18 de agosto de 2023

La llegada de la generación cuñao.

No sé si recuerdas cuando no tenías ni un clavel y había que apañárselas para estirar, al máximo, el dinero de la paga ( en pesetas) con el que aguantar un fin de semana. La inmensa mayoría de nosotros hicimos cosas que ahora parecen locas A ver si recuerdo alguna: dormir en una playa tapado con el jersey. Mezclar alcoholes en una bolsa del supermercado para hacerle un corte abajo y beber cual  porrón. Jugar poniendo la ropa como si fueran los postes de las porterías. Volver andando más de diez kilómetros porque ya no quedaba para el autobús. Pedir un bocata a unos turistas porque me fui de ruta con la bici pero sin dinero. Llorar en una cuneta de Despeñaperros a las tres de la mañana. Aparecer en Madrid, unas horas después, clamando a refugio en casa de mi hermana para dormir. Fumar en un parque de Barajas con alguien que luego resultó ser un traficante. Escapar de dos alemanas del este con Borja y decidir que a esas horas no estábamos en disposición de volver a casa, así que dormimos en el coche. Colarme en bodas. Poner carteles, con 12 años, ofreciendo lavar coches para tener dinero y comprar unos colajet en el kiosko de la playa. No hay, en realidad, nada que se aleje demasiado de una cómoda adolescencia occidental. Estábamos mucho más cerca de los chicos de Porky´s que de ir a dar pan duro a las palomas en el retiro después de comer caldo con los huesos del pollo de ayer, que es lo que sucedía en la España de mis padres. Siendo boomers de manual nos tocó disfrutar de los hitos que habían logrado con esfuerzo nuestros padres. Así que muchos heredaron el Seat 124 pero teníamos coche.

Después, con un sentido de cuñado mucho más desarrollado, llegó una generación que tenia apuntado en un papelito la ruta adecuada donde ir de Happy Hour en Happy Hour para hacerse con todas y cada una de las ofertas. Bebían en la calle también, pero con mezclas más elaboradas. En vez de socializarse y acabar borrachos, alteraron el orden y se emborrachaban para socializar. Interrail y Erasmus. Bastante más formados. Más bocazas pero menos violentos, ya que la globalización tienen un efecto importante de hacerte sentir un mierdecilla en la inmensidad del mundo. Es probable que quisieran parecerse a American Pie pero los guionistas tenían eran boomers con zapatillas Converse y sus padres les regalaron un Opel Corsa nuevo. 

Y ahora llega la nueva evolución, casi como una generación de Pokemon. No tienen coche porque el sistema les castiga continuamente y son víctimas. El Uber lo puntúan con estrellas después de vomitar en él y exigir que lo limpie el conductor. Han dilapidado las pagas de sus padres separados en irse a Ibiza hasta que soltaron su último billete al que les pasó el próximo gramo porque tienen el derecho de divertirse. Siempre les llega un Bizum a tiempo para la botella de agua del aeropuerto donde hicieron la reserva on line del low cost que está más allá del Duty Free. Disponen de tantos datos y de tanta información que solamente el hecho de comparar les genera ansiedad. Llevan diazepanes en la bolsa, cargada de Outfits. Son cirujanos que dejan la operación a medias si les llega la hora de salir del trabajo porque se niegan a vivir explotados por el capitalismo, pero no firman un contrato de menos de lo dignificante.

Afortunadamente el relevo que viene es bastante más cabal y aquellos que rondan los 20 vienen cargados de sentido común, quizá porque ya les han explicado que el mundo no está para servirles. Aún así todas las anteriores convivimos.



No soy, en absoluto, de esos que piensan que las generaciones van repitiendo mantras según van acumulando años. Algunos sí, pero con variantes. Nuestros padres fueron educados en la nada. Nosotros ya sabíamos que había que esforzarse, pero había comida en casa. Algunos de nuestros hijos, únicos y criados en la abundancia de los 90, hicieron suyas las ideas de poderlo conseguir todo. Sus hijos han sido bombardeados con la idea de tener derecho a todo y, lo que es más peligroso, cargarles de herramientas para hacer digno su destino aunque por ello arrasen con todo lo demás. "Hay que salvar el planeta, así que tengo derecho a un coche eléctrico que me ha de pagar el estado". "Pagátelo tu". "Tú lo que quieres es que tenga que contaminar porque eres un enemigo del mundo". "¿Y los residuos de las baterías?". "Eso es problema de las grandes empresas". Tienen respuesta para todo, eso hay que admitirlo.

Desafortunadamente empiezo a estar convencido que los que vienen después se van a tener que comer el páramo que están empezando a dejar los que, recién llegados y con un cuñadismo loco, ya son adultos con la mente de la tercera temporada de una serie ecosostenible e inclusiva de Netflix. Se parecen mucho a la agenda 2030: los objetivos los compartimos todos pero, ¿de verdad que me estas diciendo que lo vamos a hacer así?. ¿Tás chalaU?. Muchos de los libertarios anarquistas a los que se les ha llenado la boca con derechos y reivindicaciones los ultimos 10 años se han callado en cuanto han encontrado la forma de tener dos coches, un piso con vistas y un plan de pensiones. Al final no era para todos sino solamente para ellos.

Se me olvida, segunramente, que es una cuestión de paciencia. Nuestros padres dedicaron una vida, nosotros los años laborales. Hasta hace nada la solución tenía que estar en un tutorial de youtube y ahora debe de estar en una Story de Instagram. Más allá de 20 segundos de esfuerzo, es explotación.

Bienvenidos a la generación cuñao. La que cuando ha trincado lo suficiente para la pensión vitalicia, se difumina mientras lo pagan los demás o los que vengan. Eso no importa porque ya encontré la forma de irme de fiesta a menor coste.

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