27 de mayo de 2014

El placebo de la utopía

Hay una línea muy fina entre la utopía y la estupidez. En algún momento de hace más de un siglo alguien pensó que las mujeres y los hombres deberían de tener los mismos derechos porque son personas y alguno le tildó de utópico, de imposible, de proponer algo que jamás llegaría a suceder y, sin embargo, ahora mismo es algo de sentido común, como son otras muchas cosas de la misma forma que aunque parece obvio que al atardecer es el Sol el que se aleja lo que está sucediendo de verdad es que nosotros nos estamos dando la vuelta.

También hay alguno que tuvo una visión y, en realidad, era un imposible como todas las noches que soñé con Linda Evangelista, todas las veces que se patentan inventos absurdos o todas las ocasiones en las que queremos creer que, con un chasquido mágico de dedos, los problemas se solucionan sin esfuerzo y de una manera inmediata.

Utópìco es creer que volverá a confiar en mi. Estúpido es presentarme a las elecciones de su vida.

Alguno sigue teniendo una capacidad innata en querer creerse las utopías que necesita y, entonces, da igual si puede ser cierta o es mentira, si es factible o si es una falacia bien construida. Da igual mientras la rebaja sea grande y jodan a los demás para satisfacerme a mi, que me lo merezco.

El placebo de la utopía bien vale unos millones de votos, exactamente 1245948.

Debí de haberme presentado con unos cuantos maravillosos imposibles en vez de con mi mediocre capacidad.

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