8 de febrero de 2018

A de autoestima (primera parte)

A DE AUTOESTIMA
-Lo siento señor- responde automáticamente la operadora telefónica de la sección de objetos perdidos y después de golpear las teclas del ordenador- con la A de autoestima no me sale nada. ¿Está seguro que la perdió en nuestro municipio?
Al otro lado del teléfono Mikel duda.  Tampoco está tan seguro. –Bueno- balbucea un poco- en realidad es el primer lugar que recuerdo donde la eché de menos.
-Bien- le dicen de manera casi automática- hemos anotado sus datos y si tenemos alguna noticia no dudaremos en ponernos en contacto con usted. ¿Alguna consulta más?
-No, gracias
-En ese caso le pido que no se retire y procederemos a hacerle una encuesta sobre la atención recibida. Que pase una buena tarde y gracias por ponerse en contacto con el área de objetos perdidos de su ayuntamiento.
Como era de esperar, casi como una norma no escrita, en absoluto responde a la encuesta de rigor. Se queda con el teléfono inerte, como un arma recién disparada al final del brazo destensado señalando con el cañón del auricular al suelo. Sabe que no está pero no sabe dónde la perdió. Quizá fue poco a poco como una fuga de presos de un campo de concentración alemán a través del túnel. Quizá empezó esa pérdida el día en el que, con cinco años, aquella chica que le gustaba se fue con Benito porque él tenía una moto. Una mierda de moto de niño, sí, pero una moto. Amarilla y con una ruedas gruesas que le permitían ir por la playa. Él, si quería conseguir lo mismo con su bicicleta, tenía que hacer toda la fuerza sobre cada pedal  creyendo lo que se siente en la cara en los anuncios en vez de un sudor ardiente que desliza por la frente con la mala suerte de meterse en los ojos. Lo cierto es que las dos o tres veces en las que intentó hacer, sin éxito, un sprint por la playa no le vio nadie. Mikel ha sido desde niño un gran previsor de sus ridículos.

Así que se fue al armario a revisar los bolsillos de sus chaquetas y sus pantalones. Fue metiendo la mano. Sacó un pañuelo arrugado, seco y casi pétreo. Sacó un ticket de la compra de algo que ya digirió hace meses. Sacó unos céntimos, un preservativo. Sacó un billete de cinco que había sido lavado. Sacó un número de teléfono en un trozo de folio roto. Lo dejó sobre la mesa. A un lado el móvil y al otro el número. Ni idea de quien pudiera ser. Probó a escribirlo por si la memoria digital infinita lo reconocía. Nada. Llamó.
-¿Mikel?- dijo al otro lado una de esas voces de mujer que está sin identificar en algún lugar del recuerdo.
-Sí.
-¿Qué tal?
-Bien, ¿y tú?- dijo sin atreverse a reconocer que no tenía, esa voz, cara ni nombre.  Es una de las múltiples ocasiones en las que, como si nos saludásemos por la calle, no queremos parar para no admitir que no somos tan amigos o tenemos tantos recuerdos comunes. Hay un grado de amistad que incluye reconocimiento pero no conciencia. Podemos haber tenido una gran conversación, un proyecto laboral, amigos en común o incluso una noche loca pero nada más. No se ha llegado a la titulación de persona, animal o cosa. Es el limbo de las amistades que no son amigos.
Al otro lado se hace un silencio que casi está escondiendo una sonrisa maternal o irónica.
-No tienes ni puta idea de quién soy, ¿verdad?
Mikel hace un silencio.
-No
-Entonces ¿por qué has llamado?
En esos casos lo mejor es la verdad
-Encontré el teléfono en un bolsillo.
-De un pantalón beige
-La verdad es que sí.  ¿Cómo lo sabes?
-Es el que llevabas puesto cuando te lo di. Lo apuntaste. Sonreíste. Me dijiste que mañana me ibas a llamar.  Y, ya ves, todos sabíamos que era mentira. Los hombres sois unos niños grandes tremendamente predecibles. No se puede esperar mucho.- Hizo una pequeña pausa hacia el chiste o la ocurrencia- Bueno, sí, la extinción.
-Eso se arregla con un asteroide- dijo Mikel como ocurrencia.
-No, tranquilo. Es cuestión de tiempo. En fin, ¿para  qué quieres llamar a una extraña?
-La verdad es que he perdido la autoestima y la estaba buscando. Al mirar en los bolsillos por si aparecía lo único que encontré fue tu número y, no sé, quizá.
-Aquí no está Mikel. La llevabas encima cuando te conocí pero si te sirve de consuelo te la llevaste contigo e igual que mi teléfono. Por lo que veo has hecho con ella lo mismo que con el número. Sigue buscando, chico, hay miles de premios. Te dejo, que me has pillado ocupada. Cuídate.
Y ese “cuídate”  sonó como suelen sonar: si te mueres me va a dar pena pero no voy a ir a tu entierro.

Es cierto, si se para a pensarlo un poco, que alguna noche cargado con la energía que dan seis trivialidades, la oscuridad, doscientos cincuenta gramos de tumulto y tres copas de consumo lento y continuo, tuvo esa sensación de llevar la autoestima consigo. No como quien sabe dónde está o la forma que tiene pero si con la tranquilidad de saber que su ubicación es cercana. Lo mismo de quien no necesita tocar el bolsillo para saber que allí están las llaves.
¿Cuándo tuvo por primera vez esa sensación?.  Es casi un proceso  de regresión y esa regresión le llevó a casa de la abuela. Una casa con una mezcla en el olor a lejía y humedad. Con todos esos elementos que duran para siempre. La televisión de tubo que vive constantemente encendida casi como una compañía infinita y que es un pozo de indignación y escándalo que engaña haciendo  creer que el mundo se asoma por ahí cuando, en realidad, es una mano que juega al baloncesto con las emociones del corazón.
La abuela siempre le dijo que era un niño muy guapo. Listo. Le daba  largos besos en la mejilla  cogiendo su cabeza con las dos manos. Si alguien le dio la autoestima en algún momento tuvo que ser ella. De alguna manera furtiva, en una bolsa mal cerrada del supermercado y a la vez que le decía “que no se entere tu padre”. Él, niño que sale de casa pensando que llevaba  un tesoro casi robado, abriéndolo al salir del portal y encontrarla  en el fondo de la bolsa, junto a unos caramelos.
Pensándolo bien no sabe si aquello era autoestima o una semilla de narcisismo. En  los ojos de la abuela siempre luce bien. Así que fue a visitarla. Ella siempre le dice que está guapo. Es un ceremonial en el que él llega a la casa y pasa al salón tras un achuchón  de esos que aprietan pero que no se sienten invasivos. La abuela habla desde la cocina preparando un café descafeinado con leche desnatada y que acompaña de sacarina porque algún predicador televisivo de la gastronomía lo dijo alguna vez. Muy sano. Y pastas. Muchas pastas. Bizcocho y turrón  de las navidades pasadas. “Come algo más” le dice mientras se queja de lo poco que la visita y la mucha ilusión que le hace que haya venido.
-Abuela-  dice. Ella le  mira con atención pero sin dejar de ver al niño. -¿Tu no sabrás si me dejé la autoestima la última vez que estuve aquí, verdad?.
Ella  piensa una centésima de segundo y se levanta para ir a su habitación. Vuelve con el monedero en la mano. Saca un tesoro. –Ve y cómprate algo-  le dice mientras le da un par de billetes. –Aquí no te has dejado nada pero ven cuando quieras-  le sigue diciendo mientras le acerca el plato del turrón de hace meses. -¿Y qué tal de novias?. En ese momento Mikel se rinde porque la abuela ha entrado en el bucle infinito de las abuelas que se compone de una exaltación completa del nieto y un poso de enseñanza demostrado en experiencias ancestrales, esas de cuando irse a bailar era casi ser un antisistema. La escucha, sonríe, se acaba el agua disfrazada de café y vuelve a la calle sabiendo que lo que busca debe de estar en algún lugar que no ha descubierto.  Lo que es cierto es que la abuela siempre le habla del sacrificio y de la guerra, de la forma de salir a delante que tiene el esfuerzo y el  estudio. La  abuela tiene la  certeza, casi demostrable, en que el buen hacer siempre tienen una recompensa. Eso es lo que hace falta.
Al salir a la calle y en la búsqueda de un café de verdad que quite ese sabor que le acompaña entre los dientes Mikel entra en un  bar. En la puerta  hay un cartel con una cara sonriente. Pone “Taller de Coaching: elevar tu autoestima”. Eso llama su atención. Sigue leyendo: “en tu vida hay retos, sueños, oportunidades, rutinas, conflictos, logros, barreras, pérdidas, ganancias, posibilidades y lo único que permanece en la vida es el cambio. Estos talleres emplean tus capacidades y potencial innato para dar una respuesta a la gestión reactiva de tu vida y anticiparte con la gestión por-activa.” Va directo hacia allá, como si en un cartel pegado en una pared pudiera existir una respuesta. La publicidad de guerrilla tiene esa virtud de disfrazarse de señal. A cualquier humano que haya visto cine le apasionan las señales.
Al llegar recibe un pequeño papel con el nombre del Coach profesional certificado por las prestigiosas asociaciones CTI y ICF que en realidad es como si ponen tres letras juntas al azar. Llamar al Seat  124 el milcuatrocientostreinta siempre parecía que era un coche mucho más deportivo.
-¡Qué queréis!- dice un  tipo con un  micrófono colgado de la oreja y una puesta en escena de un telepredicador de 1989.
-¡Autoestima!-gritan desde algunos asientos que parecen ser los anzuelos a sueldo. Claro que eso es lo que Mikel viene buscando.
Entonces empieza a contar que en una calle de Omaha, en 1943, una tal John Smith Wilson tuvo una revelación que le hizo ser más fuerte y más feliz, que vio el camino que le llevaría al éxito y que esa revelación la pasó a sus hijos que fundaron la Wilson INC. Que les hizo ricos como nadie  gracias a las enseñanzas de su padre. Que ahora mismo, antes de dejar la sala, esa revelación la iba a compartir con todos y que serían capaces de ser todo lo que quisieran porque la verdad está dentro de todos nosotros.
-¡Seréis lo que queráis ser!- dijo levantando los  brazos casi como para hacer levitar al público.
-¿Seré campeón  olímpico?- dijo Mikel casi sin pensarlo y de esas formas en las que uno se da cuenta que ha hablado en alto al oírse.
-¡Oh!- dice el coach en cuestión.- Suba aquí conmigo.
Mikel, entonces y quizá haciendo gala de una ironía fuera de lugar, decide subir cojeando al escenario.
-Puedes ser lo que quieras si lo deseas- le dice. Las olimpiadas no son solamente para grandes corredores. Los premios y las recompensas son para todo aquel que lo desea de verdad y lo único que lo puede impedir eres tú mismo. Los límites no existen si tienes la determinación suficiente.
-Pero yo soy cojo. Es imposible.
-!Todo es posible!
-No, no lo es. Vamos, que por mucho que yo quiera no...
-¡Eso es porque no tienes autoestima!
-Uy- dice Mikel con  cara de haber encontrado el camino adecuado- en eso sí que le voy a dar la razón. Si me permite le voy a hacer una pregunta. ¿Dónde está mi autoestima?
-!Dentro de ti!
-Que no- le responde- que yo ya he ido al baño esta mañana y nada, que ahí no estaba. Y he buscado en los cajones y por casa. Incluso en el hueco de la ropa sucia y tampoco. En casa de mi abuela tampoco. Por eso estoy aquí.
-¿Y quieres encontrarla?
-Claro, joder. Creo yo que no hace falta tanta parafernalia para una simple dirección. No sé: la tienes en la bolsa de deporte. O, no sé, se la ha llevado tu madre para limpiar. Empiezo a pensar que todo esto no es más que una chufa. ¿Me lo va a decir o me quiere vender algunos fascículos?
El coach hace una mueca de enfado porque cuando el paso previo a la fervorosidad no se da es muy difícil llegar al paso siguiente. Cuando se pone en duda la divinidad de un Dios  los pupilos se sienten incómodos. Mikel no parece un convencido. Eso es un  gusano en una manzana de la que hay que estar convencido que está fresca y pura pero el espectáculo debe continuar.
-¿Dónde la has buscado, amigo?
-En objetos perdidos, en los bolsillos de la ropa usada,  en casa de una amiga y en casa de mi abuela. Pero nada, que no está. Así que vi su publicidad y pensé que quizá me podía dar indicaciones ya es usted un profesional. O- dice con  una pausa dramática- un supuesto profesional.
-Yo soy un Coach certificado y no puedo ayudar a nadie que no está en disposición de serlo. Así de sencillo. Le pido que abandone nuestra reunión.
-Sin ninguna respuesta
-¿Perdón?
-He dicho que sin ninguna respuesta. Que es un parlanchín  que promete algo que no puede llevar a cabo. Habla de recuperar la autoestima y aquí estamos todos perdidos. Aprovecha esa debilidad para prometernos algo que no puede cumplir. No puede, no sabe o lo que es peor, no quiere.  Con una puesta en escena infame y sin decir nada. La Wilson INC no aparece ni en internet. Es tan fácil como buscar.  Yo lo he hecho
El coach se tapa el micrófono con  la mano y le dice al oído: “Vete a tomar por culo rápido antes que te reviente la cara, cabrón”

Y Mikel se va sin dejar de cojear. Las mentiras hay que mantenerlas hasta el final.

(continuara....)

1 comentario:

  1. Si la encuentra Mikel que avise, quizá está en un cementerio de autoestimas y así unos cuantos podemos recuperar la nuestra también.

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