Dicen que se empieza a demostrar que los anuncios esos que te dicen que se te van a caer los pulmones al suelo de tanto fumar empiezan a generar el efecto contrario en los fumadores.
De la misma manera las feministas radicales empiezan a hablar del neomachismo como un concepto de machismo disfrazado en el que los hombres empiezan a asumir que la liberación de la mujer les discrimina de tal manera que hay que revindicar sus propios derechos oponiéndose a dicha liberación.
Cuando los británicos desaprensivos pisan Salou quieren hacer todo aquello que tienen vetado en su frío país (que es ir vestidos de mujer por la calle, enseñar sus culos sin pelos, beber hasta caer muertos y violar a sus compañeras de viaje).
Si tus padres no te dejan salir más allá de las 0h00 lo que más ansías cada sábado que pasa es saltarte la prohibición.
En definitiva lo que se va demostrando es que nos encanta saltarnos todo aquello que nos prohíben. "No fumes, no corras con el coche, no bebas, no me dejes, no llegues tarde, quiéreme siempre,... eso no se hace, eso no se dice, eso no se toca...". La palabra exacta para los anglosajones es Backfire.
Cuando mi padre me encontró fumando en la playa de Laredo, escondido con mis amigos y los ducados que robábamos en la discoteca de la esquina me llevó a la terraza de casa. A mis 13 años estaba temblando de miedo sintiéndome pequeño en la soleada hamaca iluminada por el verano cántabro. Sacó un puro. Se me acercó con un mechero y me dijo "fumar no es bueno y no vas a ser ni mayor ni más hombre por hacerlo, pero ya es hora de que tomes tus decisiones. Si quieres fumar, fuma. No lo harás dentro de casa pero no lo prohibiré. Eso sí, para tomar esa decisión deberás de demostrarme que eres suficientemente adulto acabándote este puro". Después me lo encendió. Quince minutos después yo estaba vomitando flemas negruzcas y quince años tardé en volver a fumar. Nunca más he fumado un puro. Lo curioso es que nadie me lo prohibió, mucho menos de la manera catastrófica que tienen determinadas advertencias.
La Dirección General de Trafico (y recaudaciones varias) entendió rápidamente que la mejor manera de lograr que la gente no corriera con el coche era poner unas multas superiores al producto nacional bruto de la república de Sudán a cada conductor de pie fácil por encima de mostrarnos una y otra vez accidentes sangrientos cometidos por imprudencias. Si cuando nos dieron la opción hubiéramos dejado de correr ahora no estaríamos conduciendo con el gran dragón de las multas sentado en el asiento de atrás cada pequeño trayecto.
Pero, hoy por hoy igual que ayer, la mejor manera de que ella no se entere que la deseas es decírselo a su mejor amiga y añadir "por favor, no se lo cuentes". Funciona el mismo efecto que nos hace fumar si nos lo prohíben. El mismo efecto que nos hace salir corriendo saltando todos los radares cuando te piden que te quedes para siempre. La misma razón por la que se fué cuando la pedí que no me abandonara.
Ya no es que nos resulten inócuas las inyecciones publicitarias macabras, es que nos encanta descubrir que hay más allá ahora que nos han marcado un límite.
El ser humano necesita fronteras que traspasar aunque estén limitadas a 120km/h. Yo me suelo encender un cigarro justo cuando el contador marca 121. Entorno los ojos. Dejo la boca con forma cerrada y plana. Subo el volumen de la radio escogiendo rock&roll. Miro a la próxima curva y me siento el más malote de la A-1.
A mi me pasó parecido. Mis padres se enteraron que fumaba por algun chivatazo, creo que de mi hermana, y mi madre me obligó a fumar delante de ella un paquete de Jean (¿alguien los recuerda?). No tendría ni 11 años. Al segundo cigarro, entre lagrimas y sudores frios dije que no podía más. Entonces lo vi como algo humillante, pero nunca más volví a fumar.
ResponderEliminarPor cierto, menéo aquí: http://www.meneame.net/story.php?id=927051
ResponderEliminarsupongo que dire que gracias...
ResponderEliminarDe acuerdo menos en una cosa: fumar es ir a 120; dejarlo es ir a 121.
ResponderEliminarPiénsalo.
Un exfumador.