3 de agosto de 2024

Desprecio por el trayecto

Uno de los motivos por el que algunos ecologistas se oponen a los trenes de alta velocidad es porque fomentan origen y destino pero matan, aniquilan y abandonan todos los puntos intermedios que tiene el viaje.

Cuando veo fotos de estaciones abandonadas creo que soy capaz de oir el crujir del suelo en mis pies y el aire pasando por el vestíbulo de la estación, atravesando los cristales que no quedan. Es el sonido previo a la avalancha zombie. En algunos viajes han sido precisamente las paradas no previstas las que se han quedado en mi recuerdo. No sé donde fui o si lo hice con alguien pero aquella parada , en medio de nada, con los girasoles apuntando en una determinada dirección, es lo que me queda. En realidad me queda la sensación de ese instante y quizá por ese preciso momento estuvieron justificados los kilómetros.

Es algo parecido al desprecio que tienen algunos con dormir porque consideran que es tiempo perdido, excepto si sueñas.


Si se acaba el viaje y apareces en el destino que has anotado es probable que desaparezca la posibilidad de sorprenderte. Existe una necesidad innata humana de tener la sensación de control sobre los tiempos. Saber lo que va a pasar y que pase proporciona calma. Dejar al azar tirar los dados dispone de un alto porcentaje de fracaso. Somos una generación, y cada vez más, incapaz de lidiar con la frustración. Por eso, quizá, quedamos para tener sexo sin habernos conocido. Por eso mismo tomamos aviones a destinos determinados con escursiones programadas. Por eso hay personas que viven la vida social como una contínua selección de personal. Por eso los coches me miran extrañados si me he parado a fumar un cigarro en medio de la nada, con la música en aleatorio y sin saber cuanta gasolina me queda o cuando me dolerá la espalda para buscar un sitio en el que dormir y, a ser posible, soñar. No sé si hablaré con alguien, con una señora que me cuente lo poco que se preocupan sus hijos de su bienestar o contigo. Supongo que el truco está en no esperar nada pero permitir que pase de todo.

Cuando los americanos del norte se van de viaje, cuentan, pueblan cadenas de comida basura en las que comer. Necesitan lugares en los que saben que , aunque malo conocido, van a encontrar lo que buscan. Después te cuentan que la coca cola no sabe igual en los diferentes paises del mundo, lo cual es cierto, pero sigue siendo el mismo refresco.

Uno de los principales reproches que siempre me hiciste es mi incapacidad de hacer planes, y es cierto. Estoy convencido que es porque lo asocias con un desprecio a compartir destino pero, al contrario, es por la necesidad de disfrutar del trayecto contigo. No se pueden vivir aventuras en resorts de lujo. Es imposible aprender de las experiencias de las personas sin hablar con ellas. No puedes conocer el paisaje sin perderte, conocerte sin estar relajado sentado en un muro de piedra en medio de la nada rebuscando en lo que tienes dentro y te has llevado en la mochila.

Esa, quizá, es parte de la clave. Un trayecto deja tiempo para pensar. Y no queremos pensar. Nos escondemos en las magníficas y ruidosas experiencias finales, instagrameables, para no mirar dentro o compartir esos miedos que nos hacen pequeños. No nos quedamos parados oyendo el agudo sonido del aire entrando en nuestros pulmones aceptando nuestra reducida capacidad pulmonar o que no somos esa persona que soñamos íbamos a ser. Asimilando que es probable que nunca alcancemos el destino pero aprendiendo a disfrutar del trayecto.

Al fin y al cabo en el destino siempre acabamos muertos y lo que importa es todo aquello que fuimos capaces de aprender viviendo.

No es donde estuvimos, es la manera en la que llegamos hasta donde fuera.

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