La noche del 18 al 19 de diciembre del 2009 aprendí muchas cosas. Que siempre seré pequeño, que nos suceden acontecimientos implacables y que la verdad no está en esos lugares en los que nos enseñaron que había que buscar.
Sobre las 3 de la mañana, después de un intercambio de miradas, salí de la habitación hacia la maquina de café. Era capaz de oir mis pasos entre el eco de los muros. Era, también, capaz de sentir la tensión acumulada durante tres meses en los globos oculares rellena de rabia y de decepción, de la misma impotencia que debe de sentir un turista al ver llegar un tsunami o de un habitante de Hirosima al ver el hongo y saber que, por mucho que corra, le va a llegar.
Supongo que en esos casos correr, aparte de castigarse por el motivo de estar ahí, es lo único absurdo.
También es absolutamente cierto que en esa situación ni el dinero ni la tecnología tienen ninguna importancia. No importan los sobresalientes, las noches que pasé caminando por la playa borracho o en las camas equivocadas. Importa lo que se siente, y se siente de una forma intensa, animalmente primitiva. En ese instante, cuando las luces del hospital están a medias y se oye el hilo del transistor que sale de la habitación de la enfermera, sólo se busca entre los pensamientos una respuesta imposible ante el enorme vacío que sabes que va a llegar y la situación que, por muy seguro que supieras que te iba a venir, ya estaba ahí, esperándote.
Entonces, en el extremo del pasillo, no soy capaz de recordar si tomé café o si no lo hice. Hacía frío. Me giré despacio. Arrastré el pie derecho un poco. Me agarré la sien. Volví.
He contado tantas veces ese momento que alguna vez, ingratamente, me lo han tirado a la cara. Sin embargo cada vez que hablo de ello vuelvo a sentirlo. El camino de vuelta a la 209, mi propia respiración profunda, la sensación de que el amanecer no iba a llegar nunca y una nueva colección de retos para los que, aún hoy, sólo he estado entrenando y para los que el entrenador se quedó detrás de la puerta.
Es el mismo entrenador que me enseñó a correr y, curiosamente, me enseñó a parar aquella noche.
O quizá a correr en otra dirección.
No mueren,viven en nosotros,en los nuestros
ResponderEliminarEn ese M3 materialista q no es si no memoria
No sé si me he explicado pero creo q entiendo lo q dices y me has hecho suspirar
El tiempo lo mejorá, es verdad
un achuchón estrecho y largo para ti
:)