6 de mayo de 2024

Los arquetipos no existen

Los judíos, que son muy malos y comen niños palestinos para desayunar, han de ser represaliados por la bondad humana que es incapaz de entender tanta violencia y muerte. Hay que cuidar a los palestinos.

Los nazis, que eran muy malos y contaminaban el planeta con las cenizas de los judíos, han de ser exterminados de la historia y borrados porque toda la maldad reside sobre aquellos. Hay que cuidar a los judíos.

Obviamente hay que ser solidario con todas aquellas personas que desean amar a quien quieran y ser drástico a la par de defensor de las libertades para con aquellos que, como neandertales, no son capaces de entender la diversidad de nuestro mundo. Así que hay que enfrentarse a países, basicamente árabes, que apedrean homosexuales. Irán y Yemen, por ejemplo. Curiosamente los mismos paises en los que, de una manera fortuita y casi al estilo ruso, aparecen sospechosamente muertas las mujeres que piden tener los mismos derechos que los hombres. Una de las cosas que tienen los rusos es que son mucho más igualitarios porque cada vez que hay un opositor, se cae por un balcón como un turista británico. Hay que cuidar a los homosexuales, a las mujeres y a los opositores.

Qué buena es la discrepancia. Tener disponible para el ser inteligente que yo soy alguna cantidad de opiniones disruptoras. Sentir el contrapeso intelectual al orden establecido. Claro que lo que no puedo tolerar son las opiniones retrógradas porque esas son el lastre involucionista que, casualmente, nunca soy yo. Hay preservar el pensamiento correcto y protegernos de los malísimos poderosos.

Porque los poderosos, que son un grupo de grises hombres blancos heterosexuales ricos a costa del trabajos de pobres como yo, son los terribles enemigos del bien común. Si no existieran seríamos todos ricos, pero no malvados. Nosotros, que sabemos compartir y que jamás criticaremos al vecino que nos quita la wifi porque el acceso a la información es un derecho. Cuidemos a los pobres generosos, sobre todo cuando la bondad nos sale a devolver.

Hablemos mal de los curas, porque violan a los niños, pero un jesuita que da cobijo en épocas de lluvias a los menos favorecidos de las selvas de Venezuela es bueno. Hablemos bien de los inmigrantes porque vienen a buscarse la vida, pero cuando se te acercan en una terraza buscas el móvil encima de la mesa por si desaparece y le has dicho a tu hija que tenga cuidado si encuentra un grupo borracho a las tres de la mañana. La gente tiene derecho a divertirse, excepto si estas en casa intentando estudiar y el ruido no te lo permite. Las procesiones son anacrónicas pero los macro conciertos te parecen pocos. Hay que conseguir que las personas de bien tengan tiempo libre sin explotarles pero te jode que el repartidor llegue tarde un domingo de lluvia por la tarde.


A lo que voy es que el primer paso es admitir que todos somos el hijo de puta que criticamos y que cada vez más queremos vivir en mundos imposibles por los que vamos saltando como bienhechores. Que una vaga de baja laboral falsa lesbiana se manifiesta, llegando en su coche de combustión y haciendo fotos con su teléfono cargado de coltán, por la defensa de los buenos pero que son, también, aquellos que matan judíos, mujeres y homosexuales. Se va a casa satisfecha con su moral a comer tofu y a luchar contra el franquismo jurando que Artapalo era un defensor de la paz obligado a matar por la represión. Da lo mismo que ese discurso no se sostenga de la misma forma que algunos quieren creer que todos los gays se meten popper y tienen el culo como el túnel de Guadarrama.

Los arquetipos no existen.


Cada día mantengo más la teoría de que los que luchan contra determinadas injusticias desean, en su interior, ser ellos los malvados porque envidian a sus enemigos. No hace falta hacer el experimento de Stanford para descubrir que cuanto más militante es alguien contra "las injusticias", se convierte en un hijo de puta injusto en el momento que toca poder.

Y siempre es culpa del arquetipo que has comprado. El que no existe.

Por supuesto que cuando alguien te pone la obviedad contraria delante de los ojos, jurarás que es un bulo.

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