Orwell mantenía, no sin razón, que en ese mundo distópico de 2020 1984 los seres humanos tenían la necesidad de estar siempre en guerra. De esa forma y con la excusa de una situación de excepción, se podían mantener las estructuras de manera continua para, así , continuar el control sobre la masa. La guerra para Orwell no consistía en la conquista o no de unos territorios sino defender una determinada y supuestamente mejor organización social de una debacle absoluta que iba a llegar si se fracturaba lo que con tanto esfuerzo se había logrado conseguir.
En realidad hay personas que, como aquel japonés que fue encontrado en la selva 30 años después de haberla perdido, necesitan mantener en su día a día la sensación de estar continuamente en guerra contra algún tipo de enemigo. Los hay que siguen luchando contra Franco y los hay que siguen luchando contra el comunismo de Lenin. Entre ellos, de vez en cuando, generan supuestas disputas que alguna vez se lleva por delante uno o dos contenedores quemados. Y se van a casa, ufanos, creyendo que han hecho algo importante en la batalla de Midway, de las ramblas o de los alrededores del Santiago Bernabeu. Luchan contra la imposición por parte del "otro" de valores incorrectos que atentan contra la moral de "los unos". Y, con eso, me da igual que digan que es que se les impone una religión que no quieren, una lengua que no hablan o un documento de identidad con unos colores que no le gustan. La manera, entonces, de ser el libertador de las ideas justas, es imponer la religión contraria, favorecer la otra lengua e inventarse un documento de identidad alternativo, aunque sea con una impresora de inyección de tinta de 60€ con cartuchos compatibles, de esos que dejan rayas.
La guerra jamás, decía Orwell, logra resultados positivos y definitivos.
Las guerras, brutales o domésticas, sólo dejan dos bandos de perdedores.
¿Cuándo no se ha estado en una especie de guerra?. No de las de bombas sino de las otras, de las de cada día. En guerra contra el capitalismo, contra el machismo, contra las feminazis. En guerra contra la moral cristiana, contra la monarquía, contra el maltrato animal. En guerra por mantener el estado del bienestar, la sanidad pública, por un mercado de trabajo justo. En guerra por los precios de los pisos y por el paro juvenil. En guerra por la educación de calidad y gratuíta con bajadas de impuestos y subidas de salario a los profesores. En guerra por el racismo. Da igual, hay que estar en guerra.
Y, en realidad, ya no hace falta que haya enemigo porque somos perfectamente capaces de crearlo, como un virus que nos mata y nos bombardea. Algo que nos sirve como excusa para defendernos o sacrificarnos creyendo que hay un motivo, una razón, una libertad o una moral que defender. Da igual estar en guerra contra dictadores muertos o contra terroristas vencidos. El caso es estarlo.
Mientras tanto, justo antes de darnos cuenta que al final también somos perdedores, lo que hay que hacer es estar en guerra.
Porque parece que tenemos esa necesidad: la necesidad de una guerra.
Y contra el aborregamiento de cualquier color nada mejor que la cultura. Por ejemplo, uno de tus libros 😎.
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