16 de enero de 2020

Inexistente ordinariez.

La vida es, por definición, ordinaria.

Esta expresión, en manos de un comunista de esos que tienen Netflix y piden cosas por Amazon mientras esperan un Deliveroo, es casi una amenaza a su propia integridad moral. Conozco a quien ponía la mítica persecución de Bullit por San Francisco y decía sentir asco de ver humear al Mustang V8 de Steve Mcqueen. Se compró un Tesla hace unos meses y alardea de su adquisición como si estuviera moralmente por encima de cualquiera que lleve un Seat Panda. Y es que, claro, contaminas porque quieres, cabrón. El medio ambiente bien merece que aflojes unas decenas de miles de euros y hagas cola en los supercargadores. Hay que ver la insolidaridad de algunos.
Probablemente no haya maldad, lo digo en serio. Solamente una concepción de la realidad que incluye, exclusivamente, aquella que es capaz de ver. Viene a ser esa conversación entre un funcionario y un autónomo en la que el primero, al verle las ojeras al otro, le dice que es muy fácil: "cógete una baja". El cerebro es incapaz de enviar esa señal en la que las bajas no existen en el mundo de los otros. Quiero pensar que la empatía en lo primero que se pierde, cual daño colateral, con el estado del bienestar. No la empatía con el protagonista de la nueva serie de moda sino la que se tiene con el vecino o con el compañero. O con el tipo que lleva 10 horas en una tienda y al que exiges tus derechos cuando llegas dos minutos antes de cerrar con ganas de charla.
Obviamente queremos, deseamos (porque querer y desear aunque se solapan y se parecen no son exactamente lo mismo) una vida de amor y felicidad en chalet con piscina y jardín por el que correteen, felices, nuestros hijos sanos. De la misma forma que nos imaginamos a nuestra pareja limpia y perfumada, sonriente y con la palabra adecuada en cada momento. El coche limpio y con más de medio depósito ( o media carga). El día, soleado. El pan, crujiente por fuera y esponjoso por dentro. La temperatura: 24 grados. La conexión a Internet veloz como speedy gonzalez. Las noticias:  todas felices.

Pero no es así, sobre todo si lo esperamos como el maná que ha de llegar.

Así que cuando no llega, cuando es un apartamento con humedades, el pan está duro, hace frío o simplemente ella ronca más que tú ( que eres imperfectísimo), la frustración se hace fuerte en tu cabeza. Curiosamente existe un estudio reciente que afirma que edad de mayor infelicidad, en los países supuestamente desarrollados,  se encuentra a los 48 años porque a esa edad las personas se dan cuenta que ya no van a ser estrellas del rock o presidentes de su país. A esa edad la vida se descubre ordinaria,  porque lo es, independientemente de que llegue el gilipollas de turno que quiere creer de si mismo que es perfecto, a decirte que si no es así solamente es consecuencia de no haberlo deseado con la suficiente intensidad. Y después se va, ufano, a limpiar las mierdas de su perro, oler los pedos de su pareja y pegarse con la irreverente estupidez de la adolescencia de alguno de sus hijos.
Existen quienes quieren legislar (supongo que con toda su buena fe y ningún ánimo revanchista) creyendo que el mundo es como ellos lo han vivido y negando que en su intimidad hay ordinariez como la de los demás. Creen que los que suponen buenos son muy buenos y los demás , demasiado malos. Nos llega un periodo de leyes estadisticamente demostrables. También hay un buen montón de relaciones que no dan cancha a la naturaleza humana. "Trátame con corrección y con  cariño. Dime cosas bonitas y llévame a ver el mar cuando llegan los atardeceres". Debería, en mi teórica relación perfecta, haber un lugar para ponerse sincero, para llorar, para decir al oído que tienes ganas de follar, para pedir ayuda sabiendo que tus debilidades no se volverán en tu contra,  para hacer chistes malos y para sorprender apareciendo mientras sientes que respetan tus espacios. Y equivocarse. Y acertar. "Tú quieres corrección controlada"- respondí, sabiendo que algo estaba herido de muerte porque si la decía lo que deseaba contra la pared me iba a acusar de obsceno ( como si eso fuera malo).

A veces recuerdo con íntima excitación a una mujer que se empeñó en follar con unos horrendos calcetines puestos. No follamos pero nos reímos y tuvimos más intimidad que cientos de matrimonios de larga duración. ¿Por qué? . Porque fuimos ordinarios juntos.

No podemos, bajo ningún concepto, olvidarnos que la vida es así, que hay un porcentaje enorme de egoístas y que hay estadísticas capaces de afirmar lo que creemos y lo contrario. Que no hay alguien bueno siempre ni malo a todas horas. Que no existe la vida perfecta y que por eso es vida, aunque jode descubrir que por mucho que nos esforcemos, siempre es ordinaria.

1 comentario:

  1. El que sea ordinaria te hace apreciar los momentos extraordinarios. Es necesario ser consciente de las imperfecciones, mías y de los demás, encuentro belleza en ellas. Estoy bastante de acuerdo con tu reflexión, lástima que yo sea "comunista" y tú tan frío.
    Maite

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