6 de octubre de 2020

La ultraregulación de los influencers y de los profetas.

Donald Trump ha salido al balcón de la Casa Blanca, se ha quitado la mascarilla y ha oteado el horizonte como si esperara, con sus superpoderes infinitos, la llegada de los malos para abatirlos con sus rayos láser saliendo directamente desde los ojos.

"Es una temeridad"- dicen los contertulios de las radios- "porque hace de menos a una enfermedad que se ha llevado por delante a más de dos millones de personas".

Entonces me acuerdo de esa frase muy de madre mayor o de abuela en la que, acompañando el dedo acusador, preguntaban que si tus amigos se tirasen por un puente, que si eso sucedía de verdad, no ibas a ser tan idiota como para tirarte tú también.

Así que, haciendo una unión de ambos casos a la conclusión a la que llego es que se presupone que sí, que el ser humano es tan tonto de tirarse por un puente si alguien público lo hace antes. Es más, incluso si no se tira pero hace un montaje en el que parezca que lo hace.

¿De verdad que las figuras públicas tienen tanto poder o es que la humanidad es cada vez más estúpida?

La respuesta a la segunda pregunta es que sí.

El problema es que más de uno que se cree una figura pública se siente con el poder de decidir sobre la forma en la que los demás, mucho más tontos e influenciables que él, actúen en intimidad. Si algo me jode es que por defecto se piense que soy tonto y que necesito que me digan cómo me la debo de sacudir para que no se me quede la última gota. 

Los nuevos influencers se disfrazan de profetas disfrazados de políticos. Por eso vivimos en una época de ultraregulaciones donde nos dicen a qué hora hay que salir de casa, cuántos pasos hay que dar, la manera de respirar, de ponerse o quitarse la mascarilla, si hay que follar de frente o de espaldas. Nos multan si vamos demasiado rápido o demasiado lento, si no rellenamos el formulario número seis o si sacamos la basura a una hora que le viene mal a la normativa municipal de esa ciudad pero no a la de al lado. No podemos sober la sopa en nuestra casa o utilizar un lenguaje que no sea inclusivo aunque lo hagamos gritando al árbitro desde nuestro salón. Debemos tener una dirección de email y leer el BOE. No podemos llevar un equipaje de mano que no entre en las barras de la zona de embarque de la aerolínea y si vamos a una discoteca de los 80 con calcetines blancos no podemos entrar pero en las del siglo XXI te abren la puerta por ser cool. Aparte de decir cuando eres inservible para realizar tu empleo, este año 2020 hasta han decidido cuando y cómo debes de ir a trabajar, te estés o no muriendo de hambre por no tener ingresos. Ningún político profeta ha dejado de cobrar ni tiene un bar. Alguien ha decidido que no te puedes morir de un virus pero no pasa nada porque te mueras de pobre, porque eso es culpa del capitalismo y no del ministerio de Sanidad.

En un alarde del ejercicio de la libertad yo, gran orientador de la verdad y el conocimiento, te permito ser libre siempre y cuando cumplas las normas. Y las normas dictan hasta por donde debe de salir el sol y de qué costado has de dormir.


Sinceramente me importa muy poco si aquellas personas que pueden ser objeto de mi admiración (o mi desprecio) por uno u otro motivo compran tal o cual coche, lavan la ropa con uno u otro detergente o si defecan haciendo círculos. Pensar que si alguien es bueno y honorable en un campo de la vida lo será en el resto es simplificar demasiado y considerar que soy imbécil. Así que, como a todos, me molesta que me insulten y soy un gran partidario de lo que últimamente se llamó el "modelo Sueco": dame la información y yo haré lo que crea conveniente, que para eso soy mayorcito.

Y si Trump sale sin mascarilla es su problema, si una influencer se traga una cucharilla de canela es su atragantamiento y si te gusta pillártela con la puerta del microondas eres libre para ello. Yo ya se lo dije a mi madre: no me voy a tirar por el puente porque lo hagan estos retrasados.

Claro que el problema es cuando te ponen una ley que diga que si no te tiras por el puente: 300€ de multa y cancelación de la cuenta de Twitter.

No tengo Twitter. A veces no está mal ver desde fuera lo ridículas que son las cosas que las grandes mentes consideran valiosas. No sé, la cuenta de Netflix, el Amazon Prime o eso de llevar calcetines altos en verano y tobilleros en invierno. Que oye, lo puedes hacer tú pero no me obligues a que me acatarre este año.

Pd: También se me olvida que existe un importante rebaño deseoso de recibir instrucciones para todos y cada uno de sus balidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario