No hace demasiado tiempo pero sí el suficiente describí una situación en la que un tipo, después que la gente de casa se fuera a la cama a dormir, se sentaba frente al televisor para ver Intereconomía en secreto.
Hace menos se me escapó algún párrafo sobre la ordinariez de la vida y cómo, aunque pienses que el futuro es de una forma, la realidad llega y te salpica a la cara.
Y la situación del mundo actual, plagada de obviedades y tuertos que se hacen los ciegos, exagera y complementa las ideas subyacentes de aquellos textos y la base, tan absolutamente cierta como el frio del invierno, de que la integridad y la coherencia son fantasías en la gran mayoría de los casos. Como el perdón verdadero, como asumir los errores, como dar la razón cuando la tiene el otro.
Si hay que estar a favor de un mundo limpio habrá que defender las energías renovables y mirar hacia otro lado cuando hablemos de tirar las baterías de los coches al pozo de los residuos nucleares, o cuando tu jodido móvil termina en un descampado de Mali sobre el que juegan unos adorables niños pobres buscando y separando tipos de plásticos. Habrá que poner la serie de Chernóbil en la tele encendida con las nucleares francesas.
Si hay que estar a favor de la libertad sexual del individuo pongamos una Ana Bolena negra bajo el epígrafe de "drama histórico" o un superhéroe transexual cuando, hasta ahora, lo que nos importaba es que hubiera unos efectos especiales chulos y un argumento entretenido. No importa que la calidad cinematográfica sea alta pero sí que seamos inclusivos. No importa que sean los mejores los que tomen las decisiones que nos afecten pero sí que haya la mitad de mujeres, un 25% de afroamericanos, un trans, dos gays y alguien no binario. Y cuando alguien, que es mi caso, se sorprende, le cuentan que la meritocracia es un invento capitalista, contaminante y fascista.
Es entonces cuando me doy cuenta que más de uno cree que si algo tiene la etiqueta de "coche" es siempre lo mismo. Que un Renault Clio y un Porsche 911, para algunos, parece que es lo mismo como son las personas. Que los primeros discos de Tangana y la quinta de Beethoven son música igualmente. Que una vivienda y el ático de 200m en Gran Via son espacios habitacionales. Pero, hijo de puta, cuando puedes elegir te quedas el bueno. Hay solidarios que lo son exclusivamente cuando les toca recibir. Hay demasiados cortoplacistas que van dando lecciones de moralidad en las puertas de los bares jurando que el porro que se están fumando es mucho más sano que tu cigarro y menos contaminante que las ventosidades de una vaca asturiana.
Si algo ha pasado estos últimos años es que la realidad ha llegado y ha azotado en la cara a algunos. Y hay discursos que solo pueden evolucionar de dos maneras: radicalizarse o deshacerse. Claro, que como a nadie le gusta aceptar que estaba equivocado, nos empiezan a negar la verdad y la obviedad.
No bajó la luz. No nos volvimos más solidarios. No compramos masivamente vehículos eléctricos. No se compró más en el barrio. No miramos la etiqueta antes que el precio.
Lo que aprendimos a hacer es que lo que hacemos en la intimidad o cuando la realidad nos azota la cara, aquellas acciones insolidarias, contaminantes y discriminatorias, las achacamos siempre a quien no piensa como nosotros.
Y algún tipo recoge un pedido de Amazon a traves de la app de su móvil con coltán pagado con lo que pudo cobrar de un pequeño fraude a hacienda y alguna ayuda que no merecía mientras comprueba si el coche de combustión está bien aparcado. Mientras se rie en la intimidad con chistes de mal gusto y apaga interecomía para masturbarse con porno italiano amateur.
Después te habla del comercio de proximidad, las energías renovables, la igualdad entre las personas y lo miserables que son los demás.
Todo es mucho más fácil cuando en tu argumentario eliminas lo que haces y, por supuesto, la verdad.
Cuando enfrentas algo idealizado contra la realidad llena de imperfecciones, gana lo ideal. Y si es gratis, mejor. A ver si además voy a tener que pagar por el trabajo de otros con lo poco que me pagan a mi.
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