Siempre he considerado la muerte como algo lejano, porque siempre he estado lejos. En realidad lo único que me preocupa de la muerte es darle un disgusto a mi madre, que no se lo merece. He de suponer, en ese caso, que lo que me hace levantar la mano del acelerador de la moto en algunas curvas es exclusivamente la correa invisible que me ata a los dictámenes maternales.
Cuando, en alguna cena de esas en las que el alcohol te hace divagar más de la cuenta, hablamos de lo que consideramos que sucede en el momento de morir a mi me gusta pensar que es ese momento en el que encuentras el sentido de la vida, el momento ese en el que dices: "¡coño!, era por esto". Y entonces falleces con la tranquilidad de haber entendido todo ese sacrificio y acumulación de malos (y buenos) momentos que es la vida cotidiana.
Aunque la muerte parece el gran tabú del que la sociedad se niega a hablar (te mueres sólo en una habitación gris de hospital o retiran tu cadaver rápidamente tras la llegada del juez al lugar del accidente) han aparecido tres noticias sobre ese preciso momento o algún momento posterior.
La primera dice que eso de que se vea una luz al final del camino puede que tenga la explicación lógica del aumento de CO2 en la sangre por la falta de riego, al menos con los infartados, que son los que han vuelto.
La segunda habla, al tipo de la película de "este muerto está muy vivo" (1y2), sobre las dos mujeres que intentaron subir a un muerto en un avion de Easyjet en Liverpool
Por otra parte una empresa escocesa ha desarrollado un sistema de eliminación de los restos que simula 20 años de disolución natural de los cuerpos en 20 minutitos de reloj. El problema, desde mi punto de vista, es que hay restos que pueda reclamar Garzón si te los dejas en una cuneta.
Cuando los restos de mi abuela iban a ser esparcidos por la playa que ella pidió, mi padre y mi tío se acercaron a la orilla con la urna verde oscura entre las manos. Se acercaron mirando al mar mientras sus esposas y el nieto de la fallecida nos situamos protocolariamente atrás. Rezaron, aunque en realidad eran palabras aprendidas para despedirse de la gran directora de sus vidas que había sido ella. Con lágrimas en los ojos se dispusieron a esparcir las cenizas pero el frasco del demonio no se abría. Mi padre, ocurrente y práctico en la misma medida, se giró hacia mí con las lágrimas aún frescas. "Trae algo para abrir esto". Yo salí corriendo por la arena seca hacia casa y allí metí mano en la caja de las herramientas acompañando los bártulos con el cuchillo con el que, durante años, se cortaba el melón en los postres. Ese fue el útil de apertura final con bastante esfuerzo. Entonces, cuando ya no eran las 8 de la mañana sino casi las 10 se dipusieron a esparcir los restos sobre la orilla sin pensar que la brisa marina suele ser en dirección a la costa. Como quien mea contra el viento se asustaron al ver que ese polvo grisáceo algo más claro que lo que queda en el cenicero se les echaba encima por lo que, tras el susto inicial, optaron por subirse los bajos de los pantalones, lucir sus blancas pantorrillas, e introducirse, lacrimosos, en el mar. He de reconocer que aquello suponía ser la mejor opción ya que los atléticos corredores de fondo que pueblan las orillas de las largas playas ya pasaban sin cesar entre mi padre, mi tío, lo que quedaba de mi abuela, la brisa y las olas. Al final, lanzando los restos de lado, con ganas de terminar y perdiendo cualquier atisbo ceremonial que se pudiera suponer, las cenizas se esparcieron y el cuchillo del melón, la urna (que mi madre quiso usar como florero por su belleza pero no se hizo por implicaciones sentimentales obvias) y los presentes marchamos a casa como si todo hubiera sido perfecto.
Ahora que el tiempo pasa yo no pido que me incineren ni que me entierren. En realidad mis restos, si los hay, serán los pedazos de mi que haya dejado en quien me quiso y nadie borrará ni el blog ni algún perfil que quede en internet. Es mucho más bonito y más tierno esparcirse así, con o sin luz. Realmente ver la luz o a Elvis es algo que me la trae al pairo a no ser que él pague las copas. Michael me han contado que se está arrepintiendo eternamente de haberse hecho cantante en vez de cura.
El deseo de mi madre una vez muerta es que mi hermano y yo vayamos a la carcel. No quiere que perdamos nuestro tiempo y que una vez muerta la dejemos en medio de la carretera. (Es el chiste de todas las Navidades. )
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