Llevo años bailando entre una dualidad extraña. Por una parte alardeo, probablemente solo por una necesidad insana de reforzar mi propia autoestima alta inestable, de una supuesta capacidad de raciocinio considerable que me otorga la capacidad personal de ser responsable y consecuente. Es por ello por lo que desprecio y cuestiono cualquier intento de coartar lo que se supone que es mi propia libertad. Me pregunto el por qué y valoro mucho más el resultado que el protocolo.
Por otra parte he descubierto la felicidad inmensa en el que viven, como soldados alemanes de la segunda guerra mundial, algunos que se doblegan sin dudar ante un poder admitido como superior y dan la razón a sus actos con la excusa de haber cumplido las normas, aunque las normas fueran matar judíos. (véase Experimento Milgram)
Llegados a este punto se puede decir que poseo lo mismo que la mayoría: me creo en posesión de la verdad y he llegado a la conclusión que los demás son estúpidos.
Sin embargo, en estos tiempos pandémicos, empiezo a ver con estupor un ansia de legislar bajo la consideración que los legislados son gilipollas. "Usted se tiene que levantar a las ocho. Se ha de lavar las manos tres veces. Desayune una pieza de fruta. No bese a sus hijos pero hable con ellos. Conduzca pero no a más de 30 km/h. Trabaje a dos metros de sus compañeros. Tosa en el antebrazo. Haga deporte de 20:00 a 22:00. Cene ensalada. Beba un vaso de agua. No dure más de quince minutos en el sexo. Duerma de costado." Son ejemplos.
Curiosamente hay quien sale a la calle con un metro robado de ikea en la mano midiendo la distancia a la que te encuentras y deseando que le indiquen, también, el número de pasos que ha de dar en cada paseo o si es el viernes o el sábado cuando se puede tomar la cerveza que deseaba el martes. Hay un gran número de personas que parecen disfrutar cumpliendo todas y cada una de las normas. Además, como disponemos de un gobierno que ha considerado la necesidad de legislarlo absolutamente todo, están ansiosos de una normativa mayor en el que le indiquen cuales son o no los insultos válidos a reproducir, las razas de perros adecuadas o la extensión homologada de sus escrotos. Estoy convencido que hay quien sale con el BOE en la mano haciendo de policía legislativo con todos y cada uno de los que se cruza por la calle. Los nuevos fanáticos de la stasi miden el grado de alcohol del gel de los comercios y te denuncian si es menor al 60%
También existe, como en el modelo sueco, quien acepta los consejos y obra en consecuencia. Se pone la mascarilla si hay mucha gente y procura abrazar menos. Es como lo de que te avisen que fumar te va a matar y, aún así, decides fumar pero no vas a ir por ahí obligando a fumar a los demás. Y eso es lo que diferencia, respecto de un tercero, a un tipo de otro.
Aquellos que han decidido, por vagancia o estupidez, cumplir todo lo que les digan, exigen con furiosa cólera a los demás hacer lo establecido aunque eso no les afecte en absoluto. Más de uno ha hecho de policía gritando a quien no le salía de las narices salir a aplaudir. Más de uno mira mal a quien va solo en su propio coche y con las ventanillas cerradas pero sin mascarilla diciendo para sus adentros "este gilipollas nos va a matar a todos".
Alguno puede decir que el modelo sueco se ha demostrado insuficiente porque la conciencia global es una hija de perra egoista, y tiene razón. Sin embargo no podemos evitar admitir que nos están imponiendo leyes que presuponen que somos gilipollas. Y que quienes las cumplen y exigen cumplir sin preguntarse el por qué son los dueños de las calles.
Nos recortaron las libertades cuando llegaron los atentados y asumimos que era por nuestra seguridad. Ahora nos recortan las libertades por la pandemia y asumimos que es por nuestra salud.
Supongo que nos lo hemos ganado, por estúpidos. O simplemente porque ya se ha aceptado como cierto que somos incapaces de obrar correctamente en libertad y, aunque todos nos creamos con criterio, para la mayoría es más fácil hacer lo que les dicen que hagan en vez de asumir sus propios errores.
El miedo a la frustración y a la gestión de la culpa hace autómatas.
Pensaba que había menos estupidez en la sociedad de la que presuponías... y era pesimista.
ResponderEliminarMe quedé corto y, ahora me doy cuenta, tú también 😎