25 de mayo de 2014

Los universos paralelos disjuntos

Esa señora mayor, de las que miran a las teclas señalando con los dedos y entornando los ojos para acertar en el numerito, cruza por donde no debe gritando al auricular porque está haciendo una llamada de larga distancia.

A un lado del coche hay una furgoneta blanca con cien marcas de óxido en las puertas traseras y, al volante, un desaseado hombre en camiseta con sus cinco hijos, el pequeño delante, entre él mismo y una oronda mujer con moño y una mezcla de batín y albornoz. Estoy seguro que lleva zapatillas.

Al otro, un bmw con un niño de esos que creen que están en posesión del mundo y miran al horizonte del verde del semáforo. Junto a él una chica mechada consulta los mensajes sin percatarse del ruido del tubo de escape petardeando.

Atrás, un jubilado en un vehículo enorme preocupándose de tener las manos situadas a las 10 y diez, que es como mejor se conduce y como se lo enseñaron en la autoescuela en 1962. Es la forma en la que se lo enseñó a sus hijos y a sus nietos, que le daban la razón como hay que dársela al abuelo y que es sin hacerle mucho caso pero sin que se note cuando, en realidad, se da cuenta de todo.

En realidad son cientos los universos paralelos, miles, casi tantos como personas. Nos empeñamos en creer que vivimos en una misma realidad y, sin embargo, cuando conseguimos la clarividencia momentánea de poder identificar cual es nuestro presente deseado resulta que no es el mismo que el de los componentes que habíamos pensado para él.

Acumulamos, más que nunca, sensaciones, circunstancias, creencias que consideramos inmutables. Tenemos conciencia y un exceso de información. Hemos aprendido a fantasear sobre lo que pudiera ser antes de disfrutar de lo que es. Hemos sido poseídos por la amarga viruta de la queja que se clava en el corazón al no alcanzar lo perfecto que no existe. Algunos han preferido abandonarse al abandonar cualquier esperanza y por el camino me abandonaste a mi mala suerte.

Pero todo fue por no ser capaz de entender que mi universo no era el mismo universo de aquel o de aquella, que aunque iguales en la composición corporal somos tan diferentes en la forma de ver cada día. Y no se imponen los universos, ni se superponen. Se suman, se respetan. Las parejas de ancianos, aquellas que llevan tanto tiempo durmiendo cada día juntos que no recuerdan cuánto hace, viven en el mismo universo.

Dicen que hay un universo por cada decisión que hemos tomado. En uno estas a mi lado, en otro sigues siendo mi amigo, en un tercero os sustituí y en este sigo esperando. Probablemente en todos seamos los actores que nos toca y en ninguno gira la rueda en un sentido perfecto o hacia el sentido en el que he estado empujando.

Así qué vivo en el presente variable, en esta incapacidad admitida de llegar a entender la realidad porque la realidad, sencillamente, no existe. Hay dos direcciones, dos desvíos: por uno se va a la procelosa senda de aceptar y respetar, de intentar colaborar a la suma. Por otro se va a la autopista de la ignorancia y de intentar imponer un mundo sobre los demás de la misma forma que se invaden países extranjeros. Estoy convencido que dos luchan sí uno quiere y para que se entiendan dos hacen falta un par.

Será por eso por lo que algunos revientan al ver que esa declaración incierta de añoranza instantánea que tienen los mensajes por las noches no tiene respuesta. Será por eso por lo que escucho tantas discusiones a través de los tabiques, en las calles y en los semáforos.

Los mismos semáforos en los que, mirando alrededor, veo tan claramente que vivimos en universos paralelos.

Y el problema empieza cuando queremos o creemos que nuestro universo es el mejor, el único y el que posee la verdad absoluta.

Como las razas, las religiones, los sistemas políticos o, sencillamente, tu y yo : Diferentes, llenos de tramas y aún sin desenlace..

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