Cuando, en las crónicas deportivas, hablan de algún ganador de velocidad, le asocian a ser "el más rápido". Visto así el triunfo consiste únicamente en una obra de ingeniería extrema denominada vehículo y un loco sobre él que es capaz de apretar el acelerador el mayor tiempo posible. Obviamente y basándonos en ese simplista punto de vista el humano en cuestión no es más que un idiota dispuesto a morir.
En los años 50 y 60, en Estados Unidos, intrépidos caballeros se subían en cohetes experimentales y eran catapultados sobre raíles para valorar la resistencia humana a la aceleración. Si seguían vivos o conscientes después del acelerón, se ponía una turbina más. La mejor manera, lógicamente, de conocer los límites es alcanzarlos.
Sin embargo, y esto es válido para cualquiera que haya conducido alguna vez, llegar antes a un determinado destino consiste en saber frenar. Los coches de formula 1 no son los más rápidos por correr más sino por conseguir un paso por curva a mayor velocidad. Si alguna vez has conducido una moto sabes que si vas muy despacio te caes y que si entras en una curva muy rápido, te sales. Eso se llama subviraje. Ascender una carretera de montaña repleta de curvas como serpientes exige cuidado, destreza y tener los ojos puestos en la siguiente mientras intentas adivinar si se cierra al final.
Por supuesto que, en estos tiempos modernos, los destinos están unidos por amplias y seguras autopistas, pero se pierde el paisaje. Viajar miles de kilómetros es mucho menos enriquecedor que perderse en una camino rural a quince minutos de casa. Conozco a decenas de personas que marcan, en los mapas, las decenas de países recorridos aunque no hayan salido del resort. Tuve una novia que, tiempo después, fue azafata de vuelos de larga distancia y me aseguraba que aunque había estado prácticamente en todos los lugares del mundo, no conocía ninguno. En el otro extremo estoy yo, que me sorprendo volviendo a casa por calles diferentes.
Esa forma de viajar se parece bastante a la forma de vivir, trabajar o pensar. Tener media docena de títulos ya no es saber y repetir argumentarios tampoco es lo mismo que disponer de una opinión. Curiosamente las cacatúas sociales aplastan la reflexión con su ruido, continuamente. Anteayer un titulado me afirmó que su dispositivo estaba defectuoso y se enfadó cuando descubrí que el problema residía en que no lo había enchufado. "Ya está hecho"- asegura un operario ufanamente delante de su trabajo y al ponerlo a prueba, revienta. "Pero yo lo hice"- y eso no es verdad porque no funciona. A veces has llegado a tu destino pero no has sido capaz de viajar porque el viaje implica perderse, sentirse pequeño ante las ingerencias climatológicas, oler el paisaje, pararse a rebuscar en el mapa, respirar delante de una estampa, buscar en el cielo las horas de luz que te quedan, no saber donde estás por la mañana e incluso decidir que ese lugar, diferente y apartado, es el destino real.
Hace no demasiados años podías bajar a por el pan y terminar tomando un vermut con tres vecinos, quedarte en el bar de la esquina hasta que empezara un concierto con el que no contabas, hacer chistes con tres polacas que se habían perdido y terminar , borracho pero simpático, durmiendo en su casa como un errante. Al contarlo, con el tiempo, explicabas que te habías tirado a una polaca borracho mientras no dabas muchos detalles del camino que te había llevado a esa situación. Entonces alguien, simple y banal, llegó a la conclusión de que lo importante era estar macareno en cama ajena. Y el día que, baboso y enfermizo como un adolescente obeso tambaleante mandando mensajes a las tres de la mañana desde la esquina de la discoteca, se despierta con resaca junto a Luzdivina de la Encarnación, afirma que su experiencia fue tan buena o mejor que la tuya. Eso sin conocer los detalles de cómo llegó allí ni lo que hizo por el camino. Quizá por eso algunos afirman que antes se socializaba bebiendo y ahora se bebe para socializar.
Cuando bajo la basura veo a personas sacando al perro. También veo a progenitores llevando o trayendo a sus crías hacia alguna de las actividades que realizan. En los semáforos van y vienen seres humanos ajetreados con la vista puesta en su siguiente actividad necesaria para acumular en la agenda de lo realizado. Sin embargo, por carretera, cada vez la soledad es mayor. Mirar a la siguiente curva no evita el hecho de saber que si por casualidad derrapa la rueda de delante, moriré en la cuneta. A pocos metros van y vienen viajeros por las frias autopistas y los trenes de altísima velocidad, esa misma que hace que el paisaje sea borroso. Son más rápidos, no lo niego. "Aquí murió Fernando: visitó treinta países". "Ahí fallecí yo: un día comí en un bar de Almendralejo". Hay ventajas y desventajas en todos los casos pero como curriculum tengo todas las de perder.
En la forma moderna de existir no se saborea la comida pero se tienen en cuenta las calorías consumidas. Cuando me comparo con los demás se me escapan los sabores.
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