa más deportiva. Hablaron y se marchó. "Me he dado cuenta que no tenemos hielos, así que le he dicho que vaya por hielos. Me ha preguntado quien eres y le he dicho que un amigo. !A ver si no puedo yo tener amigos". Empecé a pensar que todos sabían de qué iba el juego pero estaban poniendo mi cara en el lugar equivocado. Al cabo de un rato llegó el ron y yo estaba convencido que habría tres vasos sobre la mesa, pero no. Ella lo recogió , le dio gentilmente las gracias y nos empezamos a servir. "A ver si llegan los hielos". Y llegaron. "Claro"- pensé- "como va a venir el de los hielos ella no quiere que coincidan". Pero no. Nos estábamos fumando el tercero, cantando canciones horribles pero pegadizas de los 90, y bebiendo un par de cubatas fresquísimos.

-"Te veo tremendamente tranquila"- le dije.

-"¿No debería de estarlo?. Jon es muy majo y está muy bueno. Salimos con el barco y a mi eso me gusta. Eneko trabaja en temas de arte y suelo ir con él a exposiciones y fiestas. Está bien porque se conoce gente y hay veces que nos vamos a Paris o a Italia aprovechando su trabajo.

-Pero casi coinciden.

-!Qué tonto eres!. Los dos están seguros que les engaño contigo porque te han visto y tú- dijo dando una larga calada- eres el novio de mi amiga.

Caí en la cuenta en ese instante que si realizas una acción inapropiada, bien sea un engaño o un delito en el que es estrictamente necesario un cómplice, una de las maneras de librarse es encontrar a un inocente y pedir al jurado que valore la inocencia de éste. Porque si no es culpable, tú tampoco lo eres.

Nos entró hambre y llamó al chico que yo conocía para que trajera comida del chino. 

Supongo que los tres, aunque ninguno la conoce, en algún momento le enviaría esta canción:


3 de agosto de 2024

Desprecio por el trayecto

Uno de los motivos por el que algunos ecologistas se oponen a los trenes de alta velocidad es porque fomentan origen y destino pero matan, aniquilan y abandonan todos los puntos intermedios que tiene el viaje.

Cuando veo fotos de estaciones abandonadas creo que soy capaz de oir el crujir del suelo en mis pies y el aire pasando por el vestíbulo de la estación, atravesando los cristales que no quedan. Es el sonido previo a la avalancha zombie. En algunos viajes han sido precisamente las paradas no previstas las que se han quedado en mi recuerdo. No sé donde fui o si lo hice con alguien pero aquella parada , en medio de nada, con los girasoles apuntando en una determinada dirección, es lo que me queda. En realidad me queda la sensación de ese instante y quizá por ese preciso momento estuvieron justificados los kilómetros.

Es algo parecido al desprecio que tienen algunos con dormir porque consideran que es tiempo perdido, excepto si sueñas.


Si se acaba el viaje y apareces en el destino que has anotado es probable que desaparezca la posibilidad de sorprenderte. Existe una necesidad innata humana de tener la sensación de control sobre los tiempos. Saber lo que va a pasar y que pase proporciona calma. Dejar al azar tirar los dados dispone de un alto porcentaje de fracaso. Somos una generación, y cada vez más, incapaz de lidiar con la frustración. Por eso, quizá, quedamos para tener sexo sin habernos conocido. Por eso mismo tomamos aviones a destinos determinados con escursiones programadas. Por eso hay personas que viven la vida social como una contínua selección de personal. Por eso los coches me miran extrañados si me he parado a fumar un cigarro en medio de la nada, con la música en aleatorio y sin saber cuanta gasolina me queda o cuando me dolerá la espalda para buscar un sitio en el que dormir y, a ser posible, soñar. No sé si hablaré con alguien, con una señora que me cuente lo poco que se preocupan sus hijos de su bienestar o contigo. Supongo que el truco está en no esperar nada pero permitir que pase de todo.

Cuando los americanos del norte se van de viaje, cuentan, pueblan cadenas de comida basura en las que comer. Necesitan lugares en los que saben que , aunque malo conocido, van a encontrar lo que buscan. Después te cuentan que la coca cola no sabe igual en los diferentes paises del mundo, lo cual es cierto, pero sigue siendo el mismo refresco.

Uno de los principales reproches que siempre me hiciste es mi incapacidad de hacer planes, y es cierto. Estoy convencido que es porque lo asocias con un desprecio a compartir destino pero, al contrario, es por la necesidad de disfrutar del trayecto contigo. No se pueden vivir aventuras en resorts de lujo. Es imposible aprender de las experiencias de las personas sin hablar con ellas. No puedes conocer el paisaje sin perderte, conocerte sin estar relajado sentado en un muro de piedra en medio de la nada rebuscando en lo que tienes dentro y te has llevado en la mochila.

Esa, quizá, es parte de la clave. Un trayecto deja tiempo para pensar. Y no queremos pensar. Nos escondemos en las magníficas y ruidosas experiencias finales, instagrameables, para no mirar dentro o compartir esos miedos que nos hacen pequeños. No nos quedamos parados oyendo el agudo sonido del aire entrando en nuestros pulmones aceptando nuestra reducida capacidad pulmonar o que no somos esa persona que soñamos íbamos a ser. Asimilando que es probable que nunca alcancemos el destino pero aprendiendo a disfrutar del trayecto.

Al fin y al cabo en el destino siempre acabamos muertos y lo que importa es todo aquello que fuimos capaces de aprender viviendo.

No es donde estuvimos, es la manera en la que llegamos hasta donde fuera.