Ella fue a la caja de seguridad del banco. Se había comprado un vestido para la ocasión.
Esperó a quedarse en intimidad con sus recuerdos y estiraba la espalda, digna, hasta que la dejaron sola en la aséptica sala.
Abrió la caja. Ahí, envuelto en un plastico transparente como se guardan las cosas que queremos que nos devuelvan al tiempo en el que las vivimos, estaba aquella carta. A abrirla aún era capaz de recordar su olor y el amor que nunca fue. Probablemente esos son los amores que más se desean, porque se han idealizado con lo imposible. En la caja metálica, delgada y con una llave de candado, tambien habita el billete de avión que nunca usó para ir con él. Tiene el logo amarillento de una compañía aérea que ya no existe.
Se vuelca sobre la mesa, derrumbada por el peso de la vida que no tuvo. Con una lágrima echa mano al fondo y saca lo último: una pistola, Allí mismo, con la carta sujeta en el pecho y manchada de la sangre de sus secretos, la encontraron cuando el siguiente cliente fue a recoger un pasaporte falso y unas joyas robadas.
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